La emperatriz de los Etéreos (17 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

BOOK: La emperatriz de los Etéreos
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»La llegada de la Emperatriz cambió todo eso. Ahora, la vida ya no es importante. Para ser digno de la Emperatriz uno tiene que olvidarse de su cuerpo, de su sangre, de sus deseos, de sus necesidades corporales... uno tiene que volverse
etéreo
. Ignoro qué clase de existencia ofrece ella a cambio. Debe de ser algo maravilloso, pues tanta gente sueña con alcanzarlo, y tanta gente lo ha alcanzado ya que el poder de la Emperatriz lo abarca y lo transforma todo, y cada vez se extiende más su influencia...

»Pero la Diosa no se rinde, y sus entrañas siguen generando
Ópalos
, pequeñas fuentes de vida, tal vez con la esperanza de devolver la emoción y la sangre al corazón de la gente.

»Por desgracia, no todos emplean los
Ópalos
para renovar la vida de los seres vivos. ¿Sabes a qué me refiero?

Bipa negó con la cabeza. Lumen suspiró.

—Observa —dijo. Tomó de la estantería una figurita de cristal rojo. Parecía un insecto, con unas descomunales alas redondeadas, cuajadas de piedras amarillas y azules.

—Una mariposa tallada en un único rubí —dijo el Maestro Cristalero—. En tiempos antiguos había millares de especies de mariposas y sobrevolaban los campos por docenas cuando llegaba la primavera.


¿Primavera?
—repitió Bipa sin entender.

Pero Lumen no se lo explicó. Alzó la mano con cuidado, con la mariposa reposando sobre la palma, y con la otra mano sostuvo el
Ópalo
sujetándolo entre los dedos. La gema lanzó un único destello flamígero y entonces, muy lentamente, las alas de la mariposa de rubí se estremecieron y descendieron hasta quedar completamente horizontales.

—Se ha movido —musitó Bipa, maravillada.

Como si la hubiese oído, la mariposa batió las alas, una, dos, tres veces; sus delicadas antenas temblaron un instante y, antes de que Bipa pudiese reaccionar, la criatura alzó el vuelo.

—¡Pero es imposible! —exclamó Bipa—. ¿Cómo puede sostenerse en el aire?

Como burlándose de ella, el insecto revoloteó a su alrededor, primero un tanto inestable, luego más deprisa, ejecutando rizos y piruetas cada vez más atrevidos.

—De la misma manera que tu gólem de nieve puede caminar sin músculos, contemplar sin ojos y actuar sin cerebro —dijo el Maestro Cristalero, y Bipa comprendió.

—Los
Ópalos
dan vida a los gólems. Pero Maga nunca... Maga nunca ha hecho nada semejante.

—He oído hablar de los
opacos
que viven más allá de los Montes de Hielo. En tiempos remotos animaron gólems de piedra. Pero terminaron por abandonarlos, y dedicaron sus esfuerzos y el poder de los
Ópalos
a mantener con vida a los vivos.

»Por el contrario, a los
Cambiantes
no les interesan los vivos. Obsesionados con la pureza y la transparencia, usan los
Ópalos
para crear artificialmente aquello que les resulta útil y les recuerda a lo que aspiran.

»En la Ciudad, los escultores tallan gólems de cristal, y mi hermano les da vida. Se ocupan de las tareas cotidianas, de los asuntos mundanos que las personas, más preocupadas por
Cambiar
para llegar hasta la Emperatriz, descuidaron hace ya tiempo. Pero sobre todo, los gólems de cristal les recuerdan lo que ansian: perder opacidad, convertirse en
etéreo
s. Por eso han de ser de cristal. Puro, transparente. Incoloro.

Bipa dejó escapar el aire, todavía desconcertada.

—Gélida tiene todo un ejército de gólems de hielo —dijo—. No sé para qué los quiere. Casi nadie la visita nunca.

—Es una demostración de poder. Tal vez crea que podrá conquistar la Ciudad de Cristal algún día, y puede que no ande muy descaminada. Pero ni siquiera ella escapa al ideal de pureza y transparencia impuesto por la Emperatriz. Prueba de ello es que comenzó animando gólems de nieve, y los abandonó cuando descubrió que podía trabajar con el hielo, que era translúcido e incoloro, no blanco y opaco como la nieve.

Bipa había abierto mucho los ojos ante esta revelación. Lumen sonrió.

—Sí —dijo—. Los gólems pierden vida con el tiempo. Si no se les renueva esa vida, vuelven a ser objetos inanimados con un cierto aspecto humano. Pero también los
Ópalos
, si se los fuerza demasiado, se desgastan. Y por esta razón, tanto Lux como Gélida, que han mantenido un número ingente de gólems durante mucho tiempo, han agotado el poder de sus
Ópalos
.

—Por eso Gélida quería robarme el mío —murmuró Bipa—, y por eso los gólems de cristal parecían tan cansados y se movían con tanta lentitud.

Lumen asintió.

—Y probablemente tú, sin saberlo, activaste con tu propio
Ópalo
un gólem de nieve abandonado por Gélida quién sabe cuánto tiempo atrás.

—Darles vida para después abandonarlos... es cruel —opinó Bipa.

—Lo cruel es crearlos —dijo el Maestro Cristalero, observando, pensativo, las evoluciones de la mariposa de rubí—. Porque ya no son simples objetos, pero tampoco están vivos del todo. ¿Puede acaso estar vivo algo que no tiene corazón?

—Las plantas no tienen corazón —hizo notar Bipa—. Y están vivas. Por otra parte, no sé si los gólems carecen o no de corazón, pero sí tienen sentimientos. Al menos, Nevado los tiene. Sé que los tiene, aunque no sea muy listo.

El Maestro Cristalero dejó escapar una alegre carcajada.

—Vayamos a verlo —dijo—. Seguro que te echa de menos.

Tomaron una galería ascendente; cuanto más se acercaban a la superficie tanto más descendía la temperatura, y Bipa recordó que, en efecto, la naturaleza de Nevado le impedía permanecer en lugares tan cálidos como el hogar de Lumen.

Por fin llegaron a una sala fresca y oscura. Lumen tuvo buen cuidado de dejar la antorcha prendida en la entrada. Eso bastó, no obstante, para iluminar la escena.

Bipa dejó escapar una exclamación de sorpresa. Ahí estaba Nevado, sentado sobre una enorme roca, muy quieto, mientras unas manos fuertes y firmes recomponían su cuerpo, oprimiendo aquí y allá para hacerlo más sólido y consistente. Unas manos de un color verde brillante que refulgía bajo la luz de la antorcha. Unas manos talladas en el más fino cristal.

—Bipa —dijo Lumen—, te presento a Esme.

Ella se alzó en sus cerca de dos metros y medio de estatura. Era un gólem de cristal verde y formas femeninas, exquisitamente tallado, con un rostro de rasgos humanos que mostraba una cierta expresión de ternura, aunque Bipa no pudo dilucidar si esto último se debía a la habilidad del escultor o al hálito de espíritu que latía en aquel cuerpo artificial.

—La llamé Esmeralda por razones obvias —sonrió el Maestro Cristalero—. Fue mi primer gólem, y el último. La hice en los primeros tiempos de mi exilio, cuando la soledad y el rechazo de mi gente me volvían loco. Por supuesto, no habla, pero me hace compañía, a su modo. Durante más tiempo del que puedo recordar ha sido mi única amiga. Y no tendrá corazón, pero sé que, de algún modo, tiene un alma.

Bipa se atrevió a dar un par de pasos hacia Esme, no más. Aunque parecía amistosa, era tan imponente que la intimidaba.

—¿Y renuevas su vida con el
Ópalo
?

—Cada cierto tiempo, sí. Cuando empiezo a notarla cansada. Como ves, mi
Ópalo
mantiene a un solo gólem. Nada que ver con el ejército de gólems de hielo de Gélida, ni con el gran número de gólems de cristal que tiene que animar mi hermano. Por eso mi
Ópalo
todavía conserva buena parte de sus energías.

—Hola..., Esme —saludó Bipa, dubitativa. La gólem inclinó la cabeza en correspondencia.

—No solemos recibir visitas —dijo Lumen—. Y sólo la dejo salir al exterior de noche, de modo que no ha tenido mucho trato con extraños. A los de la Ciudad no les gusta, sabes... porque es insultantemente verde —sonrió—. El color verde les gusta incluso menos que el rojo. Tal vez por ser el color preferido de la Diosa.

Bipa osó por fin acercarse a los dos gólems. Comprobó que Nevado estaba bien y se atrevió a alargar la mano hacia Esme, sólo para tocarla, sólo para saber cómo era al tacto aquella pulida superficie verde. Ella giró la cabeza hacia la joven, que se sobresaltó y retiró la mano. Pero, como Esme no volvió a moverse, Bipa la tocó otra vez, maravillada. Era fría, aunque no tanto como Nevado. Sin embargo, su tacto era agradable. El material del que estaba hecho el cuerpo de Esme era duro, más duro que el del gólem de nieve, y también suave. Bipa volvió a acariciar el antebrazo de Esme con la yema de los dedos.

—Se parece a los enormes cuarzos de aquella cueva —comentó—. Y tan verde. Cuesta trabajo creer que está viva... de alguna manera.

—De alguna manera —asintió Lumen con gravedad.

Bipa lo miró.

—Es por eso por lo que no quieres confiar tu
Ópalo
a otra persona —dijo—. Porque temes que no se ocupe de Esme igual que tú. Que la deje morir, que se olvide de ella. ¿No es así?

El Maestro Cristalero asintió.

—Pero hay otro motivo —añadió— y éste tiene que ver directamente con mi hermano. Si entrega su
Ópalo
ya nada lo retendrá en la Ciudad de Cristal y entonces se marchará al palacio de la Emperatriz.

—¿No es lo qué él desea?

—Sí —asintió Lumen—. Pero ya hace tiempo que no estoy seguro de que ese lugar sea el paraíso del que todos hablan. Porque lo cierto es que nadie ha regresado para contarlo.

Bipa sintió una extraña opresión en el pecho.

—Aer volverá —afirmó—. Regresará para buscar a su madre. Él...

—Quizá no se trate de una cuestión de voluntad —interrumpió el Maestro Cristalero—. Mira.

Alzó la mano para colocarla ante el fuego de la antorcha. Bipa vio que el resplandor de la llama era claramente apreciable a través de su carne.

—Somos los
cristalinos
. Nos llaman así porque habitamos en una ciudad tallada en cristal. Pero tenemos otro nombre, un nombre que refleja con mucha más exactitud nuestra verdadera esencia. Nos llaman los
translúcidos
.

Bipa tragó saliva.

Tiempo atrás, Aer le había explicado que las cosas translúcidas eran las que dejaban pasar la luz sólo un poco, al contrario que las transparentes, que la dejaban pasar completamente.

—Tú eres una
opaca
—concluyó Lumen, como si siguiese el curso de sus pensamientos—. Nosotros, los
translúcidos
, somos el paso intermedio entre los
opacos
y los
etéreo
s.

»Todos
Cambian
en la Ciudad de Cristal; todos acaban volviéndose
translúcidos
tarde o temprano. Pero el proceso no se detiene ahí. La gente sigue
Cambiando
, y cuando están a punto de alcanzar el siguiente estadio, entonces abandonan la Ciudad y siguen adelante.

»Lux y yo llevamos aquí mucho más tiempo del que nadie puede recordar. Y, sin embargo, ninguno de los dos hemos
Cambiado
gran cosa desde que tenemos los
Ópalos
. Nuestro proceso de
Cambio
está estancado. Y mientras siga así no podremos continuar adelante, porque así lo dictan nuestras leyes. Para abandonar la Ciudad, mi hermano debería seguir
Cambiando
, y para seguir
Cambiando
tendría que deshacerse de su
Ópalo
primero. Y no puede hacerlo mientras yo conserve el mío. ¿Lo entiendes ahora?

Bipa asintió, aunque no lo comprendía del todo.

—La mayor parte de la gente
Cambia
—dijo Lumen—. Lo quiera o no.

—¿Quieres decir que, si Aer llega al palacio de la Emperatriz, se convertirá en un
etéreo
? ¿Se volverá transparente?

—Los
etéreos
son criaturas extrañas, Bipa. No sé hasta que punto son ya humanos. Quizá por esta razón nadie que haya emprendido el camino hacia el palacio de la Emperatriz ha vuelto sobre sus pasos. Ni los que sucumbieron en el viaje ni los que llegaron al final. Por eso, si no te vuelves como ellos, si no te transformas en una
etérea
, nunca más volverás a ver a tu amigo.

El estómago de Bipa se contrajo de miedo. Respiró hondo.

—En tal caso —dijo, alzando la cabeza con decisión— lo alcanzaré antes de que llegue.

Lumen sonrió.

—Deberás partir ya, pues. Esme —llamó—, lleva a Nevado a la galería oriental, a la puerta de salida, ya sabes cuál. Nosotros nos reuniremos con vosotros cuando llegue el momento.

La gólem se levantó, con un crujido de sus articulaciones de cristal, y Nevado la imitó. Bipa los perdió de vista, porque Lumen salió de la sala, llevándose la antorcha, y tuvo que seguirlo. La muchacha se sintió algo intranquila al pensar que dejaban a los dos gólems en la más completa oscuridad. Pero oyeron los pasos de ambos, rechinantes los de ella, susurrantes los de él, alejándose en sentido contrario, al parecer sin echar la luz en falta, por lo que Bipa se obligó a sí misma a calmarse al respecto.

Subieron todavía más, hasta que percibieron la luz del día al final del túnel.

—¿Vamos a salir fuera? —dijo Bipa, preocupada.

Recordaba muy bien las laderas de la montaña que rodeaban la Ciudad, plagadas de manojos de prismas
cristalinos
, afilados como cuchillas.

—Tranquila, no hay peligro —la apaciguó Lumen.

Emergieron al exterior, en la ladera de la montaña. Había un enorme prisma vertical que ocultaba la entrada del túnel de posibles miradas curiosas. Lumen se refugió tras él, y Bipa, caminando con precaución entre los cristales, lo alcanzó.

—Echa un vistazo —la invitó el Maestro Cristalero.

Bipa obedeció.

Vio la Ciudad de Cristal al fondo del desfiladero, entre dos marañas de agujas a través de las que no se divisaba ni una sola senda segura.

—¿Lo ves? —murmuró Lumen—. No se puede pasar. La única forma de cruzar al otro lado es atravesando la Ciudad de Cristal.

—Pero no me dejarán entrar —dijo Bipa, desanimada.

—Yo conozco un modo. Sin embargo, tendrás que hacerlo de noche. Será más sencillo para ti pasar desapercibida entonces.

—¿Quieres decir que existe otra puerta aparte de las dos que se ven desde aquí, la de entrada y la de sali...? Un momento —se interrumpió—. ¿Qué es eso?

Lumen siguió la dirección de su mirada y vio un nutrido grupo de figuras que avanzaban por el desfiladero en dirección a las puertas de la ciudad. Las guiaba alguien que iba montado sobre algo que parecía un enorme lagarto translúcido.

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