La emperatriz de los Etéreos (19 page)

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Authors: Laura Gallego García

Tags: #Aventuras, fantástico, infantil y juvenil

BOOK: La emperatriz de los Etéreos
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—¿Yo? —se asustó Bipa—. ¿Por qué? Como tú mismo has dicho, soy una
opaca
y no...

—Una
opaca
con un
Ópalo
. No me malinterpretes: no quiero que ese objeto caiga en manos de Gélida. Si se lo entrego, como pide, hoy se marchará, pero mañana regresará con un ejército mucho mayor, y entonces sí destruirá la Ciudad de Cristal, porque mis gólems estarán demasiado agotados como para hacerle frente.

»Pero tampoco quiero tu
Ópalo
. Para mí es una carga. Hace ya mucho tiempo que ansió desprenderme de él y Caminar hacia el palacio de la Emperatriz. Pero no puedo...

—... porque tu hermano tiene un
Ópalo
semejante —murmuró Bipa—. Lo sé.

—Y porque tengo una responsabilidad para con la Ciudad. Hace mucho que deseo poder encontrar un sucesor, alguien que herede mi cargo. Pero no puedo entregarle mi
Ópalo
a nadie. Sin embargo, tú eres demasiado
opaca
como para seguir
Caminando
, y, por otro lado, tienes un
Ópalo
...

Bipa comprendió.

—¿Pretendes marcharte de aquí y dejarme a mí en tu lugar? ¡Pero yo no puedo ocupar tu puesto! Tengo que seguir adelante, tengo que encontrar a Aer...

—Con ese
Ópalo
no serás capaz de
Cambiar
, es demasiado poderoso todavía. De modo que no podrás llegar nunca al palacio de la Emperatriz. Pero éste —añadió, señalando su propia frente— está casi agotado. Después de tanto tiempo, por fin... se me permitirá Caminar... y
Cambiar
... incluso aunque lo lleve puesto.

—No pienso quedarme aquí —insistió ella—. No puedo.

—Podrás —le aseguró Lux—, porque te quedarás aquí encerrada hasta que seas uno de nosotros. Y entonces comprenderás la importancia de la gema que traes, y estarás dispuesta a aceptar tu destino como Señora de la Ciudad de Cristal.

—¿Y convertirme en alguien como tú? —replicó Bipa, desafiante—. No, gracias.

Lux no respondió. Sólo la miró un instante, con una enigmática sonrisa. Y Bipa no pudo evitar acordarse de Lumen, tan idéntico a él, y a la vez tan diferente.

Entonces, el Señor de la Ciudad de Cristal dio media vuelta y salió de la celda.

—¡Eh! —lo llamó Bipa—. ¿Has escuchado algo de lo que te he dicho?

No hubo respuesta. Bipa pegó la nariz a la pared y oteó el exterior, pero no pudo ver ya a nadie entre la niebla. Fuera seguía siendo de noche.

Entonces, se oyó un silbido, un golpe y un estruendo de cristales rotos. Bipa levantó la cabeza, alerta.

—¿Qué ha sido eso?

El ruido se repitió. La muchacha prestó atención. Parecía como si algo muy pesado hubiese caído del cielo sobre los tejados de la ciudad. Enseguida, otro de aquellos objetos se estrelló contra una casa, muy cerca de allí. Bipa estaba demasiado lejos como para verlo, pero oyó el sonido.

Si había caído tan cerca, también podría caer sobre ella.

A través de las paredes de su prisión vio que la calle se animaba. Los habitantes de la ciudad, presurosos, salían de sus casas y corrían todos en la misma dirección. Los gólems los seguían.

—¿Qué estará pasando? —se preguntó Bipa.

En alguna parte, una torre se rompió en mil pedazos, abatida por otro de aquellos grandes objetos que llovían del cielo.

—Tenemos que salir de aquí —le dijo a Nevado, estremeciéndose.

Trató de mover la gran roca de cuarzo que bloqueaba la entrada, pero no fue capaz. Nevado también lo intentó, y consiguió desplazar la roca un poco, pero no lo suficiente. Empujaron los dos a la vez. Sin embargo, el cuarzo no se movió ni un centímetro más.

Cuando Bipa, cansada de empujar, se dejó caer en el suelo, exhausta, algo atrajo su atención en el exterior. Volvió a pegar la nariz al cristal y distinguió, emergiendo de entre las sombras nocturnas, la alta figura de un gólem que se acercaba. Hasta que no estuvo junto a la puerta, Bipa no se percató de que era más oscuro que los demás.

—¿Esme? —la llamó, sin poder ocultar su alegría.

Ella no dio muestras de haberla oído. Empujó el bloque de cuarzo de la entrada hacia un lado, desde un punto que Bipa y Nevado, encerrados en el interior de la celda, no podían alcanzar. Y, después de unos breves instantes de incertidumbre, la roca se movió, despejándoles la salida.

Bipa recogió sus cosas y se apresuró a escapar al exterior, seguida de Nevado. Se abrazó a la dura cintura de Esme.

—¡Gracias, gracias! Te debemos otra, Esme.

Ella inclinó la cabeza para mirarla, pero esa fue su única reacción. Se separó de Bipa con delicadeza y echó a andar sin esperarlos. Pese a ello, Bipa supo que tenían que seguirla.

Corrieron detrás de Esme, atravesando las calles de la Ciudad de Cristal. Nadie les prestó atención. Todos tenían cosas más importantes en qué pensar.

Los bloques seguían cayendo del cielo, y Bipa tuvo ocasión de examinar uno de ellos. Había quedado en medio de una calle, adónde había ido a parar tras destrozar una cúpula.

—Es granizo —dijo la chica, perpleja—. Está granizando.

Pero aquellas piedras de hielo eran demasiado grandes como para ser naturales. Por otra parte, estaban causando destrozos considerables. «Si aquí granizara de esta forma a menudo —razonó Bipa—, a estas alturas ya no existiría la Ciudad de Cristal.»

Pero, entonces, ¿quién podría bombardear la ciudad de aquella manera? Bipa pensó en Gélida. Sin embargo, desechó la idea. Ni siquiera ella sería capaz de hacer algo así.

Apartó definitivamente aquellos pensamientos de su mente para salir corriendo detrás de Esme, que se alejaba. La siguió durante un rato, entre el sonido atronador de los proyectiles de hielo que torturaban la ciudad, hasta que ella se detuvo en la entrada de la calle que conducía a la puerta de salida. Allí seguía todavía uno de los gólems guardianes, silencioso e inmóvil. El otro, probablemente, habría ido donde todos los demás, a defender la ciudad, si es que podían defenderla de alguna manera.

—No nos dejará pasar —dijo Bipa, preocupada. Comprendía que no podía pedir a Esme que luchara contra él, y Nevado no era lo bastante consistente como para poder enfrentarse a un gólem de cristal.

En aquel instante, el guardián de la puerta volvió la cabeza hacia Bipa para evaluarla. Ella entendió entonces que no la juzgaba por ser una intrusa, sino por su condición de
opaca
.

Bipa tuvo miedo. El gólem de cristal se movió hacia ella, amenazador. En esta ocasión, adivinó, no se contentaría con dejarla inconsciente. Iba a matarla. Dio media vuelta para escapar, pero chocó con Nevado, y ambos cayeron al suelo.

El gólem de cristal descargó el puño sobre ellos.

Pero un brazo verde se interpuso entre el guardián y sus víctimas. Se oyó un sonido desagradable, como un chirrido, y el gólem de cristal retrocedió un paso.

Bipa se atrevió a mirar.

Esme se alzaba ante ella, inmóvil, majestuosa, protegiéndolos del guardián con su propio cuerpo. Las dos enormes criaturas se miraron la una a la otra. Esme avanzó un paso.

Mientras tanto, seguían lloviendo bloques de hielo sobre la Ciudad de Cristal.

El guardián se abalanzó sobre Esme, y los dos gólems chocaron con violencia. Esme resistió el golpe; sus pies no se despegaron del suelo. El gólem de cristal la golpeó, volteando el brazo contra ella, y Bipa oyó que algo se resquebrajaba. Sin embargo, en la penumbra no pudo distinguir cuál de los dos había sufrido daños.

Sintió que algo muy frío y húmedo tiraba de ella, y se sobresaltó.

Descubrió que se trataba de Nevado, que se había puesto en pie e intentaba levantarla. Bipa obedeció, aún aturdida. Cuando se quiso dar cuenta, Nevado la arrastraba hacia la puerta. La muchacha trató de reaccionar y se desasió del helado contacto de su mano.

—Para... ¡Para! ¡No podemos dejarla así!

Pero Nevado la cogió, sin contemplaciones, y se la cargó a la espalda. Bipa pataleó, llamando a Esme, mientras el gólem de nieve corría en dirección a la puerta y, a sus espaldas, aquellas dos formidables criaturas, una de cristal y otra de esmeralda, seguían enzarzadas en una terrible batalla.

Por fin, Nevado la depositó ante la puerta. Bipa echó un último vistazo atrás, pero la niebla y la oscuridad impedían ver otra cosa que dos formas confusas. Respiró hondo y se esforzó por concentrarse en la vía de escape que tenía frente a ella.

En aquel momento se oyó un ruido que acabó con un escalofriante tintineo, como si algo muy grande se hubiera roto en mil pedazos.

—¡Esme! —gritó Bipa, angustiada.

Trató de volver atrás, pero Nevado la retuvo entre sus fríos brazos.

—No te preocupes por ella —dijo una voz en la oscuridad.

Bipa distinguió los rasgos del Señor de la Ciudad de Cristal, y retrocedió asustada. Pero él sonrió; y Bipa descubrió entonces que era Lumen, el Maestro Cristalero.

—Me temo que te debo una disculpa por no haberte hablado de los gólems que vigilaban las puertas —dijo él—. En mi defensa diré que no sabía que existían. Lux debe de haberlos puesto aquí después de que yo fuese expulsado de la ciudad.

Pero a Bipa eso ya no le preocupaba.

—¿Qué está pasando? —inquirió—. ¿Qué son esas cosas de hielo, y de dónde salen?

—Gélida no ha querido esperar al amanecer: está atacando la ciudad.

—No puede ser —balbuceó la chica—. ¿Qué vais a hacer?

—Defendernos, por supuesto. Y ahora, vete. Los asuntos de los
translúcidos
no son de la incumbencia de una muchacha
opaca
.

—Pero... ¡todo esto es culpa mía!

—No, no lo es. Gélida lleva mucho tiempo queriendo traspasar las puertas de la Ciudad de Cristal, pero Lux nunca se lo ha permitido: sólo es una pálida, demasiado
opaca
para continuar, y lo seguirá siendo, mientras sea incapaz de renunciar a su ejército, a su palacio y a sus sirvientes. Gélida quiere tu
Ópalo
, es cierto. Pero también desea atravesar la ciudad, como tantos otros. Y ahora ya tiene una excusa para tratar de hacerlo a la fuerza. Márchate: nosotros nos ocuparemos. Yo ayudaré a mi hermano y animaré más gólems para él.

—Pero... ¿qué pasará con Esme?

—Mi
Ópalo
no va a desgastarse con tanta facilidad, Bipa, no te preocupes.

Mientras hablaba, una figura se había acercado a ellos, envuelta en jirones de niebla. Cuando se aproximó lo bastante como para poder reconocerla, Bipa dejó escapar un suspiro de alivio: era Esme.

Parecía cansada, y su pulida superficie cristalina estaba resquebrajada en algunos puntos, pero aún estaba entera.

La joven se sintió tan aliviada que la abrazó con fuerza.

—Gracias, Esme.

Lumen sonrió.

—Es una chica fuerte. Es hora de que te vayas, Bipa. La gente está muy ocupada, pero igualmente tratarán de impedirte marchar, si te descubren.

Ella los abrazó a ambos y les dio las gracias de nuevo. Después, seguida de Nevado, franqueó las puertas de la ciudad de Cristal y corrió entre la niebla sin mirar atrás.

El camino ascendía entre dos paredes rocosas espinadas de agujas de cristal. Bipa corrió todo lo que pudo, trepó, resbaló, se levantó de nuevo... una y otra vez.

Cuando el día comenzaba a clarear se detuvo a recuperar el aliento, exhausta. Había llegado a lo alto de la elevación, pero el terreno no se abría ante ella, sino que, por el contrario, el camino se estrechaba y se adentraba en una cueva cuya boca estaba erizada de prismas de cristal, como los dientes de unas mandíbulas amenazadoras.

Bipa se estremeció y dudó un momento. Se dio la vuelta para contemplar, quizá por última vez, la Ciudad de Cristal que se extendía a sus pies. La luz del día había disipado la neblina lo bastante como para apreciar sus contornos. Desde allí también eran claramente visibles todos y cada uno de los gólems de hielo que aguardaban al otro lado, ante la muralla.

Sólo que ya no se contentaban con aguardar.

Un cristal se rompió en alguna parte. Y otro. Y otro más.

Bipa contempló, sobrecogida, cómo los gólems de Gélida lanzaban enormes bloques de hielo contra la muralla, con tanta violencia que llegaban a quebrarla. Sus cuerpos se contorsionaban en un giro imposible para voltear el brazo desde atrás, con un brusco movimiento de cintura que disparaba rocas de hielo como si sus miembros superiores fuesen una poderosa honda. Algunos de los proyectiles eran tan grandes y llegaban tan alto que alcanzaban las torres de cristal.

Bipa fue testigo de la destrucción de las delicadas agujas bajo la lluvia de bloques de hielo. Impasible, Gélida contemplaba el ataque de sus gólems desde lo alto de su enorme lagarto animado.

—¿Qué les pasa? —murmuró la muchacha, angustiada—. ¿Por qué no hacen nada?

Forzó la vista para tratar de distinguir lo que sucedía en el interior de las murallas. Una breve ráfaga de brisa despejó la niebla un poco más, y Bipa vio, no sin cierto alivio, que detrás de la puerta aguardaban docenas de gólems de cristal en perfecta formación. Descubrió entonces que estaban llegando más, desde todos los rincones de la ciudad. Cuando todos estuvieran preparados, las puertas se abrirían y los
translúcidos
se defenderían por fin del ataque de Gélida.

Bipa no vislumbró a Esme entre las criaturas de cristal, aunque desde aquella distancia era difícil estar segura. Con todo, el hecho de no distinguirla entre los demás la tranquilizó un tanto, y pensó que era curioso: aquel día muchos gólems serían destruidos, morirían, si es que la existencia de aquellas criaturas podía calificarse de «vida». Y, sin embargo, Bipa sólo podía preocuparse por Esme, quizá porque era distinta, o tal vez porque la conocía... o porque tenía un nombre.

Sin poder evitarlo, la joven alzó la cabeza para mirar a Nevado, que seguía en pie, junto a ella. Su cuerpo ya no era tan blanco como la nieve recién caída; ahora era de una tonalidad blanca sucia, y estaba maltrecho, al igual que su contorno. Bipa acarició su frío brazo con suavidad.

—Vámonos —le dijo, con cierta ternura.

Nevado no respondió. Pero bajó la mirada hasta ella, y en sus ojos huecos a Bipa le pareció leer un mudo asentimiento.

Ambos dieron la espalda a la ciudad donde
gélidos
y
cristalinos
iniciaban una dura batalla sin cuartel; una batalla que había comenzado por culpa del
Ópalo
que Bipa llevaba sobre su pecho. «Si gana Gélida —reflexionó la joven— quizá se apropie del
Ópalo
de Lumen.» ¿Qué sería entonces de Esme? Procuró no pensar en ello. Quizá cuando regresase con Aer, pudiera hacer algo para cambiar las cosas. Si es que regresaba.

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