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Authors: Christie Golden

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil

La danza de los muertos (27 page)

BOOK: La danza de los muertos
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Muy a su pesar, Dumont sintió que su confianza en Fando se tambaleaba. Cuando el chico estaba delante, resultaba imposible no quererlo, pero en ese momento, solo y con la cabeza a punto de estallar por culpa del exceso de alcohol, las dudas lo corroían. Si Lond decía la verdad respecto a la magia de Larissa, también podía ser cierto lo de Fando.

De todas formas, se sentía obligado a defender la confianza que había depositado en el muchacho.

—Hasta el momento ha sido fiel, y la tripulación lo adora. —El argumento sonaba hueco incluso a sus propios oídos. De pronto se le ocurrió una idea—. Si es un espía, ¿por qué no se deshizo del grupo de búsqueda antes?

—No tengo la menor idea —repuso Lond, paseando de arriba abajo y frotándose las manos enguantadas—; tal vez para reforzar la confianza que tenéis en él, para que os adormezcáis en una falsa sensación de seguridad. Y, como es evidente —bufó—, le ha salido bien. Ahora es tarde para detenerlo, pero tal vez podamos seguirlo.

—No —replicó Dumont—, enseguida se daría cuenta y lograría despistar a cualquiera. —Hizo una pausa, perdido en sus pensamientos—. Pero hay alguien que podría hacerlo —dijo al fin.

Lond sonrió desde la sombra que ocultaba su rostro.

DIECISÉIS

Paso a paso, el joven y fuerte cuerpo de Larissa se iba acostumbrando a los insólitos movimientos de la magia de la danza, e incluso comenzaba a disfrutar de ella; los salvajes saltos y balanceos eran muy diferentes de la antigua coreografía y le gustaba no tener que atenerse a movimientos previamente marcados, aunque había algunas posiciones con significado, una especie de taquigrafía mágica, pero, por lo general, dejaba el cuerpo en libertad para que éste siguiera el son de los tambores a su gusto.

La Doncella le había mandado encender una hoguera, y en esos momentos Larissa observaba ensimismada las lenguas cambiantes de luz y calor, que parecían bailarinas hipnotizadoras y apremiantes.

—El fuego quema —dijo la Doncella—, limpia, destruye y purifica; de las cenizas renace la vida, de las llamas proviene el calor que salva a los seres. Quiero que aumentes un poco el tamaño de esta pequeña hoguera. Baila las llamas.

Larissa se levantó y comenzó a moverse despacio, sin apartar los ojos de la fogata. Se cimbreó, y sus brazos ascendieron por voluntad propia; los dedos aleteaban encarnando el lamer de las llamas.

Comenzó a reír para sí. Ese elemento le resultaba fácil, mucho más fácil que el agua: dejarse llevar y arrastrar por las sensaciones… El fuego quema…

La joven sentía mucho calor, una energía abrasadora, y su cuerpo respondía agitando los brazos y moviendo los dedos como lenguas de fuego.
El fuego quema

De pronto un súbito chasquido la sacó del trance. Parpadeó desconcertada y entonces vio lo que sucedía: uno de los viejos cipreses que crecían junto a la poza había estallado en llamas. El rostro se le llenó de ceniza; el incendio rugía y arrasaba amenazando con propagarse peligrosamente hacia los otros árboles. La joven lo miró traspuesta de horror.

Por suerte, la Doncella reaccionó con prontitud. Se acercó al agua a toda prisa, sumergió su fuerte y delgado cuerpo e invocó la magia acuática sin dilación. Una ola inmensa se levantó del río y apagó casi todo el fuego, pero el lado derecho del árbol siguió ardiendo; una segunda ola se precipitó con un bramido sobre el ciprés y terminó con las devoradoras llamas.

La Doncella regresó a la orilla y enterró los pies en el suelo. Cerca de las raíces del árbol muerto, la tierra salió despedida hacia el aire como impulsada por un animal cavador, se depositó sobre las ascuas y las apagó definitivamente.

Las dos mujeres se quedaron un momento mirando el tronco ennegrecido que todavía humeaba, y Larissa recordó que se trataba del primer árbol que le había permitido viajar a través de él.

La Doncella meneó la cabeza con tristeza; no tenía necesidad de decir nada, pues la joven comprendía lo que había hecho y por qué había sucedido.

—Lo lamento profundamente, Doncella —musitó Larissa con la cara todavía petrificada de horror—, lo siento muchísimo.

—Lo sé —replicó, enlazándola por la cintura—. Medita sobre lo que has provocado y aprende del error; después, olvídalo.

Permanecieron en silencio observando el árbol muerto. Tan sólo unos días antes, Larissa no habría concedido ninguna importancia a un ciprés quemado; pero a ése lo conocía, había viajado a través de él, y el árbol había confiado en ella y la había aceptado. En ese momento se dio cuenta de lo bien que encajaba aquel ciprés en el entorno, del gran número de criaturas a las que proporcionaba cobijo… y ella, por una absurda falta de concentración, lo había destruido.

—Vamos, niña —intervino la Doncella de pronto—, ya es hora de cenar. Entiéndete con el fuego de una manera más mundana y prepárate el conejo que Deniri tuvo la gentileza de cazar para ti.

Todavía ruborizada por la culpa, dio la espalda a los restos del árbol. Desolló el conejo con escasa destreza, porque nunca había tenido que cocinar hasta entonces, y se las arregló para improvisar un asador. Pronto empezó a despedir un aroma que le hacía la boca agua.

—¡Qué olorcillo tan delicioso! ¿Hay bastante para dos? —preguntó una voz alegre. Larissa miró hacia atrás y para su asombro y su alegría, vio a Fando, que avanzaba hacia ella con un enjambre de
feux follets
sobre la cabeza.

—¡Fando! —exclamó; se puso en pie inmediatamente y echó a correr hacia él. Chocaron torpemente y la joven lo abrazó con fiero placer; los
feux follets
parpadeaban, revoloteaban de un lado a otro y cambiaban de color—. ¡Fando! ¡Cuánto me alegro de verte!

—Por eso he venido —bromeó el joven, aunque la abrazaba con tanta fuerza como ella a él—. ¿Acudió en tu ayuda el
feu follet
?

—Sí —asintió ella con alegría—, y un árbol movedizo me salvó, y Orejasluengas me trajo…

—¡Bien, bien! ¡No tan deprisa! —dijo Fando en son de broma—. Esa historia vale más que me la cuentes durante la cena; estoy muerto de hambre.

—Bienvenido, Fando —terció la Doncella, que se adelantó hasta la altura de la pareja—. Come y, cuando te hayas repuesto, te contaremos todas las historias.

Hicieron un círculo de luz en la oscuridad y cenaron. Fando animó a Larissa a que le contara su aventura en los marjales y rió a grandes carcajadas cuando supo que Orejasluengas la había aceptado.

—No traba amistad con facilidad —comentó el joven—; por eso, cuando se dice que alguien es más precavido que Orejasluengas, significa que tarda mucho en confiar en la gente.

—Tal como debías suponer —dijo la Doncella—, Larissa ha aceptado aprender la magia de la danza, y está haciendo progresos.

—Es que tengo una gran maestra —acotó Larissa, desviando el cumplido.

—Entonces… —Fando dudó un momento—. Entonces, ¿ya sabes quién eres? ¿Recuerdas la primera vez que viniste a Souragne?

La bailarina asintió al tiempo que se chupaba los dedos, ligeramente chamuscados. Percibía cierta tensión en la voz de su amigo pero no sabía a qué sería debido.

—El pantano ya no me da miedo, si es eso lo que querías saber.

—No sabes cuánto me alegra oírtelo decir, Larissa —le dijo, claramente aliviado.

Larissa levantó la mirada hacia él y volvió a sentirse cautiva del dulce misterio que asomaba desde las profundidades de aquellos ojos oscuros.

—¿Qué nos cuentas del barco de vapor? —inquirió la Doncella, rompiendo el encanto del momento. El rostro de Fando se oscureció.

—Lond actúa deprisa.

Larissa comenzó a tiritar, a pesar del calor húmedo del anochecer, y Fando se aproximó a ella y le rodeó los hombros con su cálido brazo.

—¿Cuántos? —musitó la joven.

—Casi toda la tripulación, ya. —Acarició con suavidad su blanco cabello—. Los artistas, a excepción de Casilda, no han sufrido daño, aunque supongo que están a punto de darse cuenta de que algo va muy, muy mal. He descubierto que desde la bodega de los prisioneros se oye la música y sospecho que las canciones son una especie de conjuro mágico. Lond es lo suficientemente inteligente como para saber que la voz de los vivos comunica algo que la de los muertos vivientes es incapaz de transmitir.

—Entonces, ¿por qué Casilda se convirtió…? —Larissa no pudo siquiera terminar la frase; la bilis se le subió a la garganta y tuvo que tragar con fuerza.

—Tal vez vio una cosa que no debería haber visto —repuso Fando.

—Sí, seguro que es eso, ahora lo comprendo. Creo que no es la primera vez que Dumont ha matado… a una artista molesta. Liza, a quien Cas suplía, murió asesinada y nunca se supo quién lo había hecho. Tal vez descubrió por casualidad a los esclavos. —Sacudió la cabeza con tristeza—. ¡Qué asunto tan asqueroso y repugnante!

—¿Cómo están los prisioneros? —se interesó la Doncella.

—Resisten, no reciben malos tratos.

—¿Y Panzón?

—Ahora, el zorro
loah
y él son muy buenos amigos. Creo que Cola Bermeja sería capaz de luchar contra su propio hermano por nuestro querido compañero. —Rió con malicia—. A Orejasluengas le va a dar un ataque.

—¿Cuánto tiempo más crees que puedes alargar la situación? —preguntó la Doncella.

—No sé —respondió Fando, sin rastro ya de alegría en el rostro—. Les he hecho dar todos los rodeos posibles, sin arriesgarme a que Lond sospeche; no hay que olvidar que él también conoce el pantano. Todavía puedo apoyarme en detalles como la profundidad del agua y cosas parecidas, pero, si abuso de las evasivas, se dará cuenta.

—Siempre fue muy inteligente para lo que le interesaba —acotó la Doncella agitando su musgosa cabeza—. ¿Qué te parece? ¿Una semana? ¿Dos?

Fando guardó silencio, miró con sobriedad el fuego un momento y después levantó la vista hacia la Doncella.

—Unos cuantos días a lo sumo.

La Doncella, pesarosa, cerró los ojos unos instantes.

—Larissa necesita más preparación.

—No tenemos tiempo.

La mujer-planta se dio la vuelta y se fue hasta el lindero del claro. Larissa se quedó contemplando la delgada silueta que se recortaba fuera del alcance de la luz anaranjada de la fogata. La Doncella permanecía inmóvil, sin moverse en absoluto. Larissa volvió la atención hacia Fando.

—Me alegro de que no hayan surgido contratiempos. Temía que sospecharan de ti.

—En absoluto —dijo Fando con una sonrisa—. Todo el mundo confía en mí, lo cual resulta muy conveniente.

Larissa dejó escapar una breve risa. Los
feux follets
seguían danzando alrededor de Fando, igual que a su llegada.

—A los
feux follets
les gustas —comentó—. No había vuelto a verlos desde que llegué a la isla.

—Es lógico que les guste —repuso Fando con una mueca irónica— porque soy de su especie.

—¿Eres…? —La bailarina lo miró perpleja—. ¿Tú eres
feu follet
?

—¿No lo sabías? —preguntó sorprendido a su vez.

—¿Cómo iba a saberlo? —replicó Larissa sin dejar de mirarlo.

—Creí que la Doncella… ¿Recuerdas cuando te convertiste en mata-blanca? —Larissa asintió, y Fando le tomó las manos—. Yo era el
feu follet
que no quería separarse de ti cuando tu padre te llevó del bosque. Cuando la Doncella pidió un voluntario para convertirse en humano, me faltó tiempo para presentarme. Me convertí en hombre por ti, Larissa…, por ti y por los míos.

—Pero no eres humano —musitó la joven separándose de él—. No eres un hombre de verdad.

La silenciosa felicidad de Fando se derritió como la nieve en primavera, y el muchacho probó el sabor del miedo.

—Soy bastante humano —contestó; era consciente de que su voz se teñía de aprensión, pero no le importaba—. ¡Mira! Me están saliendo callos en las manos; tengo que comer, dormir y…

—Y lees la mente con un simple roce —lo interrumpió Larissa; cruzó los brazos sobre el pecho en gesto de protección.

—¡Larissa!

De repente, Fando tenía los ojos húmedos; nunca había sentido tanto dolor. Se levantó con pesadez y se acercó a la Doncella.

Larissa se quedó mirándolo destrozada. No sabía qué hacer y se puso a remover el fuego sin ninguna finalidad. De vez en cuando levantaba los ojos hacia la pareja de sombras que conversaba en voz baja. En un momento determinado, la Doncella abrazó al joven, y Fando apoyó la cabeza en su seno como un niño. La muchacha se estremeció y se dispuso a acostarse. Se acurrucó en su montón de musgo, pero no lograba cerrar los ojos.

Un rato más tarde, la Doncella regresó.

—No te enfades con Fando. Es lo que es por amor a ti… Aunque no sea completamente humano, jamás recuperará su forma de
feu follet
. Sin embargo, no es un monstruo. Trátalo con amabilidad, Larissa, si no puedes hacerlo de otra forma. Habla con él antes de que regrese al barco y a sus deberes.

Le dio la espalda y se diluyó en el bosque, fuera de la vista de Larissa.

La bailarina se sentó al ver acercarse a Fando. El rostro de la joven recibía la cálida luz de la hoguera, pero su pelo recogía la fría luminosidad de la luna. Sin una palabra, Fando se sentó a su lado y contempló las estrellas; después posó los ojos en ella con ternura, y Larissa se acongojó al descubrir cuánto dolor contenían. Pese a ello, no podía apartar la mirada y, durante muchos minutos, permanecieron así, mirándose simplemente uno a otro, hasta que él rompió el silencio.

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