La comunidad del anillo (57 page)

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Authors: J. R. R. Tolkien

Tags: #Fantasía épica

BOOK: La comunidad del anillo
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Arriba, donde Gandalf ya apenas podía alcanzar, había un arco de letras entrelazadas en caracteres élficos. Abajo, aunque los trazos estaban en muchos sitios borrados o rotos, podían verse los contornos de un yunque y un martillo y sobre ellos una corona con siete estrellas. Más abajo había dos árboles y cada uno tenía una luna creciente. Más clara que todo el resto una estrella de muchos rayos brillaba en medio de la puerta.

—¡Son emblemas de Durin! —exclamó Gimli.

—¡Y ese es el árbol de los Altos Elfos! —dijo Legolas.

—Y la estrella de la Casa de Fëanor —dijo Gandalf —. Están labrados en
ithildin
que sólo refleja la luz de las estrellas y la luna y que duerme hasta el momento en que alguien lo toca pronunciando ciertas palabras que en la Tierra Media se olvidaron tiempo atrás. Las oí hace ya muchos años y tuve que concentrarme para recordarlas.

—¿Qué dice la escritura? —preguntó Frodo mientras trataba de descifrar la inscripción en el arco—. Pensé que conocía las letras élficas, pero éstas no las puedo leer.

—Está escrito en una lengua élfica del Oeste de la Tierra Media en los Días Antiguos —respondió Gandalf —. Pero no dicen nada de importancia para nosotros. Dicen sólo
Las Puertas de Durin, Señor de Moria. Habla, amigo y entra.
Y más abajo en caracteres pequeños y débiles está escrito:
Yo, Narvi, construí estas puertas. Celebrimbor de Acebeda grabó estos signos.

—¿Qué significa
habla, amigo y entra?
—preguntó Merry.

—Es bastante claro —dijo Gimli—. Si eres un amigo, dices la contraseña y las puertas se abren y puedes entrar.

—Sí —dijo Gandalf —, es probable que estas puertas estén gobernadas por palabras. Algunas puertas de enanos se abren sólo en ocasiones especiales, o para algunas personas en particular, y a veces hay que recurrir a cerraduras y llaves aun conociendo las palabras y el momento oportuno. Esta puerta no tiene llave. En los tiempos de Durin no eran secretas. Estaban de ordinario abiertas y los guardias vigilaban aquí. Pero si estaban cerradas, cualquiera que conociese la contraseña podía decirla y pasar. Al menos eso es lo que se cuenta, ¿no es así, Gimli?

—Así es —dijo el enano—, pero qué palabra era ésa, nadie lo sabe. Narvi y el arte de Narvi y todos los suyos han desaparecido de la faz de la tierra.

—¿Pero tú no conoces la palabra, Gandalf? —preguntó Boromir sorprendido.

—¡No! —dijo el mago.

Los otros parecieron consternados; sólo Aragorn, que había tratado largo tiempo a Gandalf, permaneció callado e impasible.

—¿De qué sirve entonces habernos traído a este maldito lugar? —exclamó Boromir, echando una ojeada al agua oscura y estremeciéndose—. Nos dijiste que una vez atravesaste las Minas. ¿Cómo fue posible si no sabes cómo entrar?

—La respuesta a tu primera pregunta, Boromir —dijo el mago— es que no conozco la palabra... todavía. Pero pronto atenderemos a eso. Y —añadió y los ojos le chispearon bajo las cejas erizadas— puedes preguntar de qué sirven mis actos cuando hayamos comprobado que son del todo inútiles. En cuanto a tu otra pregunta: ¿dudas de mi relato? ¿O has perdido la facultad de razonar? No entré por aquí. Vine del Este.

"Si deseas saberlo, te diré que estas puertas se abren hacia afuera. Puedes abrirlas desde dentro empujándolas con las manos. Desde fuera nada las moverá excepto la contraseña indicada. No es posible forzarlas hacia adentro.

—¿Qué vas a hacer entonces? —preguntó Pippin a quien no intimidaban las pobladas cejas del mago.

—Golpear a las puertas con tu cabeza, Peregrin Tuk — dijo Gandalf

Y si eso no las echa abajo, tendré por lo menos un poco de paz, sin nadie que me haga preguntas estúpidas. Buscaré la contraseña.

"Conocí en un tiempo todas las fórmulas mágicas que se usaron alguna vez para estos casos, en las lenguas de los elfos, de los hombres, o de los orcos. Aún recuerdo unas doscientas sin necesidad de esforzarme mucho. Pero sólo se necesitarán unas pocas pruebas, me parece, y no tendré que recurrir a Gimli y a esa lengua secreta de los enanos que no enseñan a nadie. Las palabras que abren la puerta son élficas, sin duda, como la escritura del arco.

Se acercó otra vez a la roca y tocó ligeramente con la vara la estrella de plata del medio, bajo el signo del yunque, y dijo con una voz perentoria:

Annon edhellen, edro hi ammen!

Fennas nogothrim, lasto beth lammen!

Las líneas de plata se apagaron, pero la piedra gris y desnuda no se movió.

Muchas veces repitió estas palabras, en distinto orden, o las cambió. Luego probó diversas fórmulas, una tras otra, hablando ahora más rápido y más alto, ahora más bajo y más lentamente. Luego dijo muchas palabras sueltas en élfico. Nada ocurrió. La cima del risco se perdió en la noche, las estrellas innumerables se encendieron allá arriba, sopló un viento frío y las puertas continuaron cerradas.

Gandalf se acercó de nuevo a la pared y alzando los brazos habló con voz de mando, cada vez más colérico.
Edro! Edro!
, exclamó, golpeando la piedra con la vara.
¡Ábrete! ¡Ábrete!
, gritó y continuó con todas las órdenes de todos los lenguajes que alguna vez se habían hablado al oeste de la Tierra Media. Al fin arrojó la vara al suelo y se sentó en silencio.

 

En ese instante el viento les trajo desde muy lejos el aullido de los lobos. Bill el poney se sobresaltó, asustado, y Sam corrió a él y le habló en voz baja.

—¡No dejes que se escape! —dijo Boromir—. Parece que pronto lo necesitaremos, si antes no nos descubren los lobos. ¡Cómo odio esta laguna siniestra!

Inclinándose, recogió una piedra grande y la arrojó lejos al agua oscura. La piedra desapareció con un suave chapoteo, pero casi al mismo tiempo se oyó un silbido y un sonido burbujeante. Unos grandes anillos de ondas aparecieron en la superficie más allá del sitio donde había caído la piedra y se acercaron lentamente a los pies del risco.

—¿Por qué hiciste eso, Boromir? —dijo Frodo—. Yo también odio este lugar y tengo miedo. No sé de qué: no de los lobos, o de la oscuridad que espera detrás de las puertas; de otra cosa. Tengo miedo de la laguna. ¡No la perturbes!

—¡Ojalá pudiéramos irnos! —dijo Merry.

—¿Por qué Gandalf no hace algo? —dijo Pippin.

Gandalf no les prestaba atención. Sentado, cabizbajo, parecía desesperado, o inquieto. El aullido lúgubre de los lobos se oyó otra vez. Las ondas de agua crecieron y se acercaron; algunas lamían ya la costa.

De pronto, tan de improviso que todos se sobresaltaron, el mago se incorporó vivamente. ¡Se reía!

—¡Lo tengo! —gritó—. ¡Claro, claro! De una absurda simpleza, como todos los acertijos una vez que encontraste la solución.

Recogiendo la vara y de pie ante la roca, dijo con voz clara:
—Mellon!

La estrella brilló brevemente y se apagó. En seguida, en silencio, se dibujó una gran puerta, aunque hasta entonces no habían sido visibles ni grietas ni junturas. Se dividió lentamente en el medio y se abrió hacia afuera pulgada a pulgada hasta que ambas hojas se apoyaron contra la pared. A través de la abertura pudieron ver una escalera sombría y empinada, pero más allá de los primeros escalones la oscuridad era más profunda que la noche. La Compañía miraba con ojos muy abiertos.

—Después de todo, yo estaba equivocado — dijo Gandalf — y también Gimli. Merry, quién lo hubiese creído, encontró la buena pista. ¡La contraseña estaba inscrita en el arco! La traducción tenía que haber sido:
Di "amigo" y entra.
Sólo tuve que pronunciar la palabra
amigo en
élfico y las puertas se abrieron. Simple, demasiado simple para un docto maestro en estos días sospechosos. Aquellos eran tiempos más felices. ¡Bueno, vamos!

 

Gandalf se adelantó y puso el pie en el primer escalón. Pero en ese momento ocurrieron varias cosas. Frodo sintió que algo lo tomaba por el tobillo y cayó dando un grito. Se oyó un relincho terrible y Bill el poney corrió espantado a lo largo de la orilla perdiéndose en la oscuridad. Sam saltó detrás y oyendo en seguida el grito de Frodo regresó de prisa, llorando y maldiciendo. Los otros se volvieron y observaron que las aguas huían, como si un ejército de serpientes viniera nadando desde el extremo sur.

Un largo y sinuoso tentáculo se había arrastrado fuera del agua; era de color verde pálido, fosforescente y húmedo. La extremidad provista de dedos había, aferrado a Frodo y estaba llevándolo hacia el agua. Sam, de rodillas, lo atacaba a cuchilladas.

El brazo soltó a Frodo y Sam
arrastró
a su amo alejándolo de la orilla y pidiendo auxilio. Aparecieron otros veinte tentáculos extendiéndose como ondas. El agua oscura hirvió y el hedor era espantoso.

—¡Por la puerta! ¡Subid las escaleras! ¡Rápido! —gritó Gandalf
saltando hacia atrás.

Arrancándolos al horror que parecía haberlos encadenado a todos al suelo, excepto a Sam, Gandalf consiguió que corrieran hacia la puerta.

Habían reaccionado justo a tiempo. Sam y Frodo estaban unos pocos escalones arriba y Gandalf comenzaba a subir cuando los tentáculos se retorcieron tanteando la playa angosta y palpando la pared del risco y las puertas. Uno reptó sobre el umbral, reluciendo a la luz de las estrellas, Gandalf se volvió e hizo una pausa. Estaba considerando Qué palabra podría cerrar la galería desde dentro cuando unos brazos serpentinas se enroscaron a las puertas y con un terrible esfuerzo las hicieron girar, Las puertas batieron resonando y la luz desapareció. Un ruido de crujidos y golpes llegó sordamente a través de la piedra maciza.

Sam, asiéndose del brazo de Frodo, se dejó caer sobre un escalón en la negra oscuridad.

—¡Pobre viejo Bill! —dijo con voz entrecortado—. ¡Lobos y serpientes! Pero las serpientes fueron demasiado para él. Tuve que elegir, señor Frodo. Tuve que venir con usted.

Oyeron que Gandalf bajaba los escalones y arrojaba la vara contra la puerta. Hubo un estremecimiento en la piedra y los escalones temblaron, pero las puertas no se abrieron.

 

—¡Bueno, bueno! —dijo el mago—. Ahora el pasadizo está bloqueado a nuestras espaldas y hay una sola salida... del otro lado de la montaña. Temo que estos ruidos últimos vengan de unos peñascos que han caído ¡arrancando árboles y apiñándolos frente a la puerta!. Lo lamento, pues los árboles eran hermosos y habían resistido tantos años.

—Sentí que había algo horrible cerca desde el momento en que mi pie tocó el agua —dijo Frodo—. ¿Qué era eso, o había muchos?

—No lo sé —respondió Gandalf —, pero todos los brazos tenían un solo propósito. Algo ha venido arrastrándose o ha sido sacado de las aguas oscuras bajo las montañas. Hay criaturas más antiguas y horribles que los orcos en las profundidades del mundo.

No dijo lo que pensaba: cualquiera que fuese la naturaleza de aquello que habitaba en la laguna, había atacado a Frodo antes que a los demás.

Boromir susurró entre dientes, pero la piedra resonante amplificó el sonido convirtiéndolo en un murmullo ronco que todos pudieron oír:

—¡En las profundidades del mundo! Y ahí vamos, contra mi voluntad. ¿Quién nos conducirá en esta oscuridad sin remedio?

—Yo — dijo Gandalf —. Y Gimli caminará a mi lado. ¡Seguid mi vara!

Mientras el mago se adelantaba subiendo los grandes escalones, alzó la vara y de la punta brotó un débil resplandor. La ancha escalinata era segura y se conservaba bien. Doscientos escalones, contaron, anchos y bajos; y en la cima descubrieron un pasadizo abovedado que llevaba a la oscuridad.

—¿Por qué no nos sentamos a descansar y a comer aquí en el pasillo, ya que no encontramos un comedor? —preguntó Frodo.

Estaba empezando a olvidar el horrible tentáculo, y de pronto sentía mucha hambre.

La propuesta tuvo buena acogida y se sentaron en los últimos escalones, unas figuras oscuras envueltas en tinieblas. Después de comer, Gandalf le dio a cada uno otro sorbo del miruvor de Rivendel.

—No durará mucho más, me temo —dijo—, pero lo creo necesario luego de ese horror de la puerta. Y a no ser que tengamos mucha suerte, ¡nos tomaremos el resto antes de llegar al otro lado! ¡Tened cuidado también con el agua! Hay muchas corrientes y manantiales en las Minas, pero no se los puede tocar. Quizá no tengamos oportunidad de llenar las botas y botellas antes de descender al Valle del Arroyo Sombrío.

—¿Cuánto tiempo nos llevará? —preguntó Frodo.

—No puedo decirlo —respondió Gandalf—. Depende de muchas cosas. Pero yendo directamente, sin contratiempos ni extravíos, tardaremos tres o cuatro jornadas, espero. No hay menos de cuarenta millas entre la Puerta del Oeste y el Portal del Este en línea recta y es posible que el camino dé muchas vueltas.

 

Luego de un breve descanso, se pusieron otra vez en marcha. Todos ellos deseaban terminar esta parte del viaje lo antes posible y estaban dispuestos, a pesar de sentirse tan cansados, a caminar durante horas. Gandalf iba al frente como antes. Llevaba en la mano izquierda la vara centelleante, que sólo alcanzaba a iluminar el piso ante él; en la mano derecha esgrimía la espada Glamdring. Detrás de Gandalf iba Gimli, los ojos brillantes a la luz débil mientras volvía la cabeza a los lados. Detrás del enano caminaba Frodo, que había desenvainado la espada corta, Dardo. De las hojas de Dardo y Glamdring no venía ningún reflejo y esto era auspicioso, pues habiendo sido forjadas por elfos de los Días Antiguos estas espadas brillaban con una luz fría si había algún orco cerca. Detrás de Frodo marchaba Sam y luego Legolas y los hobbits jóvenes y Boromir. En la oscuridad de la retaguardia, grave y silencioso, caminaba Aragorn.

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