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Authors: Daniel Hernández Chambers

Tags: #Infantil y juvenil, Intriga

La ciudad de la bruma (15 page)

BOOK: La ciudad de la bruma
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Con toda la calma de que fueron capaces, unos a otros se pusieron al corriente. Primero explicaron que ambos habían vivido bajo el mismo techo durante un periodo de su infancia, para ser separados posteriormente; Elizabeth resumió después cómo había ido a parar al hospital y cómo al despertar se había encontrado con Joseph y este le había invitado a visitarle cuando le dieron el alta; luego William contó también apresuradamente cómo desde mediados del mes de agosto había intentado localizarla, mencionando la noche en que la había visto en el pub Ten Bells. Se guardó para sí lo demás, lo que Dawson y Mrs. Christie le habían contado.

—Pero ¿por qué, William? ¿Para qué me buscabas después de todos estos años? Yo creía que te habías olvidado de mí, al fin y al cabo éramos solo unos niños.

—Y lo había hecho, me había olvidado de ti. Pero… —se interrumpió al caer en la cuenta de que Elizabeth no debía tener ni idea de que su madre había muerto.

—¿Qué? —preguntaron al unísono ella y Joseph. Gregory continuaba en silencio, embobado. Había encontrado a su musa y desde que la había visto no paraban de brotar en su mente más y más versos.

—Fue tu madre quien me pidió que te encontrara.

—¿Ella? ¿Por qué? No quiso verme ni saber de mí desde que me envió a…

—Ha muerto.

Un nuevo silencio invadió la sala.

Los ojos de todos se fijaron en Elizabeth, pero ella permaneció en la misma posición, nadie podría decir al verla si la noticia le había afectado. Ni siquiera ella estaba segura: desde que la mandaron al internado había considerado a su madre culpable por querer separarse de ella, la había odiado, pero en el fondo seguía queriéndola aunque no comprendiese su comportamiento hacia ella. Llevaba ya meses en Londres y aunque al principio intentó contactar con ella, al no recibir respuesta a la carta que le envió a comienzos de mayo, desistió de la idea de verla, pero no por ello estaba preparada para descubrir que nunca más volvería a hacerlo. Sus ojos no se humedecieron, pero en su interior se produjo algo similar al llanto.

—Estuvo enferma durante algún tiempo —dijo William—, y las medicinas que le dieron no surtieron efecto. Al final me habló de ti, yo ni me acordaba, tu recuerdo se había borrado de mi memoria. —El propio William se extrañó al oírse a sí mismo: ¿cómo podía haberse borrado el recuerdo de Elizabeth? Sin duda, el hecho de que nadie la hubiese mencionado desde su marcha años atrás había ayudado a que eso ocurriera.

—Voy a servirte otro té, querida —se ofreció Joseph, pero fue Gregory quien lo hizo para ahorrarle a su amigo tener que levantarse.

—Entonces ahora vives solo con tu padre.

William negó con la cabeza.

—También él murió. Poco más de un mes antes que ella.

Elizabeth sonrió involuntariamente al darse cuenta de la ironía del destino: desde su llegada a Londres había rehuido la Mansión Ravenscroft, pero ninguna de las personas a las que no deseaba ver estaban ya allí.

Prosiguieron hablando toda la noche, sintiendo a cada momento que aumentaba su entusiasmo por el sorpresivo reencuentro. William prefirió no compartir con sus amigos todavía lo que había averiguado con respecto a la identidad de su propia madre y al hecho de que Elizabeth y él eran hermanastros, pero en cuanto comprendió la situación en que ella se encontraba insistió para que se mudase inmediatamente a la Mansión con él. Ella fue a replicar algo, insegura, pero William no se lo permitió:

—No puedo tolerar que no aceptes mi invitación. Además, ahora la casa está llena de habitaciones vacías.

—Pero…

—No acepto un no, Elizabeth.

—¡Perfecto! —exclamó Joseph, visiblemente feliz y también notablemente cansado por la tardía hora—. No podía haber imaginado que esto fuese a ocurrir. A veces la suerte parece sonreír; de un plumazo hemos resuelto un problema —dijo apretando con su pequeña mano izquierda la de Elizabeth.

Ella asintió. No estaba muy convencida de que volver a la Mansión fuese una buena idea, pero sin duda era mejor que pasar una noche más en su asqueroso cuartucho en la pensión de la calle Winthrop.

* * *

Clareaba cuando se despidieron de Joseph y salieron a la calle. Gregory apenas había hablado en toda la velada, embelesado admirando a Elizabeth, y tampoco encontraba ahora palabras, mientras recorrían Whitechapel Road, consciente de que unos metros más adelante tendría que separarse de ellos. Sin embargo, cuando redujo el paso y se dispuso a murmurar una despedida, William le frenó:

—Tal vez podrías acompañarnos a casa.

—Es casi la hora de ir al trabajo. Y no quiero que nadie piense que me aprovecho de conocer al dueño para saltarme los horarios.

—Con mayor razón, entonces. Podemos desayunar juntos con tranquilidad antes de que te marches.

William no había sido sincero del todo. Por ahora prefería no quedarse a solas con Elizabeth. Sabía que no podía esconderle la verdad que él acababa de descubrir, pero no quería contárselo todavía. Ahora eran dos desconocidos, los años que habían permanecido alejados habían sido muchos y en ese tiempo habían sucedido demasiadas cosas.

* * *

El rostro del viejo Leonard no pudo camuflar su sorpresa al ver la compañía que su señor llevaba. William tomó buena nota de ello; empezaba a estar harto de determinados gestos del mayordomo.

Por su parte, Elizabeth notó perfectamente cómo su corazón se encogía al penetrar en la Mansión Ravenscroft. La última vez que había estado allí había sido una niña que no llegaba a comprender todo cuanto sucedía a su alrededor (¿por qué su madre lloraba a menudo a escondidas?, ¿por qué el huraño sir Ernest ni siquiera la miraba a la cara?, ¿por qué los adultos hablaban en voz baja y se callaban si ella andaba cerca?, ¿por qué de pronto se deshicieron de ella enviándola al internado?), ahora, con los años transcurridos, supo que seguía sin poder entender lo que había ocurrido entre aquellas viejas paredes. Se detuvo involuntariamente en el umbral, paralizada, y pasaron varios segundos hasta que sintió la mano de William cogiendo la suya y tirando cariñosamente hacia delante.

—Ven, siéntate en el salón mientras Mrs. Christie nos prepara algo de desayunar.

El mayordomo desapareció para comunicar la orden y Elizabeth se quedó mirando a William asombrada:

—¿Mrs.. Christie? ¿Es la misma Mrs. Christie de entonces, la cocinera?

—Sí —sonrió al contestarle y bajó la voz—. Sigue aquí, como Leonard, ya lo has visto. Están algo mayores, pero forman parte de la casa. Aunque a veces pienso que debería contratar a alguien para que les ayude —añadió, paseando la mirada por las superficies cubiertas de polvo de los muebles.

Instantes después, ya acomodados en el amplio salón que daba directamente al río, ninguno era capaz de dar comienzo a una conversación. Cada uno estaba absorto en sus propios pensamientos.

Gregory tomó una taza de té y se despidió de sus amigos. Por un lado, no quería llegar con retraso al trabajo y, por otro, intuía que debía dejarlos solos. Se marchó con una sonrisa en la boca, sabiendo que al fin había hallado una musa.

—No sé si podré hacerme a la idea de estar de nuevo en esta casa, William.

—Esa es una decisión que solo tú debes tomar. Puedes estar aquí todo el tiempo que quieras, ya no hay nadie que desee que te vayas.

Ambos se miraron en silencio unos instantes. Años atrás habían estado muy unidos, pero no podían evitar sentirse ahora dos auténticos extraños. No sabían en qué tipo de persona se había convertido quien tenían enfrente, ignoraban si el niño que habían conocido continuaba allí.

—Tenemos una conversación pendiente —dijo William.

—¿Solo una? —bromeó Elizabeth—. Creo que tenemos muchas, pero estoy agotada. Llevamos despiertos toda la noche.

—Claro. Luego hablaremos. Le diré a Leonard que prepare un dormitorio para ti. ¿Quieres darte un baño?

—No quiero abusar de tu hospitalidad.

—No seas tonta.

—Gracias, me sentará estupendamente.

William salió de la estancia para indicarle a Leonard que dispusiese una de las habitaciones vacías para Elizabeth.

—Pero Mr. Ravenscroft… —el mayordomo casi se quedó sin habla al escuchar las instrucciones—. Esa joven… Su padre no querría…

—Mi padre ya no está en esta casa, Leonard. Haga el favor de organizarlo todo.

El muchacho sintió que su paciencia estaba a punto de desbordarse, pero el viejo Leonard debió de percatarse y realizó un casi imperceptible gesto de asentimiento para a continuación dirigirse a las escaleras para subir a la siguiente planta y cumplir las órdenes que acababa de recibir.

Pese al cansancio que les invadía, los dos tardaron en dormirse. A Elizabeth la ahogaban los recuerdos y a William las dudas. Con los ojos cerrados, el muchacho se preguntó qué pensarían sir Ernest y la señora Connelly si pudieran verles, de nuevo juntos bajo el mismo techo.

* * *

William se despertó antes que Elizabeth y ordenó a Mrs. Christie que preparase un almuerzo especial para la invitada. La mujer obedeció de inmediato, pero a William no se le pasó por alto la silenciosa mirada que Leonard le dirigía. Supuso que el anciano mayordomo estaría imaginando el enfado de su antiguo señor, sir Ernest, al saber que todo su empeño por mantener a la joven alejada de la Mansión Ravenscroft había sido en vano.

Cuando la comida estuvo lista, Leonard informó a William:

—¿He de despertar a la señorita? —preguntó con un tono que volvió a molestar al muchacho.

—Leonard, no quiero que haya nada en esta casa que pueda hacer que Elizabeth se sienta incómoda.

—Señor, no entiendo a qué se refiere.

William le miró con firmeza y el anciano bajó sus ojos en un gesto pretendidamente servicial. Quizás todo fuese debido a su juventud, pero no podía dejar de ver a su alrededor indicios de hipocresía y falta de respeto: Dawson, Stevens, y ahora el propio mayordomo.

—Me refiero, Leonard, a cualquier comentario, a cualquier mirada, a cualquier cosa que pueda molestarla. Elizabeth es mi invitada.

—Entendido, señor. ¿Permanecerá mucho tiempo con nosotros?

—Tal vez. Puedes retirarte. Yo iré a despertarla.

Sin embargo, no fue necesario. Elizabeth acababa de bajar de su dormitorio y había asistido a las últimas frases de William. Leonard inclinó la cabeza al verla y salió de la estancia.

—¿Ocurre algo?

—Nada, tranquila. Tal vez solo sean imaginaciones mías, pero me parece que Leonard aún cree que las órdenes de mi padre siguen vigentes en esta casa.

—¿Y no es así?

—No, te puedo asegurar que no. Mi padre y yo no tenemos nada en común. Ven, sentémonos a comer.

Durante los primeros minutos se mantuvieron en silencio. Ambos deseaban hablar, pero no sabían cómo hacerlo, no encontraban las palabras adecuadas. Finalmente, fue William quien se lanzó:

—Quiero que sepas que yo nunca supe lo que sucedió contigo, lo del internado y eso…

—Claro que no, tú eras un crío.

—Imagino lo mal que debiste pasarlo.

Elizabeth resopló al recordarlo.

—Lo peor no era estar allí, lo peor era no estar aquí, no poder entender por qué mi madre no me quería a su lado.

William dejó los cubiertos sobre su plato a pesar de que todavía quedaba mucha comida en él.

—Es hora de que hablemos, debo contarte todo lo que he averiguado. Sé que odias a tu madre por abandonarte, pero permíteme que te cuente las razones que la llevaron a hacerlo.

Elizabeth detuvo a medio camino el gesto de llevarse el tenedor a la boca, lo devolvió al plato y escuchó a William, que ya había comenzado a hablar algo atropelladamente, como si el secreto le quemase y quisiese deshacerse de él.

* * *

—¡No puede ser verdad! —exclamó cuando el relato de William hubo terminado.

—Yo tampoco pude creerlo. Pero me temo que es cierto.

—¿Tú y yo somos hermanos?

William asintió.

—¿Tú ni siquiera lo sospechabas? —preguntó.

—No, ella, mi madre, estuvo mucho tiempo sin venir a verme a casa de sus tíos. Yo era pequeña y me decían que el trabajo no se lo permitía. Supongo que sería entonces cuando se quedó embarazada. Puede que ni sus tíos lo supiesen.

—Es todo muy extraño.

—¿Por qué? ¿Por qué llegaron a ese acuerdo? ¿Por qué no permitieron que nosotros supiéramos la verdad? —los ojos de Elizabeth se habían humedecido.

—Eso es lo que aún no he podido averiguar.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—No sé si podré. —William se encogió de hombros—. Ellos ya no están aquí para darnos explicaciones y los demás no parecen conocer toda la historia. Dawson me ha contado una parte, Mrs. Christie la ha confirmado, pero no hay nadie que pueda decirnos las razones.

* * *

Esa noche, con Elizabeth ya acostada y él incapaz de conciliar el sueño, William se puso manos a la obra para registrar la Mansión de arriba abajo. Quería estar ocupado para no pensar, pues sabía que pensando no hallaría los motivos por los que sus padres le habían engañado. Tenía que haber algo en la casa, un detalle que se le hubiera pasado anteriormente por alto, cualquier cosa que sirviese para ayudarle a entender el extraño pacto que se había realizado en el interior de aquellos muros…

Le pareció que la extrema austeridad de la habitación donde había vivido Margaret Connelly durante todos los años de su estancia en el lugar, hablaba de una renuncia. Se había visto obligada a renunciar a una parte de su vida, a elegir entre sus hijos, y William imaginaba ahora que eso había debido destruirla. A pesar de todo el cariño que le dedicó a él, sin duda la ausencia forzosa de Elizabeth había provocado grandes sufrimientos en el espíritu de la señora Connelly, tal vez hasta el punto de negarse a seguir con su vida: desde el momento en que su hija le fue arrebatada decidió que ella dejaría de tener vida propia. De no haber sido por la presencia del propio William, que no era culpable de lo que sucedía a su alrededor, quién sabe qué decisión habría tomado ella. Prisionera de un hombre tirano y hostil, se había entregado en cuerpo y alma al cuidado del niño pequeño y había eliminado cualquier otro aspecto de su existencia. En cierto modo, sir Ernest le había quitado a sus dos hijos. El vacío que había en aquel cuarto parecía querer decir que había permanecido deshabitado durante décadas, que la persona que había vivido en él había sido solamente un fantasma.

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