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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (63 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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—Nunca afirmé ser honrado —dijo Daniel.

—Bien, entonces —rezongó Glaucous.

—Pero deja de intentar hacerme sentir
feliz
por estar aquí.

—Mis disculpas. Una antigua costumbre.

Para Jack, oír las voces que tenía detrás, la sensación de pavor de la conclusión próxima hacía que las ruinas en sombra resultasen insignificantes. Lo había visto antes… o algo similar, menos muerto. Sólo ahora que
todo
estaba roto podría formar una imagen de cómo había sido este cosmos —esta pequeña parte del cosmos—, y cómo él se las había arreglado para recorrerlo sufriendo menos consecuencias que la mayoría; y menos avances, experimentando poco de los hitos de la vida normal.

Su incapacidad para sentir afecto intenso… eso le confundía. En los sueños había habido una pasión infantil, casi irreal, pero por Ginny, sólo
aprecio
… y nada más que pudiese sacar a la superficie. En todo eso era menos hombre que la figura de sus sueños.

Jack nunca dejaba caer nada, porque nunca sostenía nada durante mucho tiempo: Ellen, que se había conformado con unas pocas horas con él, que se había contentado con su espectro de afecto. Pero antes que ella…

Su madre, una figura pálida en una almohada bajo la luz brillante de una lámpara de hospital. Su padre, aún menos definido… grande, intentando ser gracioso, intentando amar a Jack. ¿Cómo era que aquellos que controlaban sus destinos se conformaban con tan poco? En ese aspecto, Ginny era como él. Los desplazadores de destino no parecían capaces de grandes cosas. Vagaban, pero dejaban atrás las relaciones, el amor, incluso el recuerdo.

¿Cómo podía achacar nada a Daniel o a Glaucous? Eran todos iguales, egoístas al máximo. Tanto los que retenían las piedras como los que buscaban las piedras estaban reducidos… marchitos hasta el punto de saltar de conciencia sin pensarlo, sin profundizar.

Ni siquiera el favor de Mnemosina había logrado levantar la melancolía de Jack. Recorrían las reliquias desbordadas de la historia humana, restos ennegrecidos revelados uno tras otro como imágenes esbozadas con ascuas fantasmales. ¿Adónde iba… adónde podría ir?

A por Ginny. Una hermana de sueño. ¿Quién perseguía a qué?

Y por el camino, se verían con…

Daniel le llamó.

—Para un poco. Dejamos la ciudad atrás. —Los tres se reunieron y sus protecciones se fundieron como besándose. Jack miró a su alrededor y se presionó las sienes con dos dedos.

—¿Recuerdas algo así? —preguntó Daniel.

—¿Tú? —preguntó Jack, todavía presionando.

—Mi destino quedó devorado en piezas, así que salté más cerca de vuestras líneas. Tú probablemente encontrases la corrupción antes de que realmente se asentase del todo. Todo diferente. Esto es lo que queda ahora… trozos caídos, fragmentos en colisión.

—¿Recuerdos de la historia?

—Oh, antes eran más que reales… —Los labios de Daniel trabajaban, como si intentasen apagar otro sonido—. Lo siento. Tengo que lidiar con un casero asustado y curioso.

Jack le miró, no tan conmocionado como asqueado.

—Siendo cortés, eres un cangrejo ermitaño.

—Siendo grosero, soy una tenia, una sanguijuela —le respondió Daniel de inmediato.

Glaucous miró a ambos a través de ojos bordeados de rojo.

—Pero no soy inútil, y tampoco tan cruel. ¿Qué dejaste atrás para Bidewell y tu amiga?

Jack negó con la cabeza.

—Consideré darles una piedra —dijo Daniel—. Tengo dos. Algo para protegerles cuando llegue la Princesa de Caliza.

Glaucous abrió bien los ojos.

—Eso es imposible —dijo—. Ningún pastor ha portado
jamás
dos piedras.

—Ningún pastor ha sido nunca tan monstruoso como yo —dijo Daniel. Volvió la cabeza para mirar delgados arcos azules entre rocas grises y ruinas dispersas.
Siempre en parejas… una especie de apretón de manos cósmico
—. Al final, sabía que Bidewell rechazaría la oferta. Tres es el mínimo… cuatro es seguridad.

Jack se volvió. No tenía ni idea del significado de la información.

—Esto
es
como el lugar al que vamos en sueños —dijo—. Adonde va Jebrassy tras abandonar la ciudad.

—¿Quién es Jebrassy?

—Creo que pronto lo descubriremos. Se supone que nos encontraremos.

—¿Yos del pasado o el futuro? ¿Cómo será?

Jack agitó la cabeza.

—Yo no voy a encontrarme con nadie —dijo Daniel—. Más o menos un acertijo… no sabría decir.

—Vivimos en tiempo de texto —dijo Jack.

—Supongo que es algo que Bidewell dijo antes de que llegásemos —refunfuñó Glaucous.

—Quizá —dijo Jack—. ¿No podéis sentirlo? No somos más que bombas cargadas de explosivos. Cuando choquemos… habremos terminado. Este texto está acabado. Cierra el libro.

—Y abre otro —dijo Daniel.

93

Ginny caminó con las oleadas de exploradores fantasmales hasta el valle, observándolos con piedad y asombro; apenas parecían sólidos, menos aún vivos, las armaduras destrozadas, los pies gastados y sangrientos, la sangre seca desde hacía mucho tiempo… como cadáveres andantes. Sin embargo, se hablaban con pequeños tonos agudos e inocentes de triunfo y entusiasmo, aunque discordantes por la fatiga.

Ella podría ser para ellos una voluta de vapor. Sin embargo, uno o dos se detuvieron para observarla pasar, sus ojos pálidos, débiles y parpadeantes. Apenas podía distinguir sus palabras, pero algunas de Tiadba regresaron, y empezó a reconocer el habla progenie de sus sueños. Lo poco que podía entender le indicaba que eran felices, que creían estar llegando al término de un viaje predestinado hacía tiempo, y durante un rato, rodeada por sus formas cansadas y apuradas, se preguntó si no tendrían razón; quizás el edificio verde oscuro que se alzaba desde la cuenca en medio del valle
era
el lugar donde todos debían estar.

El viaje había sido difícil, los exploradores estaban totalmente agotados; pero en los sueños, Tiadba nunca había oído que
miles
se uniesen a la marcha. ¿Cómo podían todos llegar simultáneamente al borde del valle?

Una exploradora —no era Tiadba; Ginny habría sentido la conexión— intentó observarla más de cerca. Tenía un rostro ancho, grandes ojos y una nariz roma y simiesca cubierta por pelaje delicado, ahora todo pegado y sucio.

—Ahí hay algo. ¿Es un monstruo? —preguntó otro.

—No estoy segura —contestó la mujer—. La armadura no dice nada.

—La armadura está muerta.
Nosotros estamos
muertos.

—¡Calla! Es tan alto como un Alzado. Si realmente está aquí.

—Es un monstruo. Aléjate.

La mujer intentó alargar la mano y tocar la aparición.


¿Eres
un monstruo? —preguntó.

Ginny no creía que pudiese responder. ¿A qué le sonaría su voz? Como si ella pudiera ser más real que todo lo demás entre las montañas bordeadas por estatuas. ¿Y por qué ella no podía
ver
y comprender esas estatuas? Gigantescas, retorcidas, inmóviles… bien podrían estar muertas… De eso podía estar segura.

Un número sustancial de exploradores —docenas— habían reducido la marcha y avanzaban a una velocidad igual a la que podía verla.

—¿Sigue ahí? —preguntaron varios.

—¡Tú! —dijo la mujer, apurándose de nuevo para tocarla— pero la burbuja de Ginny repelió suavemente el brazo roto. Algo brillante surgió de Ginny y formó un anillo azul pálido entre ellas, para luego esfumarse.

Entrelazamiento. Compartieron un poco de materia; estaban formadas por parte del mismo material. Pero no mucha.

Ginny apartó la vista, parpadeando para contener las lágrimas, y se concentró en el camino descompuesto y pedregoso. No podía hacer nada y los otros le daban miedo. No quería acabar como ellos, pero sabía que Tiadba sufriría un destino peor.

—¡Tú!

La mujer habló con los que la rodeaban, y de pronto se detuvieron para formar un anillo, bloqueando a Ginny. No podía pasar… lo intentó y la empujaron. No podía saltar, ni cerrar los ojos y seguir avanzando, o cualquiera de las cosas que antes habían parecido posibles; la habían confinado en su círculo.

—¿Qué es? Apenas lo veo.

—Es un Alzado.

—¿Otro Pahtun?

—No… ¡no rompáis el círculo! Mantenedlo ahí hasta que sepamos qué es.

—Deberíamos avanzar.

—¿Nadie se
acuerda?
—gritó la mujer—. No dejamos de intentar atravesar el valle y llegar a la ciudad. Siempre volvemos atrás y empezamos de nuevo.

—Eso no es lo que
yo
recuerdo. Casi hemos llegado. Es hermosa y reluciente… y está cerca… ¡mira! Hemos atravesado el Caos. Vamos a lograrlo…

Ginny se rodeó con los brazos y examinó los rostros pálidos, pelados. Algunas de las figuras eran poco más que volutas flotando sobre la superficie desigual y costrosa. ¿Aquí quién era más o menos real, e importaba?

Al fin probó a hablar.

—Os comprendo. Comprendo lo que decís. —Las palabras los tomaron por sorpresa… les hizo retirarse y ampliar el círculo. Ni siquiera ahora estaba segura de qué lengua usaba.

Miró la estructura verde… la ciudad. Parecía estar más cerca y ser más grande, pero había algo en sus bordes, en sus márgenes… podría haber sido una montaña alta vista a través de una neblina viva y humeante, cerrándose deliberadamente para luego abrirse. Frustrándola sin fin, celosa, decepcionada, furiosa.

Atormentándola.

—Habla. Lo oigo —dijeron varias figuras, y todos se acercaron, alargando las manos para tocar la burbuja. Entre ellos saltaron más arcos azules y elípticos, rodearon sus manos y brazos, se retiraron formando bucles y bandas, y desaparecieron.

Los exploradores se retiraron, más tenues y menos definidos, como si la interacción hubiese debilitado su existencia.

—¿Qué eres? —preguntó la mujer—. ¿De dónde vienes? —Sus ojos cansados y cubiertos miraron a un lado y luego al otro. No podía ver a Ginny… no podía ver nada con claridad—. Dinos que seguimos el camino correcto. Dinos que sabemos adónde vamos.

Antes de que Ginny pudiese responder, de la base de la ciudad surgió una oleada de granulosa oscuridad. Los exploradores se echaron atrás, dejaron caer sus hombros… luego se dejaron caer e intentaron abrazar las irregularidades del terreno, como si tal cosa les hubiese sucedido antes en muchas ocasiones. Tan familiar, como la llegada de un fuego nuevo para los condenados.

La oleada se extendió y lo alzó todo, aparentemente elevando la tierra misma. Ginny cerró los ojos y dentro de la burbuja cabalgó la ola.

Golpeó… hizo girar el cielo y luego avanzó.

Volvió a caer sobre una espuma oscura y densa.

La espuma se hundió en la superficie negra, siseando.

Después de una espera enfermiza, el suelo parecía ser estable de nuevo. Ginny se puso en pie y miró.

Los exploradores ya no estaban. En el mismo punto de lo que parecían creer que era su salvación, a la vista del lugar al que le habían creado para alcanzar, fueron retirados, llevados de vuelta atrás. Engañados. El valle era un lugar de tentación y decepción eternas.

—Para ellos, una trampa, la ciudad errónea —dijo Ginny, protegiéndose los ojos del arco de fuego que se alzaba en el cielo. Pero ella tenía que estar en el edificio verde. La piedra tiraba de ella en esa dirección. La engañosa confusión de paredes y formas, observada por legiones de gigantes congelados…

Si Tiadba no estaba todavía dentro, quizá lo estuviese pronto.
¿Y qué podré hacer yo para ayudar? Esto no puede ser real. Mi pesadilla me ha devorado
.

La mano de Ginny no había abandonado en ningún momento la superficie de la sumadora. Y el fuerte tirón de la piedra no se había reducido en ningún momento… hasta ahora. Tiraba de ella de lado, siguiendo un camino diferente al de los exploradores… hacia el valle, quizá para dar un rodeo y llegar a la cuenca por otro ángulo.

No se atrevió a mirar atrás. En lo más alto los exploradores se estarían alineando, recuerdos atrapados en un círculo espinoso. Mirarían al valle, rebosantes de alivio, seguros de la victoria, para luego echarse a correr una vez más formando una horda fantasmal y decrépita.

Por ellos no podía hacer nada. Aquí no, todavía no. Si tenía demasiado miedo para moverse ahora, la misma mujer podría repetir la escena y el diálogo de antes. Una y otra vez.

Ginny caminó sola, acercándose a los gigantes de piedra que miraban desde las cumbres de las montañas circundantes, retenidos en perpetuo silencio… siempre observando pero sin ver jamás.

94

En el interior de Tiadba fue creciendo una sospecha horrible. Habían llegado muy lejos, sólo habían perdido a uno —a Perf, cerca del comienzo del viaje— y, sin embargo, no se sentía más cerca de Nataraja y no podía escapar a la terrible sensación de que el desastre era inminente. Peor aún, empezaba a desconfiar de la baliza: la nota musical que surgía del Kalpa y cantaba en sus cascos cuando se encontraban en el camino correcto y se atenuaba cuando se desviaban de ese camino. Alguna sombra de conocimiento insistía en el fondo de sus pensamientos cansados… el fantasma de una premonición.

Ahora los exploradores descansaban bajo la protección del generador portátil, en lo alto de otra cordillera inversa: una colina desde un lado, un valle desde el otro, la luz siguiendo curvas tortuosas desde la dirección que escogiesen mirar; espejismos por todas partes, apenas corregidos y enderezados por los visores de sus armaduras. Desde el lado opuesto del valle, podían ver una senda ancha muy poco usada que llevaba directamente a una enorme llanura arenosa rodeada por montañas altas y desiguales. Unos pocos viajeros, rápidos y pegados al suelo —una variedad de Silentes— pasaban rápidamente por la senda y se perdían tras salientes de roca. Ninguno parecía viajar hasta la llanura.

De todos los lados, encajados entre las montañas como juguetes tirados con descuido, se alzaban grandes objetos congelados, encarados hacia dentro, hacia una masa arquitectónica verde… si se podía decir que tales cosas tuviesen caras.

La voz de Pahtun surgió de lo que podría ser el Valle de los Dioses Muertos… que ocasionalmente se veía desde la Torre Rota. Ningún Pahtun había explorado hasta ese punto. Las montañas rodeaban la Mansión del Sueño Verde… aunque probablemente hubiese cambiado, comprimida en una ilusión o disfraz alrededor de la antigua ciudad rebelde de Nataraja. Después de todo quizás estuviesen cerca de su destino, si todavía valía la pena dar con Nataraja.

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