La caverna (14 page)

Read La caverna Online

Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La caverna
12.49Mb size Format: txt, pdf, ePub
10

Las sentidas razones de queja de Cipriano Algor contra la inmisericorde política comercial del Centro, extensamente presentadas en este relato desde un punto de vista de confesada simpatía de clase que, sin embargo, así lo creemos, en ningún momento se aparta de la más rigurosa imparcialidad de juicio, no podrán hacer olvidar, aunque arriesgando un atizar inoportuno en la adormecida hoguera de las conflictivas relaciones históricas entre el capital y el trabajo, no podrán hacer olvidar, decíamos, que el dicho Cipriano Algor carga con algunas culpas propias en todo esto, la primera de ellas, ingenua, inocente, pero, como a la inocencia y la ingenuidad tantas veces les ha sucedido, raíz maligna de las otras, ha sido pensar que ciertos gustos y necesidades de los contemporáneos del abuelo fundador, en materia de productos cerámicos, se iban a mantener inalterables
per omnia saecula saeculorum
o, por lo menos, durante toda su vida, lo que viene a ser lo mismo, si reparamos bien. Ya se ha visto cómo el barro se amasa aquí de la más artesanal de las maneras, ya se ha visto cómo son de rústicos y casi primitivos estos tornos, ya se ha visto cómo el horno de fuera conserva trazos de inadmisible antigüedad en una época moderna, la cual, pese a los escandalosos defectos e intolerancias que la caracterizan, ha tenido la benevolencia de admitir hasta ahora la existencia de una alfarería como ésta cuando existe un Centro como aquél. Cipriano Algor se queja, se queja, pero no parece comprender que los barros amasados ya no se almacenan así, que a las industrias cerámicas básicas de hoy poco les falta para convertirse en laboratorios con empleados de bata blanca tomando notas y robots inmaculados acometiendo el trabajo. Aquí hacen clamorosa falta, por ejemplo, higrómetros que midan la humedad ambiente y dispositivos electrónicos competentes que la mantengan constante, corrigiéndola cada vez que se exceda o mengüe, no se puede trabajar más a ojo ni a palmo, al tacto o al olfato, según los atrasados procedimientos tecnológicos de Cipriano Algor, que acaba de comunicarle a la hija con el aire más natural del mundo, La pasta está bien, húmeda y plástica, en su punto, fácil de trabajar, pero ahora preguntamos nosotros, cómo podrá estar tan seguro de lo que dice si sólo puso la palma de la mano encima, si sólo apretó y movió un poco de pasta entre el dedo pulgar y los dedos índice y corazón, como si, con ojos cerrados, todo él entregado al sentido interrogador del tacto, estuviese apreciando no una mezcla homogénea de arcilla roja, caolín, sílice y agua, sino la urdimbre y la trama de una seda. Lo más probable, como en uno de estos últimos días tuvimos ocasión de observar y proponer a consideración, es que lo saben sus dedos, y no él. En todo caso, el veredicto de Cipriano Algor debe de estar de acuerdo con la realidad física del barro, puesto que Marta, mucho más joven, mucho más moderna, mucho más de este tiempo, y que, como sabemos, tampoco tiene nada de pacata en estas artes, pasó sin objeción a otro asunto, preguntándole al padre, Cree que la cantidad será suficiente para las mil doscientas figuras, Creo que sí, pero trataré de reforzarla. Pasaron a la parte de la alfarería donde se guardaban los óxidos y otros materiales de acabado, registraron las existencias, anotaron las faltas, Vamos a necesitar más colores que estos que tenemos, dijo Marta, los muñecos tienen que ser atractivos a la vista, Y es necesario yeso para los moldes y jabón cerámico, y petróleo para las pinturas, añadió Cipriano Algor, traer de una vez todo lo que falte, para no tener que interrumpir el trabajo yendo deprisa y corriendo a comprar. Marta adquirió de pronto un aire pensativo, Qué pasa, preguntó el padre, Tenemos un problema muy serio, Cuál, Habíamos decidido que se haría el relleno de los moldes a dedo, Exactamente, Pero no hablamos de la fabricación de las figuras propiamente dichas, es imposible hacer mil doscientos muñecos a dedo, ni los moldes aguantarían, ni el trabajo rendiría, sería lo mismo que querer vaciar el mar con un cubo, Tienes razón, Lo que significa que nos vamos a ver obligados a recurrir al relleno de barbotina, No tenemos mucha experiencia, pero todavía estamos en edad de aprender, El problema peor no es ése, padre, Entonces, Recuerdo haber leído, debemos de tener por ahí el libro, que para hacer barbotina de relleno no es conveniente usar pasta rojiza que tenga caolín y la nuestra lo tiene, por lo menos en un treinta por ciento, Esta cabeza ya no sirve para mucho, cómo no he pensado en eso antes, No se reproche, nosotros no solemos trabajar con barbotina, Pues sí, pero son conocimientos de párvulos de alfarería, es el abecé del oficio. Se miraron el uno al otro desconcertados, no eran ni padre ni hija, ni futuro abuelo ni futura madre, sólo dos alfareros en riesgo ante la tarea desmedida de tener que extraer del barro amasado el caolín y después disminuirle la grasa introduciéndole barro fino de cochura roja. Sobre todo cuando tal operación de alquimia, simplemente, no es posible. Qué hacemos, preguntó Marta, vamos a consultar el libro, tal vez, No merece la pena, no se puede sacar el caolín del barro ni neutralizarlo, lo que estoy diciendo no tiene ningún sentido, cómo se sacaría o neutralizaría el caolín, pregunto, la única solución es preparar otro barro con los componentes exactos, No tenemos tiempo, padre, Sí, tienes razón, no tenemos tiempo. Salieron de la alfarería, dos figuras desalentadas a las que Encontrado ni siquiera intentó aproximarse, y ahora estaban sentados en la cocina, miraban los diseños que los miraban a ellos, y no encontraban la manera de resolver el meollo de la cuestión, sabían por experiencia que los barros fuertes tienden a encogerse demasiado, se agrietan, se deforman, son plásticos en exceso, blandos, moldeables, pero desconocían qué resultado podría tener eso en la barbotina y sobre todo qué consecuencias negativas en el trabajo acabado. Marta buscó y encontró el libro, ahí venía que para preparar la barbotina no es suficiente disolver el barro en agua, hay que usar fundentes, como el silicato de sodio, o el carbonato de sodio, o el silicato de potasio, también la sosa cáustica si no fuese tan peligroso trabajar con ella, la cerámica es el arte donde verdaderamente es imposible separar la química de sus efectos físicos y dinámicos, pero el libro no informa de lo que les sucederá a mis muñecos si los fabrico con el único barro que tengo, el problema es la cantidad, si fuesen pocos se llenaban los moldes a dedo, pero mil doscientos, virgen santa. Si lo entiendo bien, dijo Cipriano Algor, los requisitos principales a que debe obedecer la barbotina de relleno son la densidad y la fluidez, Es lo que aquí viene explicado, dijo Marta, Entonces léelo, Sobre la densidad, la ideal es uno coma siete, es decir, un litro de barbotina debe pesar mil setecientos gramos, a falta de un densímetro adecuado si quiere conocer la densidad de su barbotina use una probeta y una balanza, descontando, naturalmente, el peso de la probeta, Y en cuanto a la fluidez, Para medir la fluidez úsese un viscosímetro, los hay de varios tipos, cada uno da lecturas asentadas en escalas fundamentadas en diferentes criterios, No ayuda mucho ese libro, Sí ayuda, ponga atención, La pongo, Uno de los usos más frecuentes es el viscosímetro de torsión cuya lectura se hace en grados Gallenkamp, Quién es ese señor, Aquí no consta, Sigue, Según esta escala, la fluidez ideal se sitúa entre los doscientos sesenta y trescientos sesenta grados, No hay por ahí nada al alcance de mi comprensión, preguntó Cipriano Algor, Viene ahora, dijo Marta y leyó, En nuestro caso utilizaremos un método artesanal, empírico e impreciso, pero capaz de dar, con la práctica, una indicación aproximada, Qué método es ése, Hundir la mano profundamente en la barbotina y sacarla, dejando escurrir la barbotina por la mano abierta, la fluidez será dada por buena cuando, al resbalar, forme entre los dedos una membrana como la de los patos, Como la de los patos, Sí, como la de los patos. Marta dejó el libro a un lado y dijo, No adelantamos mucho, Adelantamos algo, sabemos que no podemos trabajar sin fundente y que mientras no tengamos membranas de pato no tendremos barbotina de relleno que sirva, Menos mal que está de buen humor, El humor es como las mareas, ahora sube, ahora baja, el mío ha subido ahora, veremos cuánto tiempo dura, Tiene que durar, esta casa está en sus manos, La casa, sí, pero no la vida, Tan rápido está bajando la marea, preguntó Marta, En este momento duda, vacila, no sabe bien si ha de llenar o vaciar, Entonces quédese conmigo, que me siento flotando, como si no tuviese la certeza de ser lo que creo ser, A veces pienso que tal vez fuese preferible no saber quiénes somos, dijo Cipriano Algor, Como Encontrado, Sí, imagino que un perro sabe menos de sí mismo que del dueño que tiene, ni siquiera es capaz de reconocerse en un espejo, Quizá el espejo del perro sea el dueño, quizá sólo en él le sea posible reconocerse, sugirió Marta, Bonita idea, Como ve, hasta las ideas equivocadas pueden ser bonitas, Criaremos perros si el negocio de la alfarería falla, En el Centro no hay perros, Pobre Centro, que ni los perros lo quieren, Es el Centro el que no quiere a los perros, Ese problema sólo puede interesarle a quien viva allí, cortó Cipriano Algor con voz crispada. Marta no respondió, comprendía que cualquier palabra que dijera daría pie a una nueva discusión. Pensó mientras iba ordenando una vez más los cansados diseños, Si mañana Marcial llega a casa y dice que ya es guardia residente, que tenemos que mudarnos, lo que estamos haciendo aquí deja de tener sentido, dará lo mismo que padre nos acompañe como que no, de una manera u otra la alfarería estará siempre condenada, incluso aunque él insista en quedarse no podría trabajar solo, él mismo lo sabe. Qué pensamientos hayan sido entre tanto los de Cipriano Algor, se ignora, y no vale la pena inventarle unos que podrían no coincidir con los reales y efectivos, aunque, en la suposición de que la palabra, finalmente, no le haya sido concedida al hombre para esconder lo que piensa, algo muy aproximado nos será lícito concluir de lo que el alfarero dijo, después de un demorado silencio, Lo malo no es tener una ilusión, lo malo es ilusionarse, probablemente ha estado pensando lo mismo que la hija y la conclusión de uno tiene que ser, por pura lógica, la conclusión del otro. De cualquier modo, añadió Cipriano Algor, sin darse cuenta, o tal vez sí, tal vez en el mismo momento en que las dijo se apercibió de los matices sibilinos de aquellas palabras iniciales, de cualquier modo, barco parado no hace viaje, suceda mañana lo que suceda hay que trabajar hoy, quien planta un árbol tampoco sabe si acabará ahorcándose en él, Con una marea negra de ésas nuestro bote ni sale, dijo Marta, pero tiene razón, el tiempo no está ahí sentado a la espera, tenemos que ponernos a trabajar, mi tarea, de momento, es dibujar los lados y los dorsos de las figuras y darles color, cuento con acabarlas antes de la noche si nadie me distrae, No esperamos visitas, dijo Cipriano Algor, yo me encargo del almuerzo, Es sólo calentarlo, y hacer una ensalada, dijo Marta. Fue en busca de las hojas de papel de dibujo, las acuarelas, los tarros, los pinceles, un paño viejo para secarlos, dispuso todo en buen orden, metódicamente, sobre la mesa, se sentó y tomó el asirio de barbas, Comienzo por éste, dijo, Simplifica lo más que puedas para que no haya clavaduras ni anclajes en el desmolde, dos táceles y basta, un tercer tacel ya estaría fuera de nuestro alcance, No me olvidaré. Cipriano Algor se quedó algunos minutos mirando cómo dibujaba la hija, después salió a la alfarería. Iba a medirse con el barro, a levantar los pesos y las halteras de un aprender nuevo, rehacer la mano entorpecida, modelar unas cuantas figuras de ensayo que no sean, declaradamente, ni bufones ni payasos, ni esquimales ni enfermeras, ni asirios ni mandarines, figuras de las que cualquier persona, hombre o mujer, joven o vieja, mirándolas, pudiese decir, Se parece a mí. Y quizá una de esas personas, mujer u hombre, vieja o joven, por el gusto y tal vez la vanidad de llevarse a casa una representación tan fiel de la imagen que de sí misma tiene, venga a la alfarería y pregunte a Cipriano Algor cuánto cuesta esa figura de allí, y Cipriano Algor dirá que ésa no está a la venta, y la persona le preguntará por qué, y él responderá, Porque soy yo. Cayó la tarde, no tardaría el crepúsculo, cuando Marta entró en la alfarería y dijo, Ya he terminado, los he dejado secándose sobre la mesa de la cocina. Luego, habiendo visto el trabajo ejecutado por el padre, dos figuras inacabadas de casi dos palmos de altura, erectas, masculina una, femenina otra, desnudas ambas, del hombro de una salía una punta de alambre, comentó, Nada mal, padre, nada mal, pero nuestra muñequería no necesitará ser tan grande, acuérdese de que habíamos pensado en un palmo de los suyos, Convendrá que sean un poco mayores, se verán más en los escaparates del Centro, y también hay que contar con la reducción de tamaño dentro del horno como consecuencia de la pérdida última de humedad, de momento son sólo experimentos, Incluso así, me gustan, me gustan mucho, y no se parecen a nada que haya visto, aunque la mujer me recuerda a alguien, En qué quedamos, preguntó Cipriano Algor, dices que no se parecen a nada que hayas visto y añades que la mujer te recuerda a alguien, Es una impresión doble, de extrañeza y de familiaridad, Tal vez no tenga que criar perros, tal vez me dedique a la escultura, que es de las artes más lucrativas, según he oído decir, Una ejemplar familia de artistas, notó Marta con una sonrisa medio irónica, Felizmente se salva Marcial para que no se pierda todo, respondió Cipriano Algor, pero no sonrió.

Éste fue el primer día de la creación. En el segundo día el alfarero viajó a la ciudad para comprar el yeso cerámico destinado a los moldes, más el carbonato de sodio, que fue lo que encontró como fundente, las pinturas, unos cuantos baldes de plástico, cucharillas nuevas de madera y de alambre, espátulas, vaciadores. La cuestión de las pinturas fue objeto de vivo debate durante y después de la cena del dicho primer día, y el punto controvertido radicó en si las piezas deberían ser vidriadas y, por tanto, llevadas al horno después de pintadas, o si, por el contrario, eran pintadas en frío después de cocidas y no volvían más al horno. En un caso, las pinturas deberían ser unas, en otro, las pinturas deberían ser otras, luego la decisión tenía que ser tomada inmediatamente, no podía posponerse hasta última hora, ya con el pincel en la mano, Es una cuestión de estética, defendía Marta, Es una cuestión de tiempo, oponía Cipriano Algor, y de seguridad, Pintar y vidriar al horno dará más calidad y brillo a la ejecución, insistía ella, Pero si pintamos en frío evitaremos sorpresas desagradables, el color que usemos es el que permanecerá, no dependeremos de la acción del calor sobre los pigmentos, sobre todo cuando el horno se pone caprichoso. Prevaleció la opinión de Cipriano Algor, las pinturas que habría que comprar serían las que se conocen en el mercado de la especialidad por el nombre de esmalte para loza, de aplicación fácil y secado rápido, con gran variedad de colorido, y en cuanto al disolvente, indispensable porque el espesor original de la pintura es, normalmente, excesivo, si no se quiere usar un disolvente sintético, sirve hasta el petróleo de iluminación o de quinqué. Marta volvió a abrir el libro de arte, buscó el capítulo sobre la pintura en frío y leyó, Aplícase sobre piezas ya cocidas, la pieza será lijada con lija fina, de manera que se elimine cualquier rebaba u otro defecto de acabado, haciendo su superficie más uniforme y permitiendo una mejor adhesión de la pintura en las zonas donde la pieza haya quedado excesivamente cocida, Lijar mil doscientos muñecos será el colmo de la paciencia, Terminada esta operación, continuó Marta la lectura, hay que eliminar todos los vestigios de polvo producidos por la lija, usando un compresor, No tenemos compresor, interrumpió Cipriano Algor, O, aunque más lento, pero preferible, un cepillo de pelo duro, Los viejos procesos todavía tienen sus ventajas, No siempre, corrigió Marta y prosiguió, Como sucede con casi todas las pinturas del género, el esmalte para loza no se mantiene homogéneo dentro de la lata durante mucho tiempo, por eso hay que removerlo antes de la aplicación, Elemental, todo el mundo lo sabe, pasa adelante, Los colores podrán ser aplicados directamente sobre la pieza, pero su adhesión mejorará si se comienza aplicando una subcapa normalmente de blanco mate, No habíamos pensado en eso, Es difícil pensar cuando no se sabe, No estoy de acuerdo, se piensa precisamente porque no se sabe, Deje esa apasionante cuestión para otro momento, y óigame, No hago otra cosa, La base de subcapa puede ser dada con pincel, pero puede haber ventajas aplicándola con pistola a fin de conseguir una película más lisa, No tenemos pistola, O por medio de inmersión, Ésa es la manera clásica, de toda la vida, por tanto sumergiremos, Todo el proceso se desarrollará en frío, Muy bien, Una vez pintada y seca, la pieza no debe ni puede estar sujeta a cualquier tipo de cocción, Eso es lo que yo te decía, el tiempo que se ahorra, Todavía trae otras recomendaciones, pero la más importante es que se debe secar bien un color antes de aplicar el siguiente, salvo si se buscan efectos de superposición y mezcla, No queremos efectos ni transparencias, queremos rapidez, esto no es pintura al óleo, En todo caso, el sayo del mandarín merecería un tratamiento más cuidado, recordó Marta, mire que el propio diseño obliga a mayor diversidad y riqueza de colores, Simplificaremos. Esta palabra cerró el debate, pero estuvo presente en el espíritu de Cipriano Algor mientras hacía sus compras, la prueba es que adquirió a última hora una pistola de pintar. Dado el tamaño de las figuras, la subcapa no gana nada siendo gruesa, explicó después a la hija, pienso que la pistola prestará mejor servicio, una rociada alrededor del muñeco, y ya está, Necesitaremos máscaras, dijo Marta, Las máscaras son caras, no tenemos dinero para lujos, No es lujo, es precaución, vamos a respirar en medio de una nube de óxidos, La dificultad tiene remedio, Cuál, Haré esa parte del trabajo ahí fuera, al aire libre, el tiempo está estable, Por qué dice haré, y no haremos, preguntó Marta, Tú estás embarazada, yo no, que se sepa, Le ha vuelto el buen humor, señor padre, Hago lo que puedo, comprendo que hay cosas que están huyéndome de las manos y otras que amenazan hacerlo, mi problema es distinguir aquellas por las que todavía vale la pena luchar de esas otras que deben abandonarse sin pena, O con pena, La peor pena, hija mía, no es la que se siente en el momento, es la que se sentirá después, cuando ya no haya remedio, Se dice que el tiempo todo lo cura, No vivimos bastante para hacer esa prueba, dijo Cipriano Algor, y en el mismo instante se dio cuenta de que estaba trabajando en el torno sobre cuyo tabanque su mujer se derrumbara cuando el ataque cardíaco la fulminó. Entonces, obligado a eso por su honestidad moral, se preguntó si en las penas generales de que hablara también estaría incluida esta muerte, o si era cierto que el tiempo hizo, en este particular caso, su trabajo de curador emérito, o, todavía, si la pena invocada no era tanto de muerte, sino de vida, sino de vidas, la tuya, la mía, la nuestra, de quién. Cipriano Algor modelaba la enfermera, Marta estaba ocupada con el payaso, pero ni uno ni otro se sentían satisfechos con las tentativas, éstas después de otras, tal vez porque copiar sea, a fin de cuentas, más difícil que crear libremente, por lo menos podría decirlo así Cipriano Algor que con tanta vehemencia y soltura de gesto había concebido las dos figuras de hombre y mujer que están ahí, envueltas en paños mojados para que no se les reseque y agriete el espíritu que las mantiene en pie, estáticas y con todo vivas. A Marta y a Cipriano Algor no se les acabará tan pronto este esfuerzo, parte del barro con que modelan ahora una figura proviene de otras que tuvieron que despreciar y amasar, así ocurre con todas las cosas de este mundo, las propias palabras, que no son cosas, que sólo las designan lo mejor que pueden, y designándolas las modelan, incluso las que sirvieron de manera ejemplar, suponiendo que tal pudiera suceder en alguna ocasión, son millones de veces usadas y otras tantas desechadas, y después nosotros, humildes, con el rabo entre las piernas, como el perro Encontrado cuando la vergüenza lo encoge, tenemos que ir a buscarlas nuevamente, barro pisado que también ellas son, amasado y masticado, deglutido y restituido, el eterno retorno existe, sí señor, pero no es ése, es éste. El payaso modelado por Marta tal vez se aproveche, el bufón también se aproxima bastante a la realidad de los bufones, pero la enfermera, que parecía tan simple, tan estricta, tan reglada, se resiste a dejar aparecer el volumen de los senos bajo el barro, como si también ella estuviese envuelta en un paño mojado del que sostuviera con firmeza las puntas. Cuando la primera semana de creación esté a punto de terminar, cuando Cipriano Algor pase a la primera semana de destrucción, acarreando la loza del almacén del Centro y dejándola por ahí como basura sin uso, los dedos de los dos alfareros, al mismo tiempo libres y disciplinados, comenzarán finalmente a inventar y a trazar el camino recto que los conducirá al volumen adecuado, a la línea justa, al plano armonioso. Los momentos no llegan nunca tarde ni pronto, llegan a su hora, no a la nuestra, no tenemos que agradecerles las coincidencias, cuando ocurran, entre lo que ellos proponían y lo que nosotros necesitábamos. Durante la mitad del día en que el padre ande en el absurdo trabajo de descargar por inútil lo que cargó por rehusado, Marta estará sola en la alfarería con su media docena de muñecos prácticamente terminados, ocupada ahora en avivar algún ángulo degradado y en redondear alguna curva que un toque involuntario hubiese deprimido, igualando alturas, consolidando bases, calculando para cada una de las estatuillas la línea óptima de división de los respectivos táceles. Las cajas todavía no han sido entregadas por el carpintero, el yeso espera dentro de sus grandes sacos de papel grueso impermeable, pero el tiempo de la multiplicación ya se aproxima.

Other books

The Alamut Ambush by Anthony Price
Run by Holly Hood
Aunt Erma's Cope Book by Erma Bombeck
Seacrets by Wingate, Adrianna
Secrets of State by Matthew Palmer
Black Order by James Rollins