Los globos luminosos se detuvieron y brillaron como ascuas al rojo vivo. Shaddam se apoyó contra el lugar donde descansaban las cenizas de su padre, sin mostrar el menor respeto. Habían incinerado al anciano para impedir que algún médico Suk determinara las verdaderas causas de la muerte.
—Veinte años, Hasimir. Hemos esperado todo ese tiempo a que los tleilaxu crearan especia sintética. —Los ojos de Shaddam brillaban en la penumbra—. ¿Qué has averiguado? Dime que el investigador jefe está preparado para iniciar la producción a gran escala. Estoy harto de esperar.
Fenring se dio unos golpecitos en los labios.
—Ajidica estaba ansioso por tranquilizarnos acerca del proyecto, señor, pero no estoy convencido de que la sustancia haya superado todas las pruebas. Debe ceñirse a nuestras instrucciones. Las repercusiones del amal harán temblar a la galaxia. No podemos cometer ningún error táctico.
—¿Qué errores pueden producirse? Ha tenido veinte años para someterlo a pruebas. El investigador jefe dice que está a punto.
Fenring miró al emperador.
—¿Y confiáis en la palabra de un tleilaxu? —Todo a su alrededor olía a muerte y conservantes, perfumes, polvo… y al sudor nervioso de Shaddam—. Le aconsejo que seamos cautos, ¿ummm? Estoy preparando un experimento final, el que nos proporcionará la prueba que necesitamos.
—Sí, sí, no me des más detalles sobre esos experimentos tan aburridos. He visto los informes de Ajidica, y no entiendo ni la mitad de lo que dice.
—Solo un mes más, Shaddam, tal vez dos.
Impaciente y meditabundo, el emperador paseó arriba y abajo de la cripta. Fenring intentó dilucidar el estado de ánimo de su amigo. Los globos luminosos, programados para seguir a Shaddam, intentaban en vano perseguir sus movimientos.
—Hasimir, estoy cansado de tanta cautela. Toda mi vida he estado esperando…, esperando a que mi hermano muriera, esperando a que mi padre muriera, ¡esperando un hijo varón! Y ahora que soy el dueño del trono, me encuentro esperando el amal, para detentar por fin el poder que un Corrino merece.
Contempló su puño cerrado, como si pudiera ver las líneas de poder que recorrían sus dedos.
—Soy uno de los directores de la CHOAM, pero el cargo carece de poder real. La empresa hace lo que le da la gana, porque pueden ganarme en una votación. La ley no exige que la Cofradía Espacial obedezca mis decretos, y si no voy con cuidado, podrían imponer sanciones, retirar privilegios de transporte y cerrar las comunicaciones de todo el Imperio.
—Lo comprendo, señor, pero creo que lo más perjudicial son los cada vez más numerosos casos de nobles que desafían y desacatan vuestras órdenes. Pensad en Grumman y Ecaz: continúan su estúpida guerra, burlando vuestros esfuerzos de pacificación. El vizconde Moritani os escupió en la cara, como quien dice.
Shaddam intentó pisotear un escarabajo, pero el animal consiguió refugiarse en una grieta.
—¡Tal vez ha llegado el momento de recordar a todo el mundo quién manda aquí! Cuando el amal esté a mi disposición, todos bailarán al son que yo toque. La especia de Arrakis será prohibitivamente cara.
Fenring no estaba tan seguro.
—Ummm, muchas Grandes Casas han acumulado sus propias reservas de melange, violando una ley antiquísima y ambigua. Durante siglos, nadie se ha esforzado en hacer cumplir ese edicto.
Shaddam se encrespó.
—¿Qué importa eso?
Fenring arrugó la nariz.
—Sí que importa, señor, porque cuando llegue el momento de anunciar vuestro monopolio de la melange sintética, esas reservas ilegales permitirán que las familias nobles se resistan a comprar amal durante algún tiempo.
—Entiendo. —Shaddam parpadeó, como si no hubiera pensado en esa posibilidad. Su rostro se iluminó—. En tal caso, hemos de confiscar esos depósitos, para que las demás Casas se queden sin reservas cuando corte el flujo de melange.
—Cierto, señor, pero si solo vos emprendéis tal acción, puede que las Grandes Casas se confabulen en vuestra contra. Propongo que consolidéis vuestras alianzas para poder administrar justicia imperial desde una posición más sólida. Recordad que la miel puede ser tanto una trampa como una dulce recompensa, ¿ummm?
Shaddam no ocultó su impaciencia.
—¿De qué estás hablando?
—Dejad que la Cofradía y la CHOAM localicen a los culpables y os entreguen las pruebas de su culpabilidad. Vuestros Sardaukar se encargarán de confiscar los depósitos clandestinos, y vos recompensaréis a la CHOAM y a la Cofradía con una parte de la especia confiscada. La promesa de tal premio debería proporcionarles un incentivo para descubrir hasta los depósitos mejor escondidos.
Fenring vio que el emperador estaba reflexionando.
—De esa manera, señor, mantendréis alta la moral, al tiempo que contaréis con la plena colaboración de la Cofradía y la CHOAM. Y os libraréis de las reservas del Landsraad.
Shaddam sonrió.
—Empezaré cuanto antes. Dictaré un decreto…
Fenring le interrumpió. Los globos se detuvieron cuando el emperador hizo lo propio.
—Tendremos que imaginar otra forma de lidiar con la especia de Arrakis. Quizá podríamos enviar una fuerza militar que bloqueara todos los accesos a los campos de melange natural.
—La Cofradía jamás enviaría tropas allí, Hasimir. Sería como suicidarse. ¿Cómo vamos a interrumpir las operaciones en Arrakis?
Daba la impresión de que la imagen visualizada de Elrood IX observaba, divertido, su discusión.
—Ummm, será necesaria alguna argucia, señor. Estoy seguro de que podríamos encontrar una justificación para arrebatar el control a los Harkonnen. Podríamos llamarlo un cambio de feudo. Se les acaba dentro de diez años, más o menos.
—¿Te imaginas la reacción de la Cofradía cuando descubra la verdad, Hasimir, después de ayudarme a localizar las reservas ilegales de especia? —dijo Shaddam, cada vez más entusiasmado—. Siempre me ha fastidiado el poder de la Cofradía, pero la melange es su talón de Aquiles…
Entonces, una lenta sonrisa se insinuó en su rostro, mientras se le ocurría una idea intrigante. Su expresión complacida inquietó a Shaddam.
—De acuerdo, Hasimir. Podemos matar dos pájaros de un tiro.
El conde se quedó perplejo.
—¿De qué dos pájaros habláis, señor?
—Tyros Reffa. Sabemos que el bastardo ha contado con la protección de la Casa Taligari. Creo que tiene una propiedad en Zanovar, cosa que puedo verificar fácilmente. —La sonrisa del emperador se ensanchó aún más—. Y si descubriéramos una reserva de especia en Zanovar, ¿no sería un lugar estupendo para iniciar una cruzada?
—Ummm —dijo Fenring, sonriente—. Una idea excelente, señor. Zanovar sería un lugar ideal para asestar un primer golpe enérgico, un ejemplo encantador. Y si el bastardo resultara muerto de manera accidental…, tanto mejor.
Los dos hombres abandonaron las criptas más profundas y empezaron a subir hacia la parte principal del palacio. Fenring miró hacia atrás.
Tal vez la necrópolis Corrino necesitaría muy pronto otra cripta.
Un verdadero regalo no es solo el objeto. Es una demostración de cariño y comprensión, un reflejo tanto del individuo que da como del que recibe.
Docente G
LAX
O
THN
, Extractos de conferencias para la Casa Taligari
En el camino flanqueado de helechos de su propiedad de Zanovar, Tyros Reffa estudió el ornamentado lenguaje del billete laminado que sostenía en la mano, con la intención de interpretar los oscuros pictogramas. El desafío era de su agrado. La luz del sol que se filtraba entre los árboles moteaba la tarjeta. Perplejo, miró a su reverenciado profesor y amigo, el Docente Glax Othn.
—Si no sabes leer las palabras, Tyros, nunca apreciarás el valor del regalo en sí.
Aunque quedaban pocos miembros con vida de la familia Taligari, el Docente era uno más en una larga dinastía de señores Docentes que habían heredado el feudo de los últimos nobles tradicionales, y continuaban rigiéndolo bajo el nombre primitivo. Reffa y él compartían la misma onomástica, separados por un abismo de años que salvaba una amistad inquebrantable.
Colibríes y mariposas volaban alrededor de las hojas de los helechos, se perseguían entre sí realizando veloces maniobras aéreas. Un pájaro cantor encaramado en la copa de un árbol escamoso emitió una nota desafinada, similar a un chirrido.
—Que los hados me libren de un maestro impaciente. —Reffa tenía unos cuarenta y cinco años, era corpulento y atlético. Sus ojos transparentaban una inteligencia irreductible—. Leo algo sobre la corte de Taligari…, representación… famosa y misteriosa… —Respiró hondo—. ¡Es una entrada para la ópera ingrávida! Sí, ya veo el código.
El Docente solo le había dado una entrada, a sabiendas de que Reffa iría solo, fascinado y ansioso por aprender, por absorber la experiencia. El anciano ya no asistía a ese tipo de representaciones extraplanetarias. Como solo le quedaban unos pocos años de vida, planificaba su tiempo con sumo cuidado, y prefería meditar y enseñar.
Reffa estudió el texto y descifró cada palabra.
—Es un pase para ir a los tanques iluminados de Centro Taligari, en la legendaria Artisia. Estoy invitado a presenciar la presentación en lenguajes subliminales de una danza ilustrada, la cual describe los trasfondos sentimentales de las complejas y largas luchas del Interregno.
Recorrió con un dedo las extrañas runas, satisfecho de sus conocimientos.
El enjuto mentor asintió con profunda satisfacción.
—Se dice que solo uno de entre quinientos espectadores puede comprender los matices de esta magnífica pieza, y solo con mucha atención y entrenamiento. De todos modos, supongo que todavía querrás ver la representación.
Reffa abrazó al Docente.
—Un regalo maravilloso, señor.
Se desviaron del amplio sendero de adoquines por una senda de grava más pequeña que crujió bajo sus pies calzados con sandalias. A Reffa le gustaba cada rincón de su modesta propiedad.
Hacía ya muchos años, el emperador Elrood había ordenado al Docente que criara en secreto a un hijo bastardo, con todas las comodidades, pero sin darle la menor esperanza de heredar, aunque debía ser digno del linaje Corrino. El Docente le había enseñado a apreciar la calidad por encima del lujo.
Glax Othn miró el rostro de facciones cinceladas del joven.
—Debo hablarte de un asunto preocupante, Tyros. Tal vez sería una buena idea que fueras un tiempo a Taligari, lejos de tu propiedad…, durante uno o dos meses.
Reffa miró al Docente, alarmado.
—¿Otra adivinanza?
—Por desgracia, no es divertida. Durante las dos últimas semanas, varios hombres han llevado a cabo rigurosas investigaciones sobre ti y tu propiedad. Te habrás dado cuenta, ¿verdad?
Reffa vaciló, cada vez más preocupado.
—Todo fue de lo más inofensivo, señor. Un hombre estuvo preguntando por fincas en venta aquí en Zanovar, y llegó a insinuar que quería comprar mi propiedad. Otro era un diseñador de jardines que deseaba estudiar mi invernadero. El tercero…
—Todos eran espías imperiales —interrumpió Othn. Reffa se quedó sin habla al instante, y el maestro continuó—. Me entraron sospechas y decidí investigar. Las identificaciones que te mostraron eran falsas, y los tres procedían de Kaitain. Me ha costado un poco, pero he demostrado que estos hombres están a sueldo del emperador.
Reffa frunció los labios, y reprimió su deseo de hacer más preguntas. El Docente querría que él mismo sacara las consecuencias.
—Así que todos mintieron. El emperador intenta investigar mi hogar, y a mí. ¿Por qué, después de tanto tiempo?
—Porque se ha enterado de tu existencia, no cabe duda. —El Docente adoptó un semblante grave, y habló en tono pedante mientras recordaba los grandiosos discursos que había pronunciado en las resonantes salas repletas de estudiantes—. Podrías haber conseguido muchas más cosas, Tyros Reffa. Y te las mereces, precisamente porque no las deseas. Es como una paradoja imperial. Creo que corres peligro.
El Docente sabía por qué el joven debía vivir con discreción, sin llamar la atención. El hijo bastardo de Elrood IX nunca había supuesto ninguna amenaza para Kaitain, nunca había demostrado ambición, ni interés en la política imperial o las intrigas del Trono del León Dorado.
Reffa prefería dejar su impronta a base de deleitar al público, como actor en compañías extraplanetarias bajo nombre falso. Había estudiado con los profesores Mimbanco de la Casa Jongleur, los más grandes animadores del Imperio, actores con tanto talento que podían manipular los sentimientos del público. Al joven Reffa le habían gustado aquellos años pasados en Jongleur, y el Docente estaba muy orgulloso de él.
Reffa se puso rígido. No tenían permitido hablar de tales cosas, ni siquiera en privado.
—No habléis de tales cosas con tanta franqueza. Sí, me iré a Taligari. —Suavizó el tono—. Pero habéis aminorado el placer causado por vuestro maravilloso regalo. Venid a ver lo que os he comprado para el día de vuestra onomástica.
De todos modos, su rostro expresaba preocupación.
Reffa aferró la entrada entre sus dedos, se volvió hacia el anciano y forzó una sonrisa.
—Me habéis enseñado, señor, que la eficacia del acto de dar se multiplica por diez cuando es recíproco.
El Docente fingió sorpresa.
—En este momento tenemos mayores preocupaciones. No necesito regalos.
Reffa tomó a su mentor por el huesudo codo y le guió a través de un bosquecillo de árboles pluma que se abría a un patio central.
—Ni yo, pero ninguno de los dos dedica tiempo a los pequeños placeres, a menos que nos veamos obligados. No neguéis la veracidad de mis palabras. He preparado algo para vos. Mirad, ahí está Charence.
El criado estaba al otro lado de la zona pavimentada, esperándoles junto al pabellón escarlata. Charence tenía aspecto de ser un hombre malhumorado y arisco, pero era muy eficiente y tenía un sentido del humor que Reffa sabía apreciar.
Glax Othn, confuso, siguió al corpulento joven hasta el pabellón, donde había dejado una pequeña caja envuelta sobre una mesa a la sombra. Charence alzó la caja y la extendió hacia el Docente.
Othn la cogió.
—¿Qué podría desear yo? Aparte de más tiempo y más conocimientos, quiero decir. Y que vivas a salvo de todo peligro. —El viejo maestro abrió el paquete con una expresión de placer y extrañeza, para demostrar una total confusión cuando examinó el diminuto objeto. Era una entrada de cristal, un pase para todo un día—. ¿Un parque de atracciones, con diversiones, exposiciones y simuladores de emociones?