La cara del miedo (22 page)

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Authors: Nikolaj Frobenius

Tags: #Intriga

BOOK: La cara del miedo
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—¿Apuntes?

—Sí… son… pensamientos…

Rufus no contesta enseguida. Entonces pregunta:

—¿Cuál le gusta más a usted? Quiero decir de las novelas… ¿Cuál es su preferida?

El albino lo mira directamente.


Los crímenes de la calle Morgue
—dice, misterioso.

Rufus asiente con la cabeza.

Ahora entiende. El hombrecillo sabe algo acerca de los asesinatos. Sabe algo que nadie más sabe, quizá con excepción de Poe. Esa certeza, piensa, hará que el autor pierda la chaveta.

—¿Quién es usted? —le pregunta al hombrecillo.

—Samuel. Samuel Reynolds.

—Ajá —dice Rufus—. Tengo que entrar y seguir mi trabajo con la antología.

Samuel asiente moviendo la cabeza, parece casi servicial cuando se aparta de la puerta e inclina la cabeza.

—Quería sólo asegurarme de que usted no se ha olvidado de nuestro acuerdo.

—No, no. Por cierto, creo que él aprecia las visitas cuando está allí —dice Rufus mientras pasa por su lado.

El albino levanta la vista. Algo que parece al mismo tiempo entusiasmo y desmayo le cruza por la cara.

—¿Cree usted?

—Estoy seguro.

Rufus entra. Cierra la puerta tras de sí y se queda quieto unos segundos, los hombros apoyados contra la puerta.

III

Fordham-Nueva York-Providence-Richmond-Baltimore
1846-1849

Miserables —exclamé—. ¡No disimuléis más tiempo! ¡Confieso el crimen! ¡Arranquen las tablas! ¡Ahí está, ahí está! ¡Éste es el latido de su espantoso corazón!

Edgar Allan Poe

Poe

Sissy

Fordham

E
s difícil dar el paso. Sissy está acostada todo el tiempo y su tos empeora. Semana tras semana, el color de su cara se vuelve más y más irreal.

La tos de ella está envenenándolo. La mayor parte del día él contiene la respiración, pero por la noche ella le tose encima, y sucede que él la besa en las mejillas y se olvida y aspira su aire hasta bien dentro de los pulmones.

A pesar de que ha dejado Nueva York para regresar a Fordham —el lugar más bello y más tranquilo de toda la costa Este— el entorno no lo deja en paz. Los escritores se sientan como pájaros feroces en las copas de los árboles y esperan. Cuando oyen que se ha retirado y que ya no escribe, bajan y comienzan a picotearlo. Thomas Dunn English. Margaret Fuller. Todos los amigos de Longfellow. Todos los autores a quienes atacó y descartó. No hay nada más peligroso que un escritor que siente que alguien ha agraviado su orgullo. Ahora los halcones se nutren chupando las heridas de cada uno, las lamen como si fueran miel y se zambullen contra él: «Piquen los ojos de ese escritor maldito. Dejen que se pudra, ese ser miserable y consentido».

En los periódicos lo acusan de estar loco. De borracho. De inmoral. De estar en completo deterioro. El
Mirror
escribe que es un estafador, que carece de fundamentos morales.

¿Qué hacer? Ha sido derribado, quizá los lleve a juicio. Al
New York Mirror
, a Hiram Fuller y a Augustus W. Clason júnior.

Estados Unidos y México están en guerra.

Y él está en guerra con el
Mirror
. Es risible, claro, pero, de todos modos, los llevará a juicio. Y ganará.

Se encuentra con el abogado en el City Hall a comienzos de septiembre, pero entonces descubre que el calendario de juicios está lleno y que el juicio por indemnización se postergará hasta febrero del año siguiente.

Mientras, el
Mirror
publica una novela de Thomas Dunn English (está firmada por «Anónimo», pero él no precisa leer más allá de un par de oraciones lamentables para entender que el autor es Dunn English). No es difícil reconocer al parodiado: «Marmaduke Hammerhead» es un borracho peleador y consentido que vacila en sus acciones y tartamudea: «¿Vis…, vis…, viste mi crítica de Lo…, Lo…, Longfellow?».

Le resulta tan gracioso que se enrosca y repta por el suelo hasta debajo de la cama, ahí donde puede yacer y se ríe.

Hammerhead se vuelve más loco con cada párrafo, y al final termina en una celda en el asilo mental de Utica. A Edgar le dan ganas de escribir una pequeña carta a Thomas Dunn English y felicitarlo por la asombrosa inventiva, gran humor. Pero cuando se sienta al escritorio, las ganas se le van.

Ese invierno comienza a escribir algo que llama
Crítica de un crítico
, bajo el seudónimo Walter G. Bowen. Allí se ocupa de la actividad crítica de Edgar Allan Poe, que Bowen sostiene que es «terca, censuradora, innecesariamente dura». Es gracioso, piensa, se divierte y escribe sobre esto durante varias semanas, pero una mañana lo deja. No terminará nunca el ameno artículo.

En noviembre, el frío se cuela dentro de la casa. La madera está húmeda y ya no hay para mucho más, tienen que ser prudentes. Hacia la noche está suficientemente caliente. Lo peor es que no tienen ropa de cama para Sissy. Afortunadamente su viejo abrigo militar de West Point proporciona calor, y a ella le gusta enrollárselo en torno al cuerpo por las mañanas cuando se despierta y tiene frío.

Para empezar, él piensa que está bien que Sissy duerma tanto como lo hace, pero al cabo de unas semanas empieza a preocuparse y no puede evitar dar vueltas por el dormitorio para ver si se despierta pronto, se anima y tiene ganas de dar un pequeño paseo.

A menudo se detiene junto a los pies de su cama y observa el rostro durmiente. La nariz y los huesos largos de los pómulos, sus párpados. Y sus orejas. Sissy duerme. No se mueve mientras lo hace. Él se revuelve en la cama como un leproso. Sissy yace tranquila. Hasta cuando tose, su cuerpo permanece quieto. Parece estar sumergida en algo, un consuelo que él no sabe de dónde viene. Mientras yace así y respira despacio, él piensa en la primera vez que durmieron en la misma cama: ella no tenía más de catorce años. Ahora, doce años después, su cara dormida todavía guarda una expresión de distracción ligera e infantil. Está aliviada.

La primera vez que Muddy y Sissy llegaron a Richmond para vivir junto a él, dieron un paseo de noche a lo largo del río James. De pronto comenzó a llover y buscaron abrigo bajo un roble grande que se erguía justo al borde del agua. Todavía recuerda el olor de la corteza mojada del árbol. Las gotas caían sobre el río como piedras, haciendo un ruido fuerte. Ella apretó la cara contra su pecho y se rio y señaló al agua, como si nunca hubiese visto la lluvia caer sobre el agua. Esa inocencia lo conmovió con una violencia que nunca antes había conocido. La risa hizo que su cabeza estrecha se sacudiese un poco y él sintió su inseguridad en la garganta. Cuando apoyó la mano sobre sus cabellos, ella dejó de reírse e inclinó la cabeza hacia atrás, y él la besó sin pensarlo dos veces y notó su lengua pequeña en los labios. Entonces sintió algo así como una descarga eléctrica y retiró la boca, y ella se alejó de él. Edgar la atrajo hacia sí y la besó otra vez, con más decisión. Pero ahora ella estaba flácida en sus brazos, como si estuviese totalmente agotada. Tras un rato dejó de llover y apareció la luz del sol. Se quitaron los zapatos y caminaron por la ribera el uno detrás del otro durante un buen rato, sin hablar. El agua se notaba cálida después de la lluvia. Al final, Sissy se detuvo y gritó algo. Él se volvió. Estaba parada bajo la luz que se filtraba a través de las hojas de los árboles frondosos y señalaba hacia la ciudad.

—¡Mira allí! —gritó.

Y entonces él también lo vio.

En el crepúsculo parecía que los techos de las casas elegantes de Richmond ardían.

Las llamas se elevaban altas sobre los techos.

Se quedaron allí mirando a las casas hasta que se hizo oscuro, y reían como dos niños que descubren por primera vez un espejismo.

En cuanto abre la puerta del cuarto de baño, repara de inmediato en las elegantes baldosas celestes del suelo, pequeños rectángulos simétricamente dispuestos. Hace mucho que no estaba en un cuarto tan elegante. El aroma algo amargo de lavanda lo envuelve como una capa, y es como si sintiera que le atraviesa la piel. Al mismo tiempo se da cuenta de lo frío que se está en el cuarto. Se aproxima rápidamente al hielo que ha crecido como una bola alrededor de la bañera, acerca la cara a la superficie, pero no ve nada, el hielo está lleno de burbujas y fallas.

Oye la voz de ella desde dentro de la campana. Enseguida comienza a romper la campana de hielo con los puños. Saltan pedazos que se estrellan contra las baldosas. Rompe el hielo grueso con toda su fuerza y por fin logra verla. Está sentada, totalmente desnuda, en cuclillas, en la bañera blanca. Ha recogido las rodillas y su piel está azul por el frío. De todos modos sonríe cuando llega hasta ella.

—Por fin —susurra, y lo abraza.

Cuanto más enferma está, más la ama. Ama todo de ella: la piel, el cabello, la tos, la garganta, los pulmones.

—Nunca ha estado tan bella —le dice a Muddy.

La tía no le contesta. Hace ganchillo.

—¿Qué haces? —pregunta Poe.

—Un paño para Sissy —murmura ella.

Edgar sale a la escalera.

—¿Qué tipo de paño? —susurra.

La noche sobre Fordham está oscura como una máscara.

Sissy se debilita. Edgar comienza a pensar en la muerte como una premisa básica para experimentar la belleza. Lo escribe. Ella está maravillosa allí, yace quieta y espera. ¿Qué le puede decir? ¿Escucha? ¿Oye aún lo que él le dice? ¿Es muy tarde ya para decir algo? ¿Piensa ella solamente en lo que sucederá? ¿Ha dejado ya de pensar en él definitivamente? Piensa en ella todo el tiempo. Nunca ha pensado tanto en Sissy, es como si no la pudiese dejar ir, ahora que ya es demasiado tarde para hacer cambios. Todo hallará la calma, piensa. Una horrible calma. Su cuerpo tiembla, y le dan ganas de sentarse al lado de su cama y sostener su mano y decirle que su calma lo está volviendo loco. Pero es difícil lograr decirle cualquier cosa. Tiene miedo de que ella no lo escuche. No sabe qué hacer. Los cuartos son tan pequeños en esta casa. A pesar de que fuera hace un frío terrible, da largos paseos por el bosque.

Cuando llega a un claro, descubre un árbol oscuro caído que cruza el sendero. Entonces el llanto se apodera de él y no puede mantenerse derecho y debe recostarse sobre el tronco y acercar la cara a la corteza. Al cabo de un rato, las lágrimas dejan de correrle por la cara, y logra ponerse de pie nuevamente y seguir caminando. El invierno ha llegado. Hay medio metro de nieve sobre el césped, y él no tiene buenos zapatos para el invierno. Por fin llega a la casa. Se quita los zapatos y los patea lejos de sí. Los calcetines están llenos de nieve. Muddy está de pie en la entrada y lo espera con una manta. Abre la boca y dice algo, pero él no la escucha, tiene las orejas llenas de hielo. En la sala, el gato está durmiendo sobre la mecedora. Él continúa hasta el dormitorio.

—¿Sissy?

Ella está sentada en la cama leyendo sus poemas.

Cuando lo mira, dice con una sonrisa torcida.

—Este poema del pájaro…, ¿qué diantres, en qué pensabas, Eddy?… Y esa mujer muerta…, «la bella Leo»…, ¿quién es ella?… Dime, ¿me amaste alguna vez, así como ese estudiante la ama?… ¿Me amaste así… o fue siempre tanto más fácil para ti amarme cuando yo no estaba allí… o estaba enferma?… Sólo dímelo, Eddy… Sabes cuánto te extrañé…, todo el tiempo…, es como si tu cara hubiese estado oculta tras un pañuelo, de la mañana a la noche… ¡Oh!, odio ese pañuelo… Quiero arrancar la expresión sombría de tus ojos… ¡Mírame! No te escondas bajo esa estúpida máscara de muerte… Deja que sienta tu mano… Eddy… ¡Oh, estás tan frío, tú también!… Ven aquí…, métete bajo el abrigo…, quizá nos puede abrigar…, recuéstate un poco aquí conmigo…, sólo por una hora…

El libro se desliza sobre su regazo. Ella levanta la mirada y lo mira.

—¿Me amaste alguna vez? —pregunta, seria.

Él no contesta.

Ella lo mira con severidad.

Pero él no logra decir palabra.

¿Cuál es la verdad? La ama y no la ama.

Nunca dejó caer las defensas. Ha estado en guerra con el amor. Hay algo de lo que deliberadamente se protege, todo el tiempo ha tenido la opinión de que hay algo que el amor puede destruir. ¿Qué es? ¿La literatura, lo que escribe? No, no, no. Es la muerte. La detestable y muy amada muerte. Se ha ocupado tanto de ella, piensa, que no ha podido amar a Sissy. Ha estado tan desgarradoramente enamorado de la muerte que nunca ha podido amar a nadie más.

Repta dentro de su cama. Se cubren con su tieso abrigo militar y yacen y respiran tranquilos y escuchan la respiración del otro y cierran los ojos. Al cabo de un rato, ella duerme. Ahí acostado se siente unido a su mujer. Entonces piensa: «Ella está a punto de morir; por eso te sientes tan cerca de ella». Ahora ellos están unidos, sus dos amores, en el cuerpo inmóvil de Sissy. Se inquieta, se levanta y va a la cocina con la tía Muddy, pese a que sabe que Sissy va a desilusionarse cuando se despierte y descubra que él no está a su lado.

No puede acostarse y quedarse quieto a su lado.

Inmóvil en la terraza, mira el valle cubierto de nieve.

Sissy muere el 30 de enero.

A principios de febrero el caso contra el
Mirror
se presenta en el City Hall. Lo gana y le dan doscientos veinticinco dólares como indemnización.

Samuel

Cuarta carta al maestro

Libertad

T
e envío una carta más comienzas a acostumbrarte a recibirlas ahora quizá te alegres quizá miras cada día en busca de una nueva carta de tu amigo tan querido. No sé. ¿En qué piensas? Por qué no vienes a mí por qué no me invitas a entrar sabes que estoy sentado aquí afuera y te miro lo has sabido durante muchos días. La cara en la ventana la mirada en la puerta. Me ves. No te acercas a la choza pequeña en que me escondo en el jardín. No dices nada. Me dejas sentado aquí en el silencio. Me duele todo el cuerpo.

Ella murió por la noche y la mañana siguiente te vi desde mi escondite estabas de pie en las escaleras afuera de la casa tu cara parecía tallada en piedra y no te movías te quedaste así varias horas y yo estaba seguro de que te quedarías ahí hasta caerte. Cuando el sol estaba en la mitad del cielo vino la mujer rubia por entre los árboles y te hizo entrar. Muddy lloraba adentro de la casa. Entonces se hizo silencio durante varias horas. Yo leía los trabajos del maestro a la luz de mi lámpara.

«Ahora bien, los matemáticos descubrieron que las consecuencias de cualquier movimiento no tenían fin. Pero ¿por qué, Agathos, por qué lloras, y por qué tus alas se inclinan hacia el suelo?»

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