La búsqueda del Jedi (24 page)

Read La búsqueda del Jedi Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: La búsqueda del Jedi
10.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

Leia pensó que no hacía mucho tiempo la Alianza estaba formada por los luchadores más valientes y consagrados a la causa, aquellos que estaban dispuestos a morir por sus ideales. ¿Cómo era posible que la Nueva República hubiera degenerado tan rápidamente convirtiéndose en una burocracia? Pensó en héroes a los que había conocido, personas como Jek Porkins y Biggs Darklighter, que habían muerto para destruir la primera
Estrella de la Muerte
, y se consoló con la esperanza de que su espíritu siguiera estando presente en algún lugar del nuevo gobierno.

Winter, que estaba sentada delante de la consola de transmisión, tosió levemente para atraer la atención de Leia.

—Esto ha resultado bastante difícil Leia, pero creo que por fin tengo un contacto —dijo—. Toda la ciudad de Kessendra parece estar abandonada, pero pude obtener los códigos de comunicación de la Institución Penitenciaria Imperial. Unas cuantas investigaciones más me permitieron dar con una persona que, al menos nominalmente, parece estar al frente de lo que se considera un gobierno en ese lugar. Se llama Moruth Doole, y ocupaba un cargo subalterno en la administración de la prisión. No sé cómo se las ha arreglado para conseguirlo, pero ahora supervisa las operaciones de extracción de la especia.

»Parece que la situación es bastante caótica. Establecí mi primer contacto con la guarnición de la luna de Kessel. Todo el mundo pareció alarmarse mucho al recibir una transmisión de la Nueva República, ¿sabes? Bien, después me fueron pasando de unos a otros como si fuese una pelota hasta que Moruth Doole por fin accedió a hablar con nosotros. Te está esperando.

—Adelante —dijo Leia.

Winter inspeccionó su tablero durante unos momentos, y después inició el contacto. Leia entró en el campo de transmisión.

Un pequeño holograma de una criatura que recordaba a una rana apareció sobre la plataforma. La estática causada por el no muy sofisticado equipo de transmisión de Kessel alteraba los colores tiñendo a Doole con tonos verdes y amarillentos. Su arcaico chaleco y su corbata de un color amarillo chillón le proporcionaban una apariencia un tanto cómica.

—Usted debe de ser la ministra Organa Solo, ¿no? —preguntó Doole, y extendió las manos hacia la imagen de Leia en un gesto conciliador. Leia se dio cuenta de que llevaba un artefacto mecánico, quizá un mecanismo de enfoque, que tapaba uno de sus ojos grandes como linternas—. Me complace muchísimo tener la ocasión de hablar con una representante de la Nueva República, y le pido disculpas por cualquier dificultad que haya podido tener para establecer contacto conmigo. Durante los dos últimos años hemos padecido una cierta agitación social, y me temo que todavía no hemos logrado poner fin a todas las alteraciones y disturbios.

Sus carnosos labios de anfibio se tensaron hacia arriba en una mueca que debía pretender ser una sonrisa. Una lengua larga y de extremo bastante afilado entraba y salía velozmente de su boca mientras hablaba, pero Doole parloteaba a tal velocidad que Leia no tuvo ninguna ocasión de intervenir. Durante sus años de servicio diplomático había aprendido a no confiar demasiado en su capacidad para descifrar el lenguaje corporal de las criaturas no humanas, pero aun así Leia se preguntó si los rápidos movimientos de la lengua de Doole podían ser una señal indicadora de nerviosismo.

—Bien, ministra ¿cómo puedo ayudarla? Hemos estado pensando en enviar un representante para establecer relaciones con la Nueva República, créame... Deseo aprovechar esta ocasión para invitarla a que envíe un embajador a nuestro mundo a fin de que eso contribuya a mantener la armonía. En Kessel nos gusta pensar en las gentes de la Nueva República como nuestras amigas.

Doole se calló de repente, como si acabara de comprender que había hablado demasiado. Leia se permitió un fruncimiento de ceño interno, pero siguió manteniendo controlada su expresión. Moruth Doole estaba diciendo exactamente lo que ella quería oír, y le daba respuestas políticamente irreprochables sin que Leia hubiera tenido que hacerle las preguntas previamente. Qué extraño... ¿Qué estaba pensando en realidad?

—Bien, señor Doole... Por cierto, me temo que no sé cuál es el tratamiento que debo darle. ¿Cómo desea que me dirija a usted?

Doole la miró fijamente con su único ojo y jugueteó con las lentes mecánicas, como si nunca hubiera pensado en ello hasta aquel momento.

—Eh... Creo que bastará con «comisionado Doole.»

—Bien, comisionado Doole, agradezco su oferta de cooperación y de apertura de relaciones, y confío en que no habremos actuado prematuramente. Uno de nuestros representantes fue enviado a Kessel hace más de una semana, pero no hemos tenido noticias de él. Tenía que haber vuelto hace tres días. Me he puesto en contacto con usted para averiguar si podría confirmar su llegada allí sano y salvo.

Doole alzó sus manos de largos dedos y apoyó las mejillas en ellas.

—¿Un representante, dice? ¿Y fue enviado aquí? No he sido informado de la llegada de ningún representante.

Leia mantuvo su expresión tranquila e inmutable, aunque sintió que se le helaba el corazón.

—¿Podría averiguar si su nave, el
Halcón Milenario
, llegó a Kessel? Hace unos momentos tuvimos ciertas dificultades para localizar a una persona que ocupara un alto cargo. Quizá se presentó ante otro funcionario gubernamental.

—Bueno... Puedo hacerlo, naturalmente —dijo Doole, y su voz sonó bastante dubitativa. Sus dedos se movieron sobre una terminal de datos invisible que se encontraba más allá de los límites del campo de transmisión. Doole se apartó de la terminal casi al instante, y Leia pensó que con una rapidez excesiva—. No, ministra, lo lamento... Nuestros registros no contienen ninguna referencia sobre la llegada a Kessel de una nave llamada
Halcón Milenario
. ¿Quién pilotaba esa nave?

—El piloto se llama Han Solo, y es mi esposo.

Doole se irguió y puso cara de consternación.

—Lamento muchísimo oírlo... ¿Es un buen piloto? Como quizá sepa, el cúmulo de agujeros negros que se encuentra cerca de Kessel hace que los viajes resulten extremadamente peligrosos incluso dentro del hiperespacio. Las Fauces son una de las maravillas de la galaxia, pero si el piloto escogió una ruta equivocada para atravesar el cúmulo... ¡Oh, espero que no le haya ocurrido nada!

Leia se inclinó hacia adelante, acercándose un poco más al centro del campo de transmisión.

—Han es un piloto soberbio, comisionado Doole.

—Enviaré un equipo de búsqueda inmediatamente, ministra. Le aseguro que Kessel le ofrecerá toda la ayuda posible en este asunto... Registraremos la superficie del planeta y de la luna, y también inspeccionaremos el espacio en busca de cualquier nave averiada. Le informaré inmediatamente de cualquier descubrimiento que hagamos.

Doole extendió una mano hacia los controles de su holotransmisor, pero se detuvo antes de que sus dedos llegaran a ellos.

—Y, naturalmente, esperaremos con impaciencia la ocasión de dar la bienvenida a cualquier otro embajador que decida enviarnos —añadió—. Espero que cuando volvamos a hablar lo hagamos en circunstancias menos tristes, ministra Organa Solo.

La imagen de Moruth Doole fue engullida por un estallido de estática, y Leia permitió que la pétrea impasibilidad que había mantenido hasta aquel momento se convirtiera en un fruncimiento de ceño lleno de confusión y sospechas.

Winter alzó la mirada hacia ella desde los controles.

—No he detectado ninguna contradicción obvia, pero no estoy muy convencida de que todo lo que nos ha dicho sea verdad.

Leia tenía los ojos clavados en la lejanía. La preocupación le anudaba las entrañas, y pensó que se había comportado como una estúpida al enfadarse con Han.

—Algo anda terriblemente mal, eso está claro...

11

El mal genio de Han Solo acabó estallando, y cuando eso ocurrió el resultado fue un puñetazo que hizo caer de espaldas a un guardia. Han saltó sobre él y le golpeó una y otra vez en el pecho y en el estómago, machacándose los nudillos con cada impacto contra la armadura de las tropas de asalto que llevaba.

Los otros guardias que había en la sala fueron corriendo hacia él, y derribaron a Han. Los monitores de turno hicieron sonar la alarma detrás de las paredes de transpariacero de sus cubículos de observación y solicitaron ayuda. La puerta que daba acceso a las áreas comunales no tardó en abrirse, y cuatro guardias más entraron a la carrera y desenfundaron sus armas.

Chewbacca dejó escapar un atronador rugido wookie y se abrió paso a través de los otros guardias, arrancándolos de la espalda de Han. La deuda de vida que tenía con su socio y amigo estaba por encima del sentido común.

Han siguió repartiendo puñetazos mientras lanzaba gritos incoherentes a sus captores. Chewbacca hizo entrechocar las cabezas de dos guardias y dejó caer sus flácidos cuerpos al suelo. Los refuerzos alzaron la mirada hacia el wookiee, y sus ojos se desorbitaron al contemplar el muro de músculos y pelaje que se alzaba ante ellos. Los guardias desenfundaron sus armas.

El joven Kyp Durron se agachó y se lanzó sobre las rodillas del guardia armado más próximo, haciendo que cayera al suelo. Kyp se apresuró a apartarse y sus manos tiraron velozmente de botas y piernas, haciendo caer a dos guardias más.

Unos cuantos prisioneros decidieron que no tenían nada que perder y se unieron a la pelea, golpeando indiscriminadamente a todos los objetivos que tenían cerca sin importarles que fueran guardias u otros prisioneros. Muchos de los mineros de especia cautivos eran ex guardias de la prisión que habían escogido el bando equivocado durante la rebelión de Moruth Doole, y los otros prisioneros les odiaban.

Los arcos azulados de un desintegrador ajustado para aturdir surgieron de la nada con un whooop de energía repentinamente liberada e hicieron caer de espaldas a Chewbacca. El wookie tosió y gimió, e intentó levantarse apoyándose en los codos.

Las alarmas seguían sonando con un palpitar ensordecedor que se añadía al caos que se había adueñado de la sala. Más guardias salieron a la carrera del área comunal. Haces azulados de intensidad aturdidora ondularon por el aire, haciendo estragos entre los prisioneros amotinados y derribando a unos cuantos guardias.

—¡Basta! —rugió el jefe Roke por su micrófono de cuello. El estallido de su voz retumbó por todas las rejillas del sistema de megafonía de la sala—. Si no os estáis quietos, os aturdiremos a todos, ¡y luego os diseccionaremos para averiguar qué anda mal en vuestros cerebros!

Un desintegrador disparó un nuevo haz aturdidor que hizo caer a dos mineros enzarzados en un feroz combate, dejándolos inmóviles en el suelo con los cuerpos tan flácidos como dos sacos de gelatina.

Han logró librarse de los guardias y se frotó sus maltrechos nudillos. La ira seguía hirviendo en su mente, y tuvo que hacer un gran esfuerzo para recobrar el control de sí mismo y evitar recibir un disparo.

—¡Todo el mundo a los catres! ¡Ya! —ordenó el jefe Roke.

Sus labios estaban fruncidos en una mueca de ira, y el vello negro azulado hacía pensar en una mancha de grasa sobre su mentón. Su cuerpo lleno de bultos estaba tenso y desprendía una silenciosa aura de peligro y amenaza.

Kyp Durron se levantó del suelo, pero cuando sus ojos se encontraron con los de Han le dirigió una fugaz sonrisa. Fuera cual fuese el castigo que soportarían por ella, Kyp había disfrutado de la pelea.

Dos guardias muy nerviosos pusieron en pie a Chewbacca y pasaron sus peludos brazos por encima de sus hombros. Otro guardia que llevaba un viejo casco de las tropas de asalto en bastante mal estado apuntó al wookie con su arma. Los brazos y las piernas de Chewbacca temblaban espasmódicamente como si todavía estuviera intentando resistirse, pero el rayo aturdidor había convertido sus impulsos nerviosos en un verdadero caos. Los guardias le arrojaron a una de las celdas de retención y activaron la puerta antes de que Chewbacca pudiese recuperar el control de sus músculos. El wookie se fue doblando lentamente sobre sí mismo y acabó sentado en el suelo, una enorme masa de sucio e hirsuto pelaje marrón.

Han avanzó con el cuerpo tenso y preparado para actuar y los ojos oscurecidos por la ira, y siguió a Kyp hasta la hilera de catres metálicos. Los guardias se quitaron el polvo de los uniformes y le fulminaron con la mirada. Han trepó a la incómoda colchoneta sobre la que dormía. Las varillas de metal que servían como separaciones entre las colchonetas y los catres se alzaban a su alrededor como otra jaula.

Kyp trepó al catre de arriba y se inclinó hacia él.

—¿A qué ha venido todo eso? —preguntó—. ¿Qué te hizo perder el control?

Un guardia golpeó el lado del catre con una vara aturdidora.

—¡No asomes la cabeza!

El rostro de Kyp volvió rápidamente a su zona, pero Han pudo oír cómo seguía moviéndose.

—Nada en concreto... Supongo que fueron los nervios, nada más —murmuró. Sentía un dolor y una pena sordos e insistentes, como si estuviera vacío por dentro—. Acabo de recordar que hoy es el día en que mis chicos vuelven a casa, y yo no estaba allí para darles la bienvenida.

El jefe Roke activó el campo generador de sueño antes de que Kyp pudiera decir nada, y el palpitar de energía que osciló alrededor de los catres hizo que Han se precipitara en una caída interminable a un mar de confusas pesadillas en el que siguió agitándose y resistiéndose.

Moruth Doole se detuvo un momento delante de la puerta del anexo en el que se procesaba la especia y colocó un dispositivo infrarrojo encima de su ojo mecánico. Se sentía tan inquieto que empezó a sisear, metiendo y sacando rápidamente la lengua para saborear el aire y asegurarse de que todo iba bien.

La reciente transmisión de la esposa de Solo le había puesto muy nervioso, y no paraba de pensar en qué podía hacerle la Nueva República. La cálida oscuridad de sus salas procesadoras de especia era el único sitio en el que Doole podía relajarse un poco. Contemplar a los trabajadores ciegos e impotentes que obedecían su voluntad hora tras hora le hacía sentirse más fuerte y más dueño de la situación.

La gruesa puerta metálica encajó en el marco dejando fuera la luz. La entrada secundaria se deslizó para dar acceso a una bóveda tan tenebrosa como un útero que brillaba con el cálido resplandor rojo del calor corporal de los trabajadores vista a través de su equipo infrarrojo. Doole tragó una honda bocanada de aire, y aspiró el olor húmedo y mohoso de las formas de vida reunidas allí.

Other books

Mr. Calder & Mr. Behrens by Michael Gilbert
Jump Start by Susannah McFarlane
The Boy Next Door by Irene Sabatini
Love in a Nutshell by Evanovich, Janet, Kelly, Dorien
Eye of the Beholder by Kathy Herman
Crystal Deception by Doug J. Cooper