La búsqueda del Jedi (23 page)

Read La búsqueda del Jedi Online

Authors: Kevin J. Anderson

BOOK: La búsqueda del Jedi
9.73Mb size Format: txt, pdf, ePub

Los gemelos salieron el uno al lado del otro y esperaron al comienzo de la rampa. Leia contempló a Jacen y Jaina, los dos muy serios y de cabellos oscuros, dos pequeños de ojos grandes y llenos de avidez y caritas que hacían pensar en dos diminutos fantasmas de Han y Leia.

Leia subió corriendo por la rampa después de un segundo de vacilación y abrazó a los niños. Tanto Jacen como Jaina respondieron abrazando a su madre.

—¡Bienvenidos a casa! —susurró Leia.

Captó miedo y reserva en ellos, y Leia comprendió con una punzada de dolor que para los gemelos prácticamente era una desconocida. Winter había sido su aya durante todo el tiempo que abarcaban sus jóvenes memorias, y Leia no había sido más que una visitante que aparecía cuando podía encontrar un hueco en sus deberes. Pero Leia se prometió que les devolvería con creces todo el tiempo que no había podido dedicarles hasta entonces.

Todas las obligaciones que había asumido se alzaron en su mente, acosándola con el espectro del deber. Seguía teniendo que vérselas con el embajador de Carida y debía enfrentarse a un millar más de tareas muy delicadas para mantener la integridad de la Nueva República. Había docenas de sistemas planetarios que estaban a punto de tomar la decisión de unirse a la República siempre que un representante lo suficientemente hábil —como Leia— demostrara su buena fe haciéndoles una visita oficial. Si Mon Mothma la llamaba para que ayudara a conseguir la ratificación de un tratado o para que la sustituyese en una cena de gala, ¿cómo podría negarse Leia? El destino de la galaxia estaba en la balanza, y resultaba obvio que dependía de lo que ella hiciera o dejara de hacer.

¿Cómo unos simples niños podían tener preferencia sobre todo eso..., y en qué clase de madre la convertía el mero hecho de estar pensando todo aquello?

—¿Dónde está papá? —preguntó Jacen.

Una punzada de ira atravesó a Leia como una lanza de hielo.

—Bueno, en estos momentos no está aquí.

Winter salió por fin del compartimiento de pilotaje. Leia alzó la mirada hacia su amiga y confidente, y se sintió inundada por un torrente de recuerdos maravillosos e impregnados de ternura. Winter siempre había tenido los cabellos blancos como la nieve desde el primer momento en que Leia la recordaba y un rostro lleno de serenidad que muy rara vez se permitía mostrar ni la más leve sombra de ira. Winter se percató de la ausencia de Han y enarcó las cejas. Su rostro se llenó de preguntas, pero no dijo nada.

—¿Dónde está el pequeño Anakin? —preguntó Jaina.

—Todavía tendrá que quedarse conmigo durante algún tiempo —dijo Winter, y empujó suavemente a los gemelos para que empezaran a bajar por la rampa—. Venga, os llevaremos a vuestra nueva casa...

Los dos niños se pusieron en marcha obedientemente con Leia siguiéndolos a poca distancia. Cetrespeó no parecía saber qué se esperaba que hiciera durante la reunión familiar, por lo que se limitó a seguirles moviendo los brazos y emitiendo exclamaciones ahogadas e incoherentes.

—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí? —preguntó Jacen.

—¿Dónde está nuestra habitación?

—preguntó Jaina.

Leia sonrió ante las preguntas e hizo una profunda inspiración de aire antes de responderlas. Tenía el presentimiento de que en el futuro oiría un montón de preguntas.

Cuando Leia se despidió por fin de los gemelos dándoles las buenas noches con un beso. Cetrespeó no hubiese sido capaz de decidir quién tenía un aspecto más exhausto, si Leia o los niños. Leia apartó un mechón de negros cabellos de sus ojos mientras se detenía un momento en el umbral de la habitación de los gemelos y les soplaba otro beso.

Cetrespeó se puso en cuclillas entre las camas de los gemelos después de haber ajustado sus servomotores para obtener un poco más de flexibilidad en las articulaciones. Ya se había ocupado de detalles tan importantes como el proporcionar vasos con agua para los niños y haber instalado pequeñas luces nocturnas en los rincones oscuros.

—Sed buenos con Cetrespeó —dijo Leia—. Se quedará aquí hasta que os hayáis dormido. Hoy os han ocurrido muchas cosas emocionantes, y mañana haremos muchas más. Me alegra tanto teneros de vuelta...

Leia les sonrió con una sinceridad que brotaba de lo más profundo de su corazón, logrando transmitir la alegría que sentía incluso con el rostro lleno de cansancio.

—Estoy seguro de que puedo manejar la situación, ama Leia —dijo Cetrespeó—. He revisado la mayor parte de las bases de datos de psicología infantil disponibles... salvo aquellas recomendadas por el Emperador, naturalmente.

La mirada con que le respondió Leia parecía contener un poco de escepticismo, cosa que dejó perplejo a Cetrespeó.

—No quiero dormir —dijo Jacen, y se irguió en la cama.

Leia seguía sonriendo.

—Pero necesitas descansar. Oye, si te portas bien puede que Cetrespeó te cuente un cuento...

Volvió a despedirse con la mano y desapareció en la gran sala de estar.

Los niños habían tenido un día muy ajetreado. Después de su viaje con Winter habían sido obsequiados con un rápido recorrido por el Palacio Imperial, y luego les habían enseñado sus nuevos alojamientos. Leia también se las había arreglado para redecorar el dormitorio de los gemelos con tonos cálidos y relajantes a pesar de sus muchas obligaciones como ministra del Estado. Cetrespeó se habría sentido encantado pudiendo ofrecerle su ayuda en el proyecto, pero por aquel entonces estaba asistiendo a las carreras de amorfoides con Lando Calrissian. Cuando pensaba en aquella experiencia, Cetrespeó siempre se decía que hubiese preferido ocuparse de las tareas de decoración.

Leia fue interrumpida en varios momentos del recorrido por llamadas insistentes, documentos que debían ser autorizados y breves conversaciones que no podían ser retrasadas. Cada vez que eso ocurría Leia parecía sentirse culpable, como si comprendiera que era una indicación de cómo sería el futuro.

Los gemelos habían quedado asombrados y emocionados ante todas las cosas nuevas que les rodeaban, pero también se habían ido poniendo crecientemente irritables a medida que el cansancio se iba adueñando de ellos. Estaban abrumados por un exceso de novedades en el mismo día, y a eso había que añadir el que se les hubiera dado un nuevo hogar y se les hubiera dicho que se durmieran en una habitación con la que no estaban familiarizados. Según la información que Cetrespeó había almacenado recientemente en sus bancos de datos, dada la situación resultaba totalmente normal que los niños causaran pequeñas dificultades.

—No quiero que nos cuentes un cuento antes de dormirme —dijo Jacen, y cruzó sus manecitas sobre el pecho mientras lanzaba una mirada desafiante a Cetrespeó.

—Yo tampoco —dijo Jaina.

—¡Pues claro que queréis que os cuente un cuento! —insistió Cetrespeó—. He examinado toda la literatura infantil de miles de sistemas planetarios, y he seleccionado un cuento que creo os gustará muchísimo. Se titula El cachorrito de bantha perdido, y es un clásico muy popular entre los niños de vuestra edad desde hace varias generaciones.

Cetrespeó había estado esperando con impaciencia tener la ocasión de contarlo, pues recordaba lo mucho que había disfrutado contando las aventuras que había vivido con el amo Luke y el capitán Solo a los ewoks. Incluso había seleccionado unos cuantos efectos de sonido muy emocionantes para acompañar ciertos pasajes de la historia del cachorrito de bantha. Cetrespeó nunca había estado cerca de un bantha vivo durante el tiempo que había pasado en Tatooine, pero unos jinetes de banthas —los Incursores de Tusken—, lo habían desmantelado durante el primer ataque que habían lanzado contra el amo Luke. Cetrespeó suponía que eso le daba un cierto derecho a considerarse como un experto en el tema.

—¡No quiero que nos cuentes un cuento! —repitió Jacen.

Los dos gemelos tenían el cabello negro y rebelde y los profundos ojos castaños de su madre. En aquellos momentos el rostro del niño mostraba una expresión de tozudez decidida e inconmovible que Cetrespeó había visto muy a menudo en el de Han Solo.

Cetrespeó comprendió que lo que había provocado el enfrentamiento tenía muy poco que ver con el cuento. Según su nueva información sobre los niños, los gemelos se estaban sintiendo desplazados, indefensos e impotentes. Había tantas cosas nuevas fuera de su control que sentían la necesidad de ejercer su poder e insistir en conservar algún diminuto punto de estabilidad. Jacen necesitaba cerciorarse de que podía producir cierto efecto sobre lo que le rodeaba. El niño estaba muy inquieto, y Jaina había captado el nerviosismo y la preocupación de su hermano y parecía hallarse al borde del llanto.

—Muy bien, joven amo Jacen. Te contaré el cuento en alguna otra ocasión.

Cetrespeó sabía cómo tener contentos a los gemelos y dejar que se fueran durmiendo poco a poco. Después de todo, dominaba con fluidez más de seis millones de formas de comunicación. Podía cantar nanas en cualquier lenguaje y cualquier estilo.

Escogió unas cuantas que estaba seguro gustarían a los gemelos, Jacen y Jaina se quedarían dormidos en cuestión de segundos. Cetrespeó empezó a cantar.

—Oh, ¿y por qué están llorando ahora? —exclamó Leia, irguiéndose y volviendo la mirada hacia el dormitorio—. Quizá debería ir a averiguar qué pasa.

Winter extendió una mano y le rozó la muñeca, deteniéndola antes de que se pusiera en pie.

—Todo irá bien. Están cansados y asustados, y muy nerviosos. Ten paciencia con los gemelos... Ah, y como eres nueva para ellos, pondrán a prueba tus límites a cada momento y tratarán de averiguar cómo pueden manipularte. No les enseñes que acudirás corriendo cada vez que hagan algún ruido. Los niños siempre aprenden muy deprisa ese tipo de cosas.

Leia suspiró y miró a su sirvienta personal. Winter llevaba años aconsejándola en muchas cosas, y lo normal era que siempre tuviera razón.

—Bueno, parece como si fuera yo la que necesita aprender deprisa...

—Cada parte de tu ser es un proceso de aprendizaje. Debes equilibrar el amor que sientes hacia ellos con su necesidad de estabilidad. En el fondo, ser padres se reduce a eso.

Leia torció el gesto como si una preocupación oculta hubiera empezado a ahogar la felicidad que sentía al tener a sus niños nuevamente junto a ella.

—Quizá tenga que hacer todo eso yo sola.

La mirada de Winter se volvió repentinamente penetrante y aguda, y por fin formuló la pregunta que llevaba horas dando vueltas por las mentes de ambas.

—¿Dónde está Han?

—¿Que dónde está? ¡Bueno, la respuesta es que no está aquí!

Leia no quería que Winter percibiera la irritación y el dolor que se habían adueñado de su rostro, por lo que se puso en pie y le dio la espalda. Había imaginado una y otra vez un sinfín de posibilidades en las que veía a Han herido, perdido, atacado... pero había descubierto que prefería creer en otras posibilidades.

—Está en el
Halcón
con Chewbacca. Debería haber vuelto hace dos días. Sabía cuándo iban a llegar los gemelos, ¡pero estar aquí cuando llegaran era demasiada molestia para él! Que hayamos sido unos padres prácticamente inexistentes durante los dos primeros años de su vida ya es bastante malo, pero ahora resulta que ni siquiera puede disponer de unas horas para recibir a Jacen y Jaina cuando por fin vuelven a casa.

Han había sentido el filo cortante como una navaja de las palabras de Leia en muchas ocasiones, y su lengua se había ido volviendo cada vez más precisa con los años de experiencia como diplomática. Una pequeña parte de su ser se alegraba de que Han no estuviera allí para que descargase su ira sobre él; pero Leia no pudo evitar el pensar que si Han hubiese estado allí, entonces no habría tenido ningún motivo para estar tan irritada.

—¿Adónde ha ido?

Leia movió la mano, y cuando respondió intentó que su voz sonara lo más tranquila y despreocupada posible.

—Ha ido a Kessel para ver si lograba convencer a alguno de los viejos mineros de especia de que se unieran a la Nueva República. No se ha tomado la molestia de enviar ningún mensaje desde que se fue.

Winter la contempló fijamente y sin parpadear durante unos momentos. Sus períodos de intensa concentración siempre conseguían poner un poco nerviosa a Leia.

—Permíteme que te diga una cosa, Leia —murmuró por fin—. Creo que tengo razón, ¿sabes? Si cualquier otra persona se hubiera marchado con una misión semejante, llevara dos días de retraso sobre la fecha en la que debía volver y no se hubiera puesto en contacto contigo durante una semana... Bueno, estarías preocupada. Muy preocupada... Con Han, estás suponiendo que lo único que ocurre es que se está comportando de una manera irresponsable. ¿Y si le ha ocurrido algo?

—Eso es una tontería.

Leia volvió a darle la espalda para impedir que Winter se diera cuenta de que esa misma preocupación llevaba varios días obsesionándola.

El rostro de Winter seguía estando muy serio.

—Según los informes que he visto, Kessel es territorio relativamente hostil. No estamos hablando únicamente de las minas de especia, sino también de la Institución Penitenciaria Imperial, que cuenta con algunas defensas bastante poderosas para impedir que los prisioneros puedan escapar. Todo el sistema lleva algún tiempo sin mantener ninguna clase de contacto con nosotros.

Winter hizo una pausa, como si estuviera examinando otros recuerdos.

—Cuando Mara Jade y Talon Karrde unificaron algunos de los contrabandistas hace dos años, Jade observó que Kessel podía llegar a causarnos ciertos problemas. ¿No crees que deberías hablar con algún contacto diplomático de esa zona para asegurarte que no le ha ocurrido nada al
Halcón Milenario
?

Leia parpadeó, sintiéndose irritada ante la sugerencia de Winter a pesar de que ya se le había pasado por la cabeza docenas de veces.

—Me parece que sería exagerar un poco, ¿no crees?

Winter la contempló sin perder la calma.

—¿O se trata sencillamente de que no estás dispuesta a revelar tu preocupación porque eso te resultaría embarazoso?

La sala de comunicaciones privada tenía un aspecto muy distinto vista durante el ajetreo de una soleada mañana de Coruscant. La última vez que Leia había estado en ella había sido para contactar con el irritante embajador de Carida a altas horas de la noche.

Pero en ese momento, si volvía la mirada hacia los muros de cristal Leia podía ver a funcionarios que iban y venían apresuradamente para cumplir con sus deberes del día, y a personal administrativo y de servicios que probablemente llevaba años trabajando en Ciudad Imperial y al que le importaba muy poco qué gobierno regía la galaxia.

Other books

Sheisty by Baker, T.N.
What Alice Forgot by Liane Moriarty
Area 51: The Legend by Doherty, Robert
Once Upon a Rose by Laura Florand
Beaches by Iris Rainer Dart