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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los conquistadores (25 page)

BOOK: La aventura de los conquistadores
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Capítulo
VII
LA EXPLORACIÓN DE LOS LÍMITES

E digo que no hallo gente que por tan áspera tierra, grandes montañas, desiertos e ríos no caudalosos, pudiesen andar como los españoles sin tener ayuda de sus mayores, ni más de la virtud de sus personas y el ser de su antigüedad; ellos, en tiempo de setenta años, han superado y descubierto otro mundo mayor que el que teníamos noticia, sin llevar carros de vituallas, ni gran recuaje de bagaje, ni tiendas para se recostar, ni más que una espada e una rodela, e una pequeña talega que llevaban debajo, en que era llevado por ellos su comida, e así se metían a descubrir lo que no sabían ni habían visto.

Palabras de Cieza de León, soldado y cronista de la conquista de América.

A
l cabo de cuarenta años del descubrimiento oficial de América, los asentamientos de colonos españoles se distribuían de forma más o menos razonable por millones de kilómetros cuadrados, tanto en las ínsulas antillanas como en la vasta Tierra Firme. Miles de europeos viajaban al Nuevo Mundo ilusionados ante las perspectivas que se abrían ante ellos. El incipiente comercio comenzaba a inundar los mercados del viejo continente con alimentos y materias primas hasta entonces desconocidos y que mejoraron ostensiblemente la calidad de vida de sus poblaciones. América se transformó en un sueño tangible y una oportunidad única para escapar de situaciones poco o nada deseables. El imperio español aumentaba su gloria gracias a los pactos de Estado y a las batallas ganadas ante sus enemigos ancestrales. El emperador Carlos era el hombre más importante e influyente de su tiempo y los invictos Tercios se paseaban por media Europa sin oposición aparente. Mientras tanto, las riquezas llegadas de las nuevas posesiones ultramarinas fortalecían el Estado español asegurándole un destino envidiable.

Sin embargo, la expansión debía proseguir por el Nuevo Mundo. Al norte de México se ofrecían innumerables posibilidades para el flujo constante de pioneros, soldados, exploradores, busca-fortunas… Por su parte, al sur de Nueva España se recogían magníficos frutos en Centroamérica, donde se consolidaba el dominio español en territorios como Guatemala, Honduras, Panamá, Nicaragua o El Salvador, mientras que la gesta de Pizarro engrandecía al imperio español con la inmensidad representada por el mundo inca.

No obstante, a pesar de estos innegables éxitos y avances, aún restaban grandes zonas pendientes de su exploración y conquista, y no pocos adelantados dispuestos a consumar tal propósito. Era momento, pues, para que diferentes expediciones hispanas se adentrasen por los territorios todavía extraños al conocimiento de la época. Las futuras hazañas, en ese sentido, se iban a dar en el cono sur de América, mientras que los mayores trasiegos tendrían como escenario la inmensidad que representaba el sur de los actuales Estados Unidos de América.

Pedro de Valdivia, la conquista de Chile

Algunas localidades extremeñas se disputan el honor de haber acogido el nacimiento de este ilustre conquistador: Villanueva de la Serena y Zalamea de la Serena o Castuera (Badajoz). En todo caso este pacense universal vino al mundo en 1497, en el seno de una familia hidalga, como en tantos casos venida a menos, lo que no le privó de una correcta instrucción académica. Más tarde se alistó en el ejército y como soldado participó en las campañas italianas y en la victoria española sobre los franceses en Pavía, hecho acontecido en 1525.

Una vez licenciado de sus obligaciones castrenses, regresó a España con el propósito de fundar una familia y para ello se casó con doña Marina Ortiz de Gaete, y fijaron su hogar en la extremeña Castuera. A mediados de 1534, angustiado por la urgencia de acrecentar su patrimonio familiar, se embarcó en la expedición de Jerónimo de Ortal y Jerónimo de Alderete con destino a Paria (Venezuela).

A los dos años se sumó a la columna enviada a Perú por Alonso de Fuenmayor, presidente de la Audiencia de La Española, con la intención de ayudar a sofocar la rebelión del indio Manco Inca. Valdivia se distinguió en este conflicto por su bravura peleando junto al gobernador Francisco Pizarro para romper el cerco sobre Lima. Estos méritos militares le elevaron hasta la distinción de maestre de campo, elegido por su jefe para afrontar la batalla de Las Salinas, punto culminante de la primera guerra civil española en América y que acabó, como ya sabemos, en desastre para los almagristas. En meses sucesivos siempre se mantuvo al lado de Pizarro, participando en las campañas de conquista y colonización de Collao y las Charcas del alto Perú. El gobernador extremeño lo quiso premiar por su fidelidad en tan duros episodios y, con tal motivo, le concedió una magnífica encomienda en Bolivia, así como la titularidad de una mina de plata en Porco.

Bien pudiera parecer que con estas prebendas cualquiera se contentaría, pero el espíritu de Valdivia quiso experimentar el placer de protagonizar su propia acción conquistadora y, en ese sentido, solicitó a Pizarro, en 1539, la posibilidad de iniciar una expedición hacia Chile, tierra que no contaba con buena fama después de la fracasada aventura de Almagro. Aunque el flamante marqués de la Conquista intentó convencerle de lo contrario, él se obstinó en el empeño e invirtió todos sus bienes en la organización de aquella difícil misión. Los preparativos estuvieron cuajados de inconvenientes, y muy pocos, a esa alturas, deseaban sumarse a una marcha tachada de imposible y sin beneficios aparentes que engordasen las bolsas de los voluntarios. Los hombres eran por entonces muy escasos en Perú y, por añadidura, existían razonables dudas sobre la legitimidad de la empresa, pues en aquel tiempo, Pedro Sancho de Hoz, antiguo hombre de confianza de Pizarro, llegó de España con capitulaciones selladas por el mismísimo emperador en las que se le facultaba para ser conquistador de las tierras chilenas. La discusión sobre quién debía ser artífice de la hazaña quedó aplacada cuando Pizarro sugirió que ambos adelantados uniesen sus fuerzas. La idea fue aceptada y, de ese modo, se dispuso que Valdivia saliese primero por la ruta terrestre y que Sancho de Hoz le siguiese cuatro meses más tarde por mar con dos buques cargados de pertrechos y provisiones.

A finales del mes de enero de 1540 partió Valdivia de Cuzco con tan sólo ocho soldados, un ayudante quinceañero, la buena compañía de su amante Inés Suárez y mil indios porteadores. A fin de evitar los Andes, la expedición se dirigió a Arequipa y desde allí se internó hacia el sur. Al llegar a Tarapacá, justo en las puertas del desierto de Atacama, Valdivia decidió esperar los refuerzos de Sancho de Hoz, quien no hizo acto de presencia, para desesperación del grupo, pues sin esos víveres sería imposible acometer el trasiego por una de las zonas más secas del mundo.

Sí, en cambio, llegó una inesperada ayuda encarnada en decenas de españoles, los cuales, tras fracasar en otras empresas exploratorias y enterados de la expedición a Chile, decidieron probar fortuna. Entre ellos estaban antiguos compañeros de Valdivia y experimentados conquistadores como Jerónimo de Alderete, Francisco de Villagra, Juan Jufre y Johan Bohon. Poco a poco los grupúsculos se fueron reuniendo hasta completar una recluta de ciento cincuenta y cuatro hombres curtidos y predispuestos para los rigores del camino.

Valdivia, orgulloso por la actitud de sus nuevos soldados y abastecido con intendencia autóctona, decidió internarse en Atacama. La marcha resultó agotadora, pues la dureza del desierto impuso su ley. Finalmente, el adelantado decidió parar casi dos meses con la intención de descansar. En ese tiempo no dejó de enviar patrullas de reconocimiento hacia el sur, mientras recibía complacido la llegada de su antiguo compañero Francisco de Aguirre, quien se incorporó al grupo con veinte soldados más. Asimismo, por fin llegó el esperado Sancho de Hoz, aunque éste no traía ningún tipo de refuerzo y sí, más bien, la intención de asesinar a Valdivia para asumir el mando de la empresa. Por fortuna para el extremeño, la conspiración se desbarató en un par de ocasiones y el insidioso terminó por aceptar ser uno más de la columna renunciando a sus derechos, so pena de ser pasado a cuchillo.

A mediados de agosto el grupo reemprendió la marcha guiado por el fraile Antonio Rondón, que ya acompañase a Almagro por aquellas latitudes, y gracias a sus oportunas indicaciones geográficas llegaron al fértil y hermoso valle de Copiapó, que Valdivia bautizó con el nombre de valle de la Posesión, llamando al resto del territorio Nueva Extremadura. Fue aquí donde la expedición sufrió un primer ataque de los indios y las primeras bajas mortales, hecho que no les impidió proseguir camino hasta alcanzar la ciudad de Coquimbo y poco después el bello valle de Mapocho, donde el 24 de febrero de 1541 Valdivia fundó la primera ciudad hispana en Chile, Santiago de la Nueva Extremadura. Para entonces ya habían desertado cuatrocientos porteadores y los ataques indios eran constantes, azuzados por el cacique Michimalongo, un bravo guerrero que entendió de inmediato que los intrusos no venían precisamente de visita turística.

La fundación de Santiago permitía una pequeña base para sostener la conquista. Además, al elegirse su Cabildo, y éste ratificar a Valdivia como gobernador, se ponían firmes bases jurídicas para las acciones futuras, sin subordinarse totalmente a los azarosos acontecimientos políticos de Lima. En efecto, en Perú la historia se precipitaba con el inicio de una segunda guerra civil. Empero, la dependencia de Perú era total, pues se necesitaban más hombres, víveres y equipos, y éstos sólo podían venir del norte. Por ello Valdivia ordenó la construcción de un bergantín que mantuviese la comunicación por mar con Lima. Pero el creciente rechazo indígena a los invasores complicó las cosas hasta tal punto que el pequeño campamento de Santiago fue arrasado la noche del 11 de septiembre de 1541.

Por su parte, Sancho de Hoz volvió a conspirar por intermedio de sus seguidores. La respuesta de Valdivia fue enérgica, con un sangriento ataque sobre los indios y el ahorcamiento de los sediciosos internos. Todos estos acontecimientos retrasaron notablemente la conquista chilena y obligaron a Valdivia a enviar a su lugarteniente Alonso Monroy a Perú en busca de refuerzos. Para entonces Valdivia ya había sido elegido gobernador de Nueva Extremadura (Chile) por los suyos, un nombramiento necesario dadas las noticias que llegaron del Perú sobre el asesinato de Pizarro. Ahora, el flamante mandatario asumía su lugar en la historia y se desmarcaba de los acontecimientos peruanos instaurando la gobernación con autonomía del Perú.

A mediados de 1543, con la llegada de unos pocos refuerzos enviados por Monroy, Valdivia envió un destacamento al mando de Bohon a fundar la ciudad de La Serena, en el valle de Coquimbo. Al invierno siguiente arribó el providencial barco de Juan Bautista Pastene, con más pertrechos y provisiones, lo que permitió explorar la costa sur hasta la isla de Chiloé. Al mismo tiempo, Francisco de Villagrán comandó una expedición terrestre hacia el sur. Por su parte, los indios continuaban guerreando y cuanto más se internaban los españoles hacia el sur, más hostiles se mostraban los nativos.

Así Valdivia, en septiembre de 1545, despachó de nuevo a Perú al fiel Monroy para que gestionase nuevos contingentes de refuerzo. Durante el año 1546, las cosas empeoraron: la expedición al sur fue rechazada en el límite natural del río Bío-Bío y en Perú reinaba la confusión tras el asesinato del virrey Núñez de Vela. Valdivia no ignoraba que su gobernación dependía de la estabilidad política en Lima y decidió en consecuencia ofrecer sus servicios al recién llegado Pedro de la Gasea, virrey interino. Pero se necesitaba dinero para acudir a Lima y, una vez allí, poder reclutar los hombres necesarios que reforzasen la empresa chilena. En consecuencia, maquinó un plan para obtener recursos económicos reuniendo en una gran fiesta a todos los conquistadores que deseaban abandonar Chile —la mayoría— para huir de los indios y de la precaria situación colonial. El astuto Valdivia se mostró más simpático y conciliador que nunca, invitándoles a embarcar sus riquezas mientras les esperaba para una copiosa cena de despedida. En un momento de la velada Valdivia pidió disculpas y se ausentó. Lo que nadie en el banquete pudo sospechar es que el gobernador salió a toda prisa rumbo a la nao llena de riquezas y en ella embarcó zarpando hacia el norte, mientras los incautos se quedaban solos y sin dinero.

Una vez en Perú mostró su absoluta lealtad a los intereses reales y con su espada sirvió a La Gasea, contribuyendo decisivamente a la derrota de Gonzalo Pizarro en la batalla de Jaquijahuana, en 1548. El virrey lo recompensó ratificándolo en los cargos de gobernador y capitán general de Chile. Pero antes de embarcar tuvo que rendir cuentas a la justicia por su «robo» a los conquistadores chilenos, el ajusticiamiento de Pedro Sancho de Hoz y algunos asuntos económicos, hasta un total de cincuenta y siete cargos de los que, como el lector puede suponer, salió, dado su prestigio, absuelto, pues durante el juicio, su conducta quedó justificada, logrando demostrar que había ordenado a sus lugartenientes que saldasen la deuda con los colonos robados.

En lo personal, el virrey y sacerdote La Gasea le recomendó que como gobernador debía llevar una vida pública intachable, por lo que debía reunirse con su mujer (abandonada en España) y separarse de su amante Inés Suárez. Con estas premisas y libre de todo mal, Pedro de Valdivia regresó a Chile dispuesto a extender sus ya impresionantes dominios. En Santiago, un accidente de caballo lo mantuvo convaleciente durante meses, tiempo que aprovechó para enviar una expedición marítima de reconocimiento al mando de Antonio de Ulloa.

A principios de 1550 inició sus campañas de conquista por el sur. Cruzó el río Bío-Bío, derrotó a los nativos en Andalién, fundó la ciudad de Concepción y se internó en el hostil territorio mapuche, donde fundó las villas de La Imperial (abril de 1552), Valdivia y Villarrica. Una vez de regreso a Santiago destacó a Francisco de Aguirre a la región de Tucumán. En 1553 retornó al sur a batallar contra los mapuches y fundar el fuerte Arauco, con el fin de asegurar las comunicaciones entre Concepción y La Imperial. Poco después levantó nuevos bastiones en Tucapel y Purén, como resguardo para los colonos de la recién fundada villa de Los Confines (actual Angol).

En diciembre de 1553, los mapuches se alzaron bajo el mando de Lautaro —antiguo paje de Valdivia y astuto guerrero—, que supo aglutinar voluntades de los suyos con el objetivo común de derrotar a los españoles. Los combates resultaron feroces y algunas fortificaciones hispanas, como el fuerte Tucapel, fueron reducidas a la ruina.

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