Kafka en la orilla (58 page)

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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, Fantástico

BOOK: Kafka en la orilla
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—¿No se lo he contado ya, señor Hoshino?

—Pues, no. No me lo has contado.

—Tenía la impresión de que sí.

—Pues no. Lo principal aún tienes que contármelo.

—A decir verdad, Nakata mató al señor Johnnie Walken.

—¿¡En serio!?

—Sí, lo maté en serio.

—¡Joder! —exclamó el joven.

El joven embutió sus cosas en la bolsa y envolvió la piedra con el
furoshiki
. La piedra había vuelto a su peso original. No era liviana, pero tampoco tan pesada como para no poder transportarla. Nakata también recogió sus cosas. El joven se dirigió a recepción y anunció que tenían que marcharse enseguida por un asunto urgente. Como ya había pagado la habitación por adelantado, le llevó muy poco tiempo ajustar la diferencia. Nakata se tambaleaba a cada paso que daba, pero podía andar.

—¿Cuánto ha dormido Nakata?

—A ver… —dijo el joven e hizo un cálculo mental de las horas—. Pues, unas cuarenta horas.

—Me da la sensación de haber dormido bien.

—¡Ya! Si con lo que has dormido, no te diera la sensación de haber dormido bien, ya me dirás de qué diablos serviría dormir. ¿Y qué abuelo, tienes hambre?

—Sí, tengo mucha hambre.

—¿Puedes aguantar un poquito más? Primero tendríamos que alejarnos de aquí. Luego ya comeremos.

—De acuerdo. Nakata todavía puede aguantar un rato.

Sosteniendo a Nakata, Hoshino salió a la calle ancha y paró uno de los taxis que pasaban. Le dio al taxista la dirección que el Colonel Sanders le había dictado. El taxista asintió y los llevó hasta allí. Tardaron unos veinticinco minutos en llegar. El coche atravesó la ciudad, circuló por la carretera nacional, entró en una urbanización de las afueras. Una zona elegante y tranquila, muy distinta de los alrededores del
ryokan
donde se habían alojado hasta entonces.

La casa era el típico edificio de cinco plantas, bonito y pulcro, que se puede encontrar en cualquier parte. Se llamaba Takamatsu Park Heights, pero se levantaba en una explanada y alrededor no se veía ningún parque. Subieron en ascensor hasta el segundo piso y el joven Hoshino localizó la llave debajo del paragüero. Se trataba de un piso normal de dos habitaciones. Dos dormitorios, un salón, una cocina-comedor y un cuarto de baño completo. Todo limpio y nuevo. Los muebles parecían casi por estrenar. Un televisor enorme y un pequeño equipo de música. Un tresillo. Dos dormitorios, cada uno con una cama. La cama, lista para ser usada. En la cocina, instalación completa de agua y gas, y en las alacenas, los cacharros de cocina y la vajilla básicos. De las paredes colgaban elegantes grabados. El apartamento parecía un piso de muestra que hubiera preparado el promotor inmobiliario de una urbanización de primera categoría, listo para enseñar a posibles futuros compradores.

—No está nada mal, ¿eh? —dijo Hoshino—. Personalidad no se puede decir que tenga, pero al menos está limpio.

—Es un lugar muy bonito —dijo Nakata.

Abrió el refrigerador de color hueso y vio que estaba atiborrado de alimentos. Sin dejar de murmurar, Nakata inspeccionó detenidamente todo lo que contenía y, al final, se decidió por unos huevos, pimientos y mantequilla. Lavó los pimientos, los cortó en trozos pequeños, los salteó. Luego cascó unos huevos dentro de un bol, los batió con los palillos. Eligió una sartén del tamaño adecuado y, con mano experta, hizo dos tortillas con pimientos. Tostó pan de molde, preparó un desayuno para dos, lo llevó todo a la mesa. Calentó agua e hizo té inglés.

—¡Qué bien se te da! —exclamó el joven Hoshino con admiración—. ¡Increíble!

—He vivido siempre solo, así que estoy acostumbrado a cocinar.

—Yo también vivo solo y no sé ni freír un huevo.

—Nakata siempre ha dispuesto de mucho tiempo libre. No tiene otra cosa que hacer.

Los dos comieron el pan, comieron la tortilla. Y, como se habían quedado con hambre, Nakata preparó un salteado de
komatsuna
[46]
con
bacon
. Y tostó dos rebanadas más de pan. Con eso se sintieron, al fin, reanimados.

Después se sentaron en el sofá y se tomaron la segunda taza de té.

—Vamos —empezó el joven Hoshino—. Que tú, abuelo, has matado a un hombre.

—Sí. Nakata ha matado a un hombre —dijo Nakata. Y le contó los pormenores del asesinato a cuchilladas de Johnnie Walken.

—¡Alucinante! —exclamó el joven Hoshino—. ¡Vaya cosa más rara! Esta historia, por muy cierta que sea, la policía no se la va a creer. Yo, ahora, sí que me la creo aunque me cueste. Pero hasta hace poco tampoco me la habría tragado.

—Tampoco Nakata entiende qué pasó.

—Sea como sea, has matado a un hombre. Y, en un caso de asesinato, la cosa no se acaba diciendo «¡Qué cosa tan rara!». La policía se lo está tomando muy en serio y te persigue, abuelo. Ya los tienes en Shikoku.

—También a usted, señor Hoshino, le estoy ocasionando problemas.

—¿No tienes intención de entregarte?

—No —dijo Nakata con voz resuelta, cosa nada frecuente en él—. Antes sí la tenía, pero ahora no. Nakata tiene otra cosa que hacer. Si Nakata se entrega a la policía, no podrá realizarla. Y, entonces, no habría servido de nada venir hasta Shikoku.

—Debes cerrar la entrada que está abierta.

—Sí, exacto, señor Hoshino. Lo que se ha abierto tiene que cerrarse. Después, Nakata volverá a ser el Nakata normal. Pero antes tiene que hacer todavía algunas cosas.

—El Colonel Sanders parece que nos esté ayudando —dijo el joven—. El tío me enseñó dónde se encontraba la piedra y ahora nos está dando refugio. ¿Por qué lo hará? ¿Habrá entre él y Johnnie Walken alguna relación?

Pero cuanto más pensaba más se le embrollaban las ideas. «Es una pérdida de tiempo intentar encontrarle un sentido a las cosas que no lo tienen», se dijo. «Pensar mucho y mal equivale a no pensar», resolvió cruzándose de brazos.

—Señor Hoshino —dijo Nakata.

—¿Qué?

—Huele a mar.

El joven se acercó a la ventana, la abrió, salió a la estrecha veranda y respiró profundamente. Pero no logró percibir el olor a mar. En la lejanía se vislumbraba el verde de los pinos. Por encima flotaban unas nubes blancas de principios de verano.

—Pues yo no huelo nada —dijo el joven.

Nakata se acercó y husmeó el aire como una ardilla.

—Huelo el mar. Está muy cerca —afirmó señalando hacia los pinos.

—¡Caramba, abuelo! ¡Qué olfato más fino tienes. —dijo el joven—. Yo tengo un principio de sinusitis y no huelo nada.

—Señor Hoshino, ¿vamos paseando hasta la playa?

El joven se lo pensó un momento. ¡Bah! Por ir hasta la playa, ¿qué puede pasar?

—Sí. Vamos —accedió.

—Pero antes a Nakata le gustaría ir a cagar, si no le importa.

—¡Qué va! No tenemos prisa. Tómate todo el tiempo que quieras

Mientras Nakata estaba en el váter, el joven recorrió la habitación, examinándolo todo al detalle. El Colonel Sanders, tal como había prometido, les había preparado todo lo que podían necesitar. En el cuarto de baño encontró todos los artículos básicos, desde espuma de afeitar, cepillos de dientes nuevos, bastoncitos para limpiar las orejas y tiritas, hasta cortaúñas. Incluso había plancha y tabla de planchar.

«Aunque deje estos pequeños detalles en manos de la secretaria, desde luego, el tío está en todo. No falta de nada», se dijo el joven.

Dentro del armario descubrió, incluso, diversas prendas de vestir y también mudas de ropa interior. No había ninguna camisa hawaiana, sólo camisas a cuadros, normales y corrientes, y algunos polos. Todo de la marca Tommy Hilfiger, y por estrenar.

—El Colonel Sanders parecía una persona muy atenta, pero ya veo que no lo es —rezongó el joven sin dirigirse a nadie en particular—. Cualquiera se habría dado cuenta, de una ojeada, que me pirran las camisas hawaianas, que yo no me pongo más que camisas hawaianas. Habiéndose tomado tantas molestias, podía haberme traído una, ¿no?

Pero, como la camisa hawaiana que llevaba ya olía, como es lógico, a sudor, no le quedó otro remedio que meterse por la cabeza un polo. Era de su talla.

Los dos caminaron hacia el mar. Cruzaron el pinar, atravesaron el rompeolas y bajaron a la playa. Allí estaba el tranquilo mar Interior. Se sentaron en la arena, uno al lado del otro, y permanecieron largo tiempo sin decirse nada, contemplando cómo las pequeñas olas se alzaban, igual que una sábana henchida por el viento, y rompían en la playa con un suspiro. En alta mar se veían varias islas pequeñas. Ninguno de los dos estaba acostumbrado a ver el mar y, por más que lo miraban, no se aburrían.

—Señor Hoshino —dijo Nakata.

—¿Qué?

—¡Qué cosa tan grande es el mar! ¿Verdad?

—Sí. Mirándolo, uno se siente en paz.

—¿Y por qué será que mirándolo uno se siente en paz?

—Quizá porque es muy grande y porque no hay nada —dijo el joven señalando la extensa superficie del mar—. Suponte que por allá hubiera un 7-Eleven, por el otro lado unos Grandes Almacenes Seiyû, más allá un Pachinko, y más allá todavía una casa de empeños Yoshikawa, Entonces uno ya no se sentiría tan en paz. Está muy bien eso de que no haya absolutamente nada hasta donde alcanza la vista.

—Sí, tal vez —dijo Nakata y reflexionó unos instantes—. Señor Hoshino.

—¿Sí?

—¿Podría hacerle una pregunta?

—Dime

—¿Que hay en el fondo del mar?

—En el fondo del mar está el mundo del fondo del mar y en él viven muchos bichos. Peces, mariscos, algas. ¿No has ido nunca al acuario?

—Nakata no ha ido nunca, en toda su vida, al acuario. Nakata antes vivía en Matsumoto y allí no había acuarios.

—¡Ya me dirás cómo los va a haber! Matsumoto está entre las montañas. Y allí, como no monten un museo de la seta… —dijo el joven—. En fin, lo que te explicaba: en el fondo del mar viven muchos bichos diferentes. La mayoría de ellos respira tomando el oxígeno del agua. Por eso pueden vivir allí aunque no haya aire. No son como nosotros. Hay unos que son muy bonitos, otros que dan ganas de comértelos, otros que son peligrosos, otros que tienen muy mala pinta. ¡Uff! La verdad es que me resulta muy difícil explicar cómo es el fondo del mar a alguien que no lo haya visto nunca. Vamos, que es otro mundo. En las profundidades del mar apenas penetra la luz del sol. Y allí viven unos bichos con unos caretos horrorosos. ¿Sabes, Nakata? Cuando acaben todos estos líos de ahora, nos iremos los dos juntos al acuario. Yo hace mucho tiempo que no voy. Es un sitio divertido, no creas. Quizás, al estar tan cerca de la playa, en Takamatsu haya uno.

—Sí. A Nakata también le gustaría mucho ir al acuario.

—Por cierto, Nakata…

—Sí, señor Hoshino. ¿Qué sucede?

—Nosotros, anteayer a mediodía, levantamos la piedra y abrimos la entrada, ¿no?

—Sí, el señor Hoshino y Nakata abrieron la piedra de la entrada. Exacto. Y, luego, Nakata se quedó profundamente dormido.

—Entonces, lo que yo quiero saber es si pasó algo cuando abrimos la entrada.

Nakata asintió dando una cabezada.

—Sí, ocurrió.

—¿Pero aún no sabes qué?

Nakata negó categóricamente con la cabeza.

—No. Todavía no lo sé.

—Pues, entonces…, quizás, en algún lugar, esté ocurriendo algo.

—Sí, creo que sí. Tal como dice usted, señor Hoshino, por lo visto todavía ocurre algo. Y Nakata está esperando a que eso
acabe de ocurrir
.

—Y entonces, es decir, cuando eso acabe de ocurrir, todo quedará solucionado de la mejor de las maneras.

Nakata volvió a negar categóricamente con la cabeza.

—No, señor Hoshino. Eso Nakata no lo sabe. Nakata hace lo que
tiene que hacer
. Pero qué ocurrirá cuando él lo haga, eso Nakata no lo sabe. Nakata es tonto y esas cosas tan complicadas no las puede entender. No sabe qué sucederá en el futuro.

—Pero, por lo visto, aún falta tiempo, ¿verdad? Hasta que todo acabe de ocurrir y lleguemos a una especie de conclusión, ¿no?

—Sí. En efecto.

—Y nosotros, mientras tanto, debemos evitar que nos pille la policía. Porque aún tenemos cosas que hacer.

—Sí, señor Hoshino. De eso se trata. A Nakata no le importa ir a donde los guardias y hacer lo que le diga el señor gobernador. Pero, de momento, no puede ser.

—Oye, abuelo —dice el joven—. Si ésos escucharan tu historia, pasarían de ella y te obligarían a hacer una declaración en regla. O sea, que montarían la historia como a ellos les conviniera. Por ejemplo, que entraste a robar y que en la casa había alguien, que tú cogiste un cuchillo, se lo clavaste y lo mataste. Lo convertirían en una historia apañadita, fácil de entender. La verdad, la justicia y demás, eso a ellos se la trae floja. Lo único que quieren es pescar a todos los delincuentes que puedan para incrementar el índice de arrestos. Y luego te meterían en la cárcel, o en un psiquiátrico de esos cerrados a cal y canto. Lugares horribles, tanto el uno como el otro. Y no saldrías de allí en toda tu vida. Porque tú no tienes dinero para pagarte un buen abogado y te tocaría uno de esos abogados de oficio que hace lo justito por cumplir con el expediente. Como si lo estuviera viendo.

—Nakata no entiende esas cosas tan complicadas.

—Vamos, que eso es lo que hace la policía. Los conozco muy bien desde que era joven. Por eso, Nakata, no quiero tener tratos con ellos. La policía y yo nos llevamos mal.

—Si, señor Hoshino. Le estoy ocasionando problemas.

El joven Hoshino exhaló un profundo suspiro.

—Pero ¿sabes, abuelo?, ya lo dicen: «Si quiere veneno, trágate el bote».

—¿Y eso qué significa?

—Que si tomas veneno, pues, ya puestos, hazla gorda y trágate el bote y todo.

—Pero, señor Hoshino. Si una persona traga botes, se morirá. Los botes no son buenos para los dientes y, además, le dolerá la garganta.

—Pues sí. Tienes razón —dijo el joven ladeando la cabeza—. ¿Por qué debería tragarse alguien el bote?

—Nakata es tonto y no lo entiende bien. El veneno ya es malo, pero es que los botes están demasiado duros para tragárselos.

—Sí. Exacto. Ahora ya no lo entiendo ni yo. Es que yo también soy bastante zote, la verdad. No es por fardar, pero es así. ¡En fin! Lo que quería decirte es que, habiendo llegado hasta aquí, ya puestos, voy a protegerte y a ayudarte a escapar. No puedo creer de ninguna de las maneras que hayas hecho nada malo. Abuelo, no pienso dejarte tirado. Yo también sé lo que es la lealtad, ¿sabes?

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