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Authors: Haruki Murakami

Tags: #Drama, Fantástico

Kafka en la orilla (39 page)

BOOK: Kafka en la orilla
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»Pero el punto más interesante del relato es que la dama Rokujô no era consciente de que se había convertido en un espíritu vivo. Cuando despierta atormentada por las pesadillas y descubre que su larga cabellera negra huele a incienso, no entiende por qué, se muestra confusa. Era el olor del incienso que quemaban para rezar por la dama Aoi. Ella, sin saberlo, se había desplazado por el espacio, se había sumergido hasta los más profundos estratos de la consciencia y había viajado, una y otra vez, hasta el lecho de Aoi. Éste es uno de los episodios más siniestros y emocionantes del
Genji Monogatari
. Cuando Rokujô se entera de lo que ha hecho sin saberlo, se siente horrorizada ante la monstruosidad de su pecado, se corta la cabellera y entra en un convento.

»El mundo fantástico son las tinieblas que hay en el interior de nuestra mente. Antes de que en el siglo XIX Freud y Jung arrojaran luz sobre todo esto con sus análisis del subconsciente, la correlación entre ambas tinieblas era, para la mayoría de personas, un hecho tan obvio que no valía la pena pararse a reflexionar sobre él. Ni siquiera era una metáfora. Y si nos remitimos a épocas anteriores, ni siquiera era una correlación. Hasta que Edison inventó la luz eléctrica, la mayor parte del mundo vivía, literalmente, envuelto en unas tinieblas tan negras como la laca. Y no existía frontera alguna entre las tinieblas físicas del exterior y las tinieblas interiores del alma, ambas se entremezclaban. Más aún, se confundían en una. De esta manera. —Y Ôshima aprieta la palma de una mano contra la otra—. En la época en que vivía Murasaki Shikibu, los espíritus vivos eran a la vez un fenómeno fantástico y una disposición del espíritu de lo más normal, algo que estaba allí. Pensar en estas dos clases de oscuridad como algo separado era algo que, probablemente, no pudiera hacer la gente de aquella época. Pero para nosotros, que estamos en el mundo actual, las cosas son distintas. Las tinieblas del mundo exterior han desaparecido, pero las tinieblas de nuestra alma continúan inalteradas. Una gran parte de lo que llamamos yo o consciencia permanece oculta en el reino de las tinieblas, como un iceberg. Esta disociación, en algunos casos, crea en nosotros confusión y grandes contradicciones.

—Alrededor de tu cabaña hay una oscuridad casi total.

—Sí, exacto. Allí todavía hay auténticas tinieblas. A veces voy allí sólo para verlas —dice Ôshima.

—¿La gente se convierte en espíritus vivos impulsada sólo por sentimientos negativos? —pregunto.

—No tengo suficientes elementos de juicio para sacar una conclusión. Pero por lo que yo sé, dentro de mis limitaciones intelectuales, en la mayoría de los casos eso parece. Las pasiones que sienten los hombres son, por lo general, individuales y negativas. Y los espíritus vivos surgen espontáneamente de las pasiones. Por desgracia, no hay una sola persona que se haya convertido en un espíritu vivo en aras de la consecución de la paz entre los hombres o del triunfo de la lógica.

—¿Y por amor?

Ôshima se sienta en un sillón y reflexiona.

—Es una pregunta difícil. No sabría responderte. Lo único que puedo asegurarte es que no conozco ni un solo caso concreto. En
Cuentos de la lluvia y de la luna
[30]
hay una historia llamada «La promesa del crisantemo». ¿Los has leído?

—No.

—Los
Cuentos de la lluvia y de la luna
fueron escritos por Ueda Akinari a finales de la época
Edo
,
[31]
pero la obra se sitúa en el periodo
Sengoku
.
[32]
En este sentido, Ueda Akinari era un autor de tendencias algo nostálgicas, románticas.

»Dos guerreros se hacen amigos y juran ser hermanos de por vida. Entre samuráis, este juramento era muy importante. Hacer esta promesa equivalía a poner la vida en manos del otro, a entregarla gustosamente por el otro de ser necesario. Eso significaba.

»Los dos viven en regiones muy alejadas y sirven a dos señores diferentes. “Cuando el crisantemo esté en flor, iré a visitarte”, le anuncia uno al otro. “Te espero”, responde el otro. Sin embargo, el samurái que tenía que ir a visitar a su amigo se ve envuelto en problemas en su señorío y es arrestado. No puede salir. Tampoco le está permitido escribir una carta. Pronto acaba el verano, avanza el otoño y llega la estación en que florecen los crisantemos. El samurái no puede cumplir la promesa que le ha hecho a su amigo. Para un samurái, una promesa tiene una importancia capital. La fidelidad tiene más valor que la propia vida. El samurái se suicida abriéndose el vientre y su espíritu recorre una larga distancia para reunirse con su amigo. Ambos, ante las flores del crisantemo, hablan hasta la saciedad, y luego el espíritu desaparece de la faz de la Tierra. Es una historia preciosa.

—Pero, para convertirse en espíritu, el samurái tuvo que morir.

—Cierto —dice Ôshima—. Parece ser que las personas no se convierten en espíritus vivos por sentimientos como la fidelidad, el amor o la amistad. Para ello tienen que morir primero. Quitarse la vida y convertirse en fantasmas. Para pasar a ser un espíritu estando vivo, por lo que sé, siempre es necesario el mal. Un sentimiento negativo. —Reflexiono sobre ello—. Pero es posible que haya algún caso en que una persona se transforme en un espíritu vivo impulsada por un amor constructivo. Yo tampoco he seguido tanto este tema. Quizás exista —dice Ôshima—. El amor puede reconstruir el mundo. El amor lo puede todo.

—Oye, Ôshima —le pregunto—. ¿Has estado enamorado alguna vez?

Ôshima se me queda mirando con pasmo.

—¡Pero, vamos! ¿Tú de qué te crees que está hecha la gente? No soy ni una estrella de mar, ni un árbol de la pimienta. Soy un ser humano con sangre en las venas. Pues claro que sí. Hasta ahí llego.

—No lo decía en ese sentido —me disculpo enrojeciendo.

—Ya lo sé —me dice. Y me sonríe con cariño.

Cuando Ôshima se va a su casa, vuelvo a mi habitación, aprieto el interruptor del estéreo y coloco el disco de
Kafka en la orilla del mar
sobre el plato giratorio. Lo pongo a cuarenta y cinco revoluciones, hago descender la aguja. Escucho la canción mientras leo la letra.

Kafka en la orilla del mar

Cuando tú estás en el borde del mundo

Yo estoy en el cráter de un volcán muerto

A la sombra de la puerta

Se yerguen las palabras que han perdido sus letras

Al dormir, la luna ilumina las sombras

Pececillos caen del cielo

Al otro lado de la ventana

Hay soldados con el corazón endurecido

(Estribillo)

Kafka está sentado en una silla a la orilla del mar

Pensando en el péndulo que hace oscilar el mundo

Cuando el círculo del mundo se cierra

La sombra de la esfinge sin destino

Se convierte en cuchillo

Y atraviesa tus sueños

Los dedos de la niña ahogada

Buscan la piedra de la entrada

Alza las mangas de su vestido azul

Y mira a
Kafka en la orilla del mar

Escucho el disco tres veces seguidas. Me asalta una duda. ¿Cómo pudo convertirse una canción con una letra así en un gran éxito y llegar a vender un millón de copias? La letra, sin llegar a ser difícil de entender, es bastante simbólica, su contenido puede calificarse, incluso, de surrealista. Como mínimo, no es el tipo de letra que la gente se aprende y tararea enseguida. Pero, conforme la escucho, va cobrando un eco familiar. Las palabras van hallando, una a una, su lugar dentro de mi corazón. Es una sensación extraña. Imágenes que trascienden su propio significado se van poniendo en pie, como dibujos recortables, y empiezan a caminar por sí mismas. Como cuando estás inmerso profundamente en un sueño.

Ante todo, la melodía es maravillosa. Una música hermosa, carente de artificios. Pero, a la vez, nada convencional. Y la voz de la señora Saeki se sume en ella con naturalidad. Comparada con una cantante profesional, le falta potencia vocal, y técnica. Pero su voz va lavando la mente con suavidad como la lluvia de primavera humedece las piedras planas de un camino en un jardín. Primero, ella cantaba y tocaba el piano y, luego, le añadieron un pequeño acompañamiento de cuerda y oboe. Es muy posible que influyeran cuestiones de presupuesto, pero los arreglos son muy sobrios, incluso para la época. Sin embargo, esta falta de artificiosidad consigue un efecto muy natural.

Luego, en el estribillo aparecen dos acordes muy extraños. El resto de acordes son normales y corrientes, sin particularidad alguna, sólo estos dos son inesperados y distintos. No son de los que, al poco de escuchar la melodía, ya sabes cómo están hechos. Pero yo, al escucharlos por primera vez, me siento confuso por un instante. Exagerando un poco, diría que me siento traicionado. La heterogeneidad inesperada de aquellos sonidos me agita, me provoca desazón. Como cuando se filtra de un modo inesperado una corriente de aire frío por una rendija. Pero el estribillo acaba, vuelve la hermosa melodía y yo me siento transportado de nuevo a un mundo de armonía y de intimidad. La corriente de aire deja de soplar. Finalmente, la letra acaba, el piano teclea la nota final, las cuerdas desgranan los últimos acordes y el oboe concluye la canción dejando una ligera reverberación en el aire.

Conforme la escucho, voy entendiendo, más o menos, por qué esta canción gustó a tanta gente. Porque era la
combinación
franca y dulce de un corazón desinteresado y, a la vez, lleno de talento natural. Una combinación tan acertada que casi podía calificarse de «milagrosa». Una tímida jovencita de diecinueve años de una ciudad de provincias escribe un poema pensando en su novio que está muy lejos, se sienta al piano, le pone música y la canta sin presunción alguna. Ella ha compuesto la música para sí misma, no para que la escuchen los demás. Para caldear, aunque sólo sea un poco, su corazón. Y esta inocencia va asestando a los corazones golpes silenciosos pero certeros.

Me preparo una cena sencilla con lo que encuentro en la nevera. Luego vuelvo a poner el disco de
Kafka en la orilla del mar
en el plato. Sentado en la silla, cierro los ojos y me represento la imagen de la señora Saeki, cuando tenía diecinueve años, en el estudio de grabación, tocando el piano y cantando la canción. Pienso en los dulces sentimientos que debían de embargarla. Y cómo éstos se vieron interrumpidos de modo inesperado por una violencia gratuita.

La canción acaba, la aguja asciende y el brazo vuelve a su sitio.

La señora Saeki debió de escribir la letra de la canción en este cuarto. A medida que voy escuchando el disco una y otra vez me convenzo de ello. Y
Kafka en la orilla del mar es el muchacho que está retratado en la pintura al óleo que está colgada en la pared
. Me siento en la silla, hinco el codo sobre la mesa tal como lo hizo ella anoche y, desde el mismo ángulo, me pongo a observar. Ante mis ojos está el cuadro. No hay duda. La señora Saeki escribió la letra de
Kafka en la orilla del mar
en esta habitación, mirando el cuadro y pensando en el muchacho. Posiblemente a altas horas de la noche, cuando las tinieblas son más profundas.

Me planto ante el cuadro, lo contemplo desde muy cerca. El muchacho mira a lo lejos. Sus ojos rebosan de una misteriosa profundidad. En un punto del cielo que él contempla flotan algunas nubes de contornos definidos. Según cómo lo mires, la nube más grande recuerda a una esfinge acurrucada.
Esfinge…
rebusco en mi memoria… ¿No era la esfinge el enemigo que Edipo derrotó? Edipo resolvió el enigma que la esfinge le había planteado. Cuando ella comprendió que había perdido, se suicidó arrojándose por un barranco. Y Edipo consiguió, de esta forma, el trono de Tebas y se casó con su propia madre.

Con respecto al nombre de
Kafka
… Deduzco que la señora Saeki debió de relacionar el aura de enigmática soledad que envuelve al muchacho del cuadro con el mundo kafkiano. Por eso lo llamó
Kafka en la orilla del mar
. Un alma solitaria errando por la orilla donde rompen las olas del absurdo. Quizás eso explique el título de la canción.

Y no sólo es el nombre de Kafka y lo de la esfinge, voy descubriendo otras coincidencias entre la situación en la que yo me encuentro y algunos de los versos de la canción. El trozo que dice: «Pececillos que caen del cielo» puede aplicarse, tal cual, a la lluvia de sardinas y caballas sobre el barrio comercial del distrito de Nakano. Y el trozo que dice: «La sombra se convierte en cuchillo y atraviesa tus sueños» puede referirse al asesinato de mi padre a cuchilladas. Anoto la letra de la canción, línea a línea, en un cuaderno y la releo una vez tras otra. Subrayo con lápiz los trozos que me llaman la atención. Pero es demasiado críptica y acabo sintiéndome completamente desconcertado.

«A la sombra de la puerta / Se yerguen las palabras que han perdido sus letras»

«Al otro lado de la ventana / Hay soldados con el corazón endurecido»

«Los dedos de la niña ahogada / Buscan la piedra de la entrada»

¿Qué significado pueden tener estas líneas? O no se trata más que de una simple coincidencia con visos de ser algo más. Me acerco a la ventana y contemplo el jardín. Una tenue oscuridad empieza a caer sobre el exterior. Me siento en un sofá de la sala de lectura y abro la versión actualizada que hizo Tanizaki del
Genji Monogatari
. A las diez me meto en la cama, apago la luz de la lamparilla, cierro los ojos. Y espero que la señora Saeki, la de quince años,
regrese
a la habitación.

24

Eran ya alrededor de las ocho de la noche cuando el autocar de Kôbe se detuvo delante de la estación de Tokushima.

—¡Bueno! ¡Ya estamos en Shikoku!

—Sí. El puente es magnífico. Nakata nunca había visto un puente tan grande —dijo Nakata.

Ambos se apearon del autocar, se sentaron en un banco del parque y permanecieron allí unos instantes contemplando las vistas.

—¿Has tenido ya alguna especie de revelación de adónde tenemos que ir ahora? —preguntó el joven.

—No. Nakata sigue sin saber nada.

—¡Pues sí que estamos apañados!

Nakata permaneció largo tiempo acariciándose la cabeza con la palma de la mano, como si reflexionara.

—Señor Hoshino —dijo.

—¿Qué?

—Lo siento muchísimo, pero querría dormir. Tengo muchísimo sueño. Tanto que me parece que voy a quedarme dormido aquí mismo.

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