Jugada peligrosa (17 page)

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Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
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—¿Ha oído hablar alguna vez de un banquero de inversión de KWC apellidado Spencer?

—¿Jonathan Spencer? ¿Qué tiene que ver con esto?

—¿Lo conocía?

—Por supuesto. Jugábamos a squash un par de veces al mes. Era un buen chico. Murió hace años en un accidente de tráfico.

—No.

Jude la miró como si hubiera perdido la chaveta, pero ella no apartó la vista.

—Lo empujaron delante de un camión en marcha para asegurarse de que no saboteara la operación Sorohan.

Jude se retiró los cascos de los oídos y se los colocó en el cuello. La fulminó con la mirada y volvió a ponerse los auriculares.

—Eso es un disparate —afirmó—. ¿Cuál es su fuente de información? No me creo ni una palabra.

—Si acabo muerta bajo un tren en marcha, ¿entonces me creerá?

Jude miró al frente. Sus labios apretados dibujaban una línea forzada.

—Tengo que ver esos archivos —le pidió Harry con suavidad—. Necesito que me ayude a
hackear
el sistema de KWC.

Capítulo 23

El
hacker
tenía todas las de ganar.

Después de todo, el tiempo jugaba a su favor. Harry solía pasarse días y semanas desplegando una estrategia. Llevaba a cabo largas búsquedas en internet para recopilar información sobre su objetivo. Exploraba los perímetros del sistema golpeteando las paredes y buscando agujeros. Entonces se acercaba, sacudía los pomos de las puertas y hurgaba en las cerraduras. Inevitablemente algo acabaría cediendo y ella entraría.

Un buen
hacker
era capaz de introducirse en casi cualquier sistema con el tiempo suficiente, pero Harry sabía que eso era precisamente de lo que no disponía.

Echó una rápida mirada a Jude, que parecía agarrar con una fuerza innecesaria el volante de su Saab. Su boca estaba totalmente cerrada, como si le hubieran cosido los labios con una grapadora. Apenas había pronunciado una sola palabra desde que abandonaron el aeropuerto.

—Verá, no es que le esté pidiendo que robe un banco —aclaró—. Lo único que tiene que hacer es dejarme pasar el control de seguridad y yo me encargo del resto.

—Ni hablar —replicó Jude, que enfatizó las dos palabras propinando al volante sendos golpes al estilo de un karateca—. No la puedo dejar entrar a escondidas en el edificio de KWC. Sabe Dios los perjuicios que nos causaría.

—Venga, sólo quiero echar un vistazo al antiguo correo electrónico de Felix. Seguramente está archivado en algún lugar. Tardaré cinco minutos.

—Lo siento, pero es demasiado arriesgado.

Harry se hundió en su asiento y cruzó los brazos mientras iba recorriendo con la mirada las calles por las que circulaban. A las nueve de la noche la oscuridad se hacía cada vez más densa, y unas tenues luces resplandecían en los bares de Townsend Street. Lo iba a hacer, con o sin su ayuda, pero no tenía sentido forzar la situación demasiado.

Pasaron por el pub Long Stone, con su cálida fachada roja y su rótulo de letras celtas. Después se fijaron en el White’s Bar; los carteles indicaban que preparaban cócteles y disponían de acceso wifi a internet.

Harry agarró a Jude por el brazo.

—Detenga el coche.

—Está prohibido aparcar aquí.

—Pare en algún sitio.

Tomó una calle transversal y encontró un espacio para aparcar. Harry abrió la puerta antes de que él tuviera tiempo ni tan siquiera de parar el motor.

—Vamos —dijo ella—. Necesito beber algo.

Lo condujo hasta el White’s Bar. Harry sólo había estado allí una vez, pero aún recordaba su oscuro y bajo techo y el olor a abrigo de lana mojado que invadía todos los rincones. Era como si hubiera ido a beber a la cueva de un oso.

Miró hacia atrás y aceleró el paso. Por primera vez en varias horas se encontraba a la intemperie, completamente expuesta, y casi rompió a llorar al pensarlo. Echó una mirada a las lúgubres calles, pero no halló nada fuera de lo normal. Jude, detrás de Harry, contestaba una llamada en su móvil. Aquel sonido la reconfortó de una forma extraña.

Abrió la puerta del White’s Bar empujándola y enseguida percibió un olor a recién pintado. Permaneció quieta en la entrada y examinó el establecimiento. Las vigas bajas de madera habían desaparecido y ahora el techo era de un blanco inmaculado. Los focos iluminaban las sillas de piel color crema y las mesas se encontraban provistas de unas velas parpadeantes, como si alguien se estuviera preparando para decir misa. Harry se adentró en el local. ¿Adónde irían los osos a beber ahora?

Parecía que la clientela escaseaba para ser un sábado por la noche. Se dirigió hacia una mesa de la esquina; Jude, que continuaba hablando por teléfono, la siguió de cerca. Harry se hizo rápidamente con el sofá de piel y se sentó apoyando la espalda contra la pared. Apartó la vela a un lado y levantó su cartera para colocarla en la mesa.

—Debemos darle carpetazo hoy —decía Jude, de pie a un lado, algo apartado de ella.

Harry notó que llevaba el pelo cortado siguiendo una definida línea por detrás de las orejas.

Sacó el portátil y, mientras esperaba a que se encendiera, barajó las opciones disponibles. Existían cientos de formas diferentes para conseguirlo, pero la mayor parte de ellas llevarían su tiempo. Quería acceder sin más dilación a la red de KWC. El correo electrónico de los miembros de la organización constituía un valioso instrumento para averiguar sus identidades. Ya había oído hablar de Leon Ritch y Jonathan Spencer. El personaje que más despertaba su curiosidad era la enigmática figura de El Profeta.

—Consulta tu correo electrónico, Frank —le pidió Jude por teléfono—. StarCom nos ha enviado las actas de la reunión esta tarde. Llámame antes de que te vayas a casa.

Harry le echó una mirada y algo hizo clic en su cabeza. Siguió con la vista el móvil de Jude cuando lo dejó encima de la mesa.

—Voy a por las bebidas —dijo—. ¿Qué tomará?

Ella parpadeó y levantó la mirada hasta encontrar su rostro.

—Oh, un vino blanco. Gracias.

Lo observó mientras se dirigía a la barra. Parecía más un gorila de discoteca que un banquero de inversión. Cuando estuvo segura de que no se iba a girar, cogió rápidamente su teléfono móvil. Lo sostuvo debajo de la mesa y, presionando las teclas con las uñas de los pulgares, buscó el nombre de la última persona que había llamado. Echó un vistazo a la barra. Jude estaba pagando. Bajó la vista hacia el teléfono de nuevo. Allí estaba: Frank Buckley. Volvió a colocar el teléfono en su sitio deslizándolo por encima de la mesa justo cuando Jude regresaba con las bebidas.

Harry le extendió una mano.

—Déjeme ver sus tarjetas de visita. Frunció el ceño.

—¿El qué?

—Vamos, hágame caso.

Sacó una tarjeta de su billetero y se la alargó.

—No creo que encuentre nada confidencial en ella.

—Se sorprendería. —Examinó toda la información de la tarjeta y se la devolvió. Empezó a teclear en su portátil—. Mírela y dígame qué es lo que ve.

Le dio un vistazo y se encogió de hombros mientras se acomodaba en una silla al lado de ella.

—Mi nombre, número de teléfono y dirección de correo electrónico. La información de contacto de KWC.

—Muy bien. Ahora permítame explicarle lo que ve un
hacker
.

Harry extendió la mano para coger la tarjeta y señaló con el dedo los números de teléfono.

—¿Puede ver esto? El número de la centralita principal es el 24112.00. Y aquí está su línea directa: 24 Eso le da una idea al
hacker
acerca de la cantidad de números que pertenecen a su centralita. Cientos en el caso de KWC.

—¿Y qué?

—Con tantos empleados, existen muchas posibilidades de que alguno de ellos haya conectado un ordenador directamente a la red telefónica a través de un módem. Lo más probable es que no esté autorizado y suponga un problema para la seguridad del banco.

—¿Y por qué alguien querría hacer eso?

—Normalmente, para acceder a internet sin que la empresa controle sus actividades. Puede que quieran descargar páginas pornográficas o algo así. Lo único que debe hacer el
hacker
es ir marcando los números de la centralita hasta dar con un módem. Entonces, ¡bingo! Se conecta a ese ordenador y la red es suya.

—Dios mío. ¿Va a hacer eso?

—Esta vez no.

Volvió a concentrarse en el teclado y comenzó a redactar el borrador de un mensaje de correo electrónico cuyo asunto era: «Urgente: actas revisadas de la reunión de StarCom». Adjuntó un falso documento Word.

Jude se revolvió en su asiento.

—¿Qué es lo que está haciendo exactamente?

—Enviar un mensaje, nada más.

Las tarjetas de visita también le ofrecían datos sobre las direcciones de correo electrónico de la empresa. Si la de Jude era [email protected], seguramente la de Frank Buckley seguiría el mismo patrón. Envió el mensaje a frank.buckley@ kwc.com.

—¿No necesita un cable? —preguntó Jude al tiempo que echaba un vistazo debajo de la mesa.

Harry señaló con el dedo los carteles en las paredes que indicaban la disponibilidad de conexión wi-fi.

—Internet inalámbrico.

Entonces ella ladeó la cabeza y lo observó un momento.

—No sabe mucho sobre ordenadores, ¿verdad?

—Tanto como usted sobre finanzas corporativas.

Harry agachó la cabeza.

—En eso tiene razón.

—¿Me va a explicar lo que hace?

Harry escudriñó rápidamente su rostro y decidió que podía contárselo. Al fin y al cabo, ahora ya no podía detenerla.

—Sí. Estoy infectando el ordenador de una persona con un RAT.

Jude se quedó inmóvil con la cerveza a medio camino de los labios.

—¿Una rata?

—R-A-T, las siglas inglesas para «troyano de acceso remoto». —Sonrió ante su desconcierto—. El nombre proviene del caballo de madera de Troya. Es un programa malicioso que consigue burlar la seguridad de un sistema camuflándose bajo el aspecto de algo más inocente. Básicamente, introduce al enemigo en casa.

Jude parpadeó, bebió un buen trago de Guinness y se limpió la boca con el dorso de la mano Parecía entenderlo.

—Entonces ¿el suyo está camuflado en un mensaje de correo electrónico?

Harry asintió.

—Cualquiera diría que es un simple documento Word inofensivo, pero cuando el destinatario lo abra, el RAT comenzará a actuar.

Jude dejó de fruncir el ceño sólo un momento.

—¿Qué es lo que va a hacer su RAT?

—En primer lugar, saldrá disparado hacia algún recóndito lugar y se esconderá allí. Después abrirá una puerta trasera en el ordenador en cuestión y me dejará entrar. —Se inclinó hacia delante y sonrió—. Y una vez que esté dentro ese ordenador será mío, como si me hubiera colado en las oficinas de KWC y estuviera sentada ante el teclado.

Jude se despeinó el cabello con la intención de levantar sus cortos mechones.

—No sé si debería estar aquí sentado escuchándola. —Dio otro trago a su cerveza—. ¿No existen escáneres de virus u otros dispositivos para evitar esto?

—Sí, claro. Detectan todos los troyanos conocidos y los expulsan directamente —respondió con una sonrisa—. Pero no reconocen a los que no han visto nunca. Este pequeño RAT es una nueva creación recién salida del horno del submundo
hacker
. Muy poca gente ha oído hablar de él. Siempre dejo una especie de tarjeta de visita cuando me introduzco en un sistema, nunca se sabe si tendré que volver a entrar alguna vez.

Echó un vistazo a su portátil, pero el RAT no enviaba ninguna señal. «Vamos, Frank Buckley, lee tus mensajes», pensó.

Jude estaba jugando con un posavasos; lo dobló una y otra vez hasta que se quedó reducido al tamaño de un sello de correos.

—¿De verdad cree que Felix es tan estúpido como para abusar de información privilegiada? ¿Y si sus fuentes estuvieran equivocadas?

—¿Nunca se ha preguntado por qué Fehix quedó relegado a adquisiciones? —Harry lo miró mientras tomaba un sorbo de vino—. Cuando mantuvimos aquella reunión y actuó de esa forma tan detestable, usted le escribió una nota. ¿Qué decía?

Jude pestañeó y esbozó una sonrisa poco alegre.

—Que dejara de hacer el gilipollas. Tiene razón, es un estúpido.

Le devolvió la sonrisa y miró la pantalla. Aún no había noticias.

—Explíqueme más sobre su helicóptero —le pidió—. ¿Es el último juguete de un banquero de inversión como usted?

Negó con la cabeza.

—Nunca quise ser banquero de inversión. Desde pequeño he tenido la ilusión de ser piloto de helicópteros.

—¿Qué le hizo cambiar de opinión?

Se encogió de hombros.

—Trabajar en la banca de inversión era una tradición familiar así que me presionaron mucho.

—¿Así, sin más?

—No. —Le lanzó una penetrante mirada—. Hice un trato con mi padre. Le dije que me dedicaría a ello durante un año y después lo dejaría. Más tarde, conseguiría mi licencia de piloto.

—¿Y qué sucedió?

—Pues que no lo quise dejar. Se me daba bien y, en el fondo, disfrutaba con ello. Así que continué siendo banquero de inversión.

—¿Y aun así obtuvo la licencia de piloto?

Asintió con la cabeza.

—Solía volar con asiduidad. —Jude hizo una pausa—. Hace un par de años sufrí un grave accidente a causa de la niebla. —Bajó la vista un momento hacia su cerveza. Daba la impresión de que estaba realizando un ejercicio de introspección. Levantó la mirada—. ¿Quiere saber la verdad? el helicóptero me aterra.

—¿Qué? —Recordó su experto manejo de la aeronave—. No me ha dado esa impresión. ¿Por qué vuela entonces?

Se encogió de hombros.

—La banca de inversión es demasiado segura. A veces hay que hacer cosas que te den miedo.

A Harry se le erizó el vello de la nuca. Pensó en sus hazañas como
hacker
, en lo estimulante que resultaba arriesgarse. Echó un rápido vistazo al robusto cuerpo de Jude. Se acordó de su cauta manera de conducir y de las acrobacias que había realizado en el aire. ¿Tortuga u hombre intrépido? Escrutó su rostro. ¿Qué era?

De repente, el portátil emitió un sonido y prestó atención a la pantalla. Su RAT le había enviado un mensaje. Lo leyó y espiró largamente. Contenía instrucciones detalladas para localizar el ordenador de Frank Buckley por internet.

La puerta trasera se había abierto y el RAT estaba allí, dispuesto a dejarla entrar.

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