Jugada peligrosa (12 page)

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Authors: Ava McCarthy

BOOK: Jugada peligrosa
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Necesitaba datos concretos. ¿Qué había ocurrido con la operación Sorohan? ¿Quiénes eran los otros miembros de la organización? ¿Cómo había actuado su padre? Si lograba entender la mecánica de las actividades ilícitas de su padre, quizá podría averiguar de dónde provenían los doce millones de euros y quién diablos se encontraba detrás de aquel asunto.

Respecto a las ilusiones ópticas, ella se guiaba más por la ciencia y la tecnología que por el humo y los espejos. Los doce millones no eran ninguna ilusión. Los había visto en la pantalla con sus propios ojos, y el banco se lo había confirmado; no se trataba de un truco del mago Houdini.

A no ser que alguien hubiera manipulado su cuenta.

Desaceleró el paso. Pero ¿cómo podían haberlo hecho? ¿Y por qué? Modificar la base de datos del banco para mostrar un ingreso falso no convertía aquel dinero en real. Sí, constaría temporalmente en sus operaciones, pero los procedimientos de reconciliación del banco detectarían pronto el error. Nadie podría acceder a aquel dinero nunca, no a una cantidad semejante. Harry negó con la cabeza. Era un sinsentido: el dinero tenía que ser real. La pregunta era: ¿quién lo había ingresado allí?

Colocó su cartera encima de la mesa de la cocina y empezó a hurgar en ella. Dillon le había sugerido que hablara con su padre. Tenía razón. Necesitaba explicaciones y no había mejor forma de obtenerlas. Sin embargo no se podía enfrentar a aquello, aún no. Tenía que existir otra manera.

Sacó unas cuantas tarjetas de visita de la cartera y les echó una ojeada hasta que encontró la que buscaba. Se mordisqueó el labio inferior mientras la examinaba. Ya había mantenido una contienda con aquel tipo y no le apetecía pedirle ningún favor, pero no tenía elección. Aparte de su padre, era el único banquero de inversión que conocía.

Marcó el número que aparecía en la tarjeta y esperó. Estaría trabajando aunque fuera sábado. Los fines de semana no significaban nada para los banqueros de inversión.

—Hola, Jude Tiernan al habla.

Su voz era grave, como un instrumento de viento de madera. Harry se dio cuenta demasiado tarde de que no había preparado ningún argumento. Tendría que mantener la calma e improvisar.

—Oh, hola, soy Harry Martínez.

El silencio al otro lado de la línea se prolongó excesivamente. Ella le puso en antecedentes.

—Nos vimos ayer.

—No se preocupe, la recuerdo muy bien —le replicó—. Es sólo que no puedo creer que tenga que mantener otra conversación con usted.

Harry cerró los ojos. A lo mejor se merecía aquello. Decidió ser franca.

—Escuche, le debo una disculpa. Es posible que ayer me excediera.

—Más que eso: nos calumnió en toda regla.

Los ojos de Harry se abrieron de par en par.

—Me provocaron abiertamente, ¿recuerda? No se puede decir que su colega midiera sus palabras.

—Felix Roche es un imbécil, en eso le doy la razón. Pero según recuerdo, sus acusaciones parecían ir dirigidas a toda la sala.

Harry se dejó caer en una silla y suspiró.

—Escuche, ¿podemos empezar de nuevo? Me gustaría mucho hablar con usted sobre otro asunto. —Empezó a toquetear una esquina de la tarjeta de visita—. Es sobre mi padre.

—Continúe.

—Querría hacerle algunas preguntas sobre lo que hizo.

—¿Por qué no se las hace a él?

Harry esbozó una mueca de disgusto.

—Es un poco complicado. Si nos vemos esta tarde, podré explicárselo.

—No va a darse el caso. Estaré ocupado todo el día, y después me voy al aeropuerto. Así que si esto es todo...

—Ayer alguien me empujó delante de un tren. —Maldita sea, no quería contarlo de ese modo. Intentó adoptar un tono más formal—. El tipo que lo hizo mencionó algo sobre el dinero de Sorohan.

Hubo otra pausa.

—¿La OPA por la que fue detenido su padre?

—Sí.

—No entiendo nada, y tampoco comprendo qué quiere de mí. ¿Se lo ha explicado a la policía?

—Por supuesto. —Cruzó los dedos ante aquella mentira—. Pero si pudiera hacerle algunas preguntas, me resultaría de gran ayuda. Prometo no robarle mucho tiempo.

Su interlocutor dudó, y Harry sabía que sólo disponía de una última oportunidad para convencerlo. Era un banquero de inversión. Quizás ella no le interesara, pero el dinero sí. Respiró hondo.

—Creo que con la operación Sorohan ganaron doce millones de euros y sé exactamente dónde se encuentra ese dinero.

Se hizo el silencio al otro lado de la línea. Finalmente, Jude respondió:

—Puede acompañarme durante el trayecto hacia el aeropuerto. La recogeré fuera del aparcamiento del IFSC a las seis. Es todo cuanto puedo hacer.

Harry se recostó en la silla.

—Muy amable, agradezco de veras este gesto por su parte.

—Bueno, no lo hago por usted, no se equivoque. Lo hago por su padre. —Su tono sonaba desafiante—. Me caía bien.

Capítulo 17

Archivo del
Irish Times
. Por favor, introduzca los términos de búsqueda.

Harry miró detenidamente el trastero que utilizaba como oficina, con los dedos suspendidos sobre el teclado. Apretó los dientes y escribió en el teclado: «Salvador Martínez», «Sorohan», «abuso de información». Asió el ratón e hizo clic en «buscar» antes de que pudiera cambiar de opinión.

Apareció una lista de artículos sobre su padre en la pantalla. El primero tenía fecha del de junio de 2001. «Veterano banquero de inversión de KWC detenido por tráfico de información privilegiada.» Un dolor familiar le estrangulaba la garganta a medida que recorría con la mirada los siguientes titulares de la lista: «El banquero Martínez niega las acusaciones», «Descubierta una organización dedicada al tráfico de información privilegiada», «Principales bancos de inversión implicados», «Martínez consiguió una fortuna gracias al abuso de información privilegiada». Harry siguió la trayectoria de su padre hacia el desastre hasta llegar al último titular con fecha 14 de abril de 2003. Era escueto y carecía del sensacionalismo de artículos anteriores:

«El banquero Martínez, en prisión.»

Harry se encontraba en la cocina de su madre cuando le anunciaron el ingreso en prisión de su padre. Miriam y Amaranta habían regresado de los juzgados y ya conocían la sentencia. No las había acompañado. Durante los últimos meses había dejado de asistir a las sesiones del juicio y no leía lo que los periódicos recogían sobre el caso. Del mismo modo que ya no podía creer en la inocencia de su padre, tampoco se sentía capaz de asumir hasta qué punto era culpable. Harry, de pie en el umbral de la puerta, se abrazaba el pecho como si vistiera una camisa de fuerza. Miriam, erguida, estaba sentada a la mesa junto a su madre y toqueteaba un paño de cocina. Llevaba el cabello claro recogido en un moño muy apretado que le estiraba la piel y revelaba sus facciones planas, casi eslavas. Incapaz de mirar a su madre a los ojos, Harry se concentró en el paño de cocina. Tenía listas rojas y blancas y le recordaba al traje de pastora que lució en su primera obra de teatro del colegio. Ella querría haber sido uno de aquellos ángeles con alas y aureola, pero su madre le había dicho que, para eso, tenía que ser rubia.

—A tu padre lo han condenado a ocho años de cárcel en Arbour Hill —explicó Miriam. Echó un vistazo a su reluciente cocina—. Por lo que sé, está llena de asesinos y violadores.

Harry se estremeció al recordarlo y trató de concentrarse en la pantalla. Retrocedió hasta el principio de la lista y volvió a fijarse en los titulares. En esta ocasión, leyó con atención el texto de cada artículo. Poco a poco fue encajando las piezas de la historia; muchas ya las conocía, pero otras le resultaban nuevas.

El desencadenante de todo fue la operación Sorohan. En el año 1998, Sorohan Software era sólo otra empresa más que iniciaba su andadura con un descomunal apoyo inversor pero sin resultados que la avalaran por el momento. Sin embargo, compensó sus carencias con un marketing inteligente. En 1999, la empresa se lanzó a cotizar en Bolsa y el primer día obtuvo unas ganancias que superaron todas las expectativas. Durante casi un año, el precio de las acciones de Sorohan desafió la gravedad.

En abril de 2000, la empresa se vio afectada por la crisis del sector
puntocom
. La intensificación de las ventas en el mercado de valores tecnológicos provocó el descenso de los precios de las acciones de Sorohan, que ya no atraían a los inversores.

Al cabo de seis meses, cuando las acciones comenzaron a cambiar de manos y se produjo un inhabitual movimiento frenético de las operaciones bursátiles, la Bolsa de Dublín empezó a tomar cartas en el asunto. Al principio sólo se emprendió una investigación rutinaria. No obstante, dos semanas más tarde, la prensa anunció que Sorohan iba a ser absorbida por el gigante informático Aventus, y el precio de las acciones de Sorohan se disparó por las nubes. La Bolsa intensificó sus indagaciones y movilizó a su equipo jurídico. Intuyeron la existencia de filtraciones de información e intentaron averiguar el origen de las operaciones fraudulentas. Interrogaron a los bancos en los que estaban abiertas las cuentas con operaciones sospechosas y entrevistaron a todas las personas que desempeñaron un papel relevante en la adquisición Aventus-Sorohan. Al final, sus pesquisas les condujeron hasta un hombre llamado Leon Ritch.

En uno de los artículos aparecía una fotografía de Ritch, que Harry examinó con interés. Apartaba la mirada de la cámara y su boca era la de un bulldog gruñón que intentaba zafarse de la prensa. Tenía unos cuarenta y tantos años. Era bajo y fornido; puede que le sobraran unos diez kilos.

Leon era un banquero de inversión de Merrion & Bernstein, la firma contratada por Aventus para gestionar la adquisición de Sorohan. Cuando la Bolsa estudió su historial de operaciones, descubrió que no sólo había comprado un gran número de acciones de Sorohan con anterioridad al anuncio de dicha adquisición, sino que sus movimientos anteriores indicaban el mismo patrón sospechoso. El caso se remitió a las autoridades pertinentes y Leon fue detenido en breve.

Pero Leon no tenía ninguna intención de hundirse en solitario. Aseguró que sus operaciones formaban parte de las actividades de una organización delictiva de tráfico de información privilegiada y estaba dispuesto a delatar a sus colegas para poder así negociar una reducción de condena. Declaró que la organización se extendía por tres de los principales bancos de inversión: KWC, Merrion & Bernstein y JX Warner. Esta red de banqueros intercambiaba información confidencial y la empleaba para obtener abultadas ganancias en Bolsa. Su especialidad eran las fusiones y adquisiciones en el campo de la tecnología: se aprovechaban de los precios inflados de las acciones en ese sector y de las empresas de internet con mucho dinero en caja que querían adquirir otras compañías a cualquier precio. Según Leon, la organización había actuado en la clandestinidad durante casi dos años con unos beneficios de más de ochenta millones de dólares.

Leon supo protegerse bien. Confeccionó una lista de nombres acompañada de documentos acusatorios, mensajes de correo electrónico y conversaciones grabadas que entregó a las autoridades. La lista de nombres nunca se publicó, pero se rumoreaba que incluía a algunos de los banqueros más reputados y experimentados del país, entre los cuales se encontraba Salvador Martínez.

Harry parpadeó. Sin previo aviso, vio aparecer el rostro de su padre en la pantalla. Se encontraba de pie, de espaldas al juzgado, sonriendo ante la cámara como una estrella. Lucía el cabello y la barba, ya canosos, pulcramente cuidados. Llamaba la atención lo mucho que contrastaban con las cejas, tan oscuras que parecía que las hubieran repasado con un grueso rotulador negro. Esbozaba una tranquila sonrisa; sus ojos, que siempre transmitían confianza, reflejaban una cálida simpatía.

Harry se tapó la boca con la mano y miró fijamente la pantalla. Era la primera vez en más de seis años que veía la cara de su padre. Se abrazó la cintura y se tomó unos segundos para recuperarse. Después, hizo avanzar el texto hasta que desapareció la fotografía.

Leyó rápidamente el contenido del artículo. El periodista describía a su padre como «afable y educado, pero con el aire de quien cree estar por encima de la ley». Harry arqueó las cejas y reparó en el pie de autor. Ruth Woods. Había encontrado el mismo nombre en muchos de los artículos. Harry se preguntó si la señora Woods conocía a su padre: desde luego, lo había retratado con precisión.

Respiró hondo e hizo clic sobre el último artículo. Era conciso e iba al grano; resumía el desenlace de la historia, por lo menos según la prensa. Después de un largo juicio de casi dos años, el padre de Harry y Leon Ritch fueron declarados culpables de doce cargos de tráfico de información privilegiada. Se les condenó a ambos a pagar cuarenta millones de euros en confiscaciones y multas y a ocho años de prisión. En reconocimiento a su cooperación con las autoridades, la sentencia de Leon se redujo a un año. No se produjo ninguna otra detención.

Harry escudriñó la fotografía que ilustraba el artículo. Mostraba a un hombre más o menos de su edad que miraba fijamente a la cámara al salir del juzgado. Frunció el ceño y prestó atención a su pelo oscuro, sus rasgos delicados y sus atentos ojos grises. Se puso tensa. Aunque era más joven, sin duda se trataba del mismo hombre. Era el agente que había venido a su apartamento el día anterior. Su mirada se dirigió rápidamente al pie de foto: «Detective Lynne, Oficina de Investigación de Fraudes de la Garda».

Fraude. Así que había investigado el caso de su padre nueve años atrás. Pero ¿qué hacía un detective de la brigada de fraudes en un interrogatorio ordinario sobre un robo en un apartamento? Pensó en el dinero ingresado en su cuenta bancaria, que debía de guardar relación con la operación Sorohan. ¿Es que Lynne aún trabajaba en el caso de su padre?

Suspiró y se masajeó las esquinas de los ojos. Se recostó y apoyó los pies sobre el escritorio mientras escuchaba el runrún de su portátil y asimilaba toda aquella información. Aunque la prensa había despejado algunas incógnitas, también le había suscitado más preguntas de las que había respondido. ¿Cuáles eran los otros nombres de la lista de Leon? ¿Qué había sucedido con el dinero de Sorohan? Y después de todas aquellas confiscaciones y multas, ¿cómo era posible que aún quedara algún dinero?

Pensó en la lista de Leon. Entonces se acordó de los periodistas y de lo mucho que se acercan a las investigaciones policiales cuando cubren un caso. Bajó los pies del escritorio y buscó el número de teléfono del
Irish Times
. Llamó a las oficinas del periódico y preguntó por Ruth Woods.

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