Juego mortal (21 page)

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Authors: David Walton

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Juego mortal
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—¿Me ayudarás a encontrar mis nombres?

Mark suspiró.

—Haré lo que pueda.

Graceland superó las expectativas de Marie. Deseó poder pagarles de algún modo, pero sabía que no debía sugerirlo; el desafío era la recompensa que ellos se llevaban. Y aquello sí que constituía todo un desafío.

El problema de encontrar información en la red era su volumen; un solo cristal de una serie podía contener millones de imágenes y la red estaba compuesta de billones de esas series distribuidas por todo el mundo, desde visores de cristal único hasta colecciones Hesselink del tamaño de almacenes. Graceland era única a la hora de explotar ese vasto mar de datos, una empresa que iba más allá de la búsqueda de claves, abarcando el mapeado de rasgos Kohonen y el análisis discriminante estadístico.

Aun así, la cantidad de datos posiblemente relevantes que le habían entregado era asombrosa. Todos ellos mostraban algún aspecto del trabajo del laboratorio, a menudo específicamente relacionado con Tremayne o Keith. Los revisó uno a uno.

Le llevó toda la noche. La tecnología de mente digital presentaba dos grandes obstáculos: la captura precisa del estado cerebral y la simulación del funcionamiento del cerebro en el entorno virtual. Los expertos de ambos campos discutían constantemente; los expertos en captura consideraban que los simuladores eran inadecuados, los programadores de los simuladores sostenían que los estados de las neuronas no estaban acertadamente capturados. El laboratorio de Tremayne no se ponía de acuerdo con ninguno. Por el contrario, sugería que era el trauma del entorno virtual lo que provocaba que los actuales métodos fallaran. Los sujetos eran incapaces de adaptarse a un mundo incorpóreo, provocando que fallara la coherencia de sus mentes. Se recomendaba un mayor control sobre la mente en las fases tempranas, un régimen de entrenamiento forzado que la haría encajar fácilmente en su nuevo entorno.

Marie siguió ese hilo y buscó pruebas de que hubieran ejecutado sus propias propuestas. Encontró un software al que llamaban el «simulador graduado», que entrenaba la mente para que funcionara en un entorno virtual conduciéndola a través de distintos grados o niveles. En cada nivel, asociaba sensaciones placenteras con interacciones no físicas y sensaciones desagradables con las físicas.

Al cabo de unas horas, Marie se levantó, estiró sus agarrotados músculos y descorrió las gruesas cortinas del hotel. Parpadeó ante la deslumbrante luz del exterior. Debajo, las calles bullían de actividad, se había formado una fila para subir al mag y los negocios abrían sus puertas. Se fijó en que Pam no había regresado; su noche con ese merc debía de haber sido un éxito. Preparó otra cafetera y se sentó para volver a examinar los datos.

Graceland le había proporcionado un listado en el que habían dividido, a grandes rasgos, el océano de datos en categorías de datos relacionados. Marie los repasó y se detuvo cuando la palabra «embrionaria» captó su atención. El título era: «Modificación embrionaria». Lo seleccionó.

Los documentos de esa categoría pertenecían a una técnica modi empleada para equipar a un niño no nacido con una interfaz de red. Marie conocía el proceso, estaba hecho para atraer a madres que esperaban dar a luz a genios: el equivalente en alta tecnología a escuchar a Mozart o leer en voz alta al vientre de una misma. El proceso había sido patentado por Alastair Tremayne.

Tenía que estar relacionado. Era la primera prueba que había encontrado para vincular a Tremayne con la experimentación embriónica. Un escenario creíble salió de ahí: Tremayne había convencido a Keith para que donara el embrión al laboratorio y Keith lo había hecho sin consultárselo, y después... murió. ¿Coincidencia? ¿O había preparado Tremayne el accidente? No parecía encajar... Si Keith se lo había entregado voluntariamente, ¿por qué matarlo?

Experimentación embriónica. Eso tenía que ser. ¿Por qué, si no, un inventor/emprendedor como Tremayne iba a robar a alguien su embrión?

Tenía que admitir que, después de tantos años, su bebé probablemente estaría muerto. Cuando todo era un misterio, era más sencillo engañarse a sí misma. Ahora, con la verdad ante sus ojos, sentía la rabia tomando forma. ¿Qué derecho había tenido ese hombre...?

No obviaría lo sucedido; indagaría a fondo hasta dar con la verdad, hasta que toda la historia quedara clara, entonces la haría pública y destruiría a ese criminal.

Un agudo tono sonó en su oído, una llamada urgente por su línea privada.

—¿Diga?

—¡Marie! —Era la voz de Pam, rasgada y atemorizada.

—¿Pam? ¿Dónde estás?

—En la joyería Friedman, en Delaware Ridge. Oh, Marie, ven corriendo.

Darin se despertó y se encontró a Alegre sentado en su cama.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó Alegre.

Darin se frotó los ojos.

—¿Ha cambiado algo?

—Supongo que no.

—Entonces, no. ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?

—Desde ayer por la tarde. Has pasado por una cirugía importante y por mucho estrés emocional. Tuviste suerte de llegar aquí vivo.

Darin recordó las miradas de lástima de Mark y Lydia. Era muy probable que fuera cierto que creían que estaban ayudando, pero precisamente esa era la clase de actitud que tanto odiaba de los rimmer. No necesitaba ayuda, ni la de ellos, ni la de nadie. Se tocó la cara y sintió su suave perfección.

—Estaría mejor muerto.

—Con esa cara y en esta parte de la ciudad, podrías estarlo. Tuviste suerte de que aún fuera legible el rotulador en la mano.

—¿Qué estamos planeando? ¿Qué está pasando?

—Hay una reunión en unos minutos. Pensé que querrías asistir.

—Allí estaré.

Alegre se marchó. Darin se incorporó en la cama y se dio cuenta de que no estaba solo en la habitación. Una chica dormía en la otra cama. Una chica rimmer, con una clásica modi de belleza. ¿Por qué estaba ahí? ¿Era una rehén?

Encontró un peto de plástico junto a su cama y se lo puso. A través de la puerta podía oír una fuerte conversación, así que salió a la sala principal de un típico apartamento de dos habitaciones de los Combs. El diminuto espacio estaba abarrotado de gente, hombres en su mayoría, sentados en el suelo con las piernas cruzadas. El aire era caliente, el ambiente estaba cargado. Al verlo, la habitación enmudeció. Todo el mundo le dirigió su mirada; todo el mundo observó su rostro. Allí se encontraban también Sansón y Kuz, también lo miraban.

Alegre continuaba en la esquina desde la que había estado dirigiéndose al grupo.

—Amigos, por si no lo habéis oído, este es Darin Kinsley, nuestro hermano y aliado. Resultó herido en el ataque a La Corteza y se le dio una nueva cara contra su voluntad. Por favor, Darin, siéntate.

—Cada vez hay menos trabajo —continuó Alegre—. La violencia merc está aumentando y hay pocas soluciones viables para luchar contra la injusticia. Hay que hacer algo. Pero ¿qué? —Esperó una respuesta. Al parecer, no era una pregunta retórica.

—Podríamos ponernos en huelga —dijo un hombre—. En muchas industrias distintas.

—Podríamos —dijo Alegre—, si hay suficiente gente dispuesta a ello.

—Yo estoy dispuesto —dijo Kuz—. ¿Quién necesita comer?

Otros dieron su consentimiento y hablaron sobre organizar la comida y el alojamiento para los que pudieran resultar más perjudicados. Darin habló por encima del tumulto:

—Una huelga no servirá de nada.

Volvieron a callarse y se giraron hacia él.

—No conocéis a los rimmers como los conozco yo. Harán promesas, fingirán amistad y después os darán una puñalada trapera. Se llevarán todo lo que os importa. Tenemos que hacérselo nosotros a ellos primero.

Alegre preguntó:

—¿Qué estás sugiriendo?

—Una huelga nos hará daño a nosotros mucho antes de que les haga daño a ellos. Enviarán soldados, nos vencerán y nos meterán en la cárcel. Sin sueldo, muchos moriremos de hambre, mientras que para los rimmers supondrá poco más que una molestia.

»Propongo que les declaremos la guerra. Que hagamos que la sientan. No abandonéis vuestros puestos de trabajo, quemadlos. No razonéis con vuestro jefe, hacedle daño a lo que ama. Raptad a su mujer y a sus hijos. Los rimmers son unos blandos. No aguantarán mucho contra un asalto real.

La habitación se quedó absolutamente en silencio y Darin pensó que se los había ganado, hasta que varios hombres se mostraron incómodos.

—Pero nosotros no somos violentos —se quejó Alegre—, somos trabajadores, maridos y padres. Esa no es la clase de propuestas que necesitamos.

Darin miró a su alrededor, pero nadie lo miraba a los ojos. Y sabía por qué. No podían ignorar su rostro rimmer y escuchar la verdad de lo que les estaba diciendo.

—Soy uno de los vuestros —les recordó—. Os harán daño como me lo han hecho a mí.

—La venganza no es la respuesta —dijo Alegre.

—No es venganza. Es poder. Poder sobre ellos, poder para conseguir lo que merecemos.

—Ese no es nuestro objetivo. Queremos un cambio, pero no queremos convertirnos en lo que odiamos.

Darin sintió como le ardían las mejillas. Sí que se había convertido en lo que odiaban. Debería habérselo imaginado; Alegre solo había dicho lo que todos estaban pensando. Abrió la puerta, salió por ella y la cerró de un portazo. Tras él, la conversación estalló de nuevo, entremezclada con una risa nerviosa. Darin se dejó caer sobre la cama, bocabajo.

—Creo que tienes razón —dijo una voz.

Él se giró y vio a la chica que antes estaba durmiendo, ahora despierta y extendiendo la mano hacia él.

—Soy Ridley Reese —se presentó.

Él le estrechó la mano brevemente.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Me he escapado. No podía soportar seguir viviendo en el Rim.

—Pero eres una rimmer.

—¿Tú no?

—Yo no elegí serlo.

—Pues ya somos dos.

—No lo entiendes. Yo nunca he tenido una vida privilegiada. He trabajado para conseguir todo lo que tengo.

—¿Crees que porque eres pobre tienes el monopolio del dolor? —preguntó Ridley—. Mis padres me odian. Han enviado soldados a matar a la gente a la que estaba ayudando. Estoy de acuerdo con lo que has dicho ahí dentro: lo único de lo que entienden los rimmers es del poder. El único modo de vencerlos es destruyéndolos.

Darin recogió la ropa con la que había ido y la hizo una bola.

—¿Adónde vas? —preguntó Ridley.

—A ver a los Manos Negras. Al menos ellos entienden el poder.

—Llévame contigo. Quiero lo mismo que tú.

—Vete a casa, Ridley.

—¿A casa? ¿Qué casa?

—Vuelve al Rim. Vuelve con los tuyos.

Ella lo agarró de los hombros.

—¡No lo comprendes! No se trata de mi cara ni de la tuya, ni de dónde hemos nacido. Se trata de crueldad e injusticia. A ti y a mí nos han hecho daño las mismas personas; entendemos las mismas verdades. Tenemos que estar juntos.

Era preciosa, y Darin, muy a su pesar, se sintió atraído por su entusiasmo. Sin duda, parecía más inteligente que esos imbéciles de la habitación de al lado que jugaban a la revolución.

—Entonces, vamos —dijo él—. Si quieres venir, no puedo detenerte.

—Es maravilloso —dijo Alastair—. De verdad que lo es. No llores.

Estaban en el sofá de la casa de él y Carolina se apartó lo suficiente como para mirarlo a la cara.

—Entonces, ¿crees que debería tenerlo?

—¡Claro que sí! Ni se te ocurra pensar lo contrario. No lo teníamos planeado, pero nos adaptaremos. Quiero este bebé. ¿Tú no?

—Creo que sí. No lo sé. Supongo que si tú lo quieres, yo también.

Él fue a la cocina y volvió con un vaso de agua. La animó a bebérselo, dejó el vaso en la mesa y le agarró la mano.

—Existe un peligro.

—¿Cuál?

—El tratamiento Dachnowski. Es un modificador genético volátil. A veces no es compatible con el embarazo.

—¿Quieres decir que podría hacer daño a mi bebé?

Alastair le apretó la mano.

—No lo sé. Si hubiéramos sabido que estabas embarazada, no te habría aplicado el tratamiento. De todos modos, seguramente no pase nada; las probabilidades de que se produzcan daños en el bebé son mínimas. La tendremos vigilada.

—¿Vigilada? ¿Crees que es una niña?

—Sé que lo es.

—¿Cómo lo sabes? No puedes saberlo.

—Siempre he querido una hija, por eso lo sé. Los padres tienen presentimientos con estas cosas.

—Estás mintiendo. ¿De verdad quieres una hija?

—Sí.

—Estás mintiendo.

—No. ¿Por qué te sorprende tanto?

—Es solo que... —Carolina empezó a llorar otra vez—. Es solo que no creía que fuera a hacerte gracia la noticia. Pensé que te enfadarías.

Alastair la abrazó.

—Tonterías —dijo, y sonrió con su rostro rozando el pelo de la mujer; fue una sonrisa burlona. ¡Qué fácil era!—. Ahora mismo, este bebé es lo más importante del mundo para mí.

Mark tenía que salir de allí. Llevaba despierto toda la noche, pero ahora dormir se le hacía inconcebible. La interminable cháchara con el rebanador le había puesto los nervios de punta. Necesitaba ayuda, pero ¿a quién podía acudir? ¿A Praveen? Él tampoco era psicólogo, aunque sí prácticamente un genio en otras ciencias. Tan solo el hecho de hablar de ello con otro ser humano lo ayudaría. Solicitó un pod y avisó a Praveen de que iría, pero no le dio detalles del motivo de su visita. Mejor hablar en persona.

Para cuando subió las escaleras hacia el puerto de pods, su transporte ya había llegado. Entró y miró por la ventana para ver el jardín. Había una chica hablando frente al portón delantero, parecía frustrada. Mark acercó su visión y vio que se trataba de Lydia; el sistema de la casa ya debía de haber registrado su partida y le dijo que no estaba disponible. Él se coló en el sistema y habló con ella a través del altavoz del portón.

—Estoy aquí. Lo siento. Pasa. Ahora mismo bajo.

Ante su orden, la puerta se abrió. Mark bajó corriendo los dos tramos de escaleras, abrió la puerta principal y salió al porche. Esperó a que ella cruzara el jardín y llegara hasta él.

—Lo siento. No pretendía hacerte esperar. El sistema de la casa pensó que ya me había ido y por eso no me ha avisado.

Lydia vaciló.

—¿Te marchabas?

—No... bueno, sí. Iba a visitar a mi amigo Praveen por... ¿te apetece venir?

—No quiero molestar.

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