Crrrrrr
.
—Fireball en movimiento. Sierra One, ¿puedes seguirlo?
—Roger, Big Mother —confirmó—. Sierra One en movimiento.
El Pontiac pasó por delante de ellos y el coche de Ted, que había encendido el motor después de dar la orden de
standby
, arrancó con suavidad y siguió a Ahmed. Era una parte muy delicada de la operación: varios coches del FBI seguían ya o esperaban el paso del sospechoso en diferentes puntos de los posibles itinerarios, en una especie de coreografía improvisada.
Para evitar denunciar sus intenciones, el coche en el que iba Tomás siguió a Ahmed con algunas cautelas, a unos doscientos metros de distancia.
Crrrrrr
.
—Sierra Two, adelanta a Fireball y haz una comprobación con el geiger —ordenó el jefe de equipo.
—Roger, Big Mother. Sierra Two en movimiento.
Un coche azul arrancó desde atrás, como si tuviera prisa, y adelantó al coche donde iba Tomás. Después se acercó al Pontiac de Ahmed y también lo adelantó, pero sin mucha prisa. Luego, giró a la izquierda y desapareció.
Crrrrrr
.
—Aquí Sierra Two. El geiger ha dado negativo.
—¿Está seguro, Sierra Two?
Ted miró de reojo por el espejo retrovisor a sus invitados del NEST.
—La medición no ha detectado radioactividad en el coche —dijo—. El tipo no lleva la bomba.
—Es porque ya debe de estar colocada —observó Rebecca, que, pensativa, tamborileaba con los dedos en la ventanilla del coche—. Es extraño, ¿no? —Miró a Tomás con una expresión confusa—. ¿Por qué no han hecho estallar la bomba después de colocarla en el sitio? No tiene sentido…
—Tal vez no está instalada aún en el objetivo —dijo Tomás—. Quizás Ahmed va a buscarla ahora.
—Sólo puede ser eso…
Continuaban siguiéndolo por las calles de Nueva Jersey y la operación de vigilancia discurría sin novedades. El Pontiac se aproximó a una rotonda y Ted se preparó para el problema.
Crrrrrr
.
—Nos acercamos a Blue Three.
«Blue Three» era la rotonda.
—Manténgase en Blue Three.
El Pontiac se adentró en la rotonda. Ted intentó seguirlo, pero el tráfico se intensificó de manera repentina y le impidió avanzar de inmediato. Se percató de que tendría que ser otro coche el que siguiera al sospechoso.
—
Fuck
! —renegó Ted, golpeando con frustración el volante.
Sin perder la concentración, siguió con la vista el coche verde que giraba en la rotonda, al mismo tiempo que, con un gesto rápido, cogía el micrófono del intercomunicador y se mantenía atento a la salida del vehículo del sospechoso.
—Fireball en la Blue Three.
Lo vio girar a la derecha y salir de la rotonda.
—Ha tomado la dos. —El Pontiac había cogido la segunda salida—. Ha tomado la dos. ¿Quién puede seguirlo?
Respondió una nueva voz.
—Sierra Five, tengo a Fireball.
Al oír que otro coche se encargaba de la situación, Ted se relajó y giró tranquilamente en la rotonda. Identificó la ruta que había seguido Ahmed y, con una sonrisa de satisfacción, giró a la derecha y desembocó en una calle paralela. Aceleró en un esfuerzo por recuperar la posición más adelante.
—¿Adónde vamos? —preguntó Tomás, que no entendía la maniobra.
—Vamos a esperarlo más adelante.
—¿Más adelante? ¿Ya saben el itinerario que va a seguir?
—Teniendo en cuenta la carretera que ha cogido al salir de la rotonda, sabemos hasta su destino.
Ted señaló el bosque de cemento que se alzaba al otro lado del río, en el que la parte alta de los edificios estaba iluminada por el sol, mientras que las calles quedaban a la sombra.
—Manhattan.
El Lincoln Tunnel iba engullendo el tráfico como un monstruo hambriento. En el coche del FBI, el grupo permanecía en silencio, acompañando por el intercomunicador al avance del coche de Ahmed y a la espera de ver aparecer al coche verde en cualquier momento por la Route 495.
—Tarda mucho —observó Tomás, impaciente.
Nadie respondió. Ted estaba tranquilo, masticando chicle, sin apartar la vista del tráfico continuo.
—Si se dirige a Manhattan es porque la bomba ya está colocada —observó Rebecca—. No tiene sentido que vaya a Manhattan a buscar una bomba para ponerla en otro sitio. No hay en los alrededores un blanco con un perfil más alto que Manhattan. El atentado tiene que ser aquí.
—Tiene razón —admitió Tomás—. Pero, si es así, ¿por qué diablos no la han hecho estallar ya? ¿A qué están esperando?
La norteamericana se encogió de hombros.
—
Beats me
.
Ted estaba concentrado en el tráfico y les hizo señas para que se callaran.
—¡Ahí viene!
Encendió la ignición y esperó a que el coche verde se aproximara. Cuando Ahmed pasó, arrancó y se colocó tras él, procurando mantener un vehículo entre ambos, una medida de precaución para pasar desapercibido.
—Sierra One en movimiento —comunicó por el micrófono.
—Roger, Sierra One —confirmó el vehículo que había mantenido el contacto con el sospechoso hasta allí—. Sierra Five adelantando a Fireball para esperarlo en la 30 Oeste.
Tras esta comunicación, el otro coche cogió el carril para transportes públicos y dejo atrás la lenta fila de tráfico en dirección a Manhattan. Tomás casi sintió envidia al verlo acelerar de esa manera, al ver el tráfico denso en la entrada al túnel. Avanzaron más lentos de lo que había previsto, en una interminable sucesión de arrancadas y parones.
Al fin, avanzando poco a poco, los automóviles de Ahmed y Ted atravesaron el Lincoln Tunnel y entraron en Manhattan. El portugués miró el reloj: sólo aquel tramo entre Nueva Jersey y la isla les había llevado treinta minutos.
—Menudo atasco —constató Tomás—. ¿Siempre es así?
—El tráfico en Manhattan nunca ha sido fluido —respondió Ted—. Sin embargo, hoy es más complicado por las medidas de seguridad.
El intermitente del Pontiac verde se encendió de repente y el coche giró en el sentido que el piloto había indicado. Ted invadió de inmediato el carril exclusivo para transportes públicos, adelantó a un coche y se situó detrás de Ahmed. El Pontiac avanzó por el entramado de callejuelas y, dejando atrás el tráfico, se internó en Manhattan en dirección este, seguido siempre por los hombres del Bureau.
Cuatro manzanas más adelante, el coche verde giró en lo que parecía ser un túnel y desapareció en su interior. Los tripulantes del coche identificaron el cartel azul con la P de «Parking».
—
Stop, stop
! —ordenó Ted por el micrófono—.
Near side
.
Era una orden para los coches del FBI que lo seguían, para que se detuvieran. Ted, en cambio, ni siquiera frenó, optando por seguir adelante, no fuera que el sospechoso estuviera vigilando el tráfico para comprobar si alguien lo seguía.
Crrrrrr
.
—Sierra One, ¿qué pasa?
—Fireball se ha metido en un aparcamiento —explicó Ted, que paró más adelante—. Sierra Two y Sierra Three, quédense donde están. Sierra Four y Sierra Five, identifiquen otras salidas del aparcamiento. Tengan en cuenta que en Sierra One se quedará sólo un hombre, porque nuestros dos invitados y yo pasamos a ser Foxtrot One.
—¿Por qué, Sierra One?
—Fireball puede pasar a ser Foxtrot.
—
Roger that
.
A una señal de Ted, Rebecca y Tomás salieron del coche y caminaron por el paseo en dirección al aparcamiento.
—¿Qué significa que Fireball puede pasar a ser Foxtrot? —quiso saber Tomás, que tenía curiosidad por los códigos, fueran los que fueran—. ¿Qué significa «Foxtrot»?
—Hay una probabilidad alta de que Fireball salga del coche —replicó el hombre del FBI—. «Foxtrot» significa «peatón». No olvide que nuestro hombre ha entrado en un aparcamiento. Eso sólo lo hace quien pretende aparcar, ¿no?
Entraron en el aparcamiento fingiendo estar relajados, atentos a cualquier movimiento. Inspeccionaron el primer piso y no detectaron nada anormal. Subieron por la escalera hacia el segundo piso, pero oyeron los pasos de alguien que bajaba y se ocultaron tras una columna.
Un hombre vestido con vaqueros y una camisa verde salió de la oscuridad de la escalera y se dirigió a la salida.
—¡Es él! —dijo Tomás, que lo identificó.
En cuanto Ahmed cruzó la puerta del aparcamiento y salió a la calle, los tres se apresuraron a seguirlo a cierta distancia hablando entre ellos para disimular. El musulmán caminaba unos cincuenta metros por delante, algo rígido, como si estuviera tenso.
—Estamos al lado de la Port Authority —confirmó Ted, volviendo la vista hacia la gran terminal.
Tomás ignoró la referencia. Prefería concentrar su atención en su antiguo alumno.
—¿Han visto el color de su camisa? —preguntó.
Rebecca hizo una mueca de indiferencia con la boca.
—Es verde —respondió—. ¿Qué tiene eso de especial? Que yo sepa, el verde es el color del islam. Siendo musulmán…
—Así es —confirmó el portugués—. Pero para los musulmanes, el verde es también el color del Paraíso. Parece claro que nuestro hombre cree que va camino del Paraíso.
Ted soltó una carcajada.
—¿Nueva York? ¿El Paraíso? ¡Ésa es buena!
Doblaron la esquina y Tomás vio tres policías a caballo a su izquierda, y otros tres a su derecha, todos con casco. Al fondo de la calle, identificó dos coches con el logotipo del NYPD estampado en las puertas y oyó varias sirenas que sonaban a lo lejos. Miró hacia arriba y vio helicópteros que recorrían el cielo de Manhattan. Mientras observaba el zumbido de los aparatos, vio casualmente a un hombre posicionado en un balcón con lo que parecía un rifle con mira telescópica. Era un francotirador de la policía.
—Oiga, ¿no estarán exagerando con tanto despliegue? —preguntó el portugués.
—¿Por qué? —dijo Ted, sorprendido.
—¿Aún pregunta por qué? —Señaló a los dos policías a caballo—. ¿Ha visto la cantidad de policías que hay en calle? ¿Cree que es normal? ¿Cree que nuestro hombre es tonto y no va a desconfiar?
El agente del FBI miró desinteresadamente el dispositivo policial.
—Claro que es normal.
—¿Está de broma? —preguntó Tomás—. ¿Le parece normal toda esta… parafernalia policial? ¿No le parece que nuestro sospechoso notará que lo están vigilando?
Ted se rio.
—¿Cree que todo esto es por Fireball? No,
man
, es la Asamblea General de la ONU. Todos los años es el mismo lío. Vienen jefes de Estado y de Gobierno de todo el mundo a soltar discursos en la Asamblea y convierten la ciudad en un pandemónium. Durante estas dos semanas, transforman la vida en Manhattan en un infierno.
—Cuando se celebra la Asamblea General, ¿es todos los días así?
—Bueno, hoy es peor de lo normal. Hoy viene el presidente, ¿no? Cuando él aparece, el dispositivo de seguridad es siempre un poco más espectacular.
—¿Qué presidente?
—¿Cuál va a ser? El de los Estados Unidos, claro.
—¿Hoy es el discurso del presidente de los Estados Unidos ante la Asamblea General de la ONU?
Ted asintió.
—Esta tarde.
—¿Ya…, ya ha llegado?
—Debe de haber llegado, sí. El discurso está previsto para dentro de quince minutos.
La noticia dejó boquiabierto a Tomás. Se paró en medio de la acera, sin apartar la vista de la camisa verde que se movía cincuenta metros más adelante. De repente lo vio todo claro. ¡Había leído la noticia sobre el discurso ante la Asamblea y, como un idiota, no había visto la relación!
—¡Eso es! —dijo casi gritando y haciendo chocar las palmas de las manos—. ¡Eso es!
—¿Qué? —dijo Rebecca, asustada—. ¿Qué pasa?
El historiador, exaltado, señaló a Ahmed a lo lejos. Los ojos le brillaban. Ahora lo veía todo claro y la idea le horrorizaba.
—¡Está esperando a que empiece el discurso! ¡Está esperando a que empiece el discurso!
—¿Qué?
—¡Al-Qaeda va a hacer estallar la bomba atómica cuando el presidente esté hablando ante la ONU!
—F
oxtrot One a Big Mother.
Dadas las circunstancias, Ted ni siquiera se esforzó por disimular cuando efectuó la llamada por el intercomunicador portátil que llevaba en el cinturón.
Crrrrrr
.
—¿Qué pasa, Foxtrot One?
—Ordenen evacuar Manhattan y saquen al presidente de la sede de las Naciones Unidas —dijo con frialdad—. Pongan contadores geiger a funcionar en el edificio y en todas las calles aledañas. Registren todo de cabo a rabo.
Extrañados por sus órdenes, los hombres tardaron en responder.
—¿Por qué, Foxtrot One? ¿Qué ha pasado?
—¡El presidente está en Manhattan! ¡Fireball está en Manhattan! ¡Hay una probabilidad alta de que haga explotar el artefacto nuclear hoy! Creo que no hace falta que dé más explicaciones.
—Roger, Foxtrot One.
Ahmed cruzaba ahora otra avenida, la Quinta, en medio de la multitud. Siguieron por la calle Cuarenta y dos dejando atrás las líneas clásicas de la Biblioteca de Nueva York. No había duda de que su antiguo alumno se dirigía a la sede de la ONU, al otro lado de la ciudad.
—Considerando lo que sabemos, ¿no sería aconsejable interceptarlo ya? —preguntó Tomás, nervioso con todo aquello—. Puede que sea más seguro, ¿no?
—¿Y la bomba? —preguntó Rebecca—. ¿Cómo sabemos dónde está la bomba?
—Eso ya lo veremos después.
—No podemos hacerlo así —dijo ella—. Aunque neutralicemos a Fireball, eso no significa que neutralicemos la amenaza nuclear. Probablemente, sus compañeros aún tienen la bomba. No dudarán en hacerla estallar si Fireball no aparece. Nuestra prioridad es localizar la bomba. Sólo cuando sepamos dónde está, podremos avanzar. —Señaló a Ahmed—. En cualquier caso, Fireball no es una verdadera amenaza aún. Él no lleva la bomba. Creo que aún tenemos algo de tiempo.
Tomás miró el reloj con nerviosismo.
—El discurso del presidente comenzará dentro de siete minutos. —Miró a Ted—. Además de él, ¿quién asiste a la Asamblea?
—Déjeme ver…, tenemos al presidente de Brasil, al presidente español, al primer ministro italiano…, al presidente de Irán, al primer ministro de…
—¿El de Irán está también?
Al ver que el jefe de Estado iraní asistía a la Asamblea, Ted se animó repentinamente.