—¿Y estos son los análisis rigurosos por los cuales se pagan sueldos fabulosos?
—Sí, exacto. Y algunos días después, con la mejora de la situación, tras la subida de la Bolsa, un alto cargo de ABM —Amro Morgan dijo, y le estoy citando, «Volvemos a los días felices».
—Bueno no hay dinero que pague esa sabiduría madura…
—Ciertamente… Esa gente recibe millones de dólares en
bonus.
—Por supuesto.
—Vamos a la crítica situación del verano pasado. ¿Cuáles son las causas reales de la volatilidad del mercado?
—Sí…
—Especialmente en Estados Unidos, donde se han concedido abundantes créditos hipotecarios a gente que no puede pagarlos y cuyas propiedades están perdiendo valor.
—Sí, son las hipotecas
subprime.
—
Subprime,
sí. ¿Cómo ha funcionado esto?
—Imagina, si puedes, a un negro desempleado en camiseta calada sin mangas sentado en un porche derruido en Alabama, Estados Unidos. Y un hombre se le acerca y pregunta: «¿Te gustaría comprar esto antes de que se caiga? ¿Por qué no me dejas prestarte el dinero?»
—Y ese hombre que le propone eso, ¿es un banquero?
—Oh, no, no, no. Es un vendedor de hipotecas. Su sueldo depende completamente de la cantidad de hipotecas que pueda colocar.
—De modo que su juicio para conceder estas hipotecas es totalmente objetivo. —Totalmente objetivo, sí. Absolutamente.
—¿Qué pasa después? —La deuda de esta hipoteca la coge un banco y la «empaqueta» con un montón de otras deudas similares… —Sin entrar demasiado en los detalles acerca de lo que hay dentro…
—Sin entrar en ningún detalle. Es muy aburrido. Entonces, como te decía, se pone todo en un paquete de deuda y se lleva a Wall Street. Y entonces ocurre algo extraordinario. En cierto modo este paquete de deudas de alto riesgo deja de ser un paquete de deudas de alto riesgo y se convierte en lo que llamamos un «Vehículo de Inversión Estructurado».
—Un SIV…
—Si, un SIV. Exacto.
—Y a veo… Y entonces alguien como tú va y lo compra.
—Sí, lo compro. Y llamo a alguien en Tokyo y le digo: «Mira, tengo este paquete, ¿quieres comprar?» Y me pregunta: «¿Qué hay en él?» Le digo: «No tengo la menor idea». Y me dice: «¿Cuánto quieres?» Le digo: «Cien millones de dólares». Y dice: «Vale». Y ya está. Esto es el mercado.
—Y, presumiblemente, eso puede pasar varias veces con el mismo paquete.
—Sí, puede pasar.
—Y cada vez que se haga la operación por supuesto tú, o alguien como tú, sacará beneficios de ello. —Claro. No puedes esperar que se haga por nada. Es un trabajo duro. —Como en esos paquetes hay deudas de alto riesgo, ¿qué es lo que atrae a los inversores para tomar riesgo en ellos?
—Es que todos esos fondos especializados en esas deudas, los llamados
hedge funds
o fondos de alto riesgo, tienen muy buenos nombres.
—Quieres decir que son de firmas responsables.
—No, no tiene nada que ver con la reputación. Tienen realmente muy, muy buenos nombres. Los nombres que llevan son muy buenos. Te daré un ejemplo. Hay una firma americana muy conocida de Wall Street llamada Bear Stearns que tiene dos fondos especializados en la deuda de estas hipotecas que perdieron tanto dinero, que han perdido tanto valor, que Bear Stearns anunció que tendrían que inyectar 3.200 millones de dólares para mantenerlos a flote…
—¿3.200 millones de dólares?
—Sí, 3.200 millones de dólares. Y aún así los inversores no podrían obtener dinero de él. Y se anunció que tendrían que dejar caer estos fondos. Uno de esos fondos se llamaba Fondo Estratégico de Crédito Estructurado de Alta Gama. El otro se llamaba Fondo Mejorado de Apalancamiento de Crédito Estructurado de Alta Gama.
—Bueno, suena muy bien, ¿no?
—Sí. Ahí está la magia del mercado. Lo que empezó con unos miles de dólares de un negro que vestía una camiseta calada sin mangas en Alabama se convirtió en un Fondo de Apalancamiento de Crédito Estructurado de Alta Gama.
—Me gusta como suena. —Es bueno, suena muy fiable. Tiene buenas palabras.
«Alto». —«Alto» es bueno. En cualquier caso es mejor que «bajo». —Sí. Absolutamente.
—Y «estructurado». Otra palabra buena. —Muy buena.
—Y «mejorado». —Me encanta «mejorado». Compraría cualquier cosa que pusiera «mejorado». —Sí. Quizá la historia fuera otra si se llamase Fondo del Negro Desempleado en Camiseta, pero…
—Sí, porque entonces levantaría algunas sospechas. Pero a pesar de estos nombres tan plausibles seguramente la realidad es que toda esa gente que ha prestado ese dinero ha sido increíblemente estúpida…
—Oh, no. Lo estúpido es que a alguien se le ocurriera en cierto momento preguntar: «¿Cuánto valen realmente esas casas?».
—Eso fue lo estúpido… —Si no lo hubiera hecho, todo hubiera seguido siendo perfectamente normal. Pero desgraciadamente lo hizo. —Y a veo. Pero mira, ahora la gente dice que la crisis puede provocar un colapso financiero. ¿Se puede evitar?
—Se puede evitar si los Gobiernos y los bancos centrales nos devuelven a nosotros los especuladores financieros el dinero que perdimos.
—¿Pero no sería eso recompensar la codicia y la estupidez? —No, no. Es recompensar lo que el primer ministro Gordon Brown llama el «ingenio» del mercado…
—Pero mira…
—No queremos ese dinero para gastárnoslo para nosotros sino para seguir en el mercado, comprando y prestando como siempre, como si nada hubiera pasado y no tener que pensar demasiado en ello…
—Bien, sí. Pero si pasara lo peor y no consiguierais ese dinero, ¿qué ocurriría entonces?
—Bueno, entonces… pues habría otro
crash
en el mercado y entonces te diría lo que la gente como yo siempre dice, que no somos nosotros los que vamos a sufrir sino tu fondo de pensión.
—Muchas gracias George Parr.
—Ha sido un placer.
Quizá si Zapatero hubiese recibido el enlace se lo hubiese pasado pipa en el salón de televisión de La Moncloa. Y acaso, quién sabe, también lo hubiese relacionado con lo que un año exacto antes había escuchado en medio del rugido del rotor de un vuelo de helicóptero entre La Moncloa y Ávila el martes 31 de octubre de 2006, la víspera de las elecciones autonómicas catalanas convocadas para el día siguiente, 1 de noviembre. En esa «jornada de reflexión» para Cataluña, el presidente del Gobierno quería aprovechar para lanzar un mensaje de cariño hacia la multinacional japonesa Nissan suscribiendo, ese día, nuevos acuerdos para la planta de Nissan en la Zona Franca de Barcelona. Y por esa razón en la fábrica de Ávila le aguardaba el presidente de la compañía, el mediático ejecutivo francés Carlos Ghosn. Acompañaba al presidente del Gobierno el ministro de Industria, Joan Clos, y un tercer hombre de tez cetrina y ojos azules, que estaba a punto de incorporarse al Gobierno. Y mira por dónde, de esos labios estaban por salir aquellas palabras que se podían relacionar con
The Last Laugh Show.
Con la crisis, vaya. Sí, fue así, y esta historia había comenzado un día antes. El lunes 30 de octubre. Fue cuando el presidente llamó al caer la tarde al que entonces era subdirector del Servicio de Estudios del Banco Bilbao Vizcaya Argentaría (BBVA), David Taguas, de 52 años. Sabía Taguas por su antecesor tanto en el BBVA como en la Oficina Económica del Presidente (OEP), Miguel Sebastián, que Zapatero le ofrecería el puesto de director de la OEP. De modo que Taguas, al escuchar la voz del presidente, le respondió en el acto que sí y que tenía que darle tiempo hasta el día siguiente, martes 31 de octubre, para informar a sus patrones. Fue una conversación muy breve. El martes, Taguas enfiló a primera hora hacia el madrileño Paseo de la Castellana. Habló primero con el consejero delegado, José Luis Goirigolzarri, y más tarde con el presidente, Francisco González. Y obtuvo las bendiciones que necesitaba. Esa noche tenía previsto salir de viaje hacia México, porque entre sus actividades estaba también el seguimiento de los fondos privados de pensiones. El hecho es que desde la Secretaría del presidente, en La Moncloa, llamaron al BBVA y le dejaron el recado de que Zapatero le esperaba para salir de viaje ese mismo martes 31 a la una de la tarde. Taguas llamó para aclarar que tenía billete con destino al extranjero esa noche. Ningún problema, le aseguraron, porque estaría de regreso a las seis de la tarde. Al llegar a La Moncloa para emprender el anunciado viaje, el presidente lo presentó al ministro de Industria como nuevo director de la Oficina Económica del Presidente. Y los tres se subieron al helicóptero. Ya en vuelo, Zapatero le hizo una pregunta clave para su nuevo asesor económico.
Habían pasado dos años y seis meses desde el inicio de la legislatura, diez trimestres de crecimiento económico potente, y lo que quería saber Zapatero de su nuevo gurú era esto: David, ¿cuánto tiempo de expansión económica me queda? Taguas trató de resumir de la manera menos técnica posible el trabajo que venía realizando en el servicio de estudios del BBVA durante el último año. Tenía claro que los precios de la vivienda habían subido de manera exagerada en España y que la levadura para ello había sido el dinero barato proporcionado por el Banco Central Europeo (BCE), lo que había creado una doble burbuja, de la vivienda y del crédito, con una expansión crediticia de las familias, empresas y bancos en el periodo 1996-2006 sin precedentes. El problema de fondo que debía preocupar era ya la gran dependencia del desarrollo económico español respecto a la financiación exterior, con un déficit por cuenta corriente, la diferencia entre lo que España produce y lo que consume e invierte, que en los primeros seis meses de 2006 había saltado hasta los 52.504 millones de euros, acercándose peligrosamente al 9 por ciento del Producto Interior Bruto en términos anuales, el más alto del mundo después de Estados Unidos. Y esta brecha entre gastos e ingresos se financia tomando préstamos en el mercado internacional. Si el escenario cambiaba, y esto se advertía con la subida en curso de los tipos de interés, la situación podría sufrir un vuelco espectacular. Un cortocircuito financiero que rápidamente se transmitiría a la actividad económica. Taguas elevó su vozarrón por encima del ruido del rotor y dijo:
—La desaceleración ya ha comenzado. Pero el ciclo económico tiene su inercia… Hay cuerda para un año más, como máximo. Tenemos que preparar un aterrizaje suave…
«Aterrizaje suave». Esta era la ilusión. Un mes antes del viaje a Ávila, muy lejos, en Washington, un profesor de Economía de la Universidad de Nueva York, de 47 años, advertía de que el aterrizaje no sería suave. Todo lo contrario. Nouriel Roubini, nacido en Estambul, Turquía, ya venía rumiando desde 2005 que se acumulaban tales desequilibrios en la economía norteamericana con la burbuja tecnológica primero y la de la vivienda más tarde que la idea del aterrizaje suave tenía pocas posibilidades de concretarse.
El 25 de abril de 2005, precisamente por sus originales vaticinios, lo entrevisté en su entonces diminuto despacho universitario de tres metros de fondo por dos de ancho:
—Usted está pesimista y parece que lo siente. ¿Por qué? —Porque aquí nadie saca tarjeta roja a la Administración de Bush.
Año y medio después, el 7 de septiembre de 2006, Roubini fue invitado a dar una conferencia en uno de los seminarios que suele organizar el Fondo Monetario Internacional (FMI) durante su asamblea anual en Washington. Roubini era el lujo de pluralidad que se permitían los organizadores para amenizar las jornadas.
Roubini profetizaba desde hacía meses una nueva recesión para comienzos de 2007 y rompía el consenso sobre el llamado «aterrizaje suave».
«Vamos a tener un aterrizaje forzoso en lugar del aterrizaje suave que espera la mayoría de la gente», explicó. «Pienso que la burbuja de la vivienda es quizá más importante en Estados Unidos que en otras partes del mundo, sabemos por la Reserva Federal y el Fondo Monetario Internacional (FMI) que existen burbujas de la vivienda en Europa y en otros países. Podemos estar en una situación en la cual el estallido de las burbujas de la vivienda provoquen una caída de la actividad económica en el mundo». Fue todavía más lejos. «¿Cuáles son los riesgos sistémicos financieros y bancarios del estallido de la burbuja de la vivienda? Esto es lo que la gente empieza ahora a pensar. Y uno de los temas importantes aquí es: ¿dónde se concentra el enorme riesgo hipotecario, dado que hay billones de dólares en deuda hipotecaria?».
Podía parecer una pregunta obvia, pero no lo era. He aquí su respuesta: «Creo que en parte está todavía en el sistema bancario que directa o indirectamente mantiene este riesgo; directamente porque una buena parte de las hipotecas siguen en sus balances, e indirectamente porque vaciaron una parte del riesgo hipotecario y lo sustituyeron por productos financieros basados en hipotecas y a través de estos efectivamente mantienen parte del riesgo. Parte de este ha sido, por supuesto, distribuido como riesgo entre gestores de activos y
hedge funds
que detentan toneladas de estos productos financieros basados en hipotecas».
Su conclusión, de manera sencilla y directa, era esta: «De modo que esta gente puede tener problemas, y si esta gente tiene problemas entonces la contraparte de esos fondos,
brokers
y bancos de inversión fuertemente apalancados [endeudados], también pueden tener problemas. No podéis descartar efectos sistémicos si quiebra una de estas grandes instituciones apalancadas».
Todos los elementos que el profesor expuso daban para mucho más que el pronóstico de una recesión, por más dura que fuese. Pero, consciente de que en los círculos académicos y periodísticos se referían a él como el
Doctor Catástrofe,
Roubini se limitó a ilustrar las fallas que se podían advertir en el sistema.
«De modo que existe el riesgo significativo de que si sufrimos un verdadero descalabro de la vivienda que no es un
shock
meramente sectorial y que conduce a una recesión generalizada de la economía, entonces la caída de la vivienda puede llevar a un problema sistémico para el sector financiero».
Su intuición fue aguda, especialmente cuando advirtió: «Mi preocupación hoy es que el estallido de la burbuja inmobiliaria, que no hemos visto todavía, va a llevarnos a más amplios problemas sistémicos en el sector bancario. Esto va a comenzar con los prestamistas de créditos
subprime
(hipotecas basura), que ya están con problemas por el incremento de los impagos y desahucios, y se va a transmitir a otros bancos e instituciones financieras de todo el país».