Hollywood queer (2 page)

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Authors: Leandro Palencia

BOOK: Hollywood queer
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Desde la Primera Guerra Mundial hasta la llegada del sonoro (1928) Hollywood se consolidó como espectáculo de masas a escala mundial. También desde los años diez y gracias al
star system
Hollywood se estableció como la capital del
glamour.

En
Judith de Betulia
(D.W. Griffith, 1913) podemos encontrar el primer estereotipo homosexual. J. Jiquel Lanoe interpreta a un eunuco. Lanoe era pareja de Harry Hide, otro actor frecuente en las cintas que Griffith dirigió para la
American Biograph.
J. Warren Kerrigan se convirtió en 1916 en el primer ídolo de la pantalla, estrella del Oeste y primero en insinuar que era gay al declarar que sólo quería a las mujeres «cuando me dejan solo». El gay Gareth Hughes fue otra estrella de la época y acabó sus días en un monasterio episcopal trabajando con los indios Paiute de Nevada.

Pese a la revolución de costumbres de la
era del jazz,
los felices años veinte fueron más bien adictos a la moralidad victoriana y testigos del avance del conservadurismo y del fundamentalismo más extremo. Los homosexuales, aún siendo dentro de la industria cinematográfica una comunidad notable e influyente de actores, bailarines, directores, diseñadores, peluqueros, modistos, maquilladores, productores, etc., tenían que esforzarse por aparentar ser como los demás, normales. Ser discretos, llevar una vida oculta, ser invisibles. A riesgo de ser excluidos de la sociedad. De hecho, aún hoy, la vida real de los homosexuales permanece secreta para la mayoría de los que no lo son. Y eso que cada vez existen más obras que hablan de sus experiencias y sentimientos.

Según Kenneth Anger, en la época dorada del cine los homosexuales eran conocidos como los "hombres del crepúsculo" o "amigos perfumados". Términos que veían en lo homosexual algo sospechoso y vergonzoso. Términos negativos que interiorizados a menudo producían personalidades dobles. Porque la obligación a esconderse provoca la culpa y el odio hacia uno mismo. Uno que intenta evitar cualquier duda e insiste en el silencio. Una actitud hostil y represiva que los homosexuales a veces dirigían contra sus demás compañeros homosexuales.

Si ser homosexual era uno de los secretos mejor guardados no lo fue tan sólo por la homofobia, el odio u horror a los homosexuales en la vida cotidiana. Las Brigadas Antivicio no dejaban de realizar redadas e intimidaciones. Hasta 1970 se consideró la homosexualidad como una enfermedad. Y sólo desde 1975 comenzó a ser despenalizada en Occidente. La psicología o el psicoanálisis habían estimado que la homosexualidad causaba problemas emocionales y desequilibrios psíquicos por una falta de moral. Falta que, según ellos, originaba que los homosexuales no encontraran ninguna satisfacción o felicidad en la vida. Para defender a la sociedad de tales suicidas potenciales que llevaban vidas desdichadas, solitarias y vacías no se dudó en combatir el comportamiento homosexual a través de terapias de repulsión tipo
electroshocks,
mediante descargas eléctricas.

En la pantalla, la homosexualidad más que invisible fue tabú. Si se la representaba era indirectamente y generalmente a través de estereotipos homófobos.

El estereotipo es una idea fija sobre las actitudes o características de cierto grupo o individuos según su identidad sexual, raza, clase social, profesión, etc. Los estereotipos con frecuencia son negativos y condenan, desprecian o banalizan a quienes nombran cayendo en el sexismo, el racismo, el clasismo o la homofobia. Los estereotipos contribuyen a la opresión, el prejuicio y la discriminación.

A menudo los estereotipos sobre los homosexuales son contradictorios, predominando el de que son depresivos solitarios que no consiguen mantener relaciones duraderas. En el caso específico de los gays, o se les considera inofensivos o muy peligrosos. En el de las lesbianas, o hiperfeminizadas seductoras del porno o mujeres poco atractivas y masculinas. Los bisexuales a la vez reprimidos y promiscuos. Los transexuales, o embaucadores que confunden a ingenuos heterosexuales o poseedores de personalidades torturadas, etc. Pero dentro de la comunidad
queer
también hay estereotipos. Las lesbianas odian a las mujeres, son poderosas y ajenas a lo político. Los gays agresivos y desprovistos de humor. Los bisexuales personas en quienes no se puede confiar, ya que te abandonarán por una relación heterosexual segura, etc. Como dice Richard Dyer, lo peor de los estereotipos es que los homosexuales los tomen como verdaderos, sentenciándose a sí mismos a la autoopresión, ya que la mayoría de los estereotipos son humillantes y ofensivos. Como el da la
mariquita,
el
maricón
forzudo, la lesbiana vampira, la profesora perversa, la loca neurótica, el sádico pedófilo, etc.

El estereotipo significa a un personaje más allá de las palabras, es decir, iconográficamente, mediante las imágenes. El estereotipo implica que se pueda explicar la personalidad de una persona exclusivamente a través de un rasgo específico. Como pasa por ejemplo cuando un gesto afeminado de ojos o de manos nos indica que nos encontramos frente a un gay. Se muestra al homosexual sin llegar a hablarse de él.

Supuestamente identificar cómo actúa un homosexual es algo que tranquiliza a los heterosexuales ya que estos saben quién y cómo lo es. Alguien diferente a lo normal, lo aceptable. 

Según Richard Dyer el problema de las películas que muestran personajes homosexuales
humanos —Muchachas de uniforme
(Leontine Sagan, 1931),
Olivia
(Jacqueline Audry, 1951),
Victima
(Basil Dearden, 1961),
La Calumnia
(William Wyler, 1962),
Domingo, maldito domingo
(John Schlesinger, 1971),
Tarde de perros
(Sidney Lumet, 1975)—es que al tratarlos en su individualidad se impide que los espectadores los tomen en un sentido más genérico. Es decir, que el «resultado final es que tales filmes tienden a subrayar el hecho homosexual como un problema personal, un problema para el que sólo caben soluciones individuales». En el cine, los estereotipos más comunes homosexuales han sido los del afeminado, el esnob, el esteta atildado, el sastre afeminado, el peluquero, el fotógrafo de moda, el columnista de cotilleos, el chismoso, los mayordomos ruines, el hipócrita, el narcisista, el ridículo, el traidor, la profesora solterona del colegio, etc.

Incluso hoy la homosexualidad supuesta o real de las estrellas de Hollywood es un tópico; quizá porque siempre se ha considerado al mundo del espectáculo como un refugio para personas de dudoso vivir. Los fans están ansiosos de saber si un actor lo es en su vida real. Mucho más después de interpretar a uno en la pantalla. Pero casi por norma Hollywood selecciona a actores heterosexuales para tales personajes homosexuales. Un tópico que es un truco publicitario teñido de ambigüedad erótica para atraer al mayor número de espectadores. Y a la vez, un pasatiempo que se suele utilizar para dañar o avergonzar al otro. Pero si en los años veinte del pasado siglo la homosexualidad resultaba cierta, los estudios te protegían para que no se divulgara. La maquinaria publicitaria de los estudios arreglaba romances o matrimonios blancos a mayor gloria de la taquilla para que se disimularan las convenciones sobre la sexualidad heterosexual y que los espectadores consumieran masivamente las películas de sus objetos de deseo, como pasó con Charles Farrell y Janet Gaynor, protagonistas de doce exitosas películas románticas entre 1927 y 1934. Porque ser o no homosexual en Hollywood no es tanto una cuestión de moral sino un problema industrial. Si das dinero tu identidad sexual no importa. Pero si dejabas de ocultarla los estudios podían arruinar tu carrera, dado el rígido sistema de contratación de siete años con revisión anual que fue habitual durante los años treinta y cuarenta. Hollywood siempre ha considerado lo homosexual como veneno para la taquilla. Aún hoy persiste la idea de que un actor/actriz abiertamente homosexual está acabado/a porque nadie volverá a creer en él/ella como galán o
sex symbol
para el otro sexo. Ante todo Hollywood privilegia la rentabilidad comercial. Y las estrellas, verdaderos iconos de la cultura popular, son la principal garantía con la que cuentan para obtenerla. ¿Quién ha dicho que Hollywood no acepta ni reconoce la homosexualidad? Si cualquier profesional relevante, fuera homosexual o no, cometía una seria indiscreción el estudio hacía todo lo posible para que no llegara a los oídos del público y, si llegaba el caso, que la ley no fuera muy severa. El estudio protegía a los homosexuales mediante un código de silencio.

LA FÁBRICA DE SUEÑOS

Dado el usual conservadurismo del espectador medio si un producto se vende bien lo lógico es crear otro parecido. Las estrellas personifican tal proceso de repetición de los personajes, las situaciones, las escenas, etc. Obligadas a copiar los papeles que una vez les dieron fama. En el
star system
conocer la vida privada del actor centrará el discurso cinematográfico, especialmente desde la segunda mitad de los años veinte. Según Richard DeCordova, las estrellas deben ajustar su conducta privada a su imagen ficticia de la pantalla sin que ambos comportamientos puedan entrar en conflicto en el plano moral. Es decir, si una estrella protagoniza películas en las que encarna el bien absoluto no puede transcender que en su vida privada sea una malvada. Mediante contrato queda regulada cualquier difusión de su imagen pública o personal para que ambas esferas se potencien mutuamente, la pública y la privada. Es la "cláusula de la vileza moral". Como en el caso de Metro Goldwyn Mayer, donde cualquier "miembro de la familia" puede ser despedido si comete algún acto juzgado por el estudio como "escandaloso, insultante u ofensivo para la comunidad, o tendente a ridiculizar la moral o la decencia públicas, o perjudicar al productor o a la industria cinematográfica en general". Como señala Richard Dyer, adaptando realidad y ficción la imagen de la estrella entra en la vida cotidiana del público y da la sensación de que los espectadores pueden acceder a todos sus secretos.

Los rumores sobre su vida privada —siempre una vida apasionante, lujosa y extravagante— llenan los medios de comunicación para devoción de los fans. Rumores que principalmente son filtrados por los jefes de publicidad de los estudios tras planificar cuidadosamente una estrategia promocional y comercial. Y es que, ya se sabe, el atractivo del sexo y del escándalo nunca ha dejado de dar beneficios. Tal como afirma Peter Bächlin, «la forma de vida de una estrella es en sí misma una mercancía». Ver sino
sex symbols
como Rodolfo Valentino, Greta Garbo o Rock Hudson.

En el cine mudo el cuerpo es alegórico, es decir, que da a entender una cosa expresando otra bien distinta. Los espectadores pueden ver en esos cuerpos
la homosexualidad
aunque ésta realmente no esté. Basta sino recordar los exagerados gestos y miradas que los galanes y/o amantes dedicaban a sus enamorados. Como explica Alan Williams, los actores del cine mudo basan su interpretación en la expresividad del cuerpo y del vestuario. Son figuras parcialmente vacías que el público puede llenar con sus propias experiencias. El cuerpo del cine mudo es eróticamente ambivalente. Se presta a que coexistan en él los sueños y deseos tanto de los espectadores homosexuales como de los heterosexuales.

La llegada del sonoro borrará toda ambigüedad que se pretenda distinta a lo masculino o a lo femenino. La palabra traerá consigo una mayor represión del cuerpo. Porque ahora la interpretación se basa en los diálogos más que en la animación corporal. Igualmente el sonoro provoca la salida de los principales divos mudos ahora sustituidos por una nueva generación de actores procedentes del mundo del teatro, lo que permitirá a los estudios hacer contratos más rígidos. Las películas ahora hablan y podrán ser más francas respecto al sexo. Debe reglamentarse la representación de la sexualidad para que sólo quien ya posea un conocimiento previo de ella pueda comprenderla. Son los años del famoso, o infame, Código Hays de censura. Los espectadores tendrán que aprender a reemplazar con su imaginación los actos que la censura volvió innombrables.

EL CÓDIGO HAYS

Nunca hay que olvidar que las películas que se rodaron durante la época clásica del cine estadounidense, las que mayor peso han tenido en la cultura popular, fueron censuradas durante su proceso de producción. Por su influencia, la Iglesia Católica fue la principal responsable de imágenes y mensajes llenos de moralismos repulsivos. La Iglesia Católica siempre ha condenado a los homosexuales como pecadores y criminales. E hizo que lo homosexual quedara entre lo secreto y lo reprimido en la pantalla.

Ya desde sus orígenes, al prohibir la cultura cristiana la homosexualidad, se impidió que los homosexuales crearan un sistema de cortejo similar al del universo cortés heterosexual de la Alta Edad Media que tanto éxito ha tenido en películas tipo la corte del Rey Arturo. Prohibido el cortejo, los homosexuales se vieron obligados a concentrarse en el acto sexual. Lo que maliciosamente degeneró en el estereotipo del homosexual como alguien promiscuo. O de que sólo les interesan las relaciones puramente físicas.

La censura reguló la industria cinematográfica estadounidense entre 1934 y 1967. Si bien desde 1922 Hollywood ya había organizado la Motion Picture Producers and Distributors Association (MPPDA), un sistema de autorregulación para evitar la ley nacional de censura que exigían consejos municipales y diversos grupos sociales y religiosos. Un código que inspirará más tarde a los empleados bajo regímenes totalitarios.

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