Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas (41 page)

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Authors: Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López

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BOOK: Historia universal del Siglo XX: De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas
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En los últimos meses de 1940 y primeros del año siguiente el centro de gravedad de la guerra se desplaza al Mediterráneo y a los Balcanes. En estos espacios, Italia ha intentado desarrollar su propia «guerra relámpago», pero sus fracasos en el Norte de África y en Grecia exigen la intervención de Alemania. Una campaña más, la de los Balcanes, se salda con éxitos resonantes para los alemanes, dueños en poco tiempo de Yugoslavia y Grecia, al tiempo que consiguen la alianza de Rumania y Bulgaria. Por su parte, el mariscal Rommel, al frente de su célebre división acorazada (el Afrika Korps), restaña las pérdidas originadas por las acciones italianas y consigue mantener a los ingleses en Egipto. Estos últimos, a pesar de todo, logran evitar la penetración del Eje en Oriente Medio.

El 22 de junio de 1941 se pone en marcha la «operación Barbarroja» para invadir la Unión Soviética. La acción, como se ha dicho, responde a una triple obsesión personal de Hitler: el logro del «espacio vital», el aniquilamiento del bolchevismo y el fin del «tumor judío». Con un despliegue espectacular de hombres (unos cuatro millones) y de armamento, la Wehrmacht realiza en los primeros meses avances espectaculares, pero fracasa en la gran ofensiva sobre Moscú a causa de la llegada del invierno, la resistencia popular de los partisanos y el refuerzo del ejército rojo con efectivos llegados de Siberia en virtud del pacto de no agresión firmado en abril anterior entre Japón y la URSS. Hasta el año siguiente, el frente queda inmovilizado y la guerra de desgaste entre ambos contendientes alcanza un grado de intensidad y de crueldad insospechado. En el verano de 1942 Hitler lanza una segunda campaña de gran envergadura por el Cáucaso para romper las líneas enemigas en dirección a Moscú. En Stalingrado, ciudad industrial y nudo de comunicaciones, se encuentran los ejércitos soviético y alemán y allí tiene lugar una sangrienta batalla que se salda en febrero de 1943 con grandes pérdidas para Alemania. La acción, que ha sido llevada hasta el final por empeño de Hitler contra el parecer de los militares profesionales, supone un grave costo personal para él (su imagen queda deteriorada, al menos en determinados medios militares) y marca un claro punto de inflexión en la guerra en Europa.

El fracaso de la campaña de Rusia no es a estas alturas el único. Desde finales de 1942, la tendencia general en los campos de batalla comienza a ser favorable para los aliados, notablemente reforzados por la entrada en la guerra de Estados Unidos a partir de diciembre de 1941. Este hecho es decisivo, pero no hay que desestimar el papel que venía desempeñando Estados Unidos desde el inicio de la guerra. En Asia no había interrumpido el suministro de armas a China y, en Europa, el concurso económico y comercial norteamericano resultó vital para el Reino Unido para superar el bloqueo alemán. Con todo, cuando la ayuda norteamericana se hizo imprescindible fue a finales de 1940, al quedar solos los británicos ante Alemania. Estados Unidos desempeñó en este momento, crucial para mantener la capacidad de lucha, el cometido de una gran base, segura y bien equipada, para proporcionar al Reino Unido armamento con que resistir los ataques de Hitler.

La derrota de Francia y Holanda abrió a Japón amplias oportunidades. Sin grandes riesgos podía ocupar la Indochina francesa, muy importante desde el punto de vista estratégico para la guerra contra China, y las Indias Orientales holandesas (la actual Indonesia), ricas en recursos naturales y sobre todo en petróleo. El gobierno japonés, cada vez más condicionado por los militares para proseguir la expansión imperialista, se apresuró a invadir Indochina, pero al mismo tiempo trató de garantizarse un apoyo sólido y el 27 de septiembre de 1940 firmó con Alemania e Italia el Pacto Tripartito. Las tres potencias reconocían el «nuevo orden» (en el tratado se consigna esta vaga expresión, sin más explicaciones, para aludir al estado de cosas provocado por la guerra en Europa y en Asia) y establecían «esferas de existencia»: la japonesa en Asia y la alemana e italiana en Europa y África. Dispuesto a construir su propio espacio, Japón inició la expansión hacia el Sur. Era evidente que esto constituía una provocación para la guerra, pero tanto Estados Unidos como Japón aún intentaron un acuerdo diplomático, que no se produjo. El cambio político ocurrido en Japón en octubre de 1941, tras el ascenso del general Tojo a la presidencia de un gobierno constituido mayoritariamente por militares, aclaró la situación. El 1 de diciembre de ese año, sin haber roto las negociaciones con Estados Unidos, una conferencia imperial declaró la intención de Japón de entrar en la guerra, pero antes de hacerlo se debía destruir la flota norteamericana del Pacífico. El almirante Yamamoto expuso el método a seguir: un ataque aéreo por sorpresa contra Pearl Harbor. El factor sorpresa era esencial, de ahí que no procedía anticipar la declaración de guerra. En consecuencia, el gobierno japonés previó que tal declaración llegara a Estados Unidos 25 minutos antes de iniciar el ataque. Ciertas dificultades en la descodificación hicieron que la nota japonesa llegara a su destino después de haber tenido lugar la acción. El 7 de diciembre, la aviación japonesa, lanzada desde seis portaaviones, destruyó la base americana de Pearl Harbor en las islas Hawai, y al mismo tiempo desembarcaron tropas japonesas en Malasia. Al parecer, el ataque japonés cogió por sorpresa a Estados Unidos, que no había efectuado ningún preparativo en Pearl Harbor, y el hecho produjo la impresión necesaria en la opinión norteamericana para que Estados Unidos entrara formalmente y de lleno en la guerra. El día 8 los aliados declaran la guerra a Japón y el 11 Alemania e Italia hacen lo propio contra Estados Unidos. Sin ninguna duda, la guerra había adquirido una dimensión mundial inusitada hasta el momento.

Las victorias de Japón son fulgurantes y en poco tiempo sus tropas se apoderan del Pacífico. De diciembre de 1941 a junio del año siguiente, el ejército nipón ocupa Hong-Kong, Singapur, Malasia, Filipinas, Birmania, las Indias Holandesas Orientales, una parte de Nueva Guinea y un conjunto de archipiélagos en el interior del Pacífico. Se trata de la «Gran Asia japonesa» o, según la denominación oficial nipona, de la creación de una «esfera de coprosperidad» destinada a inaugurar en Asia un «orden nuevo» similar al que los nazis intentan en Europa. Sin embargo, el imperio japonés es efímero y comienza su declive a partir de junio de 1942. A principios de ese mes tiene lugar una gran batalla en las islas Midway, consideradas punto estratégico fundamental para garantizar la defensa del imperio recién creado, en la que Estados Unidos infringe una dura derrota al almirante Yamamoto. La ofensiva posterior japonesa en Nueva Guinea fracasa y en agosto, tras el desembarco norteamericano en Guadalcanal (archipiélago de las Salomón), queda frenado definitivamente el avance japonés. A partir de entonces los norteamericanos comienzan la reconquista de territorios siguiendo la táctica del desembarco de comandos (los marines) apoyados por la aviación. En la primavera de 1945 las tropas americanas llegan a Okinawa, al Sur del archipiélago japonés, y por esas fechas ha dejado de ser operativa la armada nipona. Japón, sin embargo, mantiene una resistencia a ultranza, desarrollada, entre otros medios, mediante los ataques de los aviones suicidas (los kamikazes) a los navíos enemigos. La rendición completa de Japón no se consigue hasta el 2 de septiembre de 1945, tras la decisión del presidente norteamericano Truman de recurrir al bombardeo atómico: el 6 de agosto se lanzó la primera bomba sobre Hiroshima y el día 9 sobre Nagasaki.

En 1942 parecía posible el establecimiento del «orden nuevo» japonés en Asia y el nazi en Europa. Al año siguiente la guerra comenzó a cambiar de signo y aunque el año transcurrió en medio de continuas alternativas entre los bandos contendientes, los indicios de una victoria aliada fueron cada vez más patentes. Las batallas de Midway y Guadalcanal, una marítima, la otra terrestre, marcaron el declive japonés en el Pacífico. Stalingrado simbolizó el mismo hecho para los alemanes en Europa. Gracias al concurso norteamericano, a partir de 1943 es indiscutible la superioridad en hombres, armamento y en recursos económicos de los aliados, aunque la Wehrmacht es capaz todavía de ofrecer una resistencia sólida a la estrategia aliada. La de la URSS consiste, simplemente, en expulsar a las tropas alemanas de su territorio, cosa que comienza a suceder a partir de julio de 1943. En la misma fecha los aliados occidentales deciden conceder prioridad a la derrota de Alemania frente a la de Japón y ponen en marcha una doble operación, destinada a sacar al ejército alemán y sus aliados del Norte de África y del Mediterráneo y a destruir la moral combativo de Alemania mediante el bombardeo aéreo de sus ciudades. Así, se puso en marcha en primer lugar el desembarco de Sicilia, cuya consecuencia más relevante será la caída de Mussolini y casi un año exacto después, el 6 de junio de 1944, se produce el de Normandía, el cual permite disponer de un amplio contingente militar para atacar a Alemania en su propio territorio. Aunque los alemanes establecen en el Sur del Valle del Po un frente resistente de gran envergadura (la «línea gótica»), el avance de las tropas aliadas desde Francia, combinado con el bombardeo aéreo de las ciudades alemanas, va sembrando la destrucción al mismo tiempo que marca el fin del nazismo. En abril de 1945, los soviéticos por el Este y los occidentales, comandados por el norteamericano Eisenhower, por el Oeste llegan a Berlín, donde un Hitler aislado de la realidad y enloquecido ha mantenido una resistencia demencial desde su bunker, confiando en un milagro postrero gracias a la utilización de armas secretas (los mísiles VI y V2). El 30 de abril, cuando las primeras tropas soviéticas comienzan su entrada en Berlín, Hitler se suicida en el bunker en compañía de algunos destacados personajes de su régimen, como Goebbels. El 7 de mayo Alemania firma la capitulación sin condiciones ante los americanos en Reims y al día siguiente, ante los rusos en Berlín.

5.3. Guerra total

La Segunda Guerra Mundial fue al mismo tiempo un conflicto militar, una guerra de religiones y grupos étnicos, un sangriento reajuste de cuentas de los nacionalismos extremos para modificar los acuerdos internacionales, una guerra civil entre colaboracionistas y resistentes a los agresores y, en algunos lugares, una guerra de clases entre población rural y urbana o —, como ocurrió en Italia, entre los braceros sin tierra y los terratenientes profascistas (Mazower, 2001, 239), Todas estas notas diferencian a esta guerra de las demás, pero no terminan de dar completa cuenta de su especificidad. La guerra generó una «estrategia de terror» que provocó un auténtico choque moral en todas las poblaciones. Cuando llegó la paz la conmoción se incrementó al difundirse noticias y detalles del trato dispensado por alemanes y japoneses a las poblaciones ocupadas. Por otra parte, el carácter de las operaciones militares, desarrolladas mediante grandes movimientos de tropas en espacios inmensos y la utilización masiva de bombardeos aéreos, implicó directamente como jamás había sucedido a la población civil. Al mismo tiempo, Alemania y Japón impusieron en los territorios conquistados un «nuevo orden» que provocó, entre otros efectos, desplazamientos masivos de población y asesinatos a gran escala utilizando técnicas inusitadas.

Las pérdidas humanas ocasionadas por la guerra fueron literalmente incalculables e incluso es imposible realizar estimaciones aproximadas, ha escrito con rotundidad E. J. Hobsbawm (1995, 5l). Las bajas civiles fueron tan elevadas como las militares (se calcula un número similar en ambos casos, lo que constituye una novedad impresionante) y en demasiadas ocasiones las matanzas se efectuaron con la expresa intención de no dejar rastro. De cualquier forma, se calcula una cifra de muertos que oscila entre 40 y 50 millones de personas, distribuidos de forma muy irregular entre zonas del mundo y entre grupos étnicos. En los frentes de batalla murieron o fueron heridos soldados encolados en los ejércitos de 27 países, pero entre la población civil se cuentan víctimas de casi todos los rincones del planeta y ocupan un lugar tristemente preeminente los judíos, los ciudadanos soviéticos y los eslavos del Este de Europa, víctimas de la política de los nazis en los territorios conquistados, calificada desde el final de la guerra con el término de «genocidio», con el cual se da a entender no sólo los asesinatos en masa, sino también la intención expresa de proceder al exterminio de determinadas culturas.

El genocidio fue producto de la política de nazis y japoneses en los territorios ocupados, pero no todos los desastres de la guerra pueden ser explicados por esta causa. Hay que tener también muy en cuenta la enorme capacidad destructivo del armamento utilizado y de las tácticas militares, en especial el recurso al bombardeo aéreo, iniciado por Alemania en la «batalla de Inglaterra». Huelga describir las penalidades a que por este motivo fue sometida la población entera, sin distinción de ninguna clase. Baste constatar que de noviembre de 1940 a mayo de 1941 cayeron sobre Gran Bretaña más de 20 000 toneladas de alto explosivo y 80 000 bombas incendiarias, sin que por eso consiguiera Alemania su objetivo de dejar fuera de combate al país enemigo. Más efectiva, desde el punto de vista militar, resultó la colocación de minas en el mar y el bombardeo de los barcos mercantes para privar al Reino Unido de alimentos y materias primas, lo cual desató una guerra marítima especial, la «guerra del Atlántico», que tuvo amplias consecuencias en el ámbito económico. El bombardeo masivo, con todo, no fue recurso exclusivo de los nazis. A partir de 1942 también lo utilizaron los aliados, en particular los británicos. La táctica, conocida como «bombardeos estratégicos», consistió en atacar a las ciudades alemanas durante la noche primeramente con bombas incendiarias que iluminaban los objetivos y a continuación con potentes explosivos para interrumpir los trabajos de la población por controlar el fuego. El objetivo de estos bombardeos no era parar la industria, cosa que desde el comienzo se demostró difícil de conseguir, sino desorganizar las ciudades y hacer que los habitantes fueran incapaces de realizar un trabajo productivo y, naturalmente, se desmoralizasen (Parker, 1998, 198). En decenas de ciudades alemanas se destruyó más del 50% de sus edificios, como sucedió en Hamburgo, Berlín, Hannover, Frankfurt y, de modo muy especial, Dresde. Esta táctica no se demostró particularmente eficaz desde el punto de vista militar, pero consiguió incrementar la escalada de terror de la guerra.

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