Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (80 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—No os espiaba —protestó Snape, acalorado e incómodo, el pelo sucio a la luz del sol—. Además, a ti no tengo por qué espiarte —añadió con desprecio—. Tú eres
muggle
.

Petunia no entendió esa palabra, pero aun así captó el tono desdeñoso.

—¡Nos vamos, Lily! —dijo con voz estridente.

Su hermana pequeña la obedeció sin rechistar, y se marchó de allí mirando al chico con aversión. Él se quedó donde estaba y las vio salir por la verja del parque. Harry, el único que observaba a Snape, reconoció la amarga desilusión del niño y comprendió que debía de llevar mucho tiempo planeando ese momento, pero todo le había salido mal…

La escena se desvaneció y al punto volvió a formarse otra diferente: ahora Harry se encontraba en un bosquecillo. Entre los troncos veía fluir un río bañado por el sol y los árboles proporcionaban una sombra fresca y verdosa. Dos niños estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas, uno enfrente del otro. Snape se había quitado el abrigo; el extraño blusón no parecía tan raro en la penumbra.

—… y el ministerio te castiga si haces magia fuera del colegio. Te mandan una carta.

—¡Pues yo he hecho magia fuera del colegio!

—Bueno, no pasa nada, porque nosotros todavía no tenemos varita mágica. Mientras eres pequeño, si no puedes controlarte, no te dicen nada. Pero cuando cumples once años —añadió poniéndose muy serio— y empiezan a instruirte, has de tener mucho cuidado.

Hubo un breve silencio. Lily cogió una ramita del suelo y la agitó en el aire, y Harry comprendió que imaginaba que salían chispas. Entonces ella tiró la ramita, se acercó más al niño y le dijo:

—Va en serio, ¿verdad? No es ninguna broma, ¿eh? Petunia dice que mientes porque Hogwarts no existe. Pero es real, ¿verdad?

—Es real para nosotros. Para ella, no. Pero tú y yo recibiremos la carta.

—¿Seguro?

—Segurísimo —confirmó Snape, y pese al pelo mal cortado y la extraña ropa que llevaba, imponía bastante allí sentado, rebosante de confianza en su destino.

—¿Y nos la traerá una lechuza? —preguntó Lily en voz baja.

—Normalmente llega así. Pero tú eres hija de
muggles
, de modo que alguien del colegio tendrá que ir a explicárselo a tus padres.

—¿Tiene mucha importancia que seas hijo de
muggles
?

Snape titubeó y sus ojos —muy negros—, codiciosos en la verdosa penumbra, recorrieron el pálido rostro y el cabello pelirrojo de Lily.

—No —respondió—. No tiene ninguna importancia.

—¡Ah, bueno! —suspiró la niña, más tranquila; era evidente que estaba preocupada.

—Tú tienes mucha magia dentro —afirmó Snape—. Me di cuenta observándote…

Su voz se fue apagando. Lily ya no lo escuchaba; se había tumbado en el suelo cubierto de hojas y contemplaba el toldo que formaban las ramas de los árboles. Snape la observaba con la misma avidez con que lo había hecho en el parque infantil.

—¿Cómo van las cosas en tu casa? —preguntó Lily.

—Bien —repuso él arrugando un poco la frente.

—¿Ya no se pelean?

—Sí, claro que se pelean. —Cogió un puñado de hojas y empezó a romperlas sin darse cuenta de lo que hacía—. Pero no tardaré mucho en marcharme.

—¿A tu padre no le gusta la magia?

—No hay nada que le guste.

—Severus…

Los labios del chico esbozaron una sonrisa cuando ella pronunció su nombre.

—¿Qué quieres?

—Háblame otra vez de los
dementores
.

—¿Para qué quieres que te hable de ellos?

—Si utilizo la magia fuera del colegio…

—¡No van a entregarte a los
dementores
por eso! Los utilizan contra la gente que comete delitos graves, y vigilan la prisión de los magos, Azkaban. A ti no van a llevarte ahí, eres demasiado…

Volvió a ruborizarse y rompió varias hojas más.

Entonces Harry oyó un susurro a sus espaldas y se dio la vuelta: Petunia, escondida detrás de un árbol, había resbalado.

—¡Tuney! —exclamó Lily con sorpresa y agrado, pero Snape se puso en pie de un brinco.

—¿Quién nos espía? —exclamó—. ¿Qué quieres?

Petunia estaba turbada y asustada por haber sido descubierta, y Harry vio que buscaba alguna frase hiriente para desquitarse.

—Qué es eso que llevas, ¿eh? —preguntó Petunia señalándole el pecho a Snape—. ¿La blusa de tu madre?

Entonces se oyó un ruido de algo que se partía: una rama se estaba desprendiendo encima de la cabeza de Petunia. Lily dio un chillido. La rama cayó y golpeó en el hombro a Petunia, que se tambaleó hacia atrás y rompió a llorar.

—¡Tuney!

Pero Petunia se marchó corriendo. Lily se encaró con Snape:

—¿Has sido tú?

—No. —El chico se mostró desafiante y temeroso a la vez.

—¡Sí, has sido tú! —Lily se fue alejando de él—. ¡Has sido tú! ¡Le has hecho daño!

—¡No! ¡Yo no he hecho nada!

Pero la mentira de Snape no convenció a Lily: tras lanzarle una última mirada de odio, salió corriendo del bosquecillo en busca de su hermana, y él se quedó solo, triste y desconcertado…

La escena volvió a cambiar. Harry miró alrededor: se hallaba en el andén nueve y tres cuartos, y Snape estaba de pie a su lado, un poco encorvado, junto a una mujer delgada de rostro amarillento y expresión amargada que se le parecía mucho. Él observaba con atención a los cuatro miembros de una familia situada a escasa distancia de allí. Las dos niñas se mantenían un poco apartadas de sus padres, y Lily le suplicaba algo a su hermana. Harry se acercó más para oírlas.

—¡Lo siento, Tuney! ¡Lo siento mucho! Mira… —Le cogió una mano y se la apretó con fuerza, aunque Petunia intentó retirarla—. A lo mejor cuando llegue allí… ¡Espera, Tuney! ¡Escúchame! ¡A lo mejor cuando llegue allí puedo hablar con el profesor Dumbledore y hacer que cambie de opinión!

—¡Yo-no-quiero-ir! —subrayó Petunia, y se soltó de su hermana—. ¿Cómo voy a querer ir a un estúpido castillo para aprender a ser… a ser…?

Recorrió el andén con la mirada, deteniéndose en los gatos que maullaban en los brazos de sus amos, en las lechuzas que aleteaban en sus jaulas y se lanzaban ululatos unas a otras, y en los alumnos, algunos de los cuales ya llevaban puestas las largas túnicas negras y cargaban sus baúles en la locomotora de vapor roja, o se saludaban unos a otros con alegres gritos tras un largo verano sin verse.

—¿Crees que quiero convertirme en un… bicho raro?

A Lily los ojos se le anegaron en lágrimas y Petunia consiguió que le soltara la mano.

—Yo no soy ningún bicho raro. No deberías decirme eso.

—Pues precisamente vas a un colegio especial para bichos raros —afirmó Petunia con saña—. Y eso es lo que sois el hijo de los Snape y tú: unos bichos raros. Me alegro de que os separen de la gente normal; lo hacen por vuestra propia seguridad.

Lily miró a sus padres, que contemplaban absortos y entretenidos las diversas escenas que se sucedían en el andén. Entonces volvió a fijar la vista en su hermana, y bajando la voz dijo con furia:

—No pensabas que fuera un colegio para bichos raros cuando le escribiste al director y le suplicaste que te admitiera.

Petunia se ruborizó.

—¿Que yo le supliqué? ¡Yo no le supliqué nada!

—Leí su respuesta. Era muy amable, por cierto.

—No debiste leerla. ¡El correo es privado! ¿Cómo pudiste…?

Lily se delató mirando de soslayo a Snape, que estaba cerca de ellas. Petunia dio un gritito ahogado y exclamó:

—¡La cogió tu amigo! ¡Ese niño y tú os colasteis en mi habitación aprovechando que yo no estaba!

—No, no nos colamos… —Ahora le tocó a Lily ponerse a la defensiva—. ¡Severus vio el sobre y no creyó que una
muggle
se hubiera puesto en contacto con Hogwarts, eso es todo! Dice que debe de haber magos trabajando de incógnito en correos para encargarse de…

—¡Ya veo que los magos meten las narices en todas partes! —la interrumpió Petunia. El rubor se le había esfumado de las mejillas y había palidecido—. ¡Monstruo! —le espetó, y echó a correr hacia donde esperaban sus padres.

La escena se disolvió de nuevo: ahora Snape caminaba deprisa por el pasillo del expreso de Hogwarts, que traqueteaba por la campiña. Ya se había puesto la túnica del colegio; seguramente era la primera oportunidad que tenía de quitarse aquella espantosa ropa de
muggle
que usaba siempre. Se detuvo delante de un compartimento donde había un grupo de chicos que armaba bullicio, pero acurrucada en el asiento de un rincón, junto a la ventana, estaba Lily, con la cara pegada al cristal.

Snape abrió la puerta del compartimento y se sentó enfrente. Ella le echó una ojeada, pero siguió mirando por la ventana. Se notaba que había llorado.

—No quiero hablar contigo —dijo con voz entrecortada.

—¿Por qué no?

—Tuney me… me odia. Porque leímos la carta que le envió Dumbledore.

—¿Y qué?

Lily le lanzó una mirada de profunda antipatía y le espetó:

—¡Pues que es mi hermana!

—Sólo es una… —Se contuvo a tiempo; Lily, ocupada en enjugarse las lágrimas sin que se notara, no le oyó—. ¡Pero si nos vamos! —exclamó Snape, incapaz de disimular su euforia—. ¡Lo hemos conseguido! ¡Nos vamos a Hogwarts!

Ella asintió, frotándose los ojos, y a pesar de su disgusto esbozó una sonrisa.

—Ojalá te pongan en Slytherin —comentó Snape, animado por la tímida sonrisa de la muchacha.

—¿En Slytherin?

Uno de los chicos, que hasta entonces no había mostrado el menor interés por ellos, volvió la cabeza al oír ese nombre, y Harry, que no se había fijado en los restantes pasajeros del compartimento, vio que era su propio padre: delgado, cabello negro —igual que Snape—, pero rodeado de un aura difícilmente definible, de la que Snape carecía; se notaba que había vivido bien atendido e incluso admirado.

—¿Quién va a querer que lo pongan en Slytherin? Si me pasara eso, creo que me largaría. ¿Tú no? —le preguntó James Potter al niño que iba repantigado en el asiento de enfrente, y Harry dio un respingo al comprobar que era Sirius. Pero éste no sonrió, sólo masculló:

—Toda mi familia ha estado en Slytherin.

—¡Jo! ¡Y yo que te tenía por una buena persona!

—A lo mejor rompo la tradición —replicó Sirius sonriendo burlón—. ¿Adónde irás tú, si te dejan elegir?

James hizo como si blandiera una espada y dijo:

—¡A Gryffindor, «donde habitan los valientes»! Como mi padre.

Snape hizo un ruidito despectivo y James se volvió hacia él.

—¿Te ocurre algo?

—No, qué va —contestó Snape, aunque su expresión desdeñosa lo desmentía—. Si prefieres lucir músculos antes que cerebro…

—¿Adónde te gustaría ir a ti, que no tienes ninguna de las dos cosas? —intervino Sirius.

James soltó una carcajada. Lily se enderezó, abochornada, y miró primero a James y luego a Sirius con antipatía.

—Vámonos, Severus. Buscaremos otro compartimento.

—¡Ooooooh!

James y Sirius imitaron el tono altivo de Lily, y James intentó ponerle la zancadilla a Snape cuando salía.

—¡Hasta luego, Quejicus! —dijo una voz al mismo tiempo que la puerta del compartimento se cerraba de golpe… Y la escena se extinguió una vez más…

Ahora Harry estaba de pie detrás de Snape, ante las mesas de las casas, iluminadas con velas y rodeadas de caras embelesadas. Entonces, la profesora McGonagall llamó: «¡Evans, Lily!»

Observó cómo su madre caminaba temblorosa y se sentaba en el desvencijado taburete. Minerva McGonagall le puso el Sombrero Seleccionador en la cabeza, y apenas un segundo después de haber entrado en contacto con el pelirrojo cabello de la niña, el sombrero anunció: «¡Gryffindor!»

Harry oyó cómo Snape daba un débil quejido. Lily se quitó el sombrero, se lo devolvió a la profesora y fue a toda prisa hacia la mesa ocupada por los alumnos de Gryffindor, que aplaudían con entusiasmo; pero al pasar le echó una ojeada a Snape esbozando una triste sonrisa. Harry vio cómo Sirius dejaba espacio en el banco para que Lily se sentara. Ella lo miró y debió de reconocerlo del tren, porque se cruzó de brazos y le dio la espalda.

Continuaron pasando lista, y Harry vio cómo Lupin, Pettigrew y su padre se sentaban con Lily y Sirius en la mesa de Gryffindor. Al fin, cuando sólo quedaban una docena de alumnos por seleccionar, la profesora McGonagall llamó a Snape.

Harry lo acompañó hasta el taburete, y el niño se puso el sombrero en la cabeza. «¡Slytherin!», anunció el Sombrero Seleccionador. Y Severus Snape fue hacia el otro extremo del comedor, lejos de Lily, donde lo aplaudían los alumnos de Slytherin y donde Lucius Malfoy con una insignia de prefecto reluciéndole en el pecho, le dio unas palmaditas en la espalda cuando se sentó a su lado…

Y la escena cambió…

Lily y Snape cruzaban el patio del castillo. Discutían. Harry aceleró el paso para poder escucharlos. Cuando llegó a su lado, se percató de que ambos eran mucho más altos; al parecer, habían pasado varios años desde su Selección.

—Creía que éramos amigos —decía Snape—. Buenos amigos.

—Lo somos, Sev, pero no me gustan algunas de tus amistades. Lo siento, pero no soporto a Avery ni a Mulciber. ¡Mulciber! ¿Qué le has visto a ése, Sev? ¡Es repulsivo! ¿Sabes qué intentó hacerle el otro día a Mary Macdonald?

Lily había llegado a una columna y se apoyó en ella, contemplando el delgado y cetrino rostro de su amigo.

—No es para tanto —dijo él—. Sólo fue una broma.

—Era magia oscura, y si lo encuentras gracioso…

—¿Y qué me dices de lo que hacen Potter y sus amigos? —Se ruborizó un poco al decirlo, incapaz, al parecer, de contener su resentimiento.

—¿Qué tiene que ver Potter con esto?

—Se escapan por la noche. Ese Lupin tiene algo raro. ¿Adónde va siempre?

—Está enfermo, o al menos eso dicen…

—¿Todos los meses cuando hay luna llena? —replicó Snape, escéptico.

—Ya conozco tu teoría —dijo Lily con frialdad—. Pero ¿por qué estás tan obsesionado con ellos? ¿Por qué te importa tanto lo que hacen por la noche?

—Sólo intento demostrarte que no son tan maravillosos como todo el mundo cree.

La intensidad de la mirada del chico la hizo ruborizarse.

—Pero no emplean magia oscura. —Bajó la voz y añadió—: Y eres un desagradecido. Me he enterado de lo que pasó la otra noche. Te colaste por el túnel del sauce boxeador y James Potter te salvó de no sé qué cosa que había allí abajo.

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