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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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La fecha crucial se acerca. Cuando cumpla diecisiete años, Harry perderá el encantamiento protector que lo mantiene a salvo. El anunciado enfrentamiento a muerte con lord Voldemort es inminente, y la casi imposible misión de encontrar y destruir los restantes Horrocruxes más urgente que nunca. Ha llegado la hora final, el momento de tomar las decisiones más difíciles. Harry debe abandonar la calidez y seguridad de La Madriguera para seguir sin miedo ni vacilaciones el inexorable sendero trazado para él. Consciente de lo mucho que está en juego, sólo dentro de sí mismo encontrará la fuerza necesaria que lo impulse en la vertiginosa carrera para enfrentarse con su destino.

J.K. Rowling

Harry Potter
y las Reliquias de la Muerte

ePUB v1.1

Elvys
22.04.11

Título original:
Harry Potter and the Deathly Hallows

Traducción: Gemma Rovira Ortega

J.K. Rowling, 2007.

ISBN: 9788498381412

La                      
dedicatoria      
de este libro
se divide             
en siete partes:               
para Neil,                                 
para Jessica,                       
para David,                  
para Kenzie,          
para Di,     
para Anne         
y para ti                  
si has                             
seguido                   
con Harry       
hasta       
el                
final.               

¡Ay! el tormento arraigado en el linaje,
        el grito desgarrador de la muerte,
            el golpe que rasga la vena,
    la sangre que nadie restaña, la pena,
la maldición insoportable.

Pero hay un remedio en esta casa,
        no fuera de ella, no,
            no venido de otros, sino de ellos mismos
    en su pugna sangrienta. A vosotros clamamos,
oscuros dioses que habitáis bajo la tierra.

Escuchad con atención, dichosos poderes subterráneos,
    responded, enviad ayuda.
Amparad a estos muchachos, concededles la victoria ya.

Esquilo
,
Las coéforas

La muerte no es más que un viaje, semejante al que realizan dos amigos al separarse para atravesar los mares. Como aún se necesitan, ellos siguen viviendo el uno en el otro y se aman en una realidad omnipresente. En dicho divino espejo se ven cara a cara, y su conversación fluye con pureza y libertad. Tal es el consuelo de los amigos: aunque se diga que han muerto, su amistad y su compañía no desaparecen, porque éstas son inmortales.

William Penn
,
More Fruits of Solitude

1
El ascenso del señor Tenebroso

En un estrecho sendero bañado por la luna, dos hombres aparecieron de la nada a escasos metros de distancia. Permanecieron inmóviles un instante, apuntándose mutuamente al pecho con sus respectivas varitas mágicas, hasta reconocerse. Entonces las guardaron bajo las capas y echaron a andar a buen paso en la misma dirección.

—¿Buenas noticias? —preguntó el de mayor estatura.

—Excelentes —replicó Severus Snape.

El lado izquierdo del sendero estaba bordeado por unas zarzas silvestres no muy crecidas, y el derecho, por un seto alto y muy cuidado. Al caminar, los dos hombres hacían ondear las largas capas alrededor de los tobillos.

—Temía llegar tarde —dijo Yaxley, cuyas burdas facciones dejaban de verse a intervalos cuando las ramas de los árboles tapaban la luz de la luna—. Resultó un poco más complicado de lo que esperaba, pero confío en que él estará satisfecho. Pareces convencido de que te recibirá bien, ¿no?

Snape asintió, pero no dio explicaciones. Torcieron a la derecha y tomaron un ancho camino que partía del sendero. El alto seto describía también una curva y se prolongaba al otro lado de la impresionante verja de hierro forjado que cerraba el paso. Ninguno de los dos individuos se detuvo; sin mediar palabra, ambos alzaron el brazo izquierdo, como si saludaran, y atravesaron la verja igual que si las oscuras barras metálicas fueran de humo.

El seto de tejo amortiguaba el sonido de los pasos. De pronto, se oyó un susurro a la derecha; Yaxley volvió a sacar la varita mágica y apuntó hacia allí por encima de la cabeza de su acompañante, pero el origen del ruido no era más que un pavo real completamente blanco que se paseaba ufano por encima del seto.

—Lucius siempre ha sido un engreído. ¡Bah, pavos reales! —Yaxley se guardó la varita bajo la capa y soltó un resoplido de desdén.

Una magnífica mansión surgió de la oscuridad al final del camino; había luz en las ventanas de cristales emplomados de la planta baja. En algún punto del oscuro jardín que se extendía más allá del seto borboteaba una fuente. Snape y Yaxley, cuyos pasos hacían crujir la grava, se acercaron presurosos a la puerta de entrada, que se abrió hacia dentro, aunque no se vio que nadie la abriera.

El amplio vestíbulo, débilmente iluminado, estaba decorado con suntuosidad y una espléndida alfombra cubría la mayor parte del suelo de piedra. La mirada de los pálidos personajes de los retratos que colgaban de las paredes siguió a los dos hombres, que andaban a grandes zancadas. Por fin, se detuvieron ante una maciza puerta de madera, titubearon un instante y, acto seguido, Snape hizo girar la manija de bronce.

El salón se hallaba repleto de gente sentada alrededor de una larga y ornamentada mesa. Todos guardaban silencio. Los muebles de la estancia estaban arrinconados de cualquier manera contra las paredes, y la única fuente de luz era el gran fuego que ardía en la chimenea, bajo una elegante repisa de mármol coronada con un espejo de marco dorado. Snape y Yaxley vacilaron un momento en el umbral. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, alzaron la vista para observar el elemento más extraño de la escena: una figura humana, al parecer inconsciente, colgaba cabeza abajo sobre la mesa y giraba despacio, como si pendiera de una cuerda invisible, reflejándose en el espejo y en la desnuda y pulida superficie de la mesa. Ninguna de las personas sentadas bajo esa singular figura le prestaba atención, excepto un joven pálido, situado casi debajo de ella, qué parecía incapaz de dejar de mirarla cada poco.

—Yaxley, Snape —dijo una voz potente y clara desde la cabecera de la mesa—, casi llegáis tarde.

Quien había hablado se sentaba justo enfrente de la chimenea, de modo que al principio los recién llegados sólo apreciaron su silueta. Sin embargo, al acercarse un poco más distinguieron su rostro en la penumbra, un rostro liso y sin una pizca de vello, serpentino, con dos rendijas a modo de orificios nasales y ojos rojos y refulgentes de pupilas verticales; su palidez era tan acusada que parecía emitir un resplandor nacarado.

—Aquí, Severus —dijo Voldemort señalando el asiento que tenía a su derecha—. Yaxley al lado de Dolohov.

Los aludidos ocuparon los asientos asignados. La mayoría de los presentes siguió con la mirada a Snape, y Voldemort se dirigió a él en primer lugar.

—¿Y bien?

—Mi señor, la Orden del Fénix planea sacar a Harry Potter de su actual refugio el próximo sábado al anochecer.

El interés de los reunidos se incrementó notoriamente: unos se pusieron en tensión, otros se rebulleron inquietos en el asiento, y todos miraron alternativamente a Snape y Voldemort.

—Conque el sábado… al anochecer —repitió Voldemort. Sus ojos rojos se clavaron en los de Snape, negros, con tal vehemencia que algunos de los presentes desviaron la vista, tal vez temiendo que también a ellos los abrasara su ferocidad.

No obstante, Snape le sostuvo la mirada sin perder la calma y, pasados unos instantes, la boca sin labios de Voldemort esbozó algo parecido a una sonrisa.

—Bien. Muy bien. Y esa información procede…

—De esa fuente de la que ya hemos hablado —respondió Snape.

—Mi señor… —Yaxley, sentado al otro extremo de la mesa, se inclinó un poco para mirar a Voldemort y Snape. Todas las caras se volvieron hacia él—. Mi señor, yo he oído otra cosa —dijo, y calló, pero en vista de que Voldemort no respondía, añadió—: A Dawlish, el auror, se le escapó que Potter no será trasladado hasta el día treinta, es decir, la noche antes de que el chico cumpla diecisiete años.

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