Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (55 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—¿… completamente seguro de que es él? Porque si no lo es, Greyback, estamos acabados.

—¿Quién manda aquí? —rugió Greyback para disimular su ineptitud—. He dicho que es Potter, y él más su varita significan doscientos mil galeones. Pero si alguno de vosotros es demasiado cobarde para acompañarme, que no lo haga. Me lo llevaré yo, y con un poco de suerte me regalarán a la chica.

…la ventana no era más que una hendidura en la negra roca, demasiado estrecha para atravesarla… Por esa grieta se veía una figura esquelética, ovillada bajo una manta… ¿Estaba muerta o dormida?

—¡De acuerdo! —decidió Scabior—. ¡De acuerdo, iremos contigo! ¿Y los demás qué, Greyback? ¿Qué hacemos con ellos?

—Podríamos llevárnoslos a todos. Hay dos sangre sucia; eso significa diez galeones más. Y dame también la espada; si eso son rubíes, ganaremos una pequeña fortuna.

Mientras forzaban a los prisioneros a ponerse en pie, Harry oyó la agitada respiración de la asustada Hermione.

—Cogedlos fuerte y no los soltéis. Yo me encargo de Potter —ordenó Greyback agarrando a Harry por el pelo; el muchacho notó cómo las largas y amarillentas uñas del hombre lobo le arañaban el cuero cabelludo—. ¡Voy a contar hasta tres! Uno… dos… ¡tres!

Se desaparecieron llevándose a los prisioneros. Harry forcejeó para soltarse de la mano del hombre lobo, pero fue inútil porque Ron y Hermione iban pegados a él, uno a cada lado, y no podía separarse del grupo; cuando se quedó sin aire, la cicatriz le dolió aún más…

… se coló por aquella ventana que no era más que una rendija, como habría hecho una serpiente, y se posó, ligero como el vapor, en el suelo de una especie de celda…

Los prisioneros entrechocaron al tomar tierra en un sendero rural. Harry tardó un poco en acostumbrar la vista porque todavía tenía los ojos hinchados; cuando lo consiguió, vio una verja de hierro forjado que daba entrada a lo que parecía un largo camino. Sintió sólo un ligero alivio. Lo peor todavía no había pasado: él sabía, porque estaba luchando por rechazar esa visión, que Voldemort no se encontraba ahí, sino en una especie de fortaleza, en lo alto de una torre. Otra cuestión era cuánto tardaría el Señor Tenebroso en regresar cuando se enterara de que Harry se hallaba en ese lugar.

Uno de los Carroñeros se aproximó a la verja y la sacudió.

—¿Cómo entramos ahora? La verja está cerrada, Greyback, no puedo… ¡Maldita sea!

Apartó las manos con rapidez, asustado, pues el hierro empezó a contorsionarse y retorcerse, y sus intrincadas curvas y espirales compusieron un rostro horrendo que habló con una voz resonante y metálica:

—¡Manifiesta tus intenciones!

—¡Tenemos a Potter! —gritó Greyback, triunfante—. ¡Hemos capturado a Harry Potter!

La verja se abrió.

—¡Vamos! —les dijo a sus hombres, que traspusieron la verja y empujaron a los prisioneros por el camino, flanqueado por altos setos que amortiguaban el ruido de sus pasos.

Harry entrevió una fantasmagórica silueta en lo alto del seto, y se percató de que era un pavo real albino. Tropezó, y Greyback lo agarró para levantarlo; el muchacho avanzaba dando traspiés, de lado, atado de espaldas a los otros cuatro prisioneros. Cerró los ojos y permitió que el dolor de la cicatriz lo invadiera un instante, ansioso por saber qué estaba haciendo Voldemort y si ya sabía que lo habían capturado…

… la escuálida figura se rebulló bajo la delgada manta, se dio la vuelta hacia él y abrió los ojos… El frágil individuo, de rostro descarnado, se incorporó y clavó los grandes y hundidos ojos en él, en Voldemort, y sonrió. Estaba casi desdentado…


¡Ah, por fin has venido! Ya imaginaba que lo harías algún día. Pero tu viaje ha sido en vano: yo nunca la tuve.


¡Mientes!

La ira de Voldemort latía con fuerza en el fuero interno de Harry. El muchacho obligó a su mente a regresar al cuerpo, porque la cicatriz amenazaba con reventar, y luchó por mantenerse consciente mientras los Carroñeros los empujaban por el camino de grava.

De pronto una luz los iluminó a todos.

—¿Qué queréis? —preguntó una inexpresiva voz de mujer.

—¡Hemos venido a ver a El-que-no-debe-ser-nombrado! —anunció Greyback.

—¿Quién eres tú?

—¡Usted ya me conoce! —Había resentimiento en la voz del hombre lobo—. ¡Soy Fenrir Greyback, y hemos capturado a Harry Potter!

Agarró a Harry y le dio la vuelta para que la cara le quedara iluminada, obligando a los otros prisioneros a volverse también.

—¡Ya sé que está hinchado, señora, pero es él! —intervino Scabior—. Si se fija bien, le verá la cicatriz. Y esta chica es la sangre sucia que viajaba con él, señora. ¡No hay duda de que es él, y también tenemos su varita! ¡Mire, señora!

Harry soportó que Narcisa Malfoy le escudriñara el rostro mientras Scabior le entregaba la varita de endrino; la bruja arqueó las cejas.

—Llevadlos dentro —ordenó.

A fuerza de empujones y patadas, los obligaron a subir los anchos escalones de la entrada, que daban acceso a un vestíbulo guarnecido de retratos en las paredes.

—Seguidme —indicó Narcisa guiándolos por el vestíbulo—. Mi hijo Draco está pasando las vacaciones de Pascua en casa. Él nos confirmará si es Harry Potter.

La luz del salón resultaba deslumbrante comparada con la oscuridad del exterior; pese a que tenía los ojos entrecerrados, Harry apreció las grandes dimensiones de la estancia, la araña de luces que colgaba del techo y los retratos que había en las paredes, de color morado oscuro. Cuando los Carroñeros hicieron entrar a los prisioneros, dos personas se levantaron de sendas butacas colocadas ante una ornamentada chimenea de mármol.

—¿Qué significa esto?

Harry reconoció al instante la voz de Lucius Malfoy: aquel hablar arrastrando las palabras era inconfundible. Empezaba a asustarse de verdad, porque no veía cómo iban a salir de allí, y a medida que su miedo aumentaba, le resultaba más fácil bloquear los pensamientos de Voldemort, aunque seguía doliéndole la cicatriz.

—Dicen que han capturado a Potter —explicó Narcisa sin emoción alguna—. Ven aquí, Draco.

Aunque no se atrevió a mirar a Draco directamente, Harry vio de refilón cómo una figura un poco más alta que él se le aproximaba; reconoció su rostro, pálido y anguloso, aunque era tan sólo un manchón enmarcado por un cabello rubio claro.

Greyback obligó a los prisioneros a darse otra vez la vuelta para colocar a Harry justo debajo de la araña de luces.

—¿Y bien? ¿Qué me dices, chico? —preguntó el hombre lobo.

Harry se hallaba enfrente de la chimenea, sobre la que habían colgado un lujoso espejo de marco adornado con intrincadas volutas; de esa forma, a través de las ranuras que formaban sus párpados, vio su propio reflejo por primera vez desde que saliera de Grimmauld Place.

Tenía la cara enorme, brillante y rosada; el embrujo de Hermione le había deformado todas las facciones; el pelo negro le llegaba por los hombros, y una barba rala le cubría el mentón. De no haber sabido que era él mismo quien se contemplaba, se habría preguntado quién se había puesto sus gafas. Decidió no decir nada, porque sin duda su voz lo delataría, y siguió evitando mirar a Draco a los ojos.

—¿Y bien, Draco? —preguntó Lucius Malfoy con avidez—. ¿Lo es? ¿Es Harry Potter?

—No sé… No estoy seguro —respondió Draco. Mantenía la distancia con Greyback, y parecía darle tanto miedo mirar a Harry como a éste se lo daba mirarlo a él.

—¡Pues fíjate bien! ¡Acércate más! —Harry nunca había visto tan ansioso a Lucius Malfoy—. Escucha, Draco, si se lo entregamos al Señor Tenebroso nos perdonará todo lo…

—Bueno, espero que no olvidemos quién lo ha capturado, ¿verdad, señor Malfoy? —terció el hombre lobo, amenazador.

—¡Por supuesto que no! ¡Por supuesto! —replicó Lucius con impaciencia. Se acercó tanto a Harry que el muchacho, a pesar de la hinchazón de los ojos, vio con todo detalle aquel rostro, desprovisto de la palidez y la languidez habituales. Debido a su deformidad, igual que una especie de máscara, era como si Harry mirara entre los barrotes de una jaula.

—¿Qué le habéis hecho? —le preguntó Lucius a Greyback—. ¿Qué le ha pasado en la cara?

—No hemos sido nosotros.

—Yo creo que le han hecho un embrujo punzante —especuló Lucius, y a continuación examinó con sus grises ojos la frente de Harry—. Sí, aquí tiene algo —susurró—. Podría ser la cicatriz, tensada… ¡Ven aquí, Draco, y mira bien! ¿Qué opinas?

Harry vio la cara de Draco muy cerca, junto a la de su padre. Se parecían muchísimo, pero mientras que el padre estaba fuera de sí de emoción, la expresión de Draco era de reticencia, casi de temor.

—No lo sé —insistió el chico, y se retiró hacia la chimenea, desde donde su madre contemplaba la escena.

—Será mejor que nos aseguremos, Lucius —le dijo Narcisa a su esposo—. Hemos de estar completamente seguros de que es Potter antes de llamar al Señor Tenebroso. Dicen que esta varita es suya —añadió, examinando la varita de endrino—, pero no responde a la descripción de Ollivander. Si nos equivocamos y hacemos venir al Señor Tenebroso para nada… ¿Te acuerdas de lo que les hizo a Rowle y Dolohov?

—¿Y la sangre sucia qué? —gruñó Greyback.

Harry estuvo a punto de caerse al suelo cuando los Carroñeros obligaron a los prisioneros a darse otra vez la vuelta, para que la luz cayera en esta ocasión sobre la cara de Hermione.

—Espera —dijo de pronto Narcisa—. ¡Sí! ¡Sí, estaba en la tienda de Madame Malkin con Potter! ¡Y vi su fotografía en
El Profeta
! ¡Mira, Draco! ¿No es esa tal Granger?

—Pues… no sé. Sí, podría ser.

—¡Pues entonces, ese otro tiene que ser el hijo de los Weasley! —gritó Lucius, y rodeó a los prisioneros para colocarse enfrente de Ron—. ¡Son ellos, los amigos de Potter! Míralo, Draco. ¿No es el hijo de Arthur Weasley? ¿Cómo se llama?

—No sé —repitió Draco, sin mirar a los prisioneros—. Podría ser.

De pronto se abrió la puerta del salón. Harry estaba de espaldas, y al oír una voz de mujer su miedo se incrementó aún más.

—¿Qué significa esto? ¿Qué ha pasado, Cissy?

Bellatrix Lestrange, de párpados gruesos, se paseó lentamente alrededor de los prisioneros y se detuvo a la derecha de Harry, mirando fijamente a Hermione.

—¡Vaya! —dijo con serenidad—. ¡Pero si es la sangre sucia! ¡Esa Granger!

—¡Sí, sí, es Granger! —exclamó Lucius—. ¡Y creemos que quien está a su lado es Potter! ¡Son Potter y sus amigos! ¡Por fin hemos dado con ellos!

—¿Potter, Harry Potter? —farfulló Bellatrix con voz chillona, y retrocedió un poco para estudiarlo—. ¿Estás seguro? ¡En ese caso, hay que informar de inmediato al Señor Tenebroso! —Y se retiró la manga del brazo izquierdo.

Al ver la Marca Tenebrosa grabada con fuego en la piel, Harry supo que la bruja se disponía a tocarla para llamar a su amado señor…

—¡Ahora mismo iba a llamarlo! —dijo Lucius, y sujetó la muñeca de Bellatrix, impidiéndole que se tocara la Marca—. Yo lo llamaré, Bella. Han traído a Potter a mi casa, y por tanto tengo autoridad para…

—¿Autoridad, tú? —se burló Bellatrix e intentó liberar la mano—. ¡Se te acabó la autoridad cuando perdiste tu varita, Lucius! ¿Cómo te atreves? ¡Quítame las manos de encima!

—Tú no tienes nada que ver con esto. Tú no has capturado al chico, ni…

—Disculpe, señor Malfoy —intervino Greyback—, pero somos nosotros quienes capturamos a Potter, y el dinero de la recompensa…

—¡El dinero! —exclamó Bellatrix y soltó una risotada; aún forcejaba con su cuñado y con la mano libre buscaba su varita en el bolsillo—. Quédate con el dinero, desgraciado, ¿para qué lo quiero yo? Yo sólo busco el honor de… de…

En ese momento reparó en algo que Harry no alcanzaba a ver y se detuvo en seco. Satisfecho con la capitulación de Bellatrix, Lucius le soltó la muñeca y se arremangó.

—¡¡Quieto!! —chilló Bellatrix—. ¡No la toques! ¡Si el Señor Tenebroso viene ahora nos matará a todos!

Lucius se quedó paralizado, con el dedo índice suspendido sobre la Marca Tenebrosa de su brazo. Bellatrix salió del limitado campo visual de Harry.

—¿Qué es esto? —le oyó decir el muchacho.

—Una espada —contestó un Carroñero.

—¡Dámela!

—Esta espada no es suya, señora; es mía. La encontré yo.

Se produjeron un estallido y un destello de luz roja, y Harry dedujo que el Carroñero había recibido un hechizo aturdidor. Sus compañeros se pusieron furiosos y Scabior sacó su varita mágica.

—¿A qué se cree que está jugando, señora?

—¡
Desmaius
! —gritó Bellatrix—. ¡
Desmaius
!

Los Carroñeros no podían competir con ella pese a su ventaja numérica: cuatro contra una. Harry sabía que Bellatrix era una bruja sin escrúpulos y de prodigiosa habilidad. De modo que todos los hombres cayeron al suelo, excepto Greyback, a quien obligaron a arrodillarse con los brazos extendidos. Con el rabillo del ojo, Harry vio cómo la mujer, pálida como la cera, se acercaba al hombre lobo empuñando la espada de Gryffindor.

—¿De dónde has sacado esta espada? —le susurró a Greyback al mismo tiempo que le quitaba la varita de la mano sin que él opusiera resistencia.

—¿Cómo se atreve? —gruñó él; la boca era lo único que podía mover, y se veía obligado a mirar a la bruja. Enseñó los afilados dientes—. ¡Suélteme ahora mismo!

—¿Dónde has encontrado esta espada? —repitió ella blandiéndola ante el hombre lobo—. ¡Snape la envió a mi cámara de Gringotts!

—Estaba en la tienda de campaña de esos chicos —contestó Greyback—. ¡Le he dicho que me suelte!

Bellatrix agitó la varita y el hombre lobo se puso en pie, pero no se atrevió a acercarse a la bruja. Así que se puso a rondar detrás de un sillón, apretando el respaldo con sus curvadas y sucias uñas.

—Llévate a esa escoria fuera, Draco —mandó Bellatrix señalando a los Carroñeros inconscientes—. Si no tienes agallas para liquidarlos, déjalos en el patio y ya me encargaré yo de ellos.

—No te atrevas a hablarle a Draco como si… —intervino Narcisa, furiosa, pero Bellatrix gritó:

—¡Cállate! ¡La situación es más delicada de lo que imaginas, Cissy! ¡Tenemos un problema muy grave!

Se levantó jadeando y examinó la empuñadura de la espada. Luego se dio la vuelta y miró a los silenciosos prisioneros.

—Si de verdad es Potter, no hay que hacerle daño —masculló como para sí—. El Señor Tenebroso quiere deshacerse de él personalmente. Pero si se entera… Tengo… tengo que saber… —Se giró de nuevo hacia su hermana y ordenó—: ¡Llevad a los prisioneros al sótano mientras pienso qué podemos hacer!

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