Harry Potter y las Reliquias de la Muerte (57 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
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—¿Y bien? —le dijo Bellatrix al duende—. ¿Es la espada auténtica?

Harry esperó, conteniendo la respiración y combatiendo el dolor de la cicatriz.

—No —dijo Griphook—. Es una falsificación.

—¿Estás… seguro? —insistió Bellatrix con voz entrecortada—. ¿Completamente seguro?

—Sí —afirmó el duende.

El alivio iluminó la cara de la bruja, de la que desapareció toda señal de tensión.

—Bien —dijo, y con un somero golpe de la varita le hizo otro profundo corte en la cara al duende, que se derrumbó gritando de dolor a los pies de Bellatrix. Ella lo apartó de una patada—. Y ahora —dijo con voz triunfal—, llamaremos al Señor Tenebroso.

Se retiró la manga y tocó la Marca Tenebrosa con el dedo índice.

Harry sintió como si su cicatriz volviera a abrirse y dejó de ver su entorno. Ahora él era Voldemort y el esquelético mago que se hallaba ante él reía mostrando una boca desdentada; aquel llamamiento lo había enfurecido: ya se lo había advertido, les había dicho que no lo llamaran más, a menos que hubieran capturado a Potter. Si se habían equivocado…


¡Mátame!
—dijo el anciano—.
¡No vencerás! ¡No puedes vencer! ¡Esa varita nunca será tuya, jamás!

La ira de Voldemort estalló y un chorro de luz verde inundó la celda de la prisión; el frágil anciano se elevó de su duro camastro y volvió a caer, inerte; entonces Voldemort se acercó a la ventana, sin poder controlar su cólera… Si no tenían una buena razón para hacerlo regresar, recibirían su merecido.

—Y creo que podemos prescindir de la sangre sucia —dijo Bellatrix—. Puedes llevártela si quieres, Greyback.

—¡¡Nooooooo!!

Cuando Ron irrumpió en el salón, Bellatrix se dio la vuelta sobresaltada y lo apuntó con la varita.


¡Expelliarmus!
—gritó el chico apuntándola a su vez con la varita de Colagusano, y la de la bruja saltó por los aires.

Harry que había entrado detrás de Ron, la atrapó al vuelo. Lucius, Narcisa, Draco y Greyback también se volvieron. Harry gritó «¡
Desmaius
!» y Lucius Malfoy cayó al fuego de la chimenea. De las varitas de Draco, Narcisa y Greyback salieron chorros de luz, pero Harry se lanzó al suelo y rodó detrás de un sofá para esquivarlos.

—¡¡Deteneos o la mato!!

Jadeando, Harry asomó la cabeza. Bellatrix tenía agarrada a Hermione, que parecía inconsciente, y amenazaba con clavarle el puñal en el cuello.

—Soltad las varitas —espetó la bruja—. ¡Soltadlas, o comprobaremos lo sucia que tiene la sangre esta desgraciada!

Ron permaneció inmóvil aferrando la varita de Colagusano, pero Harry se incorporó, sin soltar la varita de Bellatrix.

—¡He dicho que las soltéis! —chilló ella, e hincó la punta del puñal en el cuello de Hermione, del que salieron unas gotas de sangre.

—¡Está bien, de acuerdo! —gritó Harry, y dejó caer la varita junto a sus pies. Ron hizo otro tanto y ambos levantaron las manos.

—¡Muy bien! —dijo Bellatrix mirándolos con ensañamiento—. ¡Recógelas, Draco! ¡El Señor Tenebroso está a punto de llegar, Harry Potter! ¡Se acerca tu hora!

Harry lo sabía; tenía la impresión de que la cabeza iba a estallarle, y mientras tanto veía a Voldemort surcando el cielo, sobrevolando un mar oscuro y tempestuoso; pronto estaría lo bastante cerca para aparecerse, y a él no se le ocurría ninguna forma de escapar.

—Y ahora —añadió Bellatrix en voz baja mientras Draco volvía con las varitas—, Cissy, creo que deberíamos atar de nuevo a estos pequeños héroes, mientras el hombre lobo se encarga de la señorita Sangre Sucia. Estoy segura de que al Señor Tenebroso no le importará que te quedes con la chica, Greyback, después de lo que has hecho esta noche.

Justo cuando Bellatrix pronunció «noche» se oyó un extraño chirrido proveniente del techo. Todos miraron hacia arriba y vieron temblar la araña de cristal; entonces, con un crujido y un amenazador tintineo, ésta se desprendió del techo. Bellatrix, que se hallaba justo debajo, soltó a Hermione dando un chillido y se lanzó hacia un lado. El artefacto cayó encima de Hermione y el duende con un estallido de cadenas y cristal. Relucientes fragmentos de cristal volaron en todas direcciones y Draco se dobló por la cintura, tapándose la ensangrentada cara con las manos.

Ron corrió a rescatar a Hermione de debajo de la lámpara y Harry aprovechó la oportunidad: saltó por encima de una butaca y le arrebató las tres varitas a Draco; apuntó con todas a Greyback y chilló: «¡
Desmaius
!» Alcanzado por el triple hechizo, el hombre lobo se elevó hasta el techo y luego cayó al suelo.

Mientras Narcisa arrastraba a Draco para ponerlo a cubierto, Bellatrix, con el pelo alborotado, se puso en pie empuñando el puñal de plata. De pronto Narcisa apuntó con su varita al umbral de la puerta.

—¡Dobby! —gritó, y hasta Bellatrix se quedó paralizada—. ¡Tú! ¿Has sido tú el que ha soltado la araña de…?

El diminuto elfo entró trotando en la habitación, señalando con un tembloroso dedo a su antigua dueña.

—¡No le haga daño a Harry Potter! —chilló.

—¡Mátalo, Cissy! —bramó Bellatrix, pero se oyó otro fuerte «¡crac!», y la varita de Narcisa también saltó por los aires y fue a parar al extremo opuesto del salón.

—¡Maldito payaso! —rugió Bellatrix—. ¿Cómo te atreves a quitarle la varita a una bruja? ¿Cómo te atreves a desafiar a tus amos?

—¡Dobby no tiene amos! —replicó el elfo—. ¡Dobby es un elfo libre, y Dobby ha venido a salvar a Harry Potter y sus amigos!

Harry apenas veía de dolor. Sabía, intuía, que sólo disponían de unos segundos antes de que llegara Voldemort.

—¡Cógela, Ron! ¡Y vámonos! —Le lanzó una varita y se agachó para sacar a Griphook de debajo de la lámpara. Levantó al duende, que todavía no había soltado la espada, y se lo cargó al hombro; a continuación, le dio la mano a Dobby, giró sobre sí mismo y se desapareció.

Mientras se sumía en la oscuridad, vio el salón por última vez: las pálidas e inmóviles figuras de Narcisa y Draco, el rastro rojizo del cabello de Ron, la borrosa línea plateada del puñal de Bellatrix, que cruzaba la habitación hacia el sitio de donde el muchacho estaba esfumándose…

«La casa de Bill y Fleur… El Refugio… La casa de Bill y Fleur…», se dijo.

Se había desaparecido hacia lo desconocido; lo único que podía hacer era repetir el nombre de su destino y confiar en que eso bastara para llegar hasta allí. El dolor de la frente lo traspasaba, acusaba el peso del duende y notaba la hoja de la espada rebotándole contra la espalda. Dobby le tiraba de la mano y Harry se preguntó si el elfo estaría intentando tomar las riendas y conducirlos en la dirección correcta; le apretó los dedos para darle a entender que a él le parecía bien…

De pronto tocaron tierra firme y olieron a aire salado. Harry cayó de rodillas, soltó la mano de Dobby e intentó depositar suavemente a Griphook en el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó al ver que el duende se movía, pero Griphook se limitó a gimotear.

Harry escudriñó los oscuros alrededores. Creyó distinguir una casita a escasa distancia, bajo un amplio y estrellado cielo, y le pareció que había gente en ella.

—¿Es El Refugio, Dobby? —preguntó en voz baja, aferrando las dos varitas que se había llevado de la casa de los Malfoy, preparado para defenderse si era necesario—. ¿Hemos venido a donde queríamos, Dobby?…

Miró alrededor. El pequeño elfo estaba a sólo unos palmos de él.

—¡¡Dobby!!

El elfo se tambaleó un poco; las estrellas se reflejaban en sus enormes y brillantes ojos. Ambos bajaron la mirada hacia la empuñadura del puñal que, clavado en el pecho de Dobby, subía y bajaba al compás de su respiración.

—¡Dobby! ¡No! ¡Que alguien me ayude! —gritó Harry mirando hacia la casa, a través de cuyas ventanas se veía gente moviéndose—. ¡Que alguien me ayude!

No sabía ni le importaba si eran magos o
muggles
, amigos o enemigos; lo único que le preocupaba era la mancha oscura que se extendía por el pecho de Dobby y la mirada suplicante del elfo, que le tendía los delgados brazos. El muchacho lo cogió y lo tumbó de lado sobre la fría hierba.

—No, Dobby. No te mueras… No te mueras…

Los ojos del elfo lo enfocaron, y los labios le temblaron al articular sus últimas palabras:

—Harry… Potter…

Dobby se estremeció un poco y se quedó inmóvil, y sus ojos se convirtieron en dos enormes y vidriosas esferas salpicadas del resplandor de las estrellas que ya no podían ver.

24
El fabricante de varitas

Fue como si se sumergiera en una vieja pesadilla: creyó estar arrodillado junto al cadáver de Dumbledore, al pie de la torre más alta de Hogwarts, pero en realidad estaba contemplando un cadáver diminuto, acurrucado en la hierba, atravesado por el puñal de plata de Bellatrix. Harry no cesaba de repetir «Dobby… Dobby…», pese a saber que el elfo se había ido para siempre.

Enseguida comprendió que, al menos, habían llegado al sitio que querían, porque Bill, Fleur, Dean y Luna formaban un corro alrededor de él, arrodillado todavía junto al elfo.

—¿Y Hermione? —preguntó de repente—. ¿Dónde está Hermione?

—Ron la ha llevado dentro —contestó Bill—. No te preocupes, se pondrá bien.

Volviendo a centrarse en Dobby, Harry le extrajo el afilado puñal; luego se quitó la chaqueta y lo cubrió, como si lo abrigara con una manta.

Cerca de allí, el mar batía contra las rocas; Harry escuchó su murmullo mientras los otros hablaban y tomaban decisiones sobre asuntos por los que él era incapaz de mostrar interés. Así pues, Dean llevó al herido Griphook a la casa y Fleur los acompañó; por su parte, Bill hizo algunas sugerencias sobre la mejor manera de enterrar al elfo. Harry dijo que sí a todo, sin saber en realidad lo que Bill proponía, mientras contemplaba el pequeño cadáver. La cicatriz seguía doliéndole, y en un rincón de su mente, como si mirara por un largo telescopio puesto al revés, vio a Voldemort castigando a todos los que se habían quedado en la Mansión Malfoy. El Señor Tenebroso estaba tremendamente furioso, pero el dolor que Harry sentía por Dobby desdibujaba la escena, de modo que ésta se convirtió en una tormenta lejana que percibía desde el otro lado de un vasto y silencioso océano.

—No quiero enterrarlo mediante magia, sino como es debido —fueron las primeras palabras que Harry fue plenamente consciente de pronunciar—. ¿Tienes una pala, Bill?

Y poco después se puso a trabajar solo, cavando la tumba en el sitio que Bill le había mostrado en un rincón del jardín, entre unos matorrales. Cavaba con una especie de rabia, regodeándose con el trabajo manual y disfrutando de no utilizar la magia, porque cada gota de sudor y cada ampolla eran como un tributo al elfo que les había salvado la vida.

La cicatriz le dolía, pero controlaba el dolor; lo sentía, pero lo mantenía alejado. Por fin había aprendido a dominarlo, a hacer lo que Dumbledore había intentado que Snape le enseñara: cerrarle la mente a Voldemort. Y del mismo modo que el Señor Tenebroso no había logrado poseer al muchacho cuando éste se consumía de pena por Sirius, ahora tampoco conseguía que sus pensamientos lo penetraran mientras lloraba la muerte de Dobby. Por lo visto, el sufrimiento tenía a Voldemort a raya. Aunque seguramente Dumbledore no lo habría llamado sufrimiento, sino amor…

Harry cavaba cada vez más hondo en la dura y helada tierra, y de esa manera ahogaba su tristeza en sudor, negando al mismo tiempo el dolor de la cicatriz. A oscuras, sin más compañía que el sonido de su propia respiración y el murmullo del mar, recordó todo lo acontecido en la Mansión Malfoy y todo cuanto había oído, y empezó a comprender…

El constante ritmo de sus brazos marcaba el compás de sus pensamientos: Reliquias…
Horrocruxes
… Reliquias…
Horrocruxes
… Sin embargo, en su interior ya no ardía aquella extraña y obsesiva ansiedad, porque la pena y el miedo la habían sofocado. Se sentía como si lo hubieran despertado a bofetadas.

Continuó cavando sin parar. El sabía dónde había estado Voldemort esa noche, a quién había matado en la celda más alta de Nurmengard y por qué… Entonces le vino a la memoria Colagusano, que había muerto por culpa de un mínimo instante de clemencia breve e inconsciente… Dumbledore lo había previsto… ¿Qué otras cosas sabía el profesor?

Harry perdió la noción del tiempo y sólo se dio cuenta de que había aclarado un poco cuando Ron y Dean se reunieron con él.

—¿Cómo está Hermione?

—Mejor —contestó Ron—. Fleur está con ella.

Harry tenía preparada una respuesta para cuando le preguntaran por qué no había hecho una tumba perfecta con la varita mágica, pero no la necesitó, porque Ron y Dean saltaron con sendas palas al hoyo y juntos trabajaron en silencio hasta que consideraron que ya era bastante profundo.

Harry envolvió mejor al elfo con la chaqueta que le había echado por encima. Ron se sentó en el borde de la fosa, se quitó los zapatos y le puso sus calcetines a Dobby, que iba descalzo. Y Dean le dio un gorro de lana a Harry, que se lo colocó con cuidado al elfo en la cabeza, tapándole las orejas de murciélago.

—Habría que cerrarle los ojos.

Harry no había oído llegar a los demás: Bill llevaba una capa de viaje; Fleur, un gran delantal blanco de cuyo bolsillo sobresalía una botella que Harry reconoció: era crecehuesos; Hermione, pálida, un tanto vacilante y abrigada con una bata prestada, se acercó a Ron, que le rodeó los hombros con un brazo; y Luna, que llevaba un abrigo de Fleur, se agachó y con ternura apoyó los dedos en los párpados de Dobby para cerrarle los vidriosos ojos.

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