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Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

Halcón (146 page)

BOOK: Halcón
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—Esto no puede seguir, Ewig. Hay que salvar de sí mismo a nuestro rey y compañero. Teodorico debe ser conocido para siempre como «el Grande».

—A vuestras órdenes, emsaio Thorn.

—Aquí nada puede hacerse. Tengo que regresar a Ravena, junto a Teodorico. Y puede que no vuelva a Roma, pero tal vez haya algunas cosas que…

—Decid lo que mandáis, emsaio Thorn. Enviad un mensaje y haré lo que digáis. Si podéis conservar el buen nombre de nuestro rey, tendréis la gratitud de todos los que le aman.

—Esto no puede seguir —le dije también a Livia—. A Teodorico hay que salvarle de sí mismo. El emDiurnal anuncia que el obispo de Roma ha muerto en la prisión de Ticinum; no sé si el desgraciado ha muerto de causa natural o como Boecio, pero deduzco que lo ha hecho sin confesar nada que pueda paliar las disparatadas sospechas del rey, pues es evidente que su muerte ha enfurecido a Teodorico. El rey ha vuelto a cometer una locura y ha publicado un decreto tan abominable como el que Justino quiso imponer. En el templo de Concordia está expuesto al público y dice que todas las iglesias católicas del reino quedan confiscadas, convertidas en templos arríanos y que el culto católico queda prohibido a partir de ahora.

Vacié el vaso de vino de un trago, y Livia no dijo nada, pero su mirada era sombría.

—Teodorico podría haber añadido ya una nota a guisa de despedida anunciando su suicidio —

proseguí entre dientes—. Si esto no provoca una sublevación nacional contra él, o una desastrosa guerra civil de arríanos contra católicos, desde luego Teodorico se ha quitado la barba para que le corten el cuello por detrás.

—¿Por detrás?

—Desde fuera. En este momento, las flotas de Lentinus están a la espera de la orden del rey para atacar a los vándalos. Es una guerra justificada, ya que la hermana de Teodorico sigue prisionera del rey Hilderico, y es un conflicto que podría sernos propicio en circunstancias normales, pero se van a comprometer todas las tropas en el lado sur del Mediterráneo, mientras que al Este tenemos a los cristianos ortodoxos de Justino, al Norte están los católicos de Clodoveo, todos ellos hostiles y enfurecidos en cuanto sepan su última locura; en cuanto ataquemos a los vándalos, sus hermanos católicos, ¿que harán las otras naciones?

Livia hizo seña a la criada para que trajese más vino y dijo:

—Ya sé que tu nombre de Veleda significa reveladora, adivina. Y predices una guerra devastadora o una guerra civil. ¿Crees que eres la única que lo anticipa?

—Claro que no. Pero desde la desaparición de Símaco y Boecio, ¿quién puede hablar con Teodorico? Los principales consejeros que le quedan son sus emcomes de finanzas y emmagister officiorum, Casiodoro padre e hijo; el anciano sólo sabe de números, emsolidi y emlibrae y ya tendrá trabajo de sobra contando las flechas que se vayan a gastar en una u otra guerra; y el hijo lo único que sabe es manejar palabras. Una guerra le dará buena ocasión de charlar hasta hartarse. Aparte de ellos, los únicos allegados

al rey son sus generales, que emprenderán alegremente cualquier guerra por la causa que sea. ¿Quién más queda sino yo?

—Y vas a ir a Ravena, esperando encontrar al rey lúcido, y le dirás con firmeza lo que acabas de explicarme para tratar de convencerle de que derogue el decreto antes de que entre en vigor y no dé la orden de salida de la flota. ¿Y si logras convencerle, después, qué?

— emIésus, Livia, todo eso sería esperar demasiado. Aun si está lo bastante lúcido para reconocerme y llamarme por mi nombre, puede sufrir un ataque de ira y enviarme a la cárcel. ¿Qué quieres decir con eso de después qué?

—Suponiendo que el reino godo supere este período de crisis, ¿no es muy probable que Teodorico provoque otro? Y aunque el reino las superase todas, ¿qué sucederá cuando el rey ya no esté? Ya no puede tardar en morir y tú me has dicho que no hay nadie capaz para sucederle.

—Sí —dije y guardé silencio un buen rato, sin dejar de pensar mientras daba sorbos de vino—. Bueno, quizá uno de los candidatos sorprenda al mundo al resultar que es una persona de valía, o tal vez en determinado momento aparezca un candidato mejor. O quién sabe si el reino godo está condenado irremisiblemente en un futuro próximo. Si así es el deseo de la Fortuna, no podré evitar su ruina. Pero debo salvar a Teodorico haciéndoselo ver. Livia, ¿no te gustaría quedar libre?

Parpadeó sorprendida, pero en seguida me dirigió una profunda mirada sostenida, que me hizo considerar cuan luminosos y hermosos ojos azules conservaba, aunque el rostro ya no fuese el mismo. Con una voz, mezcla de sarcasmo y cansancio, me preguntó:

—Libre, ¿para hacer qué?

—Para marchar conmigo. Mañana. Tengo aquí en Roma un buen amigo ostrogodo que se encargará

de venderme la casa, esclavos y pertenencias o de enviarme lo que quiera conservar. Podría hacer igual con la tuya. ¿Quieres venir?

—¿A dónde? ¿A Ravena?

—Primero a Ravena; luego, si no me mata Teodorico durante la audiencia, podemos ir a Haustaths en donde nos conocimos. Ahora en verano estará precioso. Y tengo curiosidad por ver si los nombres que grabé en el hielo han descendido montaña abajo.

—Ya somos viejos y achacosos, querido —replicó ella, riendo—, para subir sin aliento por la montaña hasta el emeisflodus.

—A lo mejor los nombres han descendido para recibirnos. De verdad, Livia, hace mucho tiempo que ansio volver al Lugar de los Ecos. Cuanto más lo pienso, con más ganas lo recuerdo y más me convenzo de que pasaré allí el resto de mis días. Y creo también que me gustaría tener tu dulce hombro a mi lado para siempre. ¿Y tú? ¿Qué me dices?

—¿Quién lo pregunta, Thorn o Veleda?

— emSaio Thorn, con su escolta de mariscal, te acompañará con tu sirvienta hasta Ravena. Luego, cuando haya hecho lo que espero, Thorn desaparecerá y será Veleda, sin escolta, quien te acompañe hasta el Lugar de los Ecos. Después… tú y yo… bueno… —añadí, tendiéndole los brazos—. Somos viejos y somos amigos. Seremos buenos amigos.

CAPITULO 10

La penúltima cosa que me dijo Teodorico, en tono melancólico, fue:

—Recuerda aquellos tiempos, viejo Thorn, en que cuando nos dedicábamos a destruir lo conseguíamos con creces. Y siempre que intentábamos construir y conservar fracasábamos totalmente.

—Totalmente no, Teodorico, aún no —repliqué—. Y aun si el fracaso fuese inevitable, es de mucho mérito haberlo intentado noblemente.

Habría podido llorar al verle tan lamentablemente marchito, encogido y descontento, al borde de la desesperación. Pero él me conocía y estaba sereno, y proseguí:

—Hablemos de cosas más alegres. Una amiga me ha sugerido que estos tres últimos años de tu reinado habrían podido ser mejores, incluso grandiosos, si no te hubiese faltado el cariño de Audefleda o hubieses tenido otra mujer a tu lado. La misma Biblia, como sabes, en las primeras páginas recomienda a la mujer como compañera del hombre. Con una mano femenina suave y amable que hubiera asido la tuya, no habrías tenido que recurrir a la severidad y a la fuerza; y habrías tenido el calor y el afecto necesarios ante las tormentas sin necesidad de recurrir a otros.

La mirada callada de Teodorico se había transformado de sorprendida y esquiva en reflexiva. Lancé

un carraspeo y continué:

—Esa amiga de que te hablo es una mujer mayor llamada Veleda. Por el nombre te darás cuenta de que es una ostrogoda y digna de toda confianza, y personalmente puedo asegurarte que es, como su antigua homónima —la legendaria profetisa que revelaba secretos— una mujer muy sabia. Ahora el rey me miraba algo inquieto y me apresuré a decir:

— emNe, ne, Veleda no insinúa que quiera convertirse en tu compañera. Ni allis. Es vieja y decrépita como yo. Cuando me explicó la idea también citó la historia de la Biblia relativa a otro rey, David, cuando en su avanzada edad, sus servidores dijeron: busquemos para nuestro señor rey una virgen que le cuide, le quiera, duerma en su regazo y le dé calor. Así, la buscaron, la hallaron y se la llevaron, y era una doncella muy hermosa.

Ahora Teodorico me miraba sonriente, como le había visto tantas otras veces, y me apresuré a seguir hablando.

—Resulta que mi amiga Veleda tiene una joven esclava, una criatura exótica, del país de Serica. Es una virgen de gran belleza y de cualidades únicas. Apelando a nuestra vieja amistad, Teodorico, te ruego que permitas que venga Veleda a ofrecerte esa doncella sin par. Puede traértela esta misma noche; no tienes más que ordenar al emmagister Casiodoro, que vigila tu persona, que la deje pasar sin impedimento. Y

te encarezco, querido amigo, que lo aceptes, pues es un favor que te hago de todo corazón y que no puede dañar. Creo que nos darás las gracias.

Teodorico asintió con la cabeza, con una ligera sonrisa y, con afecto sincero por mi persona y gratitud por el cariño que le profesaba, esto fue lo último que me dijo:

—Muy bien, viejo Thorn. Envíame a Veleda la reveladora.

No podía hacerlo siendo Thorn, y no porque Thorn hubiese jurado ayudar y defender la grandeza del rey, pues estaba convencido de defender esa grandeza. No, lo hice como Veleda porque, cuando le entregase a la muchacha, sería hacerle un regalo que yo, como Veleda, muchas veces había pensado hacerle aquellos años.

Esta noche llevaré a la venéfica a palacio, y en la cámara de Teodorico la despojaré de sus sutiles velos; sé que Teodorico aceptará el regalo, aunque sólo sea por prestarse al capricho bienintencionado de su viejo amigo Thorn. Llevaré también estas numerosas páginas de pergamino y papiro a Casiodoro, y le pediré que las guarde con los demás archivos del reino para quienes en el futuro quieran saber de la época de Teodorico emel Grande. A mí y a Livia quizá nos queden algunas páginas más de vida, pero la historia que se inició tanto tiempo atrás concluye aquí.

NOTA DEL TRADUCTOR

La escritura que sigue es de otra mano

El nuevo emperador correinante, Justiniano, el más cristiano de los nobles de Constantinopla, al ordenar el cierre de las escuelas de filosofía platónica de Atenas, comentó sagazmente de aquellos pedagogos paganos: «Si hablan falsedad son perniciosos y si hablan verdad son innecesarios. Que callen.» El voluminoso manuscrito redactado por emsaio Thorn contiene muchas verdades, pero todas ellas

—hechos, detalles, relatos de batallas y otros acontecimientos históricos— las he incorporado a mi emHistoria Gothorum, en donde los eruditos las hallarán mas accesibles que en los farragosos volúmenes escritos por el mariscal.

Como relato verídico, el de Thorn es innecesario.

Si el resto, es decir, la mayor parte de la crónica, no es pura invención, es tan escandalosa, impía, blasfema, procaz y obscena, que ofendería y repugnaría a cualquier lector que no sea un historiador como yo, con experiencia en la objetividad desapasionada. Como historiador, renuncio totalmente a juzgar el valor de una obra escrita en función de su cariz moral. Empero, como cristiano, debo considerar esta crónica con horror y repulsa. Y aun como simple mortal, la juzgo una recopilación de viles perversiones. Por lo tanto, como todo lo válido ha quedado registrado en otra parte, me veo en la obligación de denunciarla como innecesaria y perniciosa.

No obstante, se me confió el libro y no cabe la posibilidad de que lo devuelva a su autor. Al mariscal Thorn ni se le ha visto ni se sabe nada de él desde antes de que el rey Teodorico fuese hallado muerto en la cama, y la opinión generalizada es que Thorn, por la aflicción que le causó la enfermedad del rey, debió arrojarse al Padus o al mar. Así pues, me veo enojosamente cargado con el manuscrito y, en conciencia, no puedo destruirlo.

Aunque me niego a guardarlo en los archivos reales ni en ningún emscriptorium de público acceso, lo pondré en donde no corra el menor peligro de sufrir los asaltos de la curiosidad de los imprudentes. Mañana, el difunto rey Teodorico será ceremoniosamente enterrado en su mausoleo con algunos de sus emblemas, objetos preferidos y recuerdos de su reinado. Allí depositaré el manuscrito, para que quede enterrado a perpetuidad.

(ecce signum) Flavius Magnus Aurelius Cassiodorus Senator Filius

MAGISTER OFFICIORUM

QUAESTOR

EXCEPTOR

NOTA FINAL DEL TRADUCTOR

Teodorico murió el penúltimo día del año 1279 de la fundación de Roma —el 30 de agosto del 526

de la era cristiana— apagándose con él el último resplandor de lo que había sido el imperio romano de Occidente. Al faltar él, el reino godo se vio, al cabo de treinta años, fragmentado en pequeños estados. Y

al faltar la influencia civilizadora de ese reino, Europa entera se vio abocada durante siglos a la desdicha, la desesperación, la superstición, la ignorancia y el letargo, la era denominada Edades Bárbaras. El mausoleo de mármol de Teodorico aún sigue en pie en Ravena; pero durante esa era, la ciudad sufrió varias veces expolios, saqueos, sublevaciones, hambrunas, peste y miseria. Y en cierto momento —

no se sabe cuándo— el mausoleo fue violado y profanado por ladrones de tumbas; el cadáver embalsamado, revestido de armadura y casco de oro, fue extraído para despojarle de las valiosas alhajas y se perdió. Los ladrones se llevaron también la espada serpentina, el escudo, los emblemas del cargo y todos los objetos de la sepultura. Salvo el manuscrito de su mariscal Thorn, recientemente descubierto, ninguno de esos tesoros se han conservado.

Los otros libros que Thorn menciona como depositarios de la historia, tradiciones y hazañas de los godos —el emBiuhtjos jah Anabusteis af Gutam, el emSaggwasteis af Gut Thiudam, De Origine Actibusque emGetarum de Ablabio e incluso la emHistoria Gothorum de Casiodoro— fueron todos condenados, prohibidos y destruidos por los sucesivos gobernantes y los obispos cristianos. Esos libros, igual que el reino godo, los cristianos arrianos y los propios godos, hace siglos que desaparecieron del mundo. G. J.

RECONOCIMIENTOS

Esta obra no habría sido posible sin el concurso de estos amigos, asesores y consejeros: Herman Begega, Pompton Lakes, Nueva Jersey

Chavdar Borislavov, Sofia, Bulgaria L. R. Boyd, Jr. Teague, Texas (fallecido) Robert Claytor, Staunton, Virginia

John J. Delany, Jr. Lexington, Virginia

Joseph Garvey, M.D., Montréal, Quebec y Nueva York (fallecido)

Hugo y Lorraine Gerstl, Carmel, California

Herman Gollob, Montclair, Nueva Jersey

BOOK: Halcón
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