Mientras Akenatón estaba enfrascado en su revolución religiosa, los dominios asiáticos del imperio sufrían ataques continuos. En el 1887 dC se descubrió entre las ruinas de Aketatón un amplio depósito de cartas de virreyes egipcios en Asia. Cuentan la triste historia de continuas incursiones por el norte y el este y contienen inútiles ruegos de ayuda a Akenatón, que carecía de habilidad, o tal vez de voluntad, para combatir a las bandas de merodeadores del desierto.
Por el norte surgía un enemigo más poderoso. El Antiguo Reino hitita (v. cap. 1) quedó debilitado por Tutmosis III, que los hizo inofensivos, pero tras la muerte del conquistador, los hititas se hicieron fuertes de nuevo en su Nuevo Reino. En tiempo de Akenatón, Shubbiluliu, el rey más poderoso de los hititas, subió al trono. Conquistó Mitani e hizo retroceder las fronteras egipcias hasta Canán.
Tras la muerte de Tutankamón (su tumba, intacta, se descubrió en 1922 (v. cap. 1), la dinastía dieciocho decayó rápidamente y desapareció. En su lugar subió al trono una familia nueva, la dinastía diecinueve. Su primer miembro, Ramsés I, se convirtió en faraón en el 1304 aC. Bajo su reinado, el imperio egipcio experimentó un nuevo período de vitalidad.
Esta dinastía alcanzó su apogeo bajo Ramsés II («Ramsés el Grande»), cuyo largo reinado se extendió de 1290 a 1223 aC y durante el cual Egipto entró en conflicto directo con los hititas. En 1288 aC se libró una gran batalla entre los dos imperios en Cades, a unos ciento treinta kilómetros al norte de Damasco. La batalla no fue decisiva, al igual que toda la guerra, que terminó en un tratado de paz mediante el cual los hititas mantuvieron sus conquistas del siglo anterior. Sin embargo, el esfuerzo por dominar Egipto debilitó fatalmente el poderío hitita y agotó seriamente al propio Egipto.
Ramsés II es el más famoso de todos los faraones. Su largo reinado le dio amplio margen para dedicarse a sus proyectos grandiosos. Embelleció Tebas, que durante su reinado alcanzó el apogeo de su esplendor. Cubrió Egipto con estatuas gigantescas de su persona que llevaban inscripciones de alabanza, y se cuenta que tuvo 160 hijos de sus numerosas esposas y concubinas.
Ramsés II contribuyó grandemente a la leyenda posterior de «Sesostris». Cuando Herodoto, el historiador griego, visitó Egipto ocho siglos después de los grandes días imperiales. los sacerdotes y anticuarios del país le relataron gustosamente el pasado glorioso, añadiéndole algunas mejoras. En el tiempo de Herodoto, Egipto se encontraba en un estado de decadencia avanzada y dos imperios asiáticos, el asirio y el persa, lo habían conquistado. Por tanto, el orgullo egipcio se satisfacía con el recuerdo de una época, ya turbia y perdida entre las nieblas del pasado remoto, cuando Egipto había sido un imperio mundial.
El nombre con que Herodoto cita al conquistador es Sesostris, nombre auténtico de tres faraones de la dinastía XII, el primero de los cuales pudo ser el faraón de Abraham (v. cap. 1). El Reino Medio fue el primero que llevó el poder de Egipto más allá de sus fronteras, hasta Etiopía. Estas hazañas se unieron a las aún mayores de Tutmosis III y de Ramsés II, y en conjunto alcanzaron su apogeo cuando «Sesostris» conquistó toda Etiopía, penetró en Asia, mucho más alládel Éufrates, marchó a través de Asia Menor y entró en Europa, sometiendo las llanuras del otro lado del mar Negro.
Después de Ramsés II, no hubo más razones para soñar con un Sesostris. Egipto empezó a decaer y, pese a algunas recuperaciones esporádicas, cada una de ellas con menos que la anterior, prosiguió su decadencia a lo largo de los tiempos bíblicos.
Entonces, ¿dónde podría encontrarse en esa larga historia al «Faraón de la opresión»?
Akenatón ofrece una posibilidad atrayente. Era único en la larga serie de faraones, rebelde, quebrantador de la tradición, monoteísta. ¿Pudo ser el amable faraón que dio la bienvenida al monoteísta Jacob y a sus hijos? Lamentablemente no resulta verosímil, pues el reinado de Akenatón es demasiado tardío para ello.
Hay otra posibilidad. ¿Pudo reinar Akenatón al final del período de servidumbre israelita, en vez de al principio? ¿Pudo aprender su monoteísmo de Moisés o, como algunos han sugerido, pudo Moisés aprenderlo de Akenatón:
¿Es posible realmente que el padre de Akenatón, Amenofis III fuese el faraón de la opresión y que bajo el reinado de Akenatón, débil y ensimismado, salieran los israelitas de Egipto? En favor de esto hablan los documentos de Tel el Amarna, procedentes de Canán, sobre los ataques de las tribus del desierto. ¿No podría tratarse de los propios israelitas, que tras salir de Egipto se esforzaran por conquistar Canán?
Esto es improbable por varias razones. En primer lugar, Akenatón reina en una época muy anterior a la conquista de Canán por parte de los israelitas. La fecha de una conquista tan temprana no encaja con la cronología de los acontecimientos de la Biblia, mejor conocida.
Esto no niega el hecho de que Canán fuese atacada desde el desierto en el reinado de Akenatón, pero es muy probable que los atacantes de esa época fuesen tribus asentadas en las fronteras de Canán, tras fracasar en el intento de romper las defensas egipcias, como los edomitas, moabitas y amonitas. Al fin y al cabo, la historia bíblica es bastante clara en el aspecto de que, cuando los israelitas se acercaban a Canán, los edomitas, moabitas y amonitas ya estaban asentados en el territorio y ostentaban un dominio firme en el país hacia el oriente y el sur del mar Muerto.
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Desde luego, estos invasores primeros se encontraban en estrecha alianza con los israelitas, y hasta pudo ocurrir que algunas de las tribus que posteriormente se unirían a la alianza israelita, ya estuvieran atacando Canán y más tarde fuesen reforzadas por tribus que salieran de Egipto. Algunos sugieren que sólo las tribus de José, Efraím y Manasés, fueron esclavizadas en Egipto; y que después de salir de ese país se unieron a la alianza de tribus que atacaban Canán directamente desde el desierto.
Entonces, si los israelitas salieron de Egipto y conquistaron Canán durante y después del reinado de Akenatón, se habrían visto inmersos en las gigantescas campañas de Ramsés II, que se produjeron a continuación. La Biblia no habría dejado de recoger aunque sólo fuese un eco de la importante batalla de Kadesh.
Así que debemos buscar al «Faraón de la opresión» en fechas posteriores, y las especulaciones se centran de manera inevitable en el propio Ramsés II ¿Por qué no? Ramsés II era un déspota soberbio, muy capaz de utilizar su poder en la forma más arbitraria. Estaba entregado a una lucha a muerte contra una potencia asiática, y debía considerar con el mayor recelo a los asiáticos que vivían en su reino. Es bastante concebible que los hititas tratasen de utilizar una insurrección israelita para distraer al poder egipcio, que al menos algunos israelitas adoptaran una actitud favorable ante ese propósito, y que Ramsés sospechara de su complicidad aunque no se unieran al proyecto. Es posible que se incrementara la esclavitud y hasta que se creara un plan genocida.
Además, al reinado de Ramsés II siguió un período de decadencia durante el cual pudieron los israelitas salir de Egipto.
Por otro lado, la decadencia no se superó. Egipto no entró en Asia con un poderío renovado, de modo que los israelitas pudieron conquistar y ocupar Canán sin interferencias por parte de Egipto.
Parecería entonces que Ramsés II fuese el faraón de la opresión, si es que existe tal faraón. Esta última reserva se hace necesaria por el hecho de que fuera de la Biblia no existen datos de los israelitas en Egipto, ni de su servidumbre ni de su huida. En concreto, en los datos descubiertos porlos arqueólogos modernos no se hallan en parte alguna los acontecimientos del Éxodo.
Una de las pruebas que señalan a Ramsés II como el «Faraón de la opresión» se contiene en la índole del trabajo que realizaban los esclavos israelitas.
Éxodo 1.11.
... en la edificación de Pitom y Rameses, ciudades almacenes del faraón.
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(Evidentemente, la frase «ciudades del tesoro» es una traducción errónea. En su lugar, la Revised Standard Version dice «ciudades almacenes»; es decir, ciudades donde se almacenan provisiones para el uso de los ejércitos que marchaban sobre Asia.)
Parece significativo el nombre de Rameses, que en hebreo sólo necesita una modificación sin importancia para convertirse en Ramsés. El nombre de Ramsés no aparece en absoluto entre los faraones de las dieciocho primeras dinastías, pero en la XIX y la XX se encuentran soberanos de ese nombre. Entre todos ellos, Ramsés II es el más famoso y triunfal; y también, el más jactancioso y el más capaz de dar su nombre a una ciudad.
Las ruinas de Pitom (la palabra egipcia
pa-tum
significa «casa del sol poniente») se descubrieron en 1882, a unos veinte kilómetros al oeste de lo que ahora es el canal de Suez. Se encontraba a orillas de un canal que Ramsés II construyó desde un brazo oriental del Nilo a las aguas que entonces componían el extremo norte del mar Rojo, una especie de canal de Suez primitivo. Entre otras cosas, las ruinas contienen una estatua de Ramsés II, por lo que tal vez fuera construida durante su reinado.
Pitom está situada en Gosen (v. cap. l), y es probable que Rameses se construyera a varios kilómetros al oeste de Pitom. Es posible que a partir de esto pueda establecerse una teoría. Cuando Ramsés II planeaba su gran expedición a Asia contra los hititas, necesitaría en la retaguardia buenos almacenes de avituallamiento. Pitom y Rameses, situadas en la frontera noreste, convendrían perfectamente a sus propósitos, y como los israelitas estaban asentados en aquella zona, resultaba conveniente utilizar su trabajo.
Aunque la Biblia afirma en concreto que los israelitas construyeron ciudades, muchos lectores descuidados de la Biblia parecen sacar la idea de que los esclavos israelitas construyeron las pirámides. Ello no es así. Las pirámides se edificaron mil años antes de que José entrara en Egipto.
Esto también invalida la creencia de que las pirámides fuesen los almacenes construidos bajo la dirección de José para depositar el trigo de los siete años buenos. Las pirámides no podían servir en modo alguno para ese propósito, aunque se edificaran en tiempo de José, porque no son sino estructuras macizas con túneles y cavidades de anchura suficiente para albergar el sarcófago de un faraón. En realidad, y aunque parezca extraño, no se mencionan en parte alguna de la Biblia.
Según el relato bíblico, Ramsés II ordenó que se ahogara a todos los niños varones israelitas. En consecuencia, cuando una mujer de la tribu de Leví dio a luz un hijo, trató de salvarlo colocándolo en una barquichuela (o «cestilla») de juncos, embadurnada de pez para impermeabilizarla, que luego dejó flotando en el Nilo. (Los juncos eran cañas de papiro con las que los egipcios hacían barcas ligeras, empleando la médula para fabricar material de escribir. La palabra «papel» viene de papiro, aunque en la actualidad el papel se haga con otros materiales.)
Y encontraron la barquichuela que contenía al niño:
Éxodo 2.5.
Bajó la hija del faraón a bañarse en el río... Vio la cestilla entre las plantas...
Por supuesto, no se sabe quién era «la hija del faraón». En la Biblia no se menciona su nombre y, como se cuenta que Ramsés II tuvo unas cincuenta hijas, parece que no hay posibilidad alguna de identificar a la joven. Desde luego, Josefo, el historiador judío de la antigüedad, que vuelve a relatar la historia bíblica llenando los vacíos con leyendas posteriores la llama Thermouthes, pero no se conoce ninguna princesa de ese nombre. Uno de los primeros padres de la Iglesia la llamó Merris, y el nombre «Meri» aparece en las inscripciones de la época. Pero eso podría ser una simple coincidencia.
El nombre hebreo del niño es Mosheh. En la Septuaginta, los diversos nombres hebreos de la Biblia se ponen en su equivalente griego. Ello produce unas modificaciones casi inevitables. El alfabeto griego no tiene una letra para el sonido «sh», de modo que se sustituye por una sola «s». Como los nombres griegos terminan en «s» de manera casi invariable, había que añadir una «s» final. Y así, Mosheh se convierte en Moisés.
Las versiones inglesas del Nuevo Testamento (casi todas las cuales fueron originalmente escritas en griego) suelen dar los nombres hebreos en su versión griega. Por ejemplo, Jesús es la forma griega del hebreo «Joshua». Sin embargo, las versiones inglesas del Antiguo Testamento suelen conservar las formas hebreas en la medida de lo posible. Eso no era factible en el caso de Moisés, ya que esa forma griega particular era demasiado bien conocida por el público en general para que pudiera modificarse.
Los redactores sacerdotales del Hexateuco vieron en la palabra «Mosheh» una semejanza con el hebreo
mashah
, que significa «sacar», y por tanto señalaron que ese era el origen del nombre:
Éxodo 2.10.
... la hija del faraón... Dióle el nombre de Moisés, pues se dijo: «De las aguas lo saqué».
Pero una princesa egipcia difícilmente pensaría en un nombre hebreo, aunque imagináramos que se molestara en aprender la lengua de los esclavos. Además, da la casualidad de que Moisés tiene un sentido más natural y directo en egipcio. Significa «hijo». (Así, Tutmosis significa «hijo de Tot», y Ramsés significa «hijo de Ra»; Tot y Ra son dioses egipcios.)
La leyenda que rodea la infancia de Moisés no parece más verosímil que el origen hebreo que se atribuye a su nombre. Las leyendas antiguas están llenas de historias de niños abandonados por una u otra razón que resultan milagrosamente salvados y se convierten en personajes de gran importancia. Por ejemplo, en los mitos griegos, es el caso de Perseo, de Edipo y de Paris; en las tradiciones romanas, de Rómulo; en las fábulas persas, de Ciro.
Lo más significativo es la epopeya de Sargón de Acade (véase cap. l), que vivió unos mil años antes de la época de Moisés. La leyenda de Sargón se encontró en lápidas babilonias que se remontan a varios siglos antes del Exilio. Los sacerdotes que en Babilonia preparaban el Hexateuco en su forma definitiva debieron tener conocimiento de la tradición y es muy posible que se la apropiasen.
Se dice que Sargón de Acade era hijo ilegítimo de una dama noble, que le dio a luz en secreto y con vergüenza y luego lo abandonó. Lo puso en una canasta de juncos impregnada de brea, y lo dejó flotando en el río. Rescató al niño un hombre humilde, que lo crió como si fuera su propio hijo.