2 Crónicas 26.15.
... Su fama se extendió lejos, porque supo ayudarse maravillosamente hasta llegar a ser fuerte.
En un sentido mundano, la prosperidad de Ozías quizá se debiese a su prudente subordinación al rico Jeroboam II de Israel. Pero el próspero Ozías se pasó de la raya al conculcar las prerrogativas de los sacerdotes. (David y Salomón lo hicieron con éxito, pero la posición de los sacerdotes se había endurecido desde entonces.)
2 Crónicas 26.16.
Mas cuando se hubo fortalecido
(Ozías)
se ensoberbeció su corazón.... entrando en el templo de Yahvé para quemar incienso...
Pronto se vio atacado de lepra, y leproso siguió hasta su muerte.
El péndulo del cronista sigue oscilando. Jotam sucede a su padre Ozías y continúa con su política reformista. En consecuencia, derrota a los amonitas.
Bajo el reinado del monarca siguiente, Ajaz, se produce una reacción, y los sirios derrotan rápidamente a Judá. Y como la idolatría de Ajaz es especialmente repugnante. el castigo es sumamente alto:
2 Crónicas 28.6.
Pécaj
(de Israel)
... mató en un solo día, en Judá, a ciento veinte mil hombres.... porque habían dejado Yahvé...
Pero Ezequías en opinión del cronista, hijo de Ajaz, es el reformador más grande de todos. Efectivamente, lo exalta hasta el punto de igualarlo con el rey posterior, Josías. Esto tiene sentido desde la postura del cronista, pues Ezequías fue victorioso en la batalla y Josías no, de manera que las medidas reformadoras del primero deben igualar, si no superar, a las del segundo.
Ezequías empezó abriendo y consagrando de nuevo el Templo, que al parecer permaneció cerrado durante el desastroso reinado de Ajaz. Luego preparó y celebró una Pascua sumamente cuidada, cosa que completó con la destrucción de todos los altares idólatras del reino.
Después de su justo proceder, Senaquerib invadió Judá y puso sitio a Jerusalén (v. cap. 12), y al cronista le parece perfectamente natural que el asirio se retirase sin poder tomar la ciudad.
2 Crónicas 32.27
Tuvo Ezequías riquezas y gloria sobremanera...
2 Crónicas 32.30.
... Ezequías ... salió con cuanto emprendió.
Pero después del que, según el cronista, es el mejor rey de Judá desde los días de Salomón, viene el peor, su hijo Manasés, que emprendió el camino de su abuelo Ajaz...
2 Crónicas 33.9.
Descarrió Manasés a Judá y a los moradores de Jerusalén, para hacer peor todavía que las gentes...
El cronista se ve ahora ante un dilema, pues Manasés reinó cincuenta y cinco años y, según lo que sabemos por el 2 Reyes, en su reinado hubo paz y tranquilidad.
Por consiguiente, el cronista lanza sobre él una catástrofe, un desastre que no se menciona en 2 Reyes:
2 Crónicas 33.11.
Por lo que trajo Yahvé contra ellos a los jefes del ejército del rey de los asirios, que apresaron a Manasés, y cargado de grillos y cadenas, le llevaron a Babilonia.
El cronista quizás añada vivos colores a la historia, pero según parece no trata de inventarla por entero. Es concebible suponer que en el reinado de Manasés sucedió algo que el cronista pudo interpretar en términos de cautividad.
Es cierto que Judá pagaba tributo a Asiria en tiempos de Manasés, y no era raro que los reyes sometidos tuvieran obligación de visitar la capital como prueba de lealtad o para despachar algún trámite administrativo. Los anales asirios hablan de dos ocasiones en que Manasés acudió a la capital. Una de ellas fue en el 672 aC, al vigésimo año de su reinado. Asaradón era entonces rey de Asiria, y estaba deseoso de que su hijo y heredero, Asurbanipal, tuviera una sucesión tranquila. Por tanto, ordenó a sus diversos reyes vasallos, incluido Manasés, que acudieran a Asiria para jurar fidelidad y prometer lealtad.
En realidad, Manasés no fue llevado a Asiria por un ejército conquistador, pero es muy posible que saliera en compañía de la guardia militar asiria, por lo que el pueblo, e incluso el propio Manasés, no podía estar seguro de que el temido Asaradón no decidiera mantenerlo cautivo y sustituirlo en el trono por algún otro. A partir de esto, al cronista le resultó fácil inventarse la cautividad de Manasés y destacar su aspecto moral.
Pero Manasés volvió de Asiria y reinó durante otra generación. Eso no podía negarse: debía explicarse según el método del cronista. El único medio era que Manasés se arrepintiese y luego volviera a Jerusalén como rey reformador (algo que no se menciona en 2 Reyes y que tampoco se trasluce en los discursos de Jeremías, el profeta contemporáneo).
2 Crónicas 33.12.
Cuando se vio
(Manasés)
en la angustia, oró a Yahvé.... humillándose grandemente...
2 Crónicas 33.13.
Gimió y le dirigió instantes súplicas y...
(Yahvé)
oyó su oración y le volvió a Jerusalén...
Como es lógico, hay un interés especial en la oración de Manasés. Como era un pecador notorio y consumado, su redención por medio de la oración ofrecía una indicación clara de que todos los hombres podrían encontrar el perdón mediante una penitencia adecuada, lo que constituía un tema de gran interés teológico. Lógicamente, existía curiosidad respecto a los detalles de la oración, sobre todo desde el momento en que el cronista anunció que la plegaria está en los anales, aunque él no la transcribiera.
2 Crónicas 33.18.
El resto de los hechos de Manasés, su oración a Dios..., escrito está en el libro de los reyes de Israel.
2 Crónicas 33.19.
También su oración, y cómo fue oído..., todo esto está escrito en la historia de los videntes.
Si con «el libro de los reyes de Israel» se alude al 2 Reyes de la Biblia, el cronista se equivoca, porque ahí no aparece la oración; o en cualquier caso, ya no está. En cuanto a «la historia de los videntes» en que está escrita la plegaria, se ha perdido.
Pero años más tarde, tal vez hacia el 100 aC, un poeta anónimo escribió una oración para uso de pecadores que anhelaran el perdón. Era una plegaria corta, de sólo cincuenta versos, pero tan hermosa que resultaba fácil creer que efectivamente se trataba de la oración pronunciada por Manasés en su mazmorra asiria. Por tanto, viene incluida como tal oración en algunas ediciones de la Biblia.
En particular, se incluyó en la traducción griega que circuló entre los judíos grecoparlantes de la ciudad de Alejandría, en Egipto.
Esta traducción se llama Septuaginta, palabra latina que significa «setenta». Según la leyenda, Tolomeo II, rey de Egipto, estaba en buenas relaciones con sus súbditos judíos de Alejandría, y convino en ayudarles a preparar la traducción de sus libros sagrados. Llevó setenta y dos sabios (que leyendas posteriores redondearon a setenta) de Jerusalén pagándoles de su bolsillo para que tradujeran los cinco primeros libros de la Biblia (el Pentateuco) al griego. Fue la primera traducción de las Escrituras a una lengua extranjera. En los dos siglos siguientes se tradujeron más libros, y en éstos se incluyó finalmente la supuesta plegaria de Manasés, que desde luego se escribió originalmente en griego.
Hacia el 90 dC, un grupo de sabios judíos se reunió en una ciudad de Judá llamada Jamnia, a unos cuarenta y dos kilómetros al oeste de Jerusalén. Veinte años antes, los romanos habían saqueado Jerusalén y destruido el Templo, y los judíos se dispersaron por el extranjero. Sólo la Biblia y los dogmas del judaísmo los mantuvieron unidos. Por tanto, debía existir una Biblia reconocida para todos los judíos y los sabios tenían que decidir qué libros debía contener la Biblia.
Los libros que aceptaron constituyen ahora la Biblia judía. Pero en general no aceptaron aquellos que, por edificantes que fuesen, se escribieron después del 150 aC. De manera demasiado evidente, eran obra de hombres, y no de Dios. Uno de los libros aceptados por los sabios judíos fue la oración de Manasés.
Sin embargo, algunos de los libros eliminados permanecieron en la Septuaginta. Los eruditos cristianos utilizaron la Septuaginta y cuando se realizaron versiones latinas, se tradujeron y conservaron los libros eliminados por los judíos. En la actualidad, aún se encuentran algunos en biblias inglesas usadas por católicos.
San Jerónimo, que hacia el 400 dC preparó la Vulgata, Biblia latina oficial que ahora utiliza la Iglesia católica, trabajó en Palestina, aprendió hebreo, empleó la ayuda de rabinos y consultó tanto las versiones hebreas de las Escrituras como la Septuaginta. Él conocía la diferencia que existía entre los libros.
A los libros contenidos en la versión griega y no en la hebrea los judíos los denominaron «apócrifos». Ese término significa «ocultos»; después de todo, se habían eliminado algunos libros de la Biblia griega y, por tanto, se habían «ocultado» al lector que estudiaba la Biblia hebrea. Así, la oración de Manasés se convierte en uno de libros apócrifos; o bien, para decirlo de manera algo diferente, forma parte de los apócrifos.
Las versiones protestantes de la Biblia, incluida la King James, siguen el canon hebreo y no incluyen los apócrifos. Por esta razón no se encuentra la oración de Manasés en la versión King James. Sin embargo, los libros apócrifos se vertieron al inglés por los traductores de la versión King James, y también se incluyen en la Revised Standard Version. Como la traducción era del griego, se usó la forma griega de Manasés, con la «s» final, de modo que el libro llama «La oración de Manasés». Pero en la Revised Standard Version el título es «La oración de Manasseh».
Amón, sucesor de Manasés, es otro pecador y muere asesinado; pero luego viene Josías.
Aunque el cronista atribuye a Ezequías todo el mérito que puede, no hay duda de que, después de los reinados de Manasés y de Amón, la reforma vuelve a ser necesaria y, en cualquier caso, la obra de Josías es demasiado sólida para que se la ignore. Por tanto, vuelve a narrarse la historia completa, con el descubrimiento del libro del Deuteronomio y la solemne celebración de la Pascua.
Pero Josías murió en combate, y el cronista debía explicarlo Por supuesto, la muerte fue, en cierto sentido. una bendición, porque significaba que Josías no sobrevivió para ver la destrucción de su reino y del Templo.
Sin embargo, esto no le parece suficiente al cronista, que necesita una razón palpable. Por tanto, con ocasión de la guerra fatal de Josías contra Necao de Egipto, el cronista añade algo que no aparece en 2 Reyes. Cuando se acerca la batalla de Megiddo, el monarca egipcio envía embajadores a Judá con el siguiente mensaje:
Crónicas 35.21.
[125]
... No es contra ti contra quien voy yo ahora... Dios me ha dicho que me apresure. No te opongas pues, a Dios, que está conmigo...
2 Crónicas 35.22.
[126]
Pero Josías ... sin escuchar las palabras de Necao, que venían de la boca de Dios...
Es decir, Josías murió porque en este caso desobedeció a Dios.
Se repasan brevemente los reinados de los hijos y nietos de Josías, acabando con Sedecías. Todos ellos pecaron, lo mismo que el pueblo y los sacerdotes:
2 Crónicas 36.14.
También todos los príncipes de los sacerdotes y el pueblo aumentaron sus prevaricaciones...
Los profetas les advirtieron, pero eso no sirvió de nada:
2 Crónicas 36.16.
Pero ellos
(el pueblo)
hicieron escarnio de los mensajeros de Dios y menospreciaron sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Dios contra su pueblo. Y ya no hubo remedio.
2 Crónicas 36.17.
Trajo contra ellos al rey de los caldeos
(Nabucodonosor)...
Así, de manera irónica, la historia describe un círculo completo. Uno se pregunta si, al usar la expresión «rey de los caldeos» en vez de «rey de Babilonia», que sería más natural, el cronista no incrementa conscientemente la ironía. Al fin y al cabo, Abraham, a quien en principio se le prometió Canán, llegó a esa tierra desde Ur de los caldeos (v. cap. 1 ), y ahora los judíos son expulsados de esa tierra por el rey de los caldeos.
El cronista • Ciro, rey de Persia • Jeremías • Sesbasar • Zorobabel • Josué • Los enemigos de Judá • Darío I • Asuero • Artajerjes • Arameo • Asnapar • Ecbatana • Esdras • Jatús.
El cronista no terminó su historia con la caída de Sedecías y la destrucción del Templo en el 586 aC. Después de todo, él escribía hacia el 400 aC, como fecha temprana, y quedaba mucho por decir.
El período real del exilio le interesaba poco, porque el Templo, el protagonista no humano de su historia, ya no existía por entonces. En consecuencia, llena esa época con simples genealogías, como la descendencia de Jeconías en el tercer capítulo del 1 Crónicas (v. cap. 13).
Pero medio siglo después de la muerte de Sedecías se inicia una etapa en la que se discute la reconstrucción del Templo, y entonces vuelve a despertarse el interés del cronista. Por tanto, inmediatamente después de relatar el fin del reino de Judá, pasa a narrar un edicto real del nuevo soberano de una nación nueva; decreto que lleva a la construcción de un Templo nuevo.
Debido a este vacío en el tiempo y al cambio súbito y radical de ambiente al pasar de un reino establecido y un Templo centenario a una partida de refugiados que regresan con la idea desesperada de construir un templo para el culto, surgió la tendencia de dividir la historia del cronista en este punto. La parte primera toma el 1 Crónicas y el 2 Crónicas.
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La segunda podría titularse Libro de Esdras o, quizás, de Esdras y Nehemías, porque ambos hombres, el secretario Esdras y el gobernador Nehemías, desempeñaron papeles importantes en la reconstrucción del Templo y de la sociedad.
Según la tradición judía, fue Esdras quien escribió tales libros; es el hombre a quien denomino «el cronista». No existe seguridad al respecto, pero por otro lado, tampoco es nada improbable.
Los eruditos judíos que dieron a la Biblia su forma definitiva hacia el final del siglo primero dC, reconocieron que el libro de Esdras y Nehemías, al igual que el 1 y el 2 Crónicas, sólo podían aparecer en las «Escrituras» debido a su fecha de composición, relativamente tardía. Sin embargo, mientras que el 1 y el,2 de Crónicas repiten en gran parte los primeros libros históricos de la Biblia, Esdras y Nehemías añaden textos nuevos que no aparecen en otra parte. Por esa razón, Esdras y Nehemías eran de mayor utilidad y se colocaron delante del 1 y 2 Crónicas, aunque tratan de épocas posteriores desde el punto de vista histórico.