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Authors: Josep Montalat

Goma de borrar (6 page)

BOOK: Goma de borrar
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—Bonitaaa… chica bonitaaa —dijo Gunter, embelesado.

—Gracias —respondió la andaluza, al tiempo que se daba una vuelta sobre sí misma para que admirasen el vestido.

—Te queda muy bien, es de tu medida —opinó Cobre, impresionado por el atuendo, pues normalmente solía llevar pantalones.

—Me lo ha dejado Elga —señaló a una de las rubias, la más baja.

Cobre miró la chica que le sonreía con picardía. Tenía unos bonitos ojos verdes y unos bellos pechos que quedaban muy visibles con el escote bajo del vestido de color rosa que ahora llevaba. Azucena se las presentó: Elga y Janet, la más alta, que le sobrepasaba un palmo. Cobre le presentó Azucena a Gunter, que le cogió la mano en un ademán muy aristocrático y la acercó a sus labios, al tiempo que la miraba a los ojos.

—Achuchona…bonitaaa... bellaaa —dijo extendiendo de nuevo la a final.

—Achuchona, no. Azucena —recalcó Cobre.

—Achuchena.

—No, A-zu-ce-na —respondió ella separando las sílabas.

Mientras Gunter acertaba a pronunciar el nombre, Janet ya había vaciado el resto de la botella de champán en su copa, y el alemán diligente fue a la cocina a por otra, derramó un poco al destaparla y, como pudo, llenó las copas que había sobre la barra. Volvieron a brindar. Gunter era bastante alto pero no más que Janet, la chica a la que ahora, descaradamente, le estaba tocando el culo por encima de su ligero vestido estampado en flores verdes. Ella se apartó y cambió la música. Puso una cinta de casete de música disco más animada y subió el volumen del aparato. Elga le mostró a Azucena las prendas de vestir que sacó de las bolsas mientras le hablaba sin que la andaluza, sonriéndole, la entendiera del todo. Cobre aprovechó para recordar al hombre el asunto de los papeles.

—Papeles…
Ja, Ja
(«Papeles... Sí, sí.») —dijo Gunter sin perder de vista a la alta rubia.

—Sí, papeles ya —repitió él, con ganas de resolver el asunto y quedarse tranquilo.

Janet bailaba con la copa de champán en una mano y un cigarrillo en la otra. Se puso el Marlboro en la boca, cogió de la mano al alemán y lo atrajo hacia ella.

—¡Fiestaaaa…! —exclamó el extranjero dejándose arrastrar, sonriendo animado.

Con la documentación del coche en la mano, Cobre se los quedó contemplando, y fue hacia Azucena, que seguía mirando los vestidos.

—Llevan un pedo como un piano y todavía no hemos arreglado lo del parte de accidentes —comentó preocupado.

—No parece que estén para papeles. Han estado de compras en Figueres y por lo visto no han parado de beber champán. ¿Has visto la cantidad de ropa que les ha comprado el alemán a las chicas? —señaló las bolsas con los anagramas de las mejores tiendas de la ciudad: Estilo, Top Ten, Coll Lady...

—Este tío debe de tener pasta —advirtió Cobre.

—Seguro —dijo Azucena admirando el salón.

Gunter paró de bailar con Janet y se dirigió a ellos.


Write
… papeles… —dijo, haciendo el gesto de escribir.

Seguidamente, cogió de la mano a Elga y a Azucena y las llevó en dirección a Janet. Divertidas, las chicas se pusieron a bailar. Entonces, invitó a sentarse a Cobre y puso los documentos del vehículo sobre la mesa.

—Yo… escribo… ¿vale? —eligió Cobre el trabajo para evitarse problemas.


Ja, ja…
Cobra —dijo Gunter.

—Cobre. Es Cobre. ¿Tu nombre completo…? —preguntó ojeando la documentación que le había dado.

El extranjero con el dedo le señaló su nombre mientras giraba su achispada mirada en dirección a las chicas, que bailaban animadamente.

—¿Número de pasaporte?


Passport… Die Nummer vom Reisepass ist diese, hier.
(«Pasaporte... El número de pasaporte es éste de aquí.») —señaló de nuevo.

—O.K. —dijo escribiendo, mientras el alemán seguía más pendiente de las chicas que del asunto del papeleo.

—Achusena… bonita… mujer bonitaaa.

—Sí, bonita —respondió Cobre sin hacerle demasiado caso, entretenido en el documento mientras fumaba un cigarrillo.


Fiancé? Are you married?
(«¿Novios? ¿Estáis casados?») —preguntó el alemán mezclando el francés y el inglés, sin perder de vista a las chicas.

—Amigos. Novios —respondió sin levantar la vista del papel.

—¿Tú... trico-trico? —le preguntó Gunter.

—¿Trico-trico? —repitió él, sin saber qué quería decirle, mirándolo extrañado.

— Yo... Achusena… tú…
two women…
bonitaaas. Trico-trico. («Yo...Achusena... tú... dos mujeres... bonitas. Trico-trico.») —Se hizo entender haciendo entrar y salir dos veces el dedo índice de una mano dentro de un aro que mostraba con el pulgar y el índice de la otra, y al fin Cobre comprendió que Gunter le proponía cambiar a Azucena por alguna de las otras chicas y que el trico-trico era hacer sexo.

—¡Jondia con el espabilado este! No te jode.

—¿No trico-trico? —preguntó el extranjero desilusionado, con cara de niño bueno.

—Tú no trico-trico con Azucena. Del trico-trico con Azucena me encargo yo solo. Que todavía no me he estrenado. Tú haz el trico-trico con las rubias, si te dejan hacerlo, ¿vale? —acabó imitando el gesto que antes había hecho el alemán con sus dedos—. Dos al precio de una. Ya ves que soy generoso —añadió irónicamente sin que el alemán le comprendiera—. No te jode el cabroncete este... —dijo luego para sí, mientras el alemán se dirigía al baño.

Al salir, Gunter se puso a bailar con las chicas. Azucena lo cogió de una mano y lo hizo bailar con ella. Las tres se reían mucho con él, que las divertía, haciendo el payaso. Janet no paraba de llenarse copas de champán. Dada su altura, debía de evaporarse mientras le bajaba por la tráquea. Elga también bebía, y se ocupaba de llenar la copa a Azucena. El alemán se quiso servir, vio que la botella estaba de nuevo vacía, cogió otra de la nevera del bar y la descorchó.

—¡Fiestaaaa! —dijo desde la barra, con la botella goteando en su mano.

—¡Fiestaaaaa! —repitió Janet y fue hacia Gunter en busca de más bebida.

—¡Fiesta! —dijo Azucena animada, mientras Elga, cogiéndola por la cintura la hacía voltear junto a ella.

Cobre los observaba desde la mesa. Había terminado de completar el parte y sólo quedaba que firmase Gunter. Se levantó y se fue hacia él. Janet lo detuvo a medio camino y lo hizo bailar con ellos, mientras Azucena y la otra chica lo hacían juntas.

Estuvieron así bailando y bebiendo el champán que el alemán cortésmente se encargaba de reponer, y en un momento en que Janet trincaba de su copa, Cobre aprovechó para coger al alemán de una mano y llevarlo a la mesa para que firmase el parte. Lo hizo sin siquiera mirar el papel y regresó al bailoteo. Él guardó su copia con el resto de documentos del Panda al lado de su ropa mojada y, más relajado, se unió al grupo.

—¡Fiestaaaa! —dijo, alargando la última vocal, imitando la entonación del extranjero y dirigiéndose a Azucena.

—¡Fiestaaaa! —respondió la andaluza con igual entonación—. Divertido, ¿no? Lo estoy pasando muy bien. No me figuraba acabar así esta noche.

Janet, con su inseparable copa de champán en una mano, se puso de rodillas junto al equipo musical y cambió la canción al tiempo que Gunter la observaba descaradamente, embelesado con sus hermosas y largas piernas. Puso una cinta de casete de música variada, típica española, que localizó en un cajón bajo el radiocasete.

—¡Olé! —dijo Gunter al oír la primera canción.

—¡Olé! —repitió Azucena.

Todos se pusieron a bailar las rumbas alborozados. Janet subió más el volumen y Gunter se encargó de abrir la cuarta botella de Veuve Clicquot. Así siguieron durante un rato, bailando, bebiendo y fumando los cigarrillos del cartón de Marlboro que Janet había sacado de una de las bolsas, mientras sonaba una canción que coreaban según sus conocimientos, que para los extranjeros no pasaba del «… y viva España…». Azucena, bajo los efectos de la cogorza con denominación de origen, fue alcanzando un nivel etílico parecido al de las otras chicas y bailaba dando vueltas sobre sí misma. Cogió de la mano a Cobre y lo hizo voltear y al soltarlo dio contra Janet, casi cayeron sobre uno de los sofás, dio luego otras dos vueltas y al final de la canción se quedó abrazada a Elga. Gunter también se abrazó a ellas por detrás de Azucena y le dio unas palmadas en el glúteo. Ella se rio, pero esta familiaridad no agradó a Cobre. El alemán, un poco sudoroso y con el rostro color tomate, se separó de las chicas.

—Cabraaa —gritó.

—Ja, ja, ja. Te ha llamado Cabra —se rio Azucena.

—Me llamo Cobre y no Cabra.

—Ah,
Ja
… Cobro… amigooo —volvió a equivocar su nombre acercándose a él y mirando a la andaluza—. ¿Trico-trico? ¿Yo... Achuchena... Trico-trico?

—Y dale con el trico-trico —dijo Cobre mosqueado—. He dicho que con ella tú no trico-trico, lo siento —sentenció mientras empezaba a sonar una sevillana de Martín Romero.

Era la favorita de Azucena y mostró su maestría a los extranjeros, que se quedaron alucinados. Incluso Cobre, que ya la había visto actuar en el tablao de Los Arcos, ahora la siguió con inusual admiración y una fuerte atracción, mezclada con un poco de celos al ser ella el blanco de las miradas del alemán, que parecía comérsela con sus vidriosos ojos. Todos habían dejado de moverse y admiraban el baile en solitario de la andaluza, que bailaba con personal sentimiento.

Cobre se acercó hacia ella palmeando con sus manos, al son de la armonía. Azucena parecía ausente a todo, sintiendo a fondo la música. Rodeándola, los alemanes empezaron a palmear acompañando a Cobre hasta que terminó la canción y aplaudieron con ganas. Azucena pareció despertar y, por un instante, se sintió un poco incómoda. Cobre la abrazó y le dio un beso en la boca, que ella consintió. Luego fue Janet quien la felicitó.

—¡Fiestaaaa! —dijo alegre el alemán al empezar la siguiente canción.

Cobre se dirigió hacia la barra en busca de un poco de agua de la nevera. No vio a Elga y a Azucena, que abrazadas se besaron largamente en la boca. Gunter sí las vio. Se separaron y se miraron a los ojos. Azucena estaba un poco azorada. Con su vista buscó a Cobre que, ajeno a lo que había sucedido, se estaba sirviendo el agua en un vaso, bebía y encendía tranquilamente un cigarrillo. Fue hacia él.

—¿Cómo estás? —le preguntó la andaluza.

—Muy bien —respondió dando una calada a su cigarrillo.

—¿Sí? ¿Seguro? —insistió buscando una clara confirmación.

—Sí, bastante bebido, como todos, pero me lo estoy pasando muy bien. ¿Y tú?

—Yo también creo que he bebido mucho —respondió Azucena—. Es una noche bastante sorprendente, ¿no te parece? —dirigió sus bellos ojos hacia Cobre.

Gunter vino hacia ellos y sacó de la nevera otra botella de champán.

—Fiestaaaa, fiestaaaa —les dijo a los dos.

—Fiestaaaa —repitió Cobre, llevándose a Azucena de la mano hacia Elga y Janet, que seguían bailando como podían la rumba que sonaba.

Gunter vino detrás de ellos y llenó las copas. Luego dejó la botella y empezó a palmear alegremente en el momento en que empezó otra sevillana. Azucena intentó explicar a las chicas cómo se bailaba y ellas empezaron a imitarla. Cobre sintió la necesidad de tomarse una raya de cocaína. La droga estaba en el bolsillo de su camisa, había quedado mojada por la lluvia pero pensó que si la secaba con el mechero, podría aprovecharla. La cogió y, sin decir nada, entró en el baño. Abrió la papela y le acercó la llama del mechero. Encendió un cigarrillo y se dispuso a tomárselo con calma, sentándose en la taza cerrada del inodoro. Oía la música en el salón, las risas de las chicas y la voz del alemán que repetía: «Fiestaaa, fiestaaa». Después de estar un largo rato en el baño, fuera empezó a sonar una canción de los Beatles, sensiblemente más lenta. La cocaína seguía teniendo un aspecto grumoso y Cobre pensó en fumársela. Cogió otro cigarrillo del paquete de Marlboro, vació un poco la punta y fue insertando los grumos de cocaína dentro. Luego metió de nuevo las briznas del tabaco que había sacado. Una vez completada toda la operación, lo encendió y le dio fuertes caladas. No era lo mismo que esnifarla, pero se consoló. Al terminar, se miró en el espejo y se mojó la cara con agua para despejarse del efecto del champán. Fuera, en el salón, seguía sonando una tranquila melodía. Iba a salir, pero pensó que podía acabar de aprovechar los grumos de cocaína que todavía habían quedado en la papela, se los puso en el dedo y lo acercó a los agujeros de su nariz, inspirando fuertemente. Repitió la operación con todos los grumos. Luego salió del baño. La sala estaba ahora con poca luz y sólo vio al alemán y a Janet de pie bailando abrazados, besándose. Gunter tenía sus manos puestas en las posaderas de la rubia. Se dirigió hacia ellos.

—¿Y Azucena?

—¿Achuchona? —respondió Gunter desprendiéndose de la boca de la chica y le señaló con un dedo una de las puertas que había frente a ellos.

Con suavidad, Cobre giró la manecilla de la puerta e intentó abrirla despacio, pero la puerta estaba cerrada con llave. Instantáneamente su cerebro emitió un impulso subtalámico que no llegó a su neocortex, ni a ningún lado; se sintió desconcertado. Se quedó de pie frente a la puerta con su mano sujetando el pomo. Su materia gris estaba en blanco. Un segundo impulso neuronal le hizo ver todos los colores del arco iris y comprendió lo que sucedía. No se atrevió a golpear en la puerta. Se sentía aturdido y no sabía si era por el champán, por la cocaína o por lo que ahora comprendió que estaba sucediendo dentro de aquella habitación. Literalmente se había quedado a cuadros y de los más abstractos posibles. Miró a Gunter y a Janet, que seguían bailando y besándose ajenos a él, y se dirigió hacia la barra. Se sirvió champán de espaldas a ellos, sintiéndose muy incómodo, como si ya no formara parte de la fiesta. Oyó pasos. Se giró y vio a la pareja de extranjeros entrar en la habitación que quedaba al lado del baño. Los miró hasta que la puerta se cerró tras ellos, entonces se sentó en el sofá, encendió un Marlboro y, pensando, le dio largas caladas al cigarrillo. Al poco rato, cesó la música y el silencio del salón se hizo más evidente hasta que empezó a oír gemidos de placer que venían de la habitación en la que estaban Azucena y Elga. Permaneció fumando, bebiendo y escuchando los intensos gemidos que se cortaban y se repetían sugiriendo claramente que allí el horno estaba para bollos. Dio otra calada al cigarrillo, pensativo, al tiempo que su mente retrocedió a su niñez, cuando tenía ocho años y su profesora decía aquello de que «hay que sumar los plátanos con los plátanos y las cerezas con las cerezas». Poco después, empezó a oír el característico ruido de una cama moviéndose a un rítmico compás desde la habitación donde habían entrado Janet y Gunter, y oyó cómo se mezclaban los gemidos de Janet con los de la otra habitación, mientras él seguía bebiendo breves sorbos de su champán recostado en el sofá. Después de unos largos diez minutos, oyó risas en la habitación de las dos chicas y también escuchó sus voces, aunque no pudo entender las palabras, hasta que se hizo un completo silencio en la casa. Amanecía y las primeras luces entraban por las ventanas. Se estiró completamente en el sofá y se quedó adormilado.

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