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Authors: Josep Montalat

Goma de borrar (4 page)

BOOK: Goma de borrar
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—¿El qué?

—La Laurita, la amiguita de tu prima —respondió, señalando la pista de baile.

—No creo que me la ligue, a menos que no pille una buena turca y tenga la suerte de llevarla directa a la cama. Montse me ha dicho que está coladita por un chico. Por ese que baila a su lado, el de la camisa negra —dijo señalando a un joven alto y de aspecto fuerte.

—Ya veo. Pero quizás todavía tengas una oportunidad... si le echas los tejos con tu otro yo, claro —dijo Gaspar riéndose.

De pronto, todas las luces de la sala se apagaron. No se veía nada y empezó a sonar en los altavoces la conocida música de la banda original de la película de «2001, Odisea en el espacio». Una luz de láser apareció tras ellos, desde arriba, donde estaban las gradas, y empezó a moverse al compás de la música. Los que habían estado bailando en la pista se fueron retirando hacia los lados pendientes del improvisado espectáculo. El haz de luz se separó en dos partes, luego en tres y en cuatro. Volvió a unirse, rebotó en unos espejos y se dividió en muchos haces distintos. La música sonaba atronadora, se sentían las vibraciones en el cuerpo y por encima de sus cabezas vieron deslizarse por un cable metálico a una pareja vestidos con unos trajes espaciales muy ajustados. Una luz blanca iluminaba sus esbeltos cuerpos mientras descendían, lo que contribuía a refulgir con mayor espectacularidad el color de su ropa mientras atravesaban toda la pista y tocaban suelo, sobre una grada. Ahí la chica tiró de unos invisibles hilos de los hombros de la ajustada vestimenta del chico y éste quedó completamente desnudo. Él luego hizo los mismos movimientos a su acompañante y también sus ropas cayeron al suelo, mientras detrás de los dos personajes aparecía una espesa niebla blanca que resplandecía con la luz y empezaba a cubrirlos. Seguidamente, se apagaron todas las luces de la sala, y cuando volvieron a encenderse la pareja de la performance había desaparecido.

—Me gustan estos espectáculos de la industria de los cueros. Lástima que sean tan breves. ¿Lo han hecho por mí? —preguntó Gaspar a sus amigos.

—No siempre hay algo así —respondió Cobre—. Ya te dije que ibas a flipar con la discoteca. Viene gente de toda España e incluso del extranjero a verla. Se dice que tiene cierto parecido con “Estudio 54” de Nueva York.

Una vez recuperado el ritmo normal de la noche la pista volvió a llenarse de gente bailando. La prima de David y sus dos amigas pasaron acompañadas por otros chicos, entre ellos el de la camisa negra, y les dijeron que se iban al local de arriba. Ellos se quedaron en la barra y a su lado se situaron unas hermosas jóvenes. El vasco que aquella noche tenía claros propósitos de desmadrarse intentó el ligue.

—¿Sabéis cuánto pesa un oso polar? —les preguntó.

—No, ¿cuánto? —dijeron sorprendidas por la extraña pregunta.

—Lo suficiente para romper el hielo. Me llamo Gaspar, y éstos son mis dos amigos Cobre y David —les dijo.

Estuvieron hablando con ellas hasta que éstas se excusaron para ir a la pista. Gaspar le propuso a Cobre seguirlas, pero él no solía bailar, prefería su sitio en la barra, así que se quedó observando cómo sus amigos movían sus esqueletos al lado de las chicas. Gaspar les hablaba y ellas se reían. Sin embargo, aparecieron sus novios y regresaron junto a Cobre.

—¿Qué? Ya tienen pareja, ¿no?

—Bueno, siempre hay que intentarlo. Un hombre prevenido vale por dos, pero una pareja desprevenida vale por tres —respondió Gaspar antes de pedir otro JB con hielo. La mezcla del vino de la cena, la cocaína y los whiskys empezaba a hacer efecto y le impedía encontrar la tarjeta de pago. Rebuscó varias veces en sus bolsillos mientras la camarera aguardaba impaciente—. Ya va —dijo sonriéndole forzadamente—. ¿Dinero no vale? —preguntó, mostrándole unos billetes doblados que había encontrado en el bolsillo trasero del pantalón.

—No, lo siento —le respondió la atractiva camarera que vestía unos pantalones tejanos, recortados, muy cortos, y permanecía con el brazo derecho en jarra apoyado en su cintura.

Gaspar, sin dejar de mirar a la chica, seguía buscando la tarjeta de la consumición.

—Bonitas piernas, ¿a qué hora abren? —le dijo, sin causar ninguna gracia a la camarera.

Finalmente, apareció la tarjeta, y ella la cogió molesta por la impertinencia.

—No hay suficiente saldo —le anunció devolviéndosela.

—Cobra de ahí —le alargó David su tarjeta, y añadió—: No hagas demasiado caso a mi amigo, lleva alguna copa de más.

—Gracias —agradeció con una sonrisa

—Gaspar, te has pasado —dijo David molesto—. Conozco a esta chica, no jodas.

—Aquí mismo, si ella quiere —dijo el vasco sin perder de vista a la camarera.

 Cobre lo acompañó hasta la caja. Eran cerca de las cuatro de la madrugada y ya iban bastante bebidos. En ese momento, vieron que Montse, Laura y Mey salían de la discoteca acompañadas de los chicos de antes. De regreso a la barra, David propuso ir al Club. Esta vez sí pudieron entrar.

Allí dentro, la música era distinta a la de la sala principal. Sonaban rumbas y bailaban algunos invitados de la fiesta, sin duda una boda, ya que la pareja recién casada se despedía de algunos invitados.

—La boda es el final, el final del hombre —dijo Gaspar contemplando la escena.

—Nunca te ha gustado eso de casarte.

—Con el matrimonio sucede lo mismo que con las libretas de ahorro: de tanto meter y sacar se pierde interés.

De las dos barras, se dirigieron a la más tranquila, en la que varios hombres bebían y uno de ellos les hablaba dándose importancia:

—Tiene veinte metros de manga y cuatro de eslora, comedor completamente equipado, cuatro camarotes y dos aseos.

—¿Y cuánto te cuesta? —preguntó otro.

—Veintisiete millones con lo básico, pero le voy a poner algunos extras, un toldo automático en la cubierta, un localizador, un... —iba explicando a sus acompañantes.

Gaspar hizo unas señas a sus amigos como para que se preparasen y luego, alzando el timbre de su voz, dijo:

—Si tuviera que hacerme un castillo lo construiría aquí mismo, así tendría el fantasma asegurado.

—Gaspar, que te pueden oír —le advirtió Cobre.

David, incómodo, se giró a un lado, pero el vasco prosiguió.

—Si no me han oído, no se girarán, y si lo hacen es que son unos metomentodo.

—Le hemos oído perfectamente —dijo el del yate mirándolo despectivamente con un tono de asco—. No sé cómo dejan entrar a gente así, ¡y encima lleva la bragueta abierta! —señaló.

—Sí, por lo visto tu mujer no sabe contenerse —respondió Gaspar mientras se la abrochaba tranquilamente.

El hombre fue a levantarse cabreado y Cobre y David se llevaron al vasco en volandas.

—Esta vez te has pasado —le recriminó Cobre una vez traspasada la puerta.

Por el pasillo, se toparon con dos mujeres; debido a su indumentaria, dedujeron que también habían acudido a la boda. Se apartaron para dejarlas pasar. La segunda era muy gruesa, y Gaspar siguió con sus chanzas:

—La española cuando es obesa es obesa de verdad —dijo a sus amigos—. Tiene las medidas de Montserrat Caballé, noventa, sesenta y noventa... y la otra pierna igual.

Debido a la tensión acumulada, los tres rieron a carcajada abierta. Sin duda, el alcohol los ayudaba. Aún reían cuando llegaron a la barra de la discoteca.

—Voy a pedir otra copa —anunció el vasco.

—Te la pido yo —le dijo David, procurando que no hiciera otra tontería—.¿Que quieres?

—Un whisky doble —respondió el vasco.

—¿Doble?

—Sí, JB con hielo, removido pero no agitado.

—Creo que estás bebiendo demasiado —le advirtió Cobre al tiempo que su amigo entregaba la tarjeta a la camarera para que cobrase las bebidas

En los altavoces empezó a oírse
«Last dance»
y David les informó de que con esa canción anunciaban el cierre del local.

—Vamos a bailar al lado de esas extranjeras —sugirió Gaspar en busca de alguna chica con el sí fácil. Dejaron sus bebidas junto al altavoz, sobre el que seguían bailando las mismas chicas que habían visto a su llegada. Gaspar, desde abajo, con etílico descaro, se quedó mirando sus anatomías, observando sus repetitivos e incansables movimientos, en busca de las pilas Duracel con las que funcionaban. Cobre lo apartó y, animados, movieron sus beodas osamentas al ritmo de la última canción de la noche hasta que se encendieron las luces de la sala. Aunque mucha gente iba saliendo, otros permanecían allí hablando, apurando sus bebidas.

—Bueno, se acabó. ¿Qué hacemos? —preguntó David.

—Esperemos un poco. Quizás todavía encontremos un ligue —sugirió Cobre.

—Sí, ahora mismo me tiraría a cualquier cosa —dijo Gaspar, haciendo broma, mirándole de modo insinuante.

—¿Qué miras? —le preguntó Cobre extrañado.

—¿A ti nadie te ha dicho lo guapo que eres? —preguntó Gaspar, tocándole la entrepierna.

—Me han dicho de todo menos guapo —respondió Cobre incómodo y retirándole la mano.

—Sí, el pueblo catalán tendrá muchos defectos, pero no es mentiroso —dijo Gaspar mientras bebía su whisky con la mirada enfocada en la camarera.

—Bueno, estamos ya muy borrachos… y esto se está vaciando —observó David.

—Movámonos hacia mi izquierda —propuso entonces el vasco viendo tres chicas—. Quizás quieran abusar de nosotros.

Las chicas hablaban y Gaspar las interrumpió.

—Mis amigos os quieren preguntar algo —les dijo.

—¿Qué quieren preguntarnos? —dijo una de ellas mientras Cobre y David se acercaban.

—¿Si mañana os despiertan con el codo o con el teléfono? —soltó haciéndoles reír.

—No creo que sea ni con sus codos ni por teléfono —dijo una de ellas.

—Nos despertaremos con el despertador —puntualizó otra.

—¡Ah! Pues ése soy —dijo Gaspar.

Las chicas rieron de nuevo, pero a pesar de todo el intento de ligue no dio los resultados esperados.

—Venga, vámonos —propuso David, cansado, tomando al vasco por la cintura, apartándolo.

—Gaspar, eres genial pero vas un poco pasado esta noche —le dijo Cobre—. Si sigues así, creo que vamos a terminar haciéndonos una paja.

—Si me la haces tú, me vale.

—Que te folle un pez.

Mientras Gaspar evaluaba la posibilidad de hacérselo con un pescado, apuró de un trago su bebida.

—Dadme un punto de apoyo y… me tomaré otro whisky —imitó una voz de borracho, haciendo ver que se tambaleaba.

—Gaspar, bromeas, pero creo que vas pasado de verdad —le dijo David mientras un camarero que recogía vasos les advirtió de que cerraban y que debían marcharse.

Subiendo las escaleras de salida, Gaspar tropezó. Las tres chicas con las que habían conversado antes iban tras ellos. Cuando fueron a pasar junto a Gaspar, éste se interpuso en su camino. Las chicas intentaron pasar por el otro lado, pero él se movió y de nuevo les cortó el paso. Sus acompañantes, dos chicos que iban más atrás y que habían estado observando la escena, se tuvieron que quedar esperando a que el vasco las dejase subir.

—Venga, tío, tira para arriba —dijo uno de ellos en voz alta a Gaspar, que seguía trabando el paso a las atractivas jóvenes.

—¿Se puede saber qué coño quieres? —intervino el otro.

—¿Puedo elegirlo? —preguntó a las chicas, haciéndolas reír, aunque menos que a Cobre, que se partía de risa.

—Lo siento, están los tres ocupados —dijo una de ellas.

—Te has equivocado de chicas —anunció otra.

—Bueno, un «falo» lo tiene cualquiera —comentó haciéndoles reír de nuevo.

—Eres muy divertido y esto tiene su punto, pero no tengo muy claro que por esa línea vayas a conseguir algo —le sugirió la chica antes de irse alegremente.

Los tres amigos entraron en los servicios y se colocaron de pie en los urinarios.

—Esto se mueve —dijo el vasco.

—A ti siempre te ha gustado el «Movimiento», ¿no? —le contestó Cobre.

—Sí, es cierto, yo siempre he sido de derechas. Gracias por recordármelo. Ahora me siento mejor.

—La tengo muy pequeña. No la encuentro —bromeó Cobre.

—Quizás te estás quedando impotente —le dijo David.

—Espero que no.

—Pues a mí la impotencia me la trae floja —comentó el vasco.

Cobre se rio automáticamente. Luego cayó en la gracia y se puso a reír solo.

—Quien ríe el último…, ríe mejor —dijo David.

—No, quien ríe último no ha entendido el chiste —rectificó Gaspar la frase.

—Menuda mona llevamos —dijo Cobre, riéndose de nuevo.

—Mona, no, más bien orangutana —puntualizó el vasco.

Gaspar continuó sin tregua durante el tiempo que permanecieron en la cola de salida. A una chica francesa que tenían delante se le cayeron unas monedas y él la ayudó en su búsqueda.

—Merci—agradeció la chica.

—Si me haces un francés, te doy más.

Cobre y David se desternillaban de risa mientras lo golpeaban para que callase. Después de pagar, atravesaron la carretera en busca del solitario y visible coche estacionado con las ruedas de la parte derecha sobre la acera.

—Bueno, ¿a dónde vamos ahora? —preguntó Gaspar.

—Mira, vosotros no sé. Yo os dejo en Empuriabrava y me voy a casa. Estoy un poco cansado —anunció David.

—¿Te apetece ir a otro sitio? —preguntó Cobre al vasco.

—¿Hay alguna sugerencia interesante?

—Hay una discoteca aquí en Santa Margarita, el 600’s, que quizás esté abierta —les explicó David—. Es la que cierra más tarde, pero si tenéis que ir a Empuriabrava a por el coche y volver, lo veo mal.

—¿Nos dejas en esa discoteca? Ya volveremos en taxi —propuso Gaspar sin darse por vencido—. La verdadera vida nocturna se hace de madrugada.

David arrancó el vehículo y condujo por la avenida principal de la urbanización en dirección al local propuesto.

—Menos mal que conduces tú —comentó Cobre—. Yo llevo un colocón encima que veo doble las luces de las farolas.

—¿Esto es una farola? Pensaba que era la luna llena —dijo Gaspar.

—Desde luego menos mal que conduzco yo —señaló David—. Si lo hiciera Gaspar y la poli le hiciera soplar, estropeaba el aparato.

—Y si le hicieran un análisis de sangre seguro que daba JB positivo —añadió Cobre riéndose.

Llegaron a la discoteca y estaba cerrada.

—Venga, son las seis pasadas; vámonos a dormir —sugirió Cobre, ya cansado.

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