Al alba, las laderas amarillas estaban cubiertas de cadáveres. Algunos fueron sepultados; los de los Naiman fueron despojados de su ropa y abandonados. El ejército victorioso cantó, bailó y exhibió cabezas en las picas que sirvieron de alimento a los cuervos y las hienas. En medio de la celebración, Jamukha le susurró a Toghril que los Kereit habían cobrado más vidas que los mongoles.
El ejército tomó un campamento que Buyrugh había abandonado, y luego regresó por donde había venido, con caballos exhaustos y llevando prisioneros.
Durante todo el viaje previeron un ataque, ya que esperaban que los Naiman se reagruparan y organizaran una contraofensiva. Junto al Urungu, los oficiales, informados por los exploradores, se enteraron de que un general Naiman los esperaba río arriba con un ejército; no dejarían que abandonasen el territorio Naiman sin luchar una vez más. Acamparon allí, los mongoles al sur de los Kereit, y descansaron a fin de recobrar fuerzas para la inminente batalla. Y Jamukha finalmente halló el modo de hacer daño a su "anda".
—Hemos luchado lo suficiente —dijo Jamukha.
Toghril estaba sentado a la entrada de su pequeña tienda de campaña, calentándose las manos junto al fuego, con Gurin Bahadur, su general, a su lado. En el rostro de Toghril, Jamukha advirtió la expresión de un hombre cansado de la guerra. Un hombre sólo tenía ese aspecto cuando también estaba cansado de vivir, pero él sabía que el Ong-Kan todavía se aferraba a la vida.
—Antes de regresar a casa aún nos queda por librar una batalla —dijo Gurin.
—Creo que no. —Jamukha apoyó un brazo en la rodilla—. ¿Crees que Temujin combatirá con nosotros mañana? Su ambición no tiene límites. Sueña con gobernar sobre los Kereit así como sobre los mongoles.
—¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Gurin Bahadur—. ¿Acaso no le devolvió el trono a mi Kan?
—¿Crees que lo hizo sencillamente por amistad? No quería que gobernara un aliado de los Naiman. Dejó que sufriéramos lo más duro de la batalla. Ahora tiene una manera de librarse de nosotros.
Gurin carraspeó y escupió.
—Estás diciendo mentiras sobre un buen hombre. Si su ejército ha sufrido menos bajas que nosotros, eso sólo significa que son mejores guerreros.
—Digo la verdad sobre alguien que abandonó a su "anda" y hermano juramentado. Se cansó de mí porque pensó que me interponía en su camino. Soy el gorrión que vive en el norte, cuyo canto se escucha hasta en invierno, y Temujin es un ganso salvaje que vuela hacia el sur cuando siente los primeros fríos.
—No puede ser como dices. —Toghril sacudió la cabeza.
—Lo es —replicó Jamukha—. ¿Acaso no me abandonó en la noche, después de llamarme hermano? ¿Crees que no te hará lo mismo, y que no robará lo que tienes?
Toghril se mesó la rala barba gris.
—No puedo creerlo. Sin embargo, ahora que lo pienso, Temujin siempre ha ganado algo al ayudarme. Cuando mi hijo Nilkha despotrica contra él, me niego a escucharlo, pero me pregunto si Temujin no querrá que me enfade con mi hijo, que estemos divididos para…
—No lo escuches —masculló Gurin.
—Ignórame —dijo Jamukha—, y ya verás lo que ocurre. Temujin planea librarse de nosotros dos. Yo no me quedaré aquí para convertirme en parte del botín de los Naiman. Mis hombres encenderán las hogueras para engañar a Temujin, y abandonaremos este lugar. Te aconsejo que hagas lo mismo.
Toghril se acercó al fuego.
—Pero…
—Vete —dijo Jamukha—. Deja que Temujin sea vencido por los Naiman. Enciende los fuegos y márchate al amparo de las sombras.
—Tal vez tengas razón —dijo Toghril—, pero abandonar al hijo de mi anda…
El viejo era un arquero que no se resignaba a perder su flecha.
—Yo me voy —dijo Jamukha.
—Entonces lo mismo debo hacer yo —dijo Toghril.
—No puedes hacerlo —terció Gurin.
—¿Acaso desobedecerás a tu Kan? —le preguntó Jamukha.
El Bahadur suspiró.
—Imposible. He dicho lo que pienso y el Ong-Kan se niega a escucharme. Ahora debo obedecer, a pesar de mis dudas. Dame tus órdenes, mi Kan.
Bortai había confiado en que volvería a ver a su esposo antes del otoño. Ahora el aire era frío y cortante, el cielo estaba gris y Temujin todavía no había regresado. Temuge Odchigin, que había quedado atrás para cuidar del campamento principal, ordenó que se trasladaran al sur siguiendo el Kerulen, y después partió con varios exploradores.
Temuge regresó cuando los árboles ya habían perdido sus hojas, y le contó a Bortai lo que le habían informado en un campamento junto al Orkhon. El Kan, que se preparaba para enfrentarse a una fuerza Naiman cerca de un paso de montaña de Kangai, había sido abandonado por los Kereit y por Jamukha. Temujin había escapado hacia el norte rodeando las montañas, y ahora regresaba a casa sin haber sufrido ningún daño.
Bortai se estremeció. Había esperado recibir con alegría al ejército, pero ahora sólo podía pensar en cuán cerca de la muerte había estado su esposo, en lo falso y débil que había demostrado ser Toghril. Soportó en silencio el banquete de celebración de la victoria. Cuando Temujin vino a su lecho, con su ardor avivado por la larga ausencia, ella sintió poco placer. Durante algún tiempo, las visitas que le hacía le habían parecido mero producto del deber y del hábito; ahora que nuevamente la trataba como lo había hecho durante los primeros meses de su matrimonio, Bordai no sentía alegría. Quienes habían traicionado al Kan también le habían quitado eso.
Pocos días después Bortai y Temujin fueron a cazar con sus halcones, pero no volvieron al campamento. Las criadas levantaron una tienda al pie de una montaña; los guardias los dejaron solos, como si Bortai fuera aún una recién casada. Sin embargo, cuando Temujin la abrazó, la furia reprimida de la mujer la hizo temblar. Él la estaba utilizando porque se negaba a tomar una decisión, fingiendo que aquella pequeña tienda era un refugio que los protegía de todo cuanto ocurría en el exterior.
Al día siguiente, por la mañana, llegó un mensajero procedente del campamento de Temujin. Un enviado Kereit se había presentado con Borchu, y había suplicado una audiencia con el Kan. Bortai escuchó con incredulidad mientras Temujin decía que recibiría al Kereit.
—Te doy la bienvenida, Gurin Bahadur —dijo Temujin.
Bortai roció unas gotas como ofrenda y alcanzó un jarro al hombre.
Gurin Bahadur bebió el "kumiss" rápidamente.
—No merezco una bienvenida tan afectuosa —dijo.
—Luchaste valerosamente contra los Naiman —murmuró Temujin—. No creí que huirías ante otra batalla.
—No era mi deseo hacerlo —replicó Gurin—, pero debí obedecer a mi Kan. Jamukha llenó sus oídos de calumnias, diciéndole que estabas en tratos con el general Naiman y que nos dejarías a su merced.
Temujin enarcó las cejas.
—Me alivió saber que habías escapado —continuó el Kereit—. Le dije al Ong-Kan que no sellarías un pacto que pusiese en peligro nuestras vidas, pero él sólo escuchaba el ladrido del Jajirat. —Hizo una pausa—. Toghril Kan ha tenido motivos para lamentar su actitud. Tres días después de que te abandonásemos los Naiman cayeron sobre nosotros. Muchos de los nuestros murieron o fueron hechos prisioneros, y el enemigo ataca los campamentos de los hijos del Ong-Kan. Hemos pagado un precio muy alto por actuar como los hicimos.
—Lamento lo que os ocurrió —dijo Temujin; Bortai se alegró—. ¿Y mi "anda"…?
—Se separó de nosotros y tomó otro camino, de modo que escapó sin sufrir daño. —Gurin sacudió enérgicamente la cabeza— También lamento eso. Jamukha es un chacal que bufa y después ofrece los cuartos traseros a los camaradas. Es…
—Es mi "anda" —dijo Temujin—. No debes hablar de él de ese modo en mi presencia. Es fácil convencer al Ong-Kan, y mi "anda" es consciente de que teme ser traicionado. Jamukha sabía lo que tenía que decir para convencerlo, y tal vez sólo intentaba alejar a los Naiman de nosotros. Pero si le hubiese dicho eso a Toghril, tal vez éste no hubiera estado dispuesto a correr el riesgo.
¿Cómo podía decir eso? Bortai estaba a punto de hablar pero Temujin le hizo un brusco gesto con la mano para silenciarla.
Gurin se frotó el mentón.
—Tienes un gran corazón si eres capaz de creer eso. Los hombres son sinceros cuando alaban tu nobleza.
—Y Toghril —susurró Temujin—, debe lamentar ahora haber pensado en traicionarme en vez de ayudarme. En cuanto a Jamukha, sea lo que fuere que haya pretendido, ahora verá que los espíritus todavía me protegen.
—Tus palabras me dan esperanza —dijo el Kereit—; la esperanza de que escuches lo que el Ong-Kan me envió a pedirte, pero estarías en tu derecho si te negaras. Toghril te ruega que lo ayudes. El hijo de Yesugei, dice, siempre ha sido leal, y se maldice por haber dudado de ti. Es un sauce que se dobla con el viento, en tanto que tú eres un pino alto y erguido bajo el Eterno Cielo Azul. No obstante, si le das la espalda, lo tiene bien merecido, dice.
Bortai ya no pudo controlarse.
—Merece perderlo todo por lo que hizo. Morir por…
—Silencio, esposa. —Temujin se inclinó hacia Gurin—. En ocasiones la Khathun es demasiado impulsiva. Ahora déjanos y espera con mis hombres. Debo reflexionar.
Gurin se puso de pie e hizo una reverencia.
—Te agradezco que consideres el ruego de mi Kan. —Volvió a inclinarse—. Sea lo que fuere que decidas, Toghril Ong-Kan me necesita a su lado. Debo partir mañana al alba.
—Tendrás mi respuesta antes.
El Bahadur salió. Bortai se acercó a su esposo.
—¿Qué es lo que tienes que pensar? —preguntó—. Toghril no merece ayuda. Envía de regreso a ese Kereit con la coleta cortada y dile que es afortunado por haber conservado la cabeza.
—Eres muy irascible, Bortai —dijo Temujin, sonriendo—. ¿Has olvidado que Toghril me ayudó a rescatarte?
—Eso no importa ahora. Todo este tiempo he guardado silencio, porque estaba segura de que te darías cuenta por ti solo de lo que debes hacer.
—He estado esperando.
—Y ahora puedes ver sufrir a Toghril sin levantar un dedo. ¿Qué vas a hacer?
—Voy a ayudar al Ong-Kan.
—¡No puedo creerlo! ¿Cómo puedes…?
—Silencio, Bortai. No pongas a prueba mi paciencia, o mis guerreros verán cómo un hombre obliga a obedecer a una mujer terca. Hice un juramento, Bortai. Me interesa demostrarle que soy leal, que puedo olvidar. Sospeché que volvería a recurrir a mí, y el cielo ha lanzado esto sobre él. Si sigo la voluntad de Tengri, no puedo fracasar.
Estaba hablando de su propia voluntad, no de la de Tengri; tal vez ya fuese incapaz de discernir la diferencia entre ambas.
—No puedo permitirlo —dijo ella—. Él y tu "anda" sólo lo considerarán como un gesto de debilidad de tu parte. Hablaré con tus hombres, tal vez ellos me escuchen. Los Kereit pretendían que muriesen y querrán vengarse tanto como yo. Tal vez alguno de ellos pueda convencerte. Saben que sólo quiero defender tus intereses.
—Estás amenazando con hablar abiertamente en contra de mi decision.
—Así es.
Él le soltó el brazo y la abofeteó.
—Toghril cabalgó conmigo para salvarte —le dijo—. No me obligues a lamentar que lo haya hecho. Cuando volví a abrazarte, ¿acaso te avergoncé rechazando el niño que llevabas? Mi furia era tan grande como para rogar que el niño muriera, pero dejé esos sentimientos de lado por tu bien y el mío.
A Bortai le ardían los ojos. En todos esos años era la primera vez que Temujin hablaba del tema, pero la idea había permanecido en su cabeza como un arma a la que pudiera recurrir cuando resultara necesario. Lo que en realidad le estaba diciendo era: "Agradece que haya podido usarte".
—Otras veces te he aconsejado —murmuró Bortai—, y te has beneficiado. ¿Debo quedarme callada ahora y dejar que hagas lo que te venga en gana?
—Puedes decirme lo que piensas, pero yo decidiré qué hacer. Cuando lo haga, mi esposa no hablará en mi contra, ni los otros verán que ha sido castigada por ello. No le dirás a nadie que Toghril es desleal ni que estoy resentido con mi "anda". Es importante para mí que los dos crean que los he perdonado.
No podía contradecir su voluntad, y dudó de que alguien fuese capaz de semejante cosa. Él la miraba con frialdad; el fuego de los últimos días había desaparecido de sus ojos. Su calidez sólo había sido una manera de obligarla a actuar de acuerdo a su propósito.
—Debes hacer lo que creas adecuado —dijo ella—. No hablaré en tu contra.
—Me complace oírlo. Los criados te llevarán de regreso a nuestro campamento.
—Temujin …
Pero el Kan ya se había marchado.
Boroghul volvió a la tienda de Hoelun después de la primera nevada del invierno, con muchas historias que contar acerca de la guerra. Shigi Khutukhu escuchó entusiasmada a su hermano adoptivo.
—Así que tú también eres un héroe —murmuró Shigi Khutukhu—. Los Cuatro Héroes, las Flechas del Kan, así os llaman los hombres… a ti y a Borchu y a los otros.
Boroghul se sonrojó de orgullo; por un momento no pareció que ya tuviese dieciséis años.
—Hice rodar varias cabezas —dijo—, y mi camarada Mukhali demostró que podía guiar a los hombres, pero fue Borchu quien ganó la batalla. Toghril Ong-Kan le regaló copas de oro y un manto de marta. ¿Y sabes lo que dijo Borchu? Dio las gracias al Ong-Kan y luego dijo que rogaba que Gengis Kan lo perdonara por demorarse para recibir regalos. Así es él, siempre pensando en Temujin y no en su parte del botín, como si el Kan le regañara por algo.
Hoelun se sonó la nariz.
—Poca recompensa por lo que todos hiclstels. Toghril deberla haber entregado la mitad de sus rebaños como muestra de agradecimiento.
Munglik la miró y sonrió.
—Vamos, esposa, todos sabemos cómo es Toghril, pero estamos más seguros ahora que el enemigo ha sido desplazado de sus tierras. Por fin tendremos un poco de paz.
Hoelun apretó los labios.
—Por un tiempo —dijo.
Dijo Bortai: "A orillas del lago hay muchos gansos salvajes y cisnes. El amo puede tomar los que más le gusten".
Buyrugh fue el último en llegar.
—Paz —dijo al entrar en la tienda de Jamukha—. Mis hombres esperarán fuera con los demás. —Buyrugh hablaba lentamente, con el fuerte acento de su pueblo. Dejó sus armas a la izquierda de la entrada.
—Te doy la bienvenida —dijo Jamukha; el Naiman se sentó junto a los otros jefes. Dos criadas sirvieron comida y bebida; Jamukha ofreció a Buyrugh un pedazo de carne en la punta de su cuchillo. Hasta ese enemigo estaba dispuesto a unirse a él ahora.