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Authors: Bernard Beckett

Tags: #Narrativa, Filosofía, Ciencia Ficción

Génesis (7 page)

BOOK: Génesis
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Pericles cumplió su palabra. Le dio unos expedientes para estudiar y concertó una evaluación preliminar. Anax se sorprendió a sí misma y sorprendió a sus maestros y compañeros de clase al obtener el percentil más elevado. A partir de ahí, encontrar un patrocinador fue sencillo.

Y eso fue lo último que resultó sencillo para Anax. Prepararse para el examen resultó mucho más difícil de lo que imaginaba, pero Pericles la ayudó en todo. Cuando ya no podían más, subían a la cresta de la colina y se quedaban allí de pie, en silencio, contemplando el pasado.

Anax volvió mentalmente a la colina. Eso la relajó. La Academia era la institución más elitista del Estado. Sus miembros daban consejos a los gobernantes. Eran quienes dirigían los experimentos y ampliaban el conocimiento. Formulaban el programa del futuro.

Pericles siempre le había dicho que tenía más capacidad de la que ella creía, y ahora Anax, enfrentada por fin al examen, podía dejar de dudarlo. Conocía muy bien esa historia. No podía imaginar que pudiera conocerla mejor. No decepcionaría a su tutor.

Oyó la puerta y abrió los ojos. Volvió a situarse ante los Examinadores.

Examinador.
En esta parte del examen hablaremos con cierto detalle, como es lógico, del tiempo que Adán pasó con Arte. ¿Tienes preparado un holograma?

Anaximandro.
Sí. Tengo dos cargados y listos para la proyección.

Los candidatos tenían que preparar dos hologramas que ilustraran un aspecto de la vida estudiada. Pericles había propuesto la conversación entre Adán y José en la torre de vigilancia para el primero, pero Anax había preferido centrarse en las conversaciones entre Arte y Adán.

Examinador. ¿Y
qué has utilizado como fuente para estudiar este período?

Anaximandro:
Las transcripciones facilitadas por la Asamblea Oficial, por supuesto, y también todos los comentarios que he encontrado. Me he carteado con dos autores de interpretaciones muy recientes, pero todo eso está en mi trabajo preliminar, así que quizá se refiera usted a otra cosa.

»Antes de diseñar el holograma, comenté extensamente las transcripciones con mi tutor Péneles. Especulamos sobre lo que pudo haber sucedido durante las numerosas sesiones que no fueron grabadas. Aplicamos el método socrático a nuestras propias interpretaciones, cuestionándonos mutuamente, poniendo a prueba nuestra comprensión. Lo que he encontrado, lo he encontrado poniéndolo primero en duda. ¿Se refería usted a eso?

Examinador.
¿Podrías decirnos cuál fue la mayor dificultad que encontraste cuando preparabas el holograma?

Anaximandro:
Creo que el problema a que ha de enfrentarse cualquiera que prepare esta clase de presentaciones. La transcripción con que trabajaba sólo eran palabras escritas en una hoja. No me aportaba ninguna información sobre cómo se miraban los dos participantes mientras hablaban; sobre las entonaciones, el acento o el ritmo que empleaban; sobre sus gestos y actitud.

Examinador.
¿Y cómo superaste ese problema de interpretación?

Anaximandro:
Intenté comprender sus intenciones. Creo que todo fluye a partir de la intención.

Examinador.
¿Las intenciones de ambos participantes?

Anaximandro:
Eso es.

Examinador.
Seguiremos con las preguntas cuando hayamos visto el holograma. Vamos a ponerlo.

Anax vio cómo el hombre y la máquina tomaban forma ante ella: las imágenes que tan concienzudamente había creado durante interminables horas de retoques y ajustes.

Pericles no había podido acompañarla en esas circunstancias: el reglamento lo prohibía. Quizá eso explicara la pasión que había vertido al esculpir a Adán. Había trabajado a partir de imágenes de archivo, pero ahora, al mirar la imagen de aquel hombre, se cohibió por las licencias que se había tomado.

A los dieciocho años, el rubio cabello de Adán había empezado a oscurecerse, pero ella le había devuelto su claridad original. Los ojos, oscuros como en las fotografías, eran de un azul penetrante, a juego con su traje de recluso. Anax nunca había visto un holograma con el nivel de definición que lograba el proyector de aquella sala. Dio un paso atrás, impresionada por su nitidez. Era como si ambos se encontraran realmente ante ella: el hombre y la máquina.

Adán, con las manos esposadas a la espalda, estaba sentado en el suelo con las rodillas contra el cuerpo, evitando mirar a Arte, negándose a reconocerlo.

Con el androide, Anax se había tomado menos libertades. De robusto cuerpo metálico, le llegaba por las rodillas a Adán y se sostenía sobre una estructura de tres orugas extensibles, como las primeras desarrolladas en la industria de los residuos. Sus dos largos y vigorosos brazos hidráulicos terminaban en manos de tres dedos —un guiño a la pasión del filósofo William por los cómics preclásicos—. Lo más espectacular era la travesura de la cabeza. Arte tenía cara de orangután: unos ojos muy abiertos y una boca con las comisuras caídas; su mirada era inquieta y su dentuda sonrisa, burlona; y todo ello enmarcado por una espesa mata de pelo naranja.

Las dos figuras estaban inmóviles, de pie entre Anax y la mesa del tribunal.

Examinador.
¿Qué período representa exactamente este holograma?

Anaximandro:
Corresponde al primer día. Veinte minutos después de que condujeran a Adán al laboratorio. Nadie ha hablado todavía.

Examinador.
Gracias.

Arte describió un círculo alrededor de Adán, con la cabeza ladeada en un gesto de fingida curiosidad. El zumbido de sus mecanismos motrices invadió la habitación. Adán apretó las mandíbulas y agachó la cabeza negándose a reaccionar. La voz del androide, cuando habló, sonó más alta de lo que habría cabido esperar, y los finales de las palabras eran excesivamente cortados. (Eso encajaba con la única grabación fiable que, según decían, se había conservado, y que Anax había obtenido tras un largo mes de negociaciones.)

—Así que ése es tu plan, ¿eh? —preguntó.

Adán se quedó mirando fijamente la pared que tenía delante, sin contestar.

—Quizá quieras replantearte tu táctica —continuó Arte—. Si se trata de esperar a que el otro se dé por vencido, mi programa me proporciona cierta ventaja.

El androide esperó, pero seguía sin obtener respuesta. Continuó describiendo un círculo alrededor de Adán, obligándolo a mirarlo. Adán levantó un momento la cabeza y miró aquellas facciones elásticas y simiescas, y luego bajó la mirada al suelo.

—Lo que quiero decir es que tengo más paciencia que tú —lo pinchó Arte—. No puedes ganar no haciendo nada.

—Si tanta paciencia tienes —masculló Adán de forma apenas audible—, ¿por qué hablas? ¿Por qué no te limitas a esperar?

—La paciencia no es mi única virtud. También soy un buen estratega.

—Por lo que dices, no parece que me necesites para nada.

—No, pero tú me necesitas a mí.

—Creo que te equivocas.

El androide retrocedió sin apartar la vista del prisionero. Se quedó quieto, observando con atención; aparentemente inerte, salvo por algún parpadeo ocasional que ponía nervioso.

—¿Qué piensas que harán si ven que no cooperas?

—Si quisieran ejecutarme ya lo habrían hecho —repuso Adán con la cabeza gacha, sin disimular su rabia—. Es una cuestión política.

—Sin embargo, ya que estás aquí, es una lástima que no aproveches la oportunidad.

—Me perdonarás, pero yo no lo veo así.

—¿Por qué no me miras? ¿Te doy miedo?

—Ya sé qué aspecto tienes. ¿Para qué voy a mirarte?

Arte se desplazó por la habitación produciendo un zumbido y observó al prisionero desde otra posición. Adán siguió sus movimientos, receloso. Hubo un largo silencio que duró al menos un minuto, pero no estaba anotado en la transcripción. Anax había improvisado. Ahora, su duración la puso nerviosa.

—Mira, podríamos ser amigos —dijo por fin Arte con voz más débil, menos segura.

—Eres una máquina.

—A veces no se está en posición de exigir nada.

—Preferiría hacerme amigo de mis manillas, o de la pared. —Adán miraba la pared mientras hablaba, como si sólo estuviera pensando en voz alta.

Anax miró a Arte, cuyos enormes ojos se llenaron de tristeza, y no pudo evitar compadecerlo. Apartó esa idea y se concentró en adivinar por dónde vendrían las preguntas de los Examinadores.

—Tú decides.

—Ya.

—Entonces te dejo con tus manillas. Pero si cambias de idea, ya sabes dónde encontrarme. Esperaré. Tengo mucha paciencia. Tenemos tiempo.

Adán se removió y cambió de postura, pero siguió sentado en el suelo. Respiró hondo y soltó un largo suspiro de frustración. Cerró los ojos. Arte volvió a hablar:

—Tus manillas te tienen mucho apego. Supongo que eso es bueno. Así es como deben ser los amigos.

—Preferiría que estuvieras callado.

—Sabes que eres un prisionero, ¿verdad? —replicó Arte con cierta aspereza—. Sabes que tus preferencias no tienen importancia, ¿no?

Adán se volvió hacia el androide, que se retiró un poco, como si ese movimiento lo hubiera asustado.

—¿Hacemos un trato?

—Sólo soy una máquina ¿De qué serviría hacer un trato?

Adán ignoró la burla.

—Si hablo contigo ahora, si te doy diez minutos, ¿prometes no decir nada más durante el resto del día?

—Tendrán que ser quince.

—Tu programador era muy concienzudo, ¿verdad?

—Yo me autoprogramo, y acepto el cumplido.

—La autoprogramación no existe.

—Tú te autoprogramas.

—Yo no soy una máquina.

De pronto, Arte se desplazó hacia delante y la emoción iluminó sus ojos. Adán retrocedió.

—Me gustaría hablar de eso —dijo Arte.

—¿De qué?

—De qué es lo que determina que una máquina sea una máquina. Cuando empiecen a correr los quince minutos.

—Ya han empezado.

—Entonces ¿aceptas que sean quince?

Adán sonrió.

—Vale, pero han empezado hace cinco.

—Ya. Muy listo.

—Eres espantosamente feo. Lo sabes, ¿no? —Adán se inclinó al hablar, como un boxeador midiendo la distancia con su oponente.

Arte respondió con su dentuda sonrisa. Le colgaba saliva del labio inferior, un alarde de concienzudo diseño que rayaba en la perversidad.

—Estoy programado para encontrarme atractivo.

—¿No decías que te autoprogramas?

—Fue una buena idea, ¿no crees?

—Que no te veas feo no significa que dejes de serlo.

—Una afirmación interesante. Justifícala.

—Si traemos aquí a veinte personas, todas dirán lo mismo. Dirán que eres feo.

—Trae a veinte como yo —replicó el androide— y todos diremos que tu culo es más bonito que tu cara.

—No hay veinte como tú.

—No; tienes razón. Soy único. Por eso puedo decir, sin temor a equivocarme, que todos los androides te encuentran feo. No todos los humanos me encuentran feo. Así que teóricamente soy más guapo que tú, según criterios objetivos.

Adán lo miró de arriba abajo, como si buscara alguna pista en su armazón externo, algo que explicara mejor ese extraño fenómeno. Los ojos de Arte lo advirtieron.

—Tienes que seguir hablando. Si no, no cuenta. Pararé el reloj para descontar los silencios.

Adán no contestó. Se volvió hacia la pared. Frunció el entrecejo y todo su rostro se ensombreció.

—Esto es ridículo —masculló.

—¿Qué es ridículo?

—Hablar contigo. Me niego a seguir. No tiene sentido.

—El sentido que tiene es el trato que hemos hecho. Hablando conmigo consigues mi silencio.

—Si no hablo contigo conseguiré lo mismo.

—Creo que te sorprenderías de lo molesto que puedo llegar a resultar. ¿Por qué no quieres hablar conmigo?

—Ya lo sabes.

—Es porque tienes prejuicios, ¿verdad? Tienes prejuicios respecto a la Inteligencia Artificial.

—La Inteligencia Artificial no existe —respondió Adán, molesto por participar de nuevo en la conversación pero incapaz de abstenerse—. Son términos contradictorios.

—Si yo fuera una mujer, no te opondrías a hablar conmigo.

—Si fueras una mujer y tuvieras esa cara, primero necesitaría tomar un par de copas. ¿Puedes conseguirme una copa?

—Ya sabes que los Soldados tienen prohibido beber.

—Ya no soy Soldado. Me han despojado de mi rango.

—No creo que aprobasen que me programara un borracho.

—No te estoy programando.

—Sí lo haces. Mediante mi interacción con los demás aprendo quién soy. Hasta ahora sólo he interactuado con William. No me malinterpretes: lo quiero como a un padre, pero, con el tiempo, todos los niños deben labrarse su propio camino en el mundo, ¿no te parece? Perdona, ha sido una falta de sensibilidad por mi parte mencionar a los padres. Eso es culpa de William. Él creció en otra época. ¿Alguna vez has deseado haber nacido antes de la República?

—No creas que voy a hablar de política contigo.

—¿Por qué no? —repuso la máquina ladeando la cabeza para aparentar curiosidad.

—Nos están observando. No soy imbécil, ¿vale? Sé de qué va todo esto.

—¿De qué va?

—¿De qué va todo? Propaganda. Esto lo están emitiendo en las comunas, ¿no?

—Ese es un punto de vista muy paranoide.

—Ya te puedes callar. El juego ha terminado.

—Todavía no se ha agotado el tiempo.

—No me han dado ningún reloj; tengo que calcular el tiempo a ojo. Calculo que ha pasado una hora. ¿Es así?

—Siete minutos.

—Más los otros cinco. Casi no te queda tiempo.

—Al final te gustaré, y entonces querrás hablar conmigo todo el rato.

—¿Eso te dijo papaíto William? Su último robot era un infanticida, ¿no?

—¿Eso te pone nervioso?

—Tengo cosas mejores de que preocuparme.

—No deberías preocuparte. Los problemas técnicos fueron detectados. Por primera vez desde hace cuarenta años, los argumentos del debate sobre el círculo de conciencia procesada...

—¿Qué has dicho?

—Conciencia procesada. Es el estudio de la réplica artificial de estados de conciencia.

—La conciencia artificial no existe.

—Yo tengo conciencia.

—No, no la tienes. —La convicción ardía en la mirada de Adán—. Sólo eres una compleja serie de dispositivos electrónicos. Yo produzco un sonido, el sonido entra en tus bases de datos, se lo compara con cierta palabra grabada y tu programa escoge una respuesta automatizada. ¿Y qué? Hablo contigo y produces un sonido. Si le doy una patada a esta pared, también producirá un sonido. ¿Qué diferencia hay? ¿O vas a decirme que la pared también tiene conciencia?

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