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Authors: Bernard Beckett

Tags: #Narrativa, Filosofía, Ciencia Ficción

Génesis (4 page)

BOOK: Génesis
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Inmediatamente llegó un mensaje del puesto de control. A Adán ya le había entrado pánico.

»—Disparo registrado. Informen, por favor. Informen, por favor.

»—Al habla Adán. José ha sido despachado. Hay un bote junto a la valla. Hay una chica a bordo. José ha vacilado, señor.

»—¿Está seguro de que sólo hay un ocupante?

»—Sí, señor.

»—Tiene que acabar el trabajo, Adán.

»—Lo sé, señor.

»—Vuelva a informar cuando haya terminado. Enviaremos un sustituto. Enhorabuena, Adán. La República se lo agradece.

»—Gracias, señor.

»Adán sabía que el tiempo corría en su contra. Estarían esperando la descarga del láser.

»Pasó a toda velocidad junto al cuerpo de su colega y bajó gateando por el estrecho sendero que conducía a la orilla. Vio el bote, que iba a la deriva y podía colisionar con una mina. Le hizo señas con la mano a la chica. No sabía si ella podía oírlo; ni siquiera sabía si hablaban el mismo idioma.

»—¿Sabes nadar? —le gritó—. ¿Sabes nadar?

»Ella lo miró, pero no respondió. Estaba demasiado lejos para que Adán pudiera distinguir la expresión de su cara. Volvió a gritar:

»—¡Tienes que abandonar el bote! ¡Nada hacia allí! ¡Nada hacia el norte! —Le señaló la dirección—. Iré a esperarte un poco más allá. Hay un sitio por donde puedo colarte. Una portilla. Espérame junto a la portilla. Pase lo que pase, no toques las boyas. ¿Me entiendes? Tengo que destruir tu bote. Por favor, hazme alguna seña si me has entendido.

»Se quedó mirando, aguardando desesperadamente una respuesta. Nada. Volvió a hacerle señas. La chica le lanzó un saludo, un ademán ambiguo y tímido. Adán trepó hasta el puesto de tiro, con la esperanza de que la chica le hubiera oído. El láser todavía estaba armado. Apartó el cadáver de José y miró hacia el mar. Ya no veía a la chica. ¿Había entendido sus instrucciones, o simplemente se había desplomado, exhausta? No había forma de saberlo. Adán disparó y contempló la emanación de vapor y el borboteo de agua que produjo la pequeña embarcación al desintegrarse.

»Después llamó a la torre de vigilancia. La comunicación fue sombría; le temblaba la voz.

»—Al habla Adán, torre de vigilancia 621N. Tarea completada. Embarcación destruida.

»—Enhorabuena, Adán. El sustituto llegará allí dentro de diez minutos. Quédese donde está. Nosotros nos encargaremos del cadáver.

»—Gracias, señor.

»Pero Adán no se quedó donde estaba. A lo largo de toda la valla había pequeñas portillas de servicio. Funcionaban mediante un dispositivo de cierre a distancia y teóricamente sólo podían abrirse si se introducían dos códigos simultáneamente: el del técnico de servicio de la zona, y el del control central del Cuartel General de Defensa.

»Adán sabía que el sistema se podía anular, aunque al principio declaró que la portilla se abrió sencillamente por un problema de mal funcionamiento. Ha habido mucha controversia sobre cómo consiguió esa información, pero vale la pena recordar que Adán era curioso e inteligente, y no me cuesta creer que durante su entrenamiento recogiera información que un Soldado normal y corriente no habría sabido encontrar.

»Ha habido quien ha hecho hincapié en el éxito de Adán con las mujeres, y en una sociedad donde todas las relaciones tenían que mantenerse en secreto, es perfectamente posible que consiguiese dicha información por esos medios. Algunos historiadores, los más imaginativos, han remarcado que Rebeca, su amiga de los torneos de lucha, acabó convertida en una experta en sistemas electrónicos de seguridad. Algunos han especulado sobre la posibilidad de que ambos hubieran seguido en contacto, aunque nunca ha aparecido ninguna prueba de ello.

»Fuera cual fuese el método, el caso es que Adán consiguió abrir la portilla de servicio. Corrió por la orilla rocosa y nadó hasta la valla. No fue una tarea sencilla, ni mucho menos. Pese a que ese día el mar estaba más calmo de lo habitual, las portillas estaban situadas en los tramos más inaccesibles de la valla.

»Adán dijo que al principio pensó que había llegado tarde. La chica estaba aferrada al otro lado de la valla, pero tenía la cabeza sumergida en el agua. Adán describió el momento en que ella levantó la cabeza y sus miradas se encontraron a través de la tela metálica. Explicó cómo la agarró y la hizo pasar por la portilla, y cómo la llevó nadando hasta la orilla. Ella no dijo nada, pero que no se hubiera quedado en el bote significaba que había entendido a Adán.

»La llevó a una pequeña cueva que había al pie de un acantilado, donde estaría a salvo, escondida. Le dio una barrita energética que llevaba en el cinturón y le prometió que volvería. Ella se recostó en el suelo de roca, y antes de cerrar los ojos le dio las gracias con una sonrisa. O al menos así lo contó él.

»El sustituto lo encontró en el puesto de tiro, calado hasta los huesos, junto al cadáver de su amigo y profiriendo gemidos de pesar. El sustituto, un buen hombre en sus últimos años de servicio, se llamaba Natán. Supuso que el joven centinela se había derrumbado por la tensión de cumplir las órdenes, y accedió a no revelar lo que había visto. Adán le dio las gracias y continuó su guardia.

»Esa noche volvió a la cueva; llevaba agua, comida y mantas. El día siguiente lo dedicó a cuidar de la chica hasta que ésta se recuperó lo suficiente para incorporarse y, en un inglés titubeante, relatarle su historia.

Examinador.
Antes has dicho que hay dos versiones de esa historia. Háblanos más de la segunda.

Anaximandro:
Desde el principio, los investigadores recelaron de la historia de Adán: sus conocimientos del funcionamiento de la portilla y el terreno que bordeaba la pared del acantilado, la verosimilitud de la historia que le contó al sustituto, cómo manipuló a José. Hubo quien insinuó que todos sus actos fueron premeditados, y que la llegada de aquella chica estaba planeada de antemano. La conmoción que produjo el anuncio de que se había abierto una brecha en el perímetro de seguridad dio pie a la aparición de las teorías más complejas y paranoides.

Examinador.
¿Pero tú las descartas?

Anaximandro:
Sí, las descarto.

Examinador.
¿Por qué?

Anaximandro:
La historia nos ha demostrado la inutilidad de la teoría de la conspiración. La complejidad da lugar a errores, y los errores dan lugar a prejuicios.

Examinador.
Hablas igual que Pericles.

Anaximandro.
Las palabras quizá sean suyas, pero los sentimientos son míos. En el caso de Adán, me inclino a creer que sucedió como él dijo: una sencilla reacción humana ante una situación determinada. La teoría de la conspiración nos haría creer que no habría podido ocurrir de otro modo, que todo el incidente fue premeditado y controlado. Pero la embarcación era un bote pequeño y maltrecho, de un solo mástil. ¿Cómo encontró el camino hasta aquella torre de vigilancia y en el momento justo? ¿Y cómo se transmitió la detallada información necesaria para llevar a cabo esa proeza? Nunca se ha propuesto ninguna manera razonable. Aunque la reacción del control central tras el incidente fue, en gran medida, fiel al procedimiento, había mucho margen para variaciones. La disponibilidad de sustitutos dicta el tiempo que tardan éstos en llegar. En este caso, el sustituto tardó quince minutos, pero también habría podido tardar dos minutos, o una hora. Si lo hubiera planeado todo, Adán habría tenido comida, ropa y material médico preparados para la llegada de la chica; pero sabemos que, en parte, fue su precipitada compra de ese material al día siguiente lo que levantó las sospechas. No; creo que sucedió tal como él lo contó. Vio los ojos de aquella chica y sintió que debía actuar.

Examinador.
¿Y era así?

Anaximandro.
¿Cómo?

Examinador.
¿Debía actuar?

Anaximandro:
Eso es algo sobre lo que cada uno tiene que formarse su propia opinión.

Examinador.
Una desconocida que va en un bote a la deriva llega de una tierra que ha estado expuesta a la peste más devastadora de la historia. Hay instrucciones estrictas respecto al procedimiento a seguir. Sin embargo, llevado por un arranque emocional, Adán decide matar a su amigo y poner en peligro la seguridad de toda su comunidad. ¿Podemos aclarar, por favor, si crees que esas acciones pueden juzgarse de más de una manera?

Anax titubeó. No estaba preparada para esa clase de preguntas. Su especialidad era la historia, no la ética. Podía explicar cómo se habían recabado meticulosamente las pruebas para contrastar el relato de Adán, pero no podía enumerar los distintos enfoques posibles para juzgar ese relato. Ella tenía su propia opinión, por supuesto. Todo el mundo la tenía. ¿Quién no había mantenido esa discusión en su casa, en su escuela, en su centro de ocio? Pero ella no estaba preparada para defenderla, al menos no públicamente. Pericles le había aconsejado que contestara a cada pregunta tan extensa y sinceramente como pudiera. Le había prevenido que intentarían desconcertarla, sorprenderla adoptando puntos de vista peculiares. Contestó con mucha cautela.

Anaximandro:
Creo que es bien sabido que en la comunidad hay una amplia variedad de simpatías. Y no me parece que eso deba sorprendernos, dado el destacado lugar que Adán ocupa en nuestra historia. Pienso que es comprensible que haya quien considere heroica su actuación. Creo que hay en nosotros un impulso de considerarla así.

Examinador.
¿Y tú tienes ese impulso?

Anaximandro:
Lo que digo es que todos tenemos ese impulso. Supongo que su pregunta es si considero que se trata de un impulso que hay que abrazar o, en cambio, dominar. Adán sintió una gran empatía por aquella chica indefensa. Le habían ordenado que apartara de su pensamiento esa empatía, y las razones para esas órdenes eran sólidas. Aunque él hubiera creído que la amenaza de la peste había pasado, no era razonable que asumiera semejante convicción en nombre de la nación. El no era ningún experto en virología. Sin embargo, creo que quienes sienten el impulso de comprender el heroísmo de Adán, instintivamente entienden la importancia de la empatía. Quizá para que una sociedad funcione con éxito deba darse cierto nivel de empatía incorruptible.

Por primera vez, el cambio de los tres Examinadores fue perceptible. Se enderezaron. El de mayor rango pareció más alto, y sus ojos brillaban con mayor intensidad.

Examinador.
¿Insinúas que una sociedad infectada por la peste es preferible a una sociedad infectada por la indiferencia?

Anaximandro:
Es una buena forma de formular la pregunta.

Examinador.
¿Y cuál es tu respuesta?

Anaximandro:
Creo que, en esas circunstancias, es imposible justificar el romanticismo de los actos de Adán, aunque, teniendo en cuenta nuestra historia, todos tenemos motivos para estarle agradecidos por ellos.

Silencio. Querían que Anax prosiguiera, pero ella sabía que había esquivado una bala y guardó silencio, decidida a no volver a cruzarse en su trayectoria.

Examinador.
Una respuesta interesante.

Anaximandro:
Era una pregunta interesante.

Examinador.
Estoy seguro de que habrás medido el tiempo cuidadosamente. Ya ha transcurrido la primera hora del examen. De vez en cuando, te pediremos que salgas a la sala de espera, para que el tribunal pueda planificar la dirección de la entrevista.

Anaximandro:
¿Es eso lo que quieren que haga ahora?

Examinador.
Sí, si no te importa.

Anaximandro:
¿Cuánto tiempo perderé?

Examinador.
Pararemos el reloj.

Capítulo 2

Anax notó cómo la puerta corredera se cerraba detrás de ella. Otra contingencia inesperada. Una hora superada, quedan cuatro, se dijo; no te pongas nerviosa. Había un vigilante plantado junto a la puerta de la sala de espera, supuso que para asegurar que no intentara comunicarse con el mundo exterior. Era mayor que ella. Lo miró y sonrió. Él se dio la vuelta.

Anax trató de aprovechar el tiempo que tenía. La verdad era que el descanso había llegado en el momento más oportuno. Les había mentido. No lo supo hasta que se vio obligada a decirlo en voz alta, y tuvo una sensación tan extraña que dudaba que hubiera pasado inadvertida. Sí, los actos de Adán eran románticos, irracionales, injustificables. Sin embargo, cuando había tenido que comentarlos, Anax había mentido.

Anax no sabía si ella habría hecho lo mismo de haber estado en aquella torre de vigilancia; sólo sabía que Adán había actuado correctamente. Intentó reprimir esa nueva y peligrosa revelación y concentrarse en lo que vendría a continuación: sin duda, los detalles de la detención y el posterior juicio de Adán. Se recordó que estaba preparada. Se recordó el éxito que representaba para ella, lo mucho que significaría ver la satisfacción de Pericles cuando le diera la noticia.

—¿Sabes cuánto van a tardar? —preguntó cuando llevaban media hora sin llamarla. El vigilante se volvió hacia ella. Anax comprendió, por su expresión, que no esperaba que le hablara.

—¿Cómo quieres que lo sepa? —Su voz sonó sorprendentemente débil y suave. No parecía la voz de un vigilante.

—He pensado que como tú trabajas aquí...

—Nunca había estado aquí —repuso él—. Es la primera vez.

—¿Y me estás vigilando?

—¿Qué? —La confusión tensó sus facciones.

—Eres un vigilante, ¿no? Estás aquí para asegurar que no intente comunicarme.

—¿Cómo ibas a comunicarte? El edificio está estrictamente vigilado. Todo el tráfico electrónico está controlado.

—Ya lo sé. Supongo que eres una precaución adicional.

El vigilante rompió a reír.

—¿Qué pasa? —preguntó Anax—. ¿Dónde está la gracia?

—Yo he supuesto lo mismo de ti —respondió él.

Anax se fijó en que había otra puerta.

—Entonces tú también estás...

—Sí, allí.

—¿Cómo te va?

—No lo sé. No sabía que habría descansos.

—Ya. Pone nervioso, ¿verdad?

—Un poco.

—Por cierto, me llamo Anax.

—Encantado. Yo me llamo Soc.

—¿Cuál es tu especialidad?

—¿Crees que es prudente hablar de eso?

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