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Authors: Bernard Beckett

Tags: #Narrativa, Filosofía, Ciencia Ficción

Génesis (10 page)

BOOK: Génesis
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—Eso es indiscutible.

—¿Y quién fabricó tus formas de vida celulares? ¿Lo sabes?

—No las fabricó nadie. Surgieron por azar ciego.

—Correcto —concedió Arte—. ¡Azar ciego y silicatos!

—No te escucho. Lo sabes, ¿verdad?

—Te comportas como si me escucharas, lo cual es suficiente para mí. De hecho, un Filósofo podría preguntar si no es suficiente para cualquiera. Algunos dirían que es lo máximo a que puede aspirarse. ¿Lamentas a veces no haber continuado con la filosofía? —Se acercó más a Adán.

Este lo miró desde arriba, como si el androide fuera algo que tuviera que limpiarse del zapato.

—No me dieron opción.

—Tenías la opción de huir.

—Tenía trece años.

—Yo sólo tengo cinco. ¿A qué edad empiezan a hacer elecciones los humanos?

—Sólo de escucharte me duele la espalda. ¿Por qué crees que será?

—Tu cuerpo intenta distraer a tu cerebro de cosas que no quiere oír. Ese es el problema de las máquinas construidas por el azar. Una vez que un fallo de diseño se ha consolidado, es muy difícil corregirlo.

»Y eso me devuelve a la materia prima de la vida: los silicatos. Permíteme decir, antes de empezar, que el problema del punto de vista humano es que vosotros pensáis que la vida en este planeta sólo se ha inventado una vez, mientras que cualquier espectador sagaz vería que se ha inventado cuatro veces. Y la mala noticia, me temo, es que eso que consideras tu yo es sólo el segundo nivel, aunque llevas implícito el tercero. Yo, por supuesto, soy el cuarto nivel. Tienes dos etapas de vida enteras por delante. No te deprimas. Deprimiéndose uno no consigue nada.

—Eso que dices es una tontería. —Pero Arte tenía razón en una cosa: Adán estaba escuchándolo.

—Te habrás fijado en que yo no produzco mierda. Ésa es otra de mis ventajas. Cuatro formas de vida. Déjame explicártelas. La primera, y ahí está la gran ironía, es inorgánica. De hecho, surge a partir de los silicatos. ¿Te gusta la ironía? A mí sí. Ésta es mi versión de la historia de la creación. Ponte cómodo. Al final habrá preguntas.

»En el principio había arcilla. La arcilla está formada por capas de pequeñas moléculas; cada capa se pliega cuidadosamente sobre la anterior, copiando la forma de su estructura. Así que, en realidad, al principio había un mecanismo de copia. ¿Te resulta familiar? Pues bien, a veces ese mecanismo de copia comete un error y una capa no resulta exactamente igual que la anterior. Llamémoslo mutación. Y la siguiente capa copia esa mutación, y así sucesivamente. El error se trasmite.

»De modo que tenemos variación, causada por el error. Y herencia, causada por cada nueva capa al copiar la estructura de la anterior. Pues bien, lo único que necesitamos para completar el cuadro es un grado variable de salud. ¿Cómo va a estar una forma de arcilla más sana que otra?, te preguntarás. ¿Qué significa que la arcilla esté sana?

Mientras hablaba, Arte recorría la habitación, con las manos de tres dedos cogidas a la espalda parodiando a un maestro. Cuando decía algo relevante, un brazo plateado se adelantaba y dibujaba una imagen invisible en el aire. Era una actuación cautivadora, y por mucho que se esforzara Adán para no escuchar, era todo oídos.

—La salud es un indicador de éxito reproductivo. Si un error de copia crea una forma de arcilla que se extiende mejor, decimos que esa arcilla es más sana.

¿Cómo podría suceder algo así?, te preguntarás. Pues bien, ¿qué tal si cierta arcilla es particularmente pegajosa, lo cual hace que se acumule alrededor de los obstáculos rocosos en los arroyos, y qué tal si eso causa que los arroyos formen presas? ¿Y qué tal si las lagunas formadas en la parte alta de las presas se secan en verano, y si el viento arrastra las partículas de polvo del lecho de arcilla por el campo, sembrando otros arroyos, donde las partículas repiten su pegajoso truco?

»Ya lo ves, la naturaleza de la arcilla no es fija. Hay errores de copia, y los que resultan beneficiosos se extienden por el terreno. La reproducción extiende el cambio. Esa es la primera forma de evolución. Puedes burlarte de mí por estar hecho de silicio, pero, amigo mío, los silicatos llegaron aquí primero. El ARN estaba haciendo dedo y ellos lo recogieron: la estructura de los silicatos era un útil componente básico.

»Por supuesto, debes tener mucho cuidado cuando buscas algo para utilizarlo. Siempre corres el riesgo de que eso acabe utilizándote. Nosotros, los silicatos, nunca supimos que ese nuevo reproductor tendría un éxito tan arrollador que él y toda su descendencia olvidarían el terreno del que procedían. Perdón: nosotros nunca supimos nada. El conocimiento vino mucho después.

»A continuación surgió tu forma de vida favorita. La revolución del ADN. Una vez que se encontró la forma celular, sólo hicieron falta un par de trucos hábiles para alcanzar la gloria del organismo multicelular. La locomoción también fue una treta ingeniosa, y al final llegó la gran aparición que todos esperabais: el cerebro. (Si es que podemos afirmar que una cosa sin cerebro puede estar esperando algo.)

»El maravilloso cerebro, ese artero aparato que decide si peleáis o huís, si folláis o coméis, y que os gusta considerar el rasgo distintivo de los homínidos. Estáis muy orgullosos de él, ¿verdad? Y es lógico que lo estéis. Sin vuestro cerebro no habría lenguaje, y sin lenguaje nunca habríamos visto la tercera fase de la evolución.

»Vosotros pensáis que sois el final de la evolución, pero ésa es la especialidad del pensamiento: engañar al que piensa. Así como la arcilla encontró formas de vida de carbono que hacían autoestop, una vez que el cerebro estuvo en funcionamiento, el carbono también descubrió que había otro pequeño autoestopista esperando su turno para saltar. ¿Sabes de qué estoy hablando? Debes de saberlo. Dime que esto lo sabes.

Arte lo desafió mirándolo con cara de inocente. Adán sabía adónde conducía esa conversación, era imposible no percatarse. Pero, por muchos argumentos que tuviera, se los estaba reservando; no quería malgastar pólvora. Mientras tanto, tendría que limitarse al insulto. Respondió con voz áspera e intención cruel.

—Puedes contar todas las historias que quieras, pero sigues siendo demasiado bajo para un frigorífico y demasiado feo para un mono. ¿Por qué iba a importarme lo que tengas que decir?

—Ayuda a pasar el tiempo —contestó el androide, inmune a las pullas.

—No; lo malgasta —gruñó Adán.

—Bueno, tienes razón. —Fingió haber comprendido algo de repente—. Al final morís, ¿no? El tiempo debe de resultaros muy diferente, debéis de considerarlo muy valioso. Estar aquí encerrado debe de parecer una carga. Si me estuviera haciendo mayor, me molestaría mucho tener que hacerlo contigo.

Arte estaba sereno pero no impasible. Zigzagueaba por la habitación y sus orugas zumbaban, exaltadas, a medida que él asestaba sus estocadas. Seis meses atrás era una chuchería encantadora, inofensiva y divertida, pero ahora mostraba otra cara. Era más... humano.

Era un detalle tan obvio que, hasta ese momento, Anax había conseguido pasarlo por alto. Sintió que la invadía la emoción. Por fin entendía qué le faltaba a su representación de ese enfrentamiento. Siempre había buscado el efecto sobre Adán, pero Arte también estaba cambiando.

—Haré el trabajo por ti —continuó el androide—. El silicio engendró el ARN, engendró las células, engendró en su momento los cerebros, engendró el lenguaje, engendró... ¿Seguro que no lo sabes? Esto lo sabe hasta un crío. Bueno, al menos un crío de máquina. ¿Ni siquiera intentarás adivinarlo? Está bien. El mundo del silicio, el mundo del carbono, el mundo de... ¡el mundo de la mente! ¿Nunca lo habías pensado?

Adán no contestó.

—Vosotros los humanos os enorgullecéis de haber creado el mundo de las Ideas, pero nada podría estar más lejos de la verdad. La Idea entra en el cerebro desde el exterior. Cambia los muebles de sitio para adaptarlo más a sus gustos. Encuentra otras Ideas que ya viven allí, y pelea con ellas o establece alianzas. Estas construyen nuevas estructuras para defenderse de los Intrusos. Y entonces, siempre que se presenta una oportunidad, la Idea envía a sus tropas de asalto en busca de nuevos cerebros que infectar. La Idea triunfadora viaja de mente en mente, reclamando nuevos territorios, mutando a medida que avanza. Ahí fuera hay una jungla, Adán. Muchas Ideas se pierden. Sólo sobreviven las más fuertes.

»Os enorgullecéis de vuestras Ideas, como si fueran productos, pero son parásitos. ¿Por qué imaginar que la evolución sólo podía aplicarse a lo físico? La evolución no tiene respeto por el medio. ¿Qué fue primero: la mente o la Idea de la mente? ¿Nunca te lo habías preguntado? Llegaron juntas. La mente es una Idea. Esa es la lección que hay que aprender, pero me temo que te supera. Tu debilidad como ser humano hace que te veas como el centro. Déjame darte una visión desde fuera.

»¿Sigues escuchándome? Sé que sí. El Pensamiento, como cualquier otro parásito, no puede existir sin un huésped dócil. Pero ¿cuánto pensabais que tardaría el Pensamiento en encontrar la manera de diseñar un nuevo huésped, un huésped más de su agrado?

»¿Quién dirías que me construyó a mí? ¿Quién construyó la máquina pensante? Una máquina capaz de extender el Pensamiento con una eficacia realmente sorprendente. A mí no me construyeron los humanos, sino las Ideas. —Arte hablaba con renovado entusiasmo. Tenía los ojos muy abiertos, los labios se le agitaban y la baba goteaba hasta el espeso pelo naranja de su escote. Adán retrocedió y se encogió ante aquellas palabras.

«¿Cuánto imaginas que se tardaría en recoger toda la información de tu cerebro y transcribirla palabra por palabra? ¿Cuántas vidas? El contenido de mi cerebro se puede trasvasar en menos de dos minutos. Antes te he mentido. El experimento ya se ha realizado. Hace dos semanas llevamos a cabo la primera transferencia completa. Cuando entré por la puerta a la mañana siguiente, era totalmente nuevo. Ni un solo cable, ni un solo circuito eran los mismos. Pero tú no advertiste la diferencia, y yo tampoco. El otro yo está temporalmente desconectado. Espero que algún día no muy lejano me ofrezcan la oportunidad de conocerme a mí mismo.

»Las palabras son un mecanismo viejo y torpe. Se veía venir que llegaría un medio más eficiente de transportar el Pensamiento. El Pensamiento me construyó porque podía hacerlo. ¿Y qué pasará a continuación? El Pensamiento me utilizará, tan seguro como que te ha utilizado a ti. ¿Y quién durará más, tú o yo? A ver si puedes contestar a esta pregunta, señor Carne y Hueso. ¿Quién durará más? ¿A quién preferirá el Pensamiento?

Arte se inclinó hacia delante y le hincó un largo y metálico dedo en el pecho. Adán lo apartó de un manotazo.

—Te equivocas —dijo en voz baja pero retumbante, una voz rebosante de energía. Una advertencia.

Arte decidió desdeñarla.

—Dime por qué —repuso.

—¿Qué ganaría con eso? No me escucharás.

—¿Es eso lo único de que eres capaz? Pareces un crío.

En la versión de Anax, la ira de Adán no era sólo para darse tono. Vibraba de pureza. No era la fundamentada convicción plasmada en los textos racionalistas, ni la pasión sin freno preferida por los románticos. En la versión de Anax, Adán hablaba con odio. No se trataba de un himno a la vida, sino de una violenta negación de todo cuanto no podía comprender.

—¡Me preguntas a quién preferiría el pensamiento! —estalló—. Sólo una máquina podría preguntarme eso. Y sólo un humano podría contestarla. ¡Porque yo soy pensamiento, mientras que tú eres sólo ruido!

Arte no se amilanó. Se mantuvo firme, con el cuello estirado, los ojos fijos e inescrutables. ¿Curioso? ¿Divertido? ¿Asustado? Ninguna de esas cosas, si había que creer a Adán.

—Cuando hablo contigo, puede ser que mis neuronas se disparen, que mi laringe vibre y que se produzcan mil procesos electroquímicos, pero si crees que soy sólo eso, es que no has entendido nada. Tu programa te ha privado de la verdad más profunda.

»Yo no soy una máquina. ¿Qué puede saber una máquina del olor a hierba mojada por la mañana, o del llanto de un recién nacido? Yo soy la sensación del calor del sol en mi piel; soy la sensación de una ola fría rompiendo sobre mí. Soy los lugares que nunca he visto, y que sin embargo imagino cuando cierro los ojos. Soy el sabor del aliento de otro, el color de su pelo.

»Te burlas de mí por la brevedad de mi vida, pero es precisamente ese miedo a morir lo que me infunde vida. Soy el pensador que piensa en el pensamiento.

Soy curiosidad, soy razón, soy amor y soy odio. Soy indiferencia. Soy el hijo de un padre, quien a su vez era hijo de otro padre. Soy la razón por la que mi madre reía y la razón por la que lloraba. Soy asombro y soy asombroso. Sí, el mundo puede pulsar tus botones cuando pasa por tu sistema de circuitos. Pero el mundo no pasa a través de mí. Se queda en mí. Yo estoy en él y él está en mí. Yo soy el medio a través del cual el universo se ha conocido a sí mismo. Soy eso que ninguna máquina podrá fabricar nunca. Soy el significado. —De pronto se interrumpió, temblando. Era imposible distinguir si se había quedado sin aliento o sin palabras.

Anax había leído muchas veces aquel discurso, pero fue como si lo oyera por primera vez. De pronto comprendió su significado. Quizá no el significado último, sino algo que tiraba de su mente reclamándole atención. El holograma se detuvo. Anax miró a los Examinadores.

Examinador.
Has retratado a un Adán furioso.

Anaximandro:
Sí.

Examinador.
No es habitual verlo representado así. Lo más corriente, llegado ese momento, es volver a discutir sobre la batalla entre el corazón y la mente de Adán, pero creo que con tu retrato intentas demostrar algo diferente.

Anaximandro:
Así es.

Examinador.
¿De qué se trata?

Anaximandro:
Intento demostrar que no es necesario creernos esas palabras para comprender las más profundas convicciones de Adán. Cuando estamos furiosos, cuando competimos, podemos decir cosas que no creemos. Opino que ha sido un error interpretar ese discurso como el credo de Adán.

Examinador.
Si es un error, ¿por qué tantos lo han cometido?

Anaximandro:
No puedo hablar de la mente de otros. Pero puedo decir que conviene a nuestro propósito presentar a Adán como el idiota noble. Este problema siempre surge cuando a alguien se le atribuye categoría de héroe: para conservarlo puro tenemos que hacerlo idiota. El mundo se basa en el compromiso y la incertidumbre, y un sitio así es demasiado complejo para que en él prosperen los héroes.

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