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Authors: Jorge Magano

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

Fabuland (12 page)

BOOK: Fabuland
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—¿Una misión especial, dices? —exclamó el vigilante cuando Xivirín le comentó que Kreesor pensaba enviar a algunos de ellos a Jungla Canalla.

—Especial y muy importante. Cuando tus compañeros regresen de Akabba, Kreesor seleccionará a algunos de vosotros para recuperar el duodécimo huevo áureo y secuestrar a un perrito lingüista llamado Imi que vive en Leuret Nogara.

Al oír aquello, la cara del tuétano, espantosa de por sí, modificó sus facciones para hacerlas aún más terribles. No lo consiguió.

—¿Recuperar un huevo y secuestrar un perrito? ¿Me lo estás diciendo en serio? ¡Nosotros, el ejército de feroces y temidos guerreros tuétanos en busca de un huevo y un chucho! ¿Qué es lo que pretende Kreesor? ¿Matarnos de ridículo?

—Yo de ti no protestaría —le aconsejó Xivirín—. Sé que suena extraño, pero es vital para la Hermandad que se cumplan esos dos objetivos. Y no te quejes, que tú al menos desempeñas el cargo para el que fuiste contratado. Mírame a mí. Se supone que soy un aprendiz de mago. Me ofrecí para el puesto pensando que podría aprender conjuros, lanzar hechizos y todas esas cosas, y sin embargo no soy más que un secretario que además tiene que soportar los berrinches de Kreesor cuando recibe noticias que no le gustan. Y te aseguro que eso pasa con bastante frecuencia. De haber sabido que…

Se interrumpió al darse cuenta de que el tuétano no le escuchaba, sino que estaba concentrado en un punto luminoso que oscilaba sobre las olas en la lejanía, más allá de la masa de niebla. En menos de un minuto, el punto se convirtió en un barco con las velas arriadas que se dirigía a la ensenada del lado norte.

—¿Son ellos? —preguntó Xivirín.

—¿Los de Akabba? No. ¡Por mis tendones! O mucho me equivoco o es la expedición de Isla Zombie.

Xivirín reprimió una exclamación de sorpresa. La expedición a Isla Zombie había sido enviada por Kreesor hacía varias semanas, antes de que él entrara a su servicio. Sólo la había oído mencionar una vez y, sinceramente, pensaba que aquellos desgraciados nunca volverían.

—Lo es —confirmó el tuétano mirando la cubierta de la nave a través de un catalejo. Un par de tuétanos bailaban de alegría cerca de la proa, señal de que habían cumplido su peligrosa misión. Uno de ellos, que llevaba un casco en forma de caracol, levantó la mano y saludó al vigía—. ¡El general Bígaro ha regresado! Hoy no todo serán malas noticias para Kreesor.

—¿Cuál era la misión que se les había encargado? —preguntó Xivirín.

—Es alto secreto, muchacho. Pero Kreesor estará contento. Haz el favor de ir a avisarle. Presiento que esta noche habrá fiesta en Isla Neblina.

Minutos después, Kreesor en persona recibía en el muelle al valiente general Bígaro y a sus marineros, que hacía tanto tiempo habían partido en una peligrosísima misión para localizar un ingrediente esencial para los planes de la Hermandad. Se abrió una escotilla y dos guardias empujaron al exterior a un hombre en estado lastimoso. Era flaco como un palo y su cuerpo bronceado sólo iba cubierto por un taparrabos de piel de jaguar. Tenía las mejillas hundidas, los ojos colorados y un tocado con plumas encima de la cabeza.

Kreesor se acercó a recibir al hombre, que lo miraba sin rastro de miedo ni de ningún otro sentimiento. Era como si no lo mirara, aunque no le quitaba los ojos de encima.

—Así que tengo ante mí al famoso chamán de Isla Zombie —el hombre no contestó, pero Kreesor tampoco esperaba que lo hiciera—. Llevadlo al calabozo. Luego tendré tiempo de intercambiar información con él.

Cuando los dos guardias se llevaron a aquel despojo humano, el general Bígaro bajó a la bodega del barco y ayudado por dos marineros puso ante los pies de Kreesor un baúl de tamaño mediano. Cuando el mago lo abrió y contempló su contenido, una sonrisa se dibujó en su peludo rostro.

—Lo has conseguido, valiente. Quedan sólo cuatro días para la llegada de Un-Anul, el tiempo justo para preparar el ritual. Tantas semanas de penurias y navegación habrán mermado vuestras fuerzas, pero ha merecido la pena y el ingrediente secreto se encuentra por fin en nuestro poder. ¡Por la gloria de Gelfin el brujo, esta vez nada nos detendrá!

Una ola de gran tamaño impacto contra los acantilados de Isla Neblina dispersando momentáneamente la niebla, que en cuestión de segundos volvió a condensarse. Aquél había sido un gran día para la Hermandad de los Magos Hirsutos y los planes de Kreesor.

Su buen presentimiento al fin se había cumplido.

Capítulo 10

Con Oguba reducida al tamaño de un guisante y bien protegida entre las pertenencias de Rob, la siguiente etapa del viaje transcurrió sin sobresaltos. Atrás quedaba la posada del Palantir, y la marcha les conducía ahora hacia la desconocida comarca de la Noche Caprichosa. Haba la Rana había sido aceptada en el equipo y aunque a Naj aún le fastidiaba la idea de tener que compartir la gloria con ella, sabía que tenerla cerca les podría solucionar muchos problemas. Tuvieron ocasión de comprobarlo cuando, al poco de abandonar la posada, encontraron en su camino un enorme montón de paja que les impedía el paso. Con un movimiento de dedos, Haba convirtió el gigantesco montón en un ovillo que pudieron salvar sin dificultad pasando por encima.

—Es todo lo que sé hacer —confesó algo avergonzada—. Encoger cosas y hablar con los muertos, aparte de unos cuantos trucos estúpidos. No tuve tiempo de aprender mucho más antes de que me convirtieran en una rana roja y me expulsaran de la escuela.

—Para nosotros es más que suficiente —la animó Rob—. De no haber sido por ti, ese wyvern se habría llevado a Oguba. Por cierto, ¿cómo pudo el wyvern atraparla? Se supone que es una cerda fantasma.

—Oh amigo, esa creencia de que los fantasmas son inmateriales es un bulo. Hay mucha desinformación en ese campo. Un fantasma tiene materia. Materia ectoplásmica, pero materia al fin y al cabo. Todos esos que atraviesan paredes lo hacen por dos motivos: Uno, porque quieren. Y dos, porque no están realmente ahí.

—¿Qué no están ahí?

—Los fantasmas pueden seguir en su mundo ultraterrenal y mostrarse en éste, con lo cual nosotros los vemos como si fueran hologramas o algo parecido —explicó Haba—. Willie Mojama y Oguba están aquí, en este mundo. Por eso, aunque transparentes, parecen tan… tocables. Y de hecho lo son.

El montón de paja convertido ahora en unas pequeñas hebras delimitaba una zona repleta de granjas que Rob identificó enseguida en el mapa. Pasaron junto a terrenos cercados desde los cuales les contemplaban caballos, vacas, cerdos y toda clase de animales domésticos, algunos de los cuales les saludaban al pasar. Un granjero amistoso les invitó a tomar un té y de paso quiso venderles un par de esqueléticos carneros, pero ellos rechazaron la oferta y continuaron su viaje. El sol parecía un huevo frito en lo más alto del cielo cuando llegaron a un bosquecillo de abedules cuya sombra agradecieron en silencio. Mientras Naj se entretenía recogiendo un corro de setas de cardo, Rob se acercó a Haba, ansioso por saber lo que había averiguado en el mundo de los muertos acerca del caballero Patrick de Direte.

—Buenas y malas noticias, amigo. Las buenas son que husmeé un poco por ahí y me enteré de todo. El caballero Patrick de Direte era un guerrero norman. Y digo era porque murió hace apenas setenta y dos horas en una feroz batalla contra los tuétanos en la ciudad fronteriza de Akabba. Ésa es la mala noticia.

Rob tragó saliva al escuchar la palabra «tuétanos». Se creía que la Liga de los Cuatro Reinos había acabado con esa casta de terroríficos guerreros que ofrecían sus servicios al mejor postor. Después de la batalla de Skatgan, en la que el ejército ni mando del noble caballero Dandy Box salió claramente victorioso, los tuétanos se dispersaron por Fabuland y no volvieron a llevar a cabo acciones bélicas conjuntas. Sin embargo, desde que la Hermandad de los Magos Hirsutos empezó a hacerse poderosa, los tuétanos parecían haber recobrado protagonismo y no eran pocos los que pensaban que se encontraban a las órdenes del mismísimo Kreesor.

La noticia de que el caballero había muerto en combate conmocionó a Rob de tal modo que se vio obligado a escribir a la princesa Sidior Bam para comunicarle la mala nueva. Aunque no era posible enviar mensajes a seres de Fabuland con los que no se hubiera contactado previamente, Rob sabía de la existencia de la princesa a través del armadillo, de modo que la comunicación entre ellos era posible. De alguna manera, Rob se sentía implicado en aquella historia, y más ahora que gracias a Haba se había enterado de que el caballero Patrick de Direte había sido un guerrero norman. Justo lo que a él le hubiera gustado ser.

Acababan de reemprender la marcha cuando un armadillo mensajero rodó hacia Rob y le entregó su tubo. El pliego de papel voló, cayó sobre él y se dispersó en una lluvia de estrellas. Y allí estaba ella. Tan hermosa y melancólica como la primera vez que la vio.

Remitente
: Princesa Sidior Bam

Destinatario
: Rob McBride

Asunto
: Re: Re: Ayuda

Estimado Rob McBride. Gracias por molestarte en transmitirme tan malas noticias. Lamento profundamente la muerte del caballero Patrick de Direte, que espero no fuera en vano. Ahora tengo más claro que nunca que el destino de una princesa cautiva no puede ser otro que el que le da nombre. Vine a este mundo pensando que todo sería distinto, pero me he dado cuenta de que quien intenta huir de su prisión sólo consigue que su prisión le persiga con más ímpetu. Agradezco tus noticias, Rob McBride, aunque hayan contribuido a marchitar aún más este pobre y desesperado corazón. Deseo que seas feliz, ya que yo no puedo serlo.

Kevin paseaba de la mano de Martha por Frog Island, disfrutando de las miradas de envidia que le echaban algunos chicos de su edad. El sol brillaba sobre los álamos y la temperatura superaba los veinticuatro grados, haciendo del paseo una experiencia paradisiaca. Kevin era feliz, y a juzgar por la sonrisa de Martha ella también lo era. A su alrededor parecía haber una burbuja de dicha más allá de la cual no existía nada. De pronto la burbuja explotó y alguien gritó cerca del lago. Al principio pensaron que era un niño ahogándose, pero cuando llegaron allí descubrieron que se trataba de una chica, más o menos de su edad. Vestía un anticuado vestido blanco y un gorro en forma de cucurucho del que caía un velo translúcido. Los bajos del vestido se enredaban en su cuerpo mientras ella gritaba y manoteaba desesperada, alejándose cada vez más de la orilla.

Kevin no se lo pensó. Se quitó los zapatos con los talones y se arrojó al lago.

—¡Socorro! —gritaba la muchacha. Al acercarse a ella nadando, Kevin quedó hechizado por el color de sus ojos, parecido al de la plata—. No sé nadar. ¡Ayuda, por favor!

Cuando estuvo junto a ella, Kevin la tomó entre sus brazos y se volvió hacia la orilla en busca de Martha, pero no pudo verla. Entonces algo brotó de las profundidades del lago. Un monstruo enorme, de color rojo, con ojos saltones y una gran boca de la que salía una lengua larga y pegajosa.

—¡Haba! —gritó Kevin horrorizado al ver cómo la rana se acercaba a ellos con la intención de tragárselos. Volvió a buscar a Martha, pero ésta había desaparecido. La negrura de la boca que lo engullía se hizo más oscura.

Fue el sonido del móvil lo que arrancó a Kevin de su pesadilla. Alargó la mano, lo cogió y miró la pantalla, esperando que fuera Martha. Pero no.

—¿Cómo está el chico más guapo de todo Michigan? —gritó una voz cantarina sobre un ruido de motores.

Kevin estaba tan impactado por el sueño que tardó varios segundos en darse cuenta de que «el chico más guapo de todo Michigan» era él.

—Hola, mamá.

—¿Estabas acostado, dormiloncete? Mira que ya no son horas, ¿eh?

—Estuve estudiando hasta tarde —mintió mientras sus ojos se posaban en los Doce cuentos peregrinos—. ¿Dónde estás? Hay mucho ruido.

—En una gasolinera cerca de Denver. Venimos de una convención del Club de Amigos de las Motos. Mick te envía recuerdos.

A Kevin no le fue difícil imaginar a su madre, con sus cuarenta y cinco espléndidos años camuflados bajo una capa de maquillaje adolescente, un tinte rubio y una minifalda negra con botas a juego, mientras el macarra de Mick, con chupa de cuero, gafas negras y un cigarrillo colgando de los labios llenaba de gasolina el depósito de la Harley-Davidson. Entrañable.

—Esto es precioso, hijo. Algún día te traeremos, ¿verdad, Mick? Ahora seguimos hacia el Este. Pensamos ir hasta Illinois, pasar un par de días en Chicago y seguir hasta Detroit. Oh, Kevin. Si supieras lo que me acuerdo de ti, hijo… ¿Y tú estás bien? ¿Tu padre te ha dejado con alguien? Espero que sí.

—Ya tengo edad para no necesitar una canguro, mamá.

—Es verdad, es verdad, que mi niño ya es todo un hombrecito. ¿Qué tal todo? ¿Bien?

—Mañana operan a la abuela —dijo, aunque sabía que a su madre esa noticia, como todas las que no tuvieran que ver con ella misma y sus locas aventuras de madurez, le traería sin cuidado.

—Muy bien, muy bien. Oye cielo, Mick dice que tenemos que irnos. Cuídate mucho, ¿eh? Que sabes que te quiero con locura y te llevo siempre en el corazón.

«Pues cuidado con los baches», pensó Kevin antes de despedirse y dejar caer el teléfono sobre la cama. Aquellas llamadas de su madre le sacaban de quicio. Desde que dejó de ser la sufrida señora de Dexter para convertirse en Sally Alder, la mujer independiente y liberal que huyó de la deprimente vida doméstica con terapias alternativas y un motero de Nevada, se había vuelto insufrible. Kevin recordaba que cuando vivía en casa apenas le prestaba atención. Y ahora, a doscientos kilómetros por hora sobre el asfalto de la autopista, se las daba de madre perfecta y preocupadísima. No sabía qué era peor.

Desayunó ante el ordenador, chateó un rato con Chema y, tras establecer que la siguiente conexión a Fabuland tendría lugar a las 19:00 (Chema no solía volver al apartamento hasta esa hora, la una de la madrugada en su país), decidió salir a dar un paseo al sol. La pesadilla que acababa de tener le había dejado impresionado y confundido. Era algo difícil de entender, pero se le había metido en la cabeza que Martha podría ser la princesa Sidior Bam. Todo coincidía. Rob y Naj habían encontrado el mensaje el mismo día que él había conocido a Martha en la biblioteca. Podía haberle mentido y llevar registrada desde entonces. Sabía que ella no iba a reconocerlo, por lo que preguntárselo sería inútil. Antes de salir de casa, cogió el libro de García Márquez y se lo puso bajo el brazo. A lo mejor así se le pegaba algo de vocabulario.

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