Authors: Douglas Niles
——Quisiera saber algo más de la traición a Cordell —dijo al cabo—. Sin duda, es algo que preparasteis con mucha anticipación.
——Durante más de diez años —respondió Darién, con sonrisa gatuna—. Deseaba encontrar un camino para propiciar el regreso de mi gente; un medio que nos acercara otra vez a nuestra vieja meta. En la legión encontré el vehículo perfecto; en Cordell, la herramienta más adecuada.
——¿Toda esta expedición, el cruce del océano, la conquista de Payit, la marcha contra Nexal...? —preguntó Halloran, horrorizado—. ¿Todo esto ha sido idea vuestra?
——¡Sí! A lo largo de generaciones de vidas humanas, hemos luchado por conseguir el dominio de esta tierra. Con el culto de la Mano Viperina, conseguimos organizar y controlar a miles de personas; ¡los humanos marcados con la señal de la serpiente, dirigidos por nosotros, los Muy Ancianos, a través de los sacerdotes de Zaltec! —La hechicera soltó la carcajada, pero su risa tenía un sonido hueco, desprovisto de humor.
Halloran no podía ver a sus compañeros. No se dio cuenta, pues, de que Shatil contemplaba horrorizado a la maga, que acababa de describir su religión como una vulgar herramienta al servicio de estos seres espantosos. El clérigo se balanceaba sobre sus pies como un borracho, mientras tenía la sensación de que el mundo se caía en pedazos.
——Pero necesitábamos un enemigo —añadió Darién—, una fuerza que sirviera de objetivo al odio, para unir a toda Maztica en apoyo del culto. La Legión Dorada resultó ser el enemigo ideal.
Chitikas
permanecía inmóvil entre los restos helados de sus alas. El suave subir y bajar de sus flancos al respirar era la única señal de que la serpiente emplumada continuaba viva.
——Voy a reunirme con mi marido —anunció Erixitl, y se adelantó para arrodillarse junto a Halloran. Los arqueros se dispusieron a disparar, pero Hal dirigió una mirada furiosa a Darién, y ésta los contuvo con un gesto.
Ninguno de los elfos oscuros se fijó en Shatil, que desenroscaba la piel
hishna
envuelta en su muñeca. La mirada del sacerdote no se apartaba de la hechicera albina. Únicamente Poshtli, situado en la retaguardia, advirtió el movimiento. Con mucha discreción, se apartó, listo para entrar en acción.
Con un movimiento sorpresivo, Shatil lanzó la piel de víbora contra Darién.
——¡Por Zaltec, atrápala! —gritó y, sin perder un segundo, corrió detrás del objeto mágico.
La piel de víbora se estiró y retorció en el aire, para convertirse en una red similar a una tela de araña. Darién se apartó a toda prisa, pero el
hishna
la siguió. Tocó uno de sus brazos y, al instante, como un manojo de tentáculos encantados, se envolvió al cuerpo de la hechicera y la arrastró al suelo, donde la mantuvo inmóvil.
En aquel mismo momento, Poshtli salió de las sombras y atacó. Los drows dispararon sus flechas, y muchas de las saetas de punta negra atravesaron el cuerpo del sacerdote de Zaltec, que se sacudió como un pelele y cayó a tierra. Una de las flechas se clavó en el hombro de Poshtli, mientras que unas cuantas fueron a dar contra las paredes de la cueva.
Entonces, el Antepasado abandonó su trono. Levantó una mano y echó a andar hacia Halloran y Erix.
Desesperado, Hal dejó caer el libro en el borde del caldero y se incorporó de un salto. Se volvió hacia los arqueros a tiempo para ver cómo sacaban más flechas de sus aljabas y las colocaban en los arcos.
——
¡Kirisha! —
gritó, dirigiendo su hechizo de luz directamente al rostro de los Muy Ancianos. El intenso resplandor de la luz mágica iluminó hasta el último recoveco de la cueva.
Con gritos de dolor y angustia, muchos de los arqueros drows dejaron caer sus armas o se volvieron para no ver la luz que les quemaba los ojos. Un instante después, Halloran ya estaba entre ellos, y su espada se hundió sin piedad en los cuerpos que tenía a su alcance.
Poshtli siguió a su amigo y tumbó a un drow con su espada de acero, para después desviar el golpe de un segundo. El guerrero trastabilló, debilitado por las heridas de flechas recibidas unos segundos antes y en la terraza del palacio. Uno de los elfos oscuros advirtió su debilidad y, en el acto, se lanzó contra el nexala.
El sobrino de Naltecona intentó apartarse al tiempo que levantaba su arma para desviar el golpe. Sin embargo, esta vez nada pudo hacer contra la estocada del enemigo, que le arrebató la espada de las manos para después clavarse en su pecho. Con un gemido ahogado, Poshtli cayó de espaldas, bañado en sangre.
Erixitl se volvió hacia el Antepasado en el momento en que el drow decrépito rodeaba el enorme caldero, dispuesto a atacarla. El elfo sostenía en una mano lo que parecía ser una vara mágica, un bastón corto provisto de una contera que reproducía las garras abiertas de un dragón.
Sin moverse, la muchacha miró cómo el drow levantaba el bastón. Éste se encontraba más o menos a medio camino cuando un silbido agudo e insoportable resonó en la caverna, y una luz roja estalló en rayos diminutos en las garras de la vara. Cada uno de estos rayos se unió con los otros para formar una bola de energía roja que golpeó a Erixitl con una fuerza sorprendente.
El colgante de
pluma
se levantó, y la ráfaga de viento que la había protegido de la magia de Darién sopló alrededor de Erix. Pero el poder del ataque apartó esta protección, empujó a la muchacha hacia atrás y la tumbó de espaldas. La Capa de una Sola Pluma se hinchó debajo de ella.
Erixitl, incapaz de moverse, gimió de dolor, mientras el Antepasado daba otro paso y volvía a esgrimir el arma. Ya casi había rodeado el caldero y, en un par de segundos, estaría junto a ella. Halloran echó a correr hacia su esposa, sir saber qué hacer para defenderla. Escuchó la risa cruel del Antepasado, que anticipaba su triunfo.
Pero ni él ni el viejo drow contaban con la intervención de un tercero
Chitikas —
enrollada, inmóvil y, en apariencia, inconsciente durante toda la batalla— lanzó de pronto su ataque. El
coatl,
desprovisto de sus alas, se precipitó como una lanza hacia el Antepasado.
Los colmillos de la serpiente buscaron la garganta de su víctima, y el drow a duras penas consiguió desviar la cabeza de
Chitikas.
Por un instante, los contendientes trastabillaron el borde del caldero. En uno de sus movimientos, la cola del ofidio golpeó el libro de hechizos que Hal había dejado en el suelo. Darién, apresada en la red de
hishna,
soltó un grito desesperado al ver cómo el libro caía entre las llamas del Fuego Oscuro.
Hal llegó junto a Erixitl y se arrodilló para cogerla entre sus brazos. Desconsolada, la joven se estrechó contra el pecho de su marido, mientras contemplaba la pelea.
——
¡Chitikas!
—gritó.
En aquel momento, el
coatl
y el Antepasado, enzarzados en su batalla mortal, cayeron lentamente al interior del caldero.
Hoxitl hizo una pausa para disfrutar un poco más de este momento que tanto había deseado, exultante por la gloria de su triunfo. Tendido en el altar de sacrificio, el sacerdote del dios extranjero contemplaba con los ojos desorbitados la daga que pondría fin a su vida. Los labios del fraile estaban cubiertos de babas, la lengua colgaba fuera de la boca, y las venas de su cuello parecían a punto de estallar.
El patriarca de Zaltec lo miró burlón, y después, con un movimiento rápido y certero, hundió el puñal en el pecho del clérigo de Helm.
La daga se clavó en la carne y abrió una herida enorme, sin matar al fraile. Hoxitl metió la mano en el hueco en busca del corazón de Domincus, de la misma manera que en los millares de sacrificios realizados antes, para arrancarlo y ofrecerlo todavía palpitante a las fauces sangrientas del ídolo de Zaltec.
Pero esta vez, cuando su mano tocó la carne del fraile, los dos dioses se unieron con una fuerza infinitamente superior a los poderes mortales de Hoxitl.
En las alturas, a espaldas del patriarca e invisible entre la lluvia, aunque escuchado por todos, el Zatal entró en erupción.
De las crónicas de Coton:
Al fin los dioses convergen y, en su encuentro, destruyen el mundo.
En el templo de Qotal, percibo la unión de los poderes. Zaltec y Helm chocan cuando el clérigo de uno arranca el corazón del clérigo del otro. Este sacrificio cambiará para siempre la faz de esta tierra.
También Qotal, a través de su heraldo, el
coatl
, se encuentra con Zaltec en el momento en que
Chitikas
sacrifica su vida al Fuego Oscuro. Pero la serpiente emplumada es una comida que ni siquiera el hambriento Zaltec puede digerir.
Por debajo de ellos, pero ascendiendo velozmente, Lolth se consume en la pasión por su venganza y entra en este mundo a través del Fuego Oscuro, para castigar a sus niños díscolos, los drows.
Ahora ya no quedan más piezas en el tablero.
Gultec se alejó mucho de las selvas de Tulom—Itzi. Atravesó las tierras de los payitas, los kultakas y los pezelacas, en busca de su meta: Nexal.
Algunas veces caminaba con la forma humana, y aprovechaba la ocasión para conversar con las gentes de los pueblos que encontraba en su camino. Fue así que se enteró de su miedo. En todas partes, los pobladores expresaban su profunda preocupación y temor por los hechos que presentían como una gran catástrofe.
En otros momentos, volaba como un pájaro, o avanzaba con el paso elástico del jaguar; disfrutaba mucho adoptando la forma del poderoso felino. A lo largo del viaje, descubrió grandes valles en lugares que creía tierras desiertas, y se sorprendió muchísimo al ver que en algunos había cultivos de maíz a punto de recolectar. Sabía que nadie podía haber plantado el cereal, porque estaban en el corazón de zonas muy alejadas de cualquier población humana. Sin embargo, no olvidó la abundancia de comida, suficiente para alimentar a varios miles de personas, mientras proseguía su avance a través de Maztica.
Por fin, tras muchos días de marcha, el Caballero Jaguar llegó a las orillas de los lagos de Nexal.
Y allí pudo ver la fuente del terror del Mundo Verdadero.
Halloran sintió los brazos de Erixitl que lo abrazaban, y se sujetó a ella con todas sus fuerzas, dominado por el absoluto terror. A su alrededor el mundo se desmoronaba, y el caos reinaba por doquier.
Ni por un momento se detuvo a pensar por qué no habían quedado reducidos a cenizas en el acto. Vio cómo el fuego en forma de roca líquida al rojo vivo crecía y estallaba como un globo inmenso, y creaba una ola que lo destruía todo. Pero la ola ígnea pasó a su alrededor, y Hal sólo era consciente de que tenía a Erix entre sus brazos, que estaban juntos, y que, al parecer, morirían unidos.
Cerró los ojos, en un intento de negar la pesadilla, pero no lo consiguió. Aún podía ver la marea de líquido rojo, el derrumbe de la cumbre de la enorme montaña a su alrededor. La lluvia penetró en la caverna, y al instante se vieron envueltos en un infierno de vapor y rocas que se quebraban al enfriarse bruscamente.
Poco a poco, los horrores de la escena comenzaron a disiparse, y Hal sólo sabía que tenía a la mujer amada contra su pecho. La amaba como a nadie más en el mundo, y deseaba poder calmar el temblor que estremecía el cuerpo de su esposa.
——¿Estás... vivo? —le preguntó Erix, al cabo de un rato. Por un momento, Hal se preguntó si la voz formaba parte de un sueño.
——No..., no lo sé —replicó, sinceramente—. Creo que sí, aunque no se cómo.
——Yo sí sé la razón —afirmó la muchacha con voz soñadora, apretando el rostro contra el cuello de Hal—. Es la voluntad de Qotal.
Halloran contempló el paisaje de llamas, rocas fundidas y gases asfixiantes. Por primera vez, se dio cuenta de que no habían permanecido inmóviles durante la erupción. Habían sido lanzados al aire por la fuerza de la explosión, y ahora flotaban suavemente protegidos por...
¿Qué los protegía? Advirtió que contemplaban el caos a través de lo que parecía una tela de araña. Al estudiarla con más atención, reconoció la trama de plumas que formaba un globo lo suficientemente grande para sostenerlos a los dos.
——Es mi capa —explicó Erix, como si hablara en sueños—. Es el regalo de Qotal y, por lo tanto, nos protege de los fuegos de Zaltec. —En efecto, la Capa de una Sola Pluma se había convertido en una crisálida que los mantenía a resguardo del cataclismo, sin impedirles ver toda la terrible devastación creada por los dioses.
——¿Es esto el dios... Zaltec? —preguntó Hal, señalando con un gesto el temporal de fuego.
——Sí, pero Zaltec no está solo. Desde estas alturas, lo puedo ver.
Mientras Erix hablaba, Hal notó que cada vez estaban más altos por encima de la explosión, encerrados en el globo de plumas, desde donde podían contemplar la destrucción de todo el valle de Nexal.
——Veo a Zaltec que se enfrenta a Helm en la lucha por el dominio, y cómo se amenazan con destruirse mutuamente. Pero todavía hay más: veo una presencia arácnida, el dios oscuro de los Muy Ancianos.
——¡Lolth! —gritó Halloran—. ¡La reina araña de las tinieblas! ¿También la puedes ver?
——Sí. Su furia ha sido la causa de la explosión de la montaña. Está enojada con sus hijos, los drows. La abandonaron en su interés por las recompensas terrenales, y abrazaron el culto de Zaltec.
Erix se volvió hacia Halloran, y la mirada de sus ojos parecía perderse en el infinito.
——¡Erixitl! ¿Qué ocurre? ¡Estás aquí, conmigo! —Hal le habló casi a gritos, y, poco a poco, la joven enfocó la mirada.
——Sí, lo sé —contestó. Después, permaneció en silencio durante mucho tiempo, mientras proseguían su viaje por el cielo.
La crisálida de
pluma
flotaba como una burbuja arrastrada por una suave brisa primaveral. Incluso a través de la oscuridad de la noche, podían ver la catástrofe. La corriente de lava penetraba en los lagos y creaba nubes de vapor enormes. No cesaba de llover, pero las gotas, oscuras y espesas como la sangre, parecían un castigo para aquellos que las soportaban.
Desde las alturas, fueron testigos de la fuga desesperada de miles de nexalas que intentaban salvarse de una muerte segura si permanecían en la ciudad. La calzada que, unas horas antes, había sido el escenario de la encarnizada batalla entre legionarios y nativos, aparecía abarrotada de gente despavorida. En un instante dado, pudieron ver cómo se levantaba en el lago una ola gigantesca que se abatió sobre la calzada, arrastrando en la embestida a todos lo que estaban allí.