Entre sombras (7 page)

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Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

BOOK: Entre sombras
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—¿Qué tema has elegido para el examen oral? —le preguntó a Millie.


Ma ville
. ¿Y tú?


Temps libre
. ¿Quieres que practiquemos después de comer?

—Vale. Me gusta tu nuevo corte de pelo.

Acacia sonrió aliviada. Aunque nunca habían llegado a pelearse abiertamente, la distancia que se había creado entre ellas desde el verano anterior había sido casi insalvable. Por suerte, Millie nunca había sido de las que guardaban rencor.

Incluso Robbie se esforzó en las últimas semanas. Tras cinco años interno en Burton, estaba listo para cambiar de aires y sus padres habían aceptado enviarlo a Kent para completar los dos años de bachillerato si lograba las calificaciones necesarias.

Acacia mantuvo una entrevista con la psicóloga del colegio y su tutor para hablar de sus planes para el curso siguiente. Lingüista natural, eligió cinco asignaturas para el primer año de bachillerato: literatura inglesa, francés, español, latín y música. Por primera vez en muchos meses, Acacia empezó a contemplar el futuro con renovada ilusión.

Una vez dejó de beber y tomar drogas y empezó a alimentarse de modo más equilibrado, Acacia notó que no solo comenzaba a recuperar las facultades que había perdido, sino que además estaban regresando con mayor fuerza. Lo descubrió por pura casualidad un día en que salió a cabalgar y encontró que Boo, el rojizo toro Hereford, se había escapado. Aunque por lo usual bastante manso, un toro suelto suponía todo un peligro y Acacia le pidió que regresara dentro del recinto vallado. A pesar de que le envió una cantidad mínima de energía, Boo no opuso resistencia alguna. La contempló un momento con sus grandes ojos oscuros, giró con lentitud su cabeza blanca y volvió a los pastos de los que no debía haber salido. Acacia encontró la parte de la valla que había sido derribada y avisó a su padre. La tenían que reparar antes de que al resto del rebaño le diera por salir a pasear y destrozar las cosechas de las granjas colindantes.

Esa noche, Acacia practicó alguno de los juegos mentales que le había enseñado Enstel cuando era niña, encendiendo y apagando las luces y moviendo pequeños objetos. Para su sorpresa, le resultaba incluso más fácil que entonces.

Enstel ocupaba a menudo sus pensamientos y cada día sentía su ausencia con dolorosa intensidad. Hacía mucho tiempo que había empezado a arrepentirse de haberlo repudiado. No había vuelto a percibir su presencia desde la noche en la que la salvó de los tres borrachos y la sospecha de que lo había perdido para siempre le angustiaba terriblemente.

8

Los exámenes concluyeron la última semana de junio y, aunque las notas no habrían de saberse hasta mediados de agosto, Acacia tenía la seguridad de haber hecho un buen trabajo. Millie organizó una fiesta en la que Mike acabó vomitando y Millie tuvo que acostarlo en la cama de su hermana pequeña. Aunque se sintió tentada, Acacia sabía que no era buena idea intentar hablar con James todavía. Habían corrido rumores de que iba a ir a otro colegio a terminar sus estudios y cuando Millie le dijo que al final había cambiado de idea y se iba a quedar en Burton, Acacia asintió con alivio.

Robbie le alcanzó una cerveza y le propuso un brindis.

—Por los nuevos comienzos.

—Por los nuevos comienzos —repitió Acacia con una sonrisa—. No va a ser lo mismo sin ti.

—Gracias, aunque no creo que tengas tiempo de notar mi ausencia. Dímelo otra vez, ¿qué vas a hacer este verano?

—Voy a estar tres semanas con mi familia recorriendo España y luego voy a ir a un campamento de griego y latín en Sussex. Creo que me gustaría estudiar Civilización Antigua en la universidad.

—Parece que todos tenemos grandes planes. Millie va a pasar el verano en Los Ángeles con su tía, James va a trabajar en un dispensario médico de Zimbawe y Mike se va al norte a jugar al rugby.

—¿Y qué vas a hacer tú?

—Ah, ya sabes —respondió con una sonrisa torcida—, vegetar y extrañarte.

Robbie se inclinó hacia ella.

—¿Crees que podríamos escaparnos al jardín un rato? —le susurró al oído—. ¿Por los viejos tiempos?

—¿Y arruinar mi vestido blanco en la hierba?

—Siempre te lo puedes quitar.

—Ah, buena idea… ¿Tienes condones?

—Siempre.

Algunas noches más tarde, Acacia entonó en su habitación la canción favorita de Enstel. A menudo en el pasado, en cuanto empezaba a cantar o a tocar el piano, no tardaba en notar la energía pulsátil de Enstel a su alrededor, incluso cuando no se materializaba. Esta vez no dio resultado.

—Pasado mañana volamos a España —dijo Acacia en voz baja—. ¿Recuerdas el viaje que hicimos con el colegio a Barcelona, lo mucho que te gustó Gaudí y la arquitectura modernista? ¿Querrás venir conmigo otra vez? Vamos a disfrutar de un montón de museos, playas, comida, sol y música. Mis padres me han prometido llevarme al sur. Veremos la Alhambra en Granada y la mezquita en Córdoba y sé que te encantarían.

Silencio.

—Te echo muchísimo de menos y siento tanto haber renegado de ti.

Acacia permaneció atenta por si percibía un cambio en la energía. Nada. Finalmente decidió acostarse, sujetando un viejo peluche contra el helado vacío que sentía en el pecho, los ojos anegados en lágrimas.

Si me oyes, ven a mí. Te perdono, mi amor, y espero que tú también puedas perdonarme
.

En algún momento debió quedarse dormida de puro agotamiento y, cuando despertó de madrugada, supo de inmediato que no se encontraba sola.

—¡Enstel! —exclamó incorporándose como un resorte.

La contemplaba en silencio, en pie junto a la ventana, su resplandor luminiscente vibrando más potente que nunca. Acacia lo miró, sobrecogida por su belleza angelical, y se dirigió hacia él sin apartar la mirada de su querido rostro.

La energía de Enstel se expandió hacia ella y cuando sonrió y abrió los brazos, Acacia se fundió en él con abandono. Envuelta en su esencia, sintió que su amor por ella, puro e incondicional, no conocía límites.

Cuando sus labios se encontraron y Enstel le transmitió una ráfaga de energía, la joven fue consciente por primera vez de que había compartido su energía con ella desde que era un bebé, no solo cuando le curaba los pequeños cortes y moraduras con un beso o una breve caricia, sino también cuando la acunaba en sus brazos cada noche. Había sido un proceso constante que la había fortalecido mucho más de lo que jamás habría imaginado. Supo que cuando Enstel canalizó energía en su interior de un modo casi indiscriminado tras su caída del roble actuó por pura desesperación, desconociendo cuál podría ser el resultado, guiado por su anhelo de reparar el daño. Jamás había tenido intención de alimentarse de ella y no lo habría hecho en cualquier otra circunstancia. Ese día ocurrió algo insólito para los dos. Absorber la energía de Acacia le provocó, por primera vez en lo que podía recordar de su larga existencia, tal sensación de éxtasis que solo el temor a dañarla fue más fuerte que su deseo y lo obligó a detenerse.

Acacia acarició su rostro, recordando el momento en que, bajo su insistencia, comenzaron a intercambiar energía de forma regular, cuando estaba llena de preguntas que él no podía responder.

—El placer de recibir tu energía es increíble, pero cuando tú absorbes la mía es todavía más intenso. Si tú no pararas, te la daría toda.

—También es así para mí —había murmurado Enstel pensativo—. Tengo que ejercer un enorme autocontrol, temeroso de tomar demasiado o de entregarte más de lo que puedes asimilar.

—¿Es así con los demás?

—En absoluto. Ellos no parecen siquiera darse cuenta de que estoy ahí y la sensación es muy distinta, simplemente placentera. No hay comparación posible.

—¿Por qué es diferente conmigo?

—No lo sé, mi amor.

Esa noche Acacia se sintió completa por primera vez en mucho tiempo, el oscuro pozo de su interior llenándose con su cálida luz. Se regocijaron amorosamente el uno en el otro y compartieron su energía, disfrutando de unas sensaciones que, aunque familiares, eran también nuevas y parecían mágicamente intensificadas. Acacia yació con la cabeza apoyada en su hombro, mientras jugaba con la mano. Al acercarla al pecho de Enstel, la sola intención de emitir energía parecía crear un inusitado campo iridiscente que iba al encuentro de Enstel y se fundía en él.

—¿Qué está ocurriendo? Es diferente ahora, ¿verdad?

—Somos más fuertes que antes.

—¿Por qué dices eso?

—Puedo sentirlo. Querida mía, ¿acaso no has notado que estamos conectados? El año pasado, cuando estabas tan disgustada con tus padres, conmigo y con el mundo, era casi incapaz de alimentarme y me encontraba tan débil que no podía ni materializarme. Verte sana y feliz es el único propósito de mi existencia. El contemplarte, impotente, en ese estado, destrozaba cada molécula de mi ser. La agonía de haberte perdido era atroz y apenas logré sobrevivir durante aquellos meses.

—¿Dónde has estado? —preguntó Acacia con voz apenas audible.

—Al principio me sentía tan abatido que solo tuve fuerzas para arrastrarme hasta el roble más cercano a la casa y fundirme en él. Hubo momentos en los que perdí la conciencia y solo el ocasional recuerdo de tu rostro o el sonido de tu risa conseguían traerme al presente.

—Oh, querido, sospecho que las drogas y el alcohol tuvieron algo que ver —murmuró Acacia con pesar—. Hice todo lo posible por anestesiar el dolor.

—Lo entiendo —respondió Enstel acariciándole los cabellos—, pero debes recordar que son sustancias que interfieren en nuestra energía, proporcionando sensaciones falsas y haciendo que nuestra vibración decrezca.

—Al cabo de un tiempo me di cuenta de que no eran el camino —reconoció la joven.

—Fue el deseo de protegerte lo que me impulsó a sobreponerme —continuó Enstel con voz suave—. Poco a poco, comencé a alimentarme hasta lograr reponerme casi por completo. Así fue como pude intervenir aquella noche en la que te encontraste en peligro. Después, el que dejaras de consumir drogas y alcohol también contribuyó a que me recuperara, pues al elevarse tu vibración, la mía también lo hizo.

—Cuando me has transmitido tu energía, he visto la profundidad de tu sufrimiento. Lo siento tanto.

—Los dos hemos aprendido de esta experiencia, ¿no es cierto? No habrá más secretos entre nosotros —le prometió Enstel.

—No podría soportar que nos volviéramos a separar.

El inicio de septiembre supuso el comienzo de una nueva etapa en la vida de Acacia. Aunque nunca volvería a ser la chica despreocupada de dos años atrás, al menos había recuperado cierto grado de ligereza y felicidad.

—¿Puedes creerte que ya estamos en bachillerato? —le preguntó Millie con sus claros ojos muy abiertos mientras se dirigían al centro de Tavistock.

Por primera vez en su vida escolar no tenían que llevar uniforme y ¿qué mejor excusa para salir de compras? Después de probarse ropa, zapatos, maquillaje y bisutería durante horas, se desplomaron en una cafetería rodeadas de montones de bolsas.

El tiempo era todavía bastante cálido y pidieron uno de los deliciosos cafés helados que se habían puesto de moda ese verano. Millie había regresado de Los Ángeles con un bronceado envidiable, la nariz cubierta de pecas y un piercing en el ombligo cuya existencia sus padres ignoraban.

—A Mike le encanta —comentó con una risita.

—Apenas lo he visto, ¿cómo está?

Mike se había dislocado el hombro jugando al rugby y lo debía tener inmovilizado durante cuatro semanas.

—Volviéndose loco y volviéndome loca a mí también —exclamó Millie—. Toda la energía que antes ponía en los entrenamientos ahora parece dirigirla hacia mi humilde persona. ¡Me tiene agotada!

Acacia se rió, contenta de haber recuperado la vieja amistad con Millie y poder conversar sobre chicos, fiestas y moda como cualquier adolescente.

—¿Qué tal tus nuevos profesores? —le preguntó—. ¿Te gustan?

—Mucho, aunque ya nos han cargado de trabajo para los próximos diez años. ¿Y a ti?

—Lo mismo. Para el lunes tengo que traducir dos páginas de
La Eneida
y aprender una lista de vocabulario que solo de verla te entran ganas de llorar.

—Todos los profesores creen que su asignatura es la única que importa, ¿verdad? No sé cómo puedes arreglártelas con tantos idiomas sin hacerte un lío.

—Además de la gramática y el idioma en sí, también estudiamos la literatura y la cultura del país, que es posiblemente lo que más me atrae.

—Se me hace un poco raro este curso, sin Robbie ni alguno de los otros chicos, y cada uno estudiando asignaturas diferentes. Vernos un rato a la hora de comer no es suficiente.

—Al menos tú compartes matemáticas y física con James. Yo solo coincido con vosotros en el coro.

—¿Qué tal están las cosas con él? Lo vi saludarte el otro día antes del ensayo.

—Un movimiento breve con la cabeza es lo único que obtengo estos días —respondió Acacia con pesar—, pero es mejor que nada. No se lo reprocho. Mi comportamiento con él fue abominable.

—Quizás solo necesita más tiempo. Sería genial que hicierais las paces. En cualquier caso, ¡me alegra tanto que hayas vuelto al coro! Tienes una voz fantástica… y ahora que Maude se ha marchado a la universidad, seguro que el reverendo Peters te da el puesto de solista.

—Umm, yo no estoy tan segura. El año pasado arruiné muchas cosas.

—Recuerda la cita de Alexander Pope: «Errar es humano; perdonar es divino». Mis padres siempre dicen que Dios no es un anciano con barba blanca sentado en una nube que se dedica a juzgarnos todo el día con el ceño fruncido. Y el reverendo Peters asegura que Dios está en nuestro interior y que, al estar creados a su imagen y semejanza, parte de nosotros es divina. Por eso Jesucristo dijo: «Vosotros sois dioses». Saca tus propias conclusiones.

Acacia le devolvió una mirada cargada de dudas y agradecimiento.

—Eres demasiado dura contigo misma —sentenció Millie mientras acababa su café.

9

Los días transcurrieron con rapidez y pronto llegaron los tonos rojizos y dorados del otoño. Acacia había vuelto a competir con el equipo de natación y estaba más ocupada que nunca. Todo parecía marchar bien y su relación con Enstel había alcanzado una nueva profundidad y significado.

Aunque seguía estudiando piano, en las últimas semanas se había enamorado de la guitarra. Su hora de clase semanal no podía satisfacer su impaciencia y practicaba durante horas en su habitación con Enstel como único público. Empezó a aprender por su cuenta, ayudándose de manuales y material didáctico encontrado en internet.

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