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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia-ficción, novela

En caída libre (22 page)

BOOK: En caída libre
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Silver deseaba de todo corazón que Leo lo estuviera? pasando mucho mejor que ella.

Se movió en el asiento durante la aceleración, cada vez más incómoda después de las primeras ocho horas de vuelo… Apoyó su mentón en el reposacabezas mullido para contemplar a la tripulación, en la cabina de la nave. Los otros cuadrúmanos estaban tan arropados y extenuados como ella. Solamente Ti parecía estar cómodo, con los pies adelante y recostado en su asiento en las fuerzas constantes de gravedad.

—Yo vi esa gran película —Siggy agitó las manos en forma entusiasmada—. Había una lucha a bordo. Los soldados usaban minas magnéticas para hacer agujeros en uno de los lados de la nave nodriza y así poder penetrar, —Emitió un grito extraño a modo de efectos especiales—. Los invasores corrían de un lado para otro. Volaban objetos en todas direcciones cuando se producía la explosión…

—Yo la vi —dijo Ti—.
Nido de muerte
, ¿no es así?

—Fuiste tú quien nos la trajiste —le recordó Silver.

—¿Sabías que tenía una segunda parte? —le dijo Ti a Siggy—.
La venganza del nido
.

—¡No! ¿En serio? ¿Piensas que…?

—Ante todo —dijo Silver—, nadie ha descubierto todavía ningún invasor inteligente, ni hostil ni no. En segundo lugar, no tenemos ninguna mina magnética, gracias a Dios. Y en tercer lugar, no creo que Ti quiera que se hagan tantos agujeros en el costado de su nave.

—Bueno, no —concedió Ti.

—Entraremos por la esclusa del aire —dijo Silver con firmeza—, que está diseñada para ese propósito.

Pienso que la tripulación de la nave estará bastante sorprendida cuando la pongamos en su cámara de salvamento y la lancemos, sin asustarla con ningún tipo de alboroto prematuro para que haga vaya a saber uno qué. Aunque el coronel Wayne en
Nido de muerte
llevó a sus tropas a la batalla con su grito rebelde por los intercomunicadores, no creo que los verdaderos soldados hagan eso. Seguramente interferiría con las comunicaciones. —Frunció el ceño a Siggy, para que obedeciera.

—Lo haremos a la manera de Leo —continuó Silver—, y les apuntaremos con los soldadores láser. No nos conocen, no sabrán si dispararemos o no. —¿Cómo iban a saber unos extraños lo que ella haría si ni ella misma lo sabía?—. Hablando de esto, ¿cómo sabemos qué nave… —hizo una pausa para encontrar la terminología adecuada— tendremos que separar del rebaño? Tendría que ser más fácil obtener un permiso para subir a bordo si Ti conociera bien a la tripulación. Por otra parte, también podría ser más difícil… —prosiguió, sin gustarle la idea—. En especial, si intentan contestar el ataque.

—Jon podría luchar contra ellos hasta que se sometieran —propuso Ti—. Para eso está aquí, después de todo.

El robusto Jon le echó una mirada de desprecio.

—Pensé que estaba aquí como respaldo del piloto de la nave. Luche usted con ellos, si quiere. Son sus amigos. Yo sólo tendré un soldador en Ja mano.

Ti carraspeó.

—Me gustaría capturar la nave D771, si está allí. Aunque no tendremos muchas alternativas. Posiblemente haya sólo un par de naves trabajando de este lado. Básicamente, capturaremos cualquier nave que haya venido de Orient IV, que haya bajado su carga y que todavía no haya comenzado a cargar los nuevos bultos. Eso nos proporcionará la huida más rápida. No hay mucho que planear. Sólo tenemos que hacerlo.

—El verdadero problema comenzará —dijo Silver— cuando se den cuenta de lo que pretendemos e intenten recuperar la nave.

Se hizo un silencio sombrío. Ni siquiera Siggy hizo sugerencias.

Leo encontró a Van Atta en el gimnasio, ejercitándose con vehemencia en la rueda, un mecanismo médico de tortura parecido a un estante invertido. Unas fajas de resortes empujaban al caminante hacia la superficie, contra la cual hacía presión con los pies durante una hora o más al día bajo prescripción. Era un ejercicio diseñado para reducir, si no detener, el desacondicionamiento del cuerpo y la larga desmineralización de los huesos de los habitantes de caída libre.

Por la expresión en el rostro de Van Atta, hoy estaba haciendo presión sobre la superficie con una considerable animosidad personal. La irritación cultivada era, por cierto, una manera de juntar la energía necesaria para llevar a cabo la tarea aburrida, pero necesaria. Después de pensárselo durante un momento, Leo decidió realizar un acercamiento casual y solapado. Se sacó el uniforme y lo sujetó a un gancho en la pared. Se quedó con la camiseta y los shorts rojos. Se acercó y se ajustó el cinturón y las fajas de la máquina desocupada junto a la de Van Atta.

—¿Han lubricado estos trastos con pegamento? —dijo, a la vez que se aferraba al manillar y hacía presión para que la superficie comenzara a moverse debajo de sus pies.

Van Atta giró la cabeza y se rió con cierta ironía.

—¿Qué sucede, Leo? ¿Minchenko, el minidictador médico, te ha ordenado un poco de venganza fisiológica?

—Sí, algo así… —por fin había comenzado a funcionar; sus piernas se flexionaban a un ritmo uniforme. Había faltado a muchas sesiones últimamente—. ¿Ya has hablado con él desde que ha llegado?

—Sí —Van Atta seguía haciendo presión con las piernas contra la máquina y un ruido furioso provenía de los engranajes.

—¿Ya le has dicho lo que sucedería con el Proyecto?

—Desafortunadamente, tuve que hacerlo. Pensaba dejarlo para lo último, con el resto. Minchenko probablemente sea el más arrogante de la Vieja Guardia de Cay. Nunca mantuvo en secreto su idea de que él debería haber sucedido a Cay como director del Proyecto, en lugar de traer a un extraño, como es mi caso. Si no hubieran programado que se jubilara en el término de un año, yo habría seguido los pasos necesarios para deshacerme de él antes de todo esto.

—¿Te hizo… alguna objeción?

—¿A qué te refieres? ¿A si gritó como un cerdo? Puedes apostar a que sí. Dijo algo como que yo era personalmente responsable por haber inventado la maldita gravedad artificial. Yo no necesito esa mierda. —La máquina de Van Atta protestó, haciendo eco de sus palabras.

—Si estuvo en el Proyecto desde un principio, supongo que los cuadrúmanos son prácticamente el trabajo de toda su vida —dijo Leo, con razón.

—Uhmm —asintió Van Atta—. Pero eso no le da derecho a declararse en huelga en un arranque de furia. Al fin y al cabo, incluso tú tuviste más sentido común. Si no da muestras de una actitud más cooperadora cuando tenga la oportunidad de calmarse y pensar lo inútil que es su postura, será más fácil ampliar la rotación de Curry y enviar a Minchenko abajo otra vez.

—Ah —Leo carraspeó. Esto no parecía el buen inicio que había esperado. Pero había tan poco tiempo…—. ¿Te dijo algo sobre Tony?

—¡Tony! —La máquina de Van Atta zumbó como un abejorro durante un momento—. Si no vuelvo a ver a ese individuo en toda mi vida, será demasiado pronto. No causó más que problemas, problemas y gastos.

—Yo, en cambio, estaba pensando en sacar un poco mas de provecho de él —dijo Leo, midiendo sus palabras—. Aunque no esté preparado físicamente para volver a cumplir con sus turnos en el exterior, tengo mucho trabajo de ordenador y de supervisión de tareas que podría delegarle, si estuviera aquí. Si pudiéramos hacerlo venir aquí.

—Tonterías —replicó Van Atta—. Sería mucho más fácil si se las delegaras a otro de tus cuadrúmanos al mando de grupos. Pramod, por ejemplo, o poner a cualquier otro cuadrúmano en su lugar. No me interesa quién. Para eso te di la autorización. Vamos a comenzar a hacer bajar a esos pequeños monstruitos dentro de dos semanas. No tiene ningún sentido que haga traer a uno de ellos, cuando, de todas maneras, Minchenko no lo va a dejar salir de la enfermería hasta entonces. Y eso fue lo que le dije. —Miró de lleno a Leo—. No quiero volver a oír una palabra más sobre Tony.

—Sí —dijo Leo. Maldición. Era obvio que tendría que haber apartado a Minchenko antes de que embarrara las aguas con Van Atta. No era sólo el ejercicio la razón por la que Van Atta estaba tan colorado. Leo se preguntó qué habría sido en realidad lo que había dicho Minchenko… Sin ninguna duda, habría sido un placer oírlo. Sin embargo, era un placer demasiado costoso para los cuadrúmanos. Leo intentó poner una expresión que Van Atta pudiera tomar como de comprensión y que ocultara la furia interior.

—¿Cómo anda el plan de rescate? —preguntó Van Atta, después de un instante.

—Ya está casi completo.

—¿De veras? —Van Atta dijo, con cierto entusiasmo—. Bien, por lo menos, ya es algo.

—Estarás sorprendido cuando veas hasta dónde se puede reciclar el Hábitat —Leo prometió, convencido de lo que decía—. Y también lo estará la compañía.

—¿Será pronto?

—Tan pronto como tengamos el conforme. Lo tengo todo programado como un juego de guerra. —Cerró los dientes para no revelar nada más—. ¿Sigues planeando el Gran Anuncio al resto del personal para mañana a las 13.00? —preguntó Leo, de pasada—. ¿En el módulo principal de conferencias? La verdad, me gustaría asistir. Tengo material visual para mostrar una vez que hayas terminado.

—No —dijo Van Atta.

—¿Qué? —exclamó Leo. No calculó bien un paso y los resortes le lastimaron la rodilla. Por suerte, la máquina estaba acolchada para estas situaciones fortuitas. Le costó volver a incorporarse.

—¿Te has hecho daño? —dijo Van Atta—. Estás gracioso…

—Estaré bien en un minuto. —Se incorporó. Los músculos de la pierna hacían presión contra la banda elástica, mientras recuperaba el aliento e intentaba encontrar una expresión de equilibrio entre el dolor y el pánico—. Pensé… que era así cómo ibas a dar a conocer la noticia. Creí que ibas a reunir a todos y comunicar los hechos de una vez.

—Después de Minchenko, estoy cansado de discutir todo esto —dijo Van Atta—. Le dije a Yei que lo hiciera. Ella puede llamarlos a su oficina en grupos pequeños y entregarles los programas de evacuación, individuales y por departamentos, al mismo tiempo. Con mucha más eficiencia.

Y entonces el hermoso plan de Leo y de Silver de deshacerse en forma pacífica de todos ellos, elaborado durante cuatro sesiones secretas, se iba por la borda. También se esfumaba la sugerencia solapada que intentaba convencer a Van Atta de que era idea suya la de reunir a todo el personal terrestre del Hábitat una sola vez y hacer su anuncio con un discurso que los persuadiera que los estaban salvando, no condenando…

Las órdenes programadas de separar el módulo de conferencias del Hábitat con sólo tocar un botón estaban preparadas. Las máscaras de emergencia para suministrar oxígeno a casi trescientas personas durante las próximas horas, durante las cuales se llevaría el módulo alrededor del planeta hasta la Estación de Transferencia, estaban cuidadosamente escondidas en el interior. La tripulación de las dos naves remolcadoras estaba preparada; las naves, con el combustible necesario y listas.

Había sido un tonto al desarrollar planes que dependían de la decisión de Van Atta sobre cualquier tema… De repente, Leo se sintió descompuesto.

Tendrían que utilizar el segundo plan. La emergencia que alguna vez habían discutido y descartado como demasiado arriesgada, en la que los resultados no eran potencialmente controlables. Desató los resortes con torpeza y los volvió a colocar en su lugar sobre el marco de la máquina.

—No has hecho la hora —dijo Van Atta.

—Creo que me he lastimado la rodilla —mintió Leo.

—No me sorprende. ¿Piensas que no sabía que habías estado faltando a tus sesiones de ejercicio? No intentes hacerle un juicio a GalacTech, porque podemos probar que se debe a una negligencia personal —dijo Van Atta con una sonrisa y siguió trabajando vigorosamente.

Leo se detuvo.

—A propósito, ¿sabías que los depósitos de Rodeo se equivocaron con una carga y enviaron al Hábitat cien toneladas de gasolina? Y nos echan la culpa a nosotros.

—¿Qué?

Cuando Leo se dio la vuelta, sintió la satisfacción de la venganza al oír que la máquina de Van Atta se detenía y que estaba desenganchándose tan rápido que los resortes golpearon a Van Atta.

—¡Ay! —gritó.

Pero Leo no se giró.

El doctor Curry saludó a Claire, cuando ella llegó a la enfermería para su cita.

—Ah, bien. Llegas justo a tiempo.

Claire miró a uno y otro lados del pasillo y sus ojos recorrieron la sala de tratamiento a la que la había llevado el doctor Curry.

—¿Dónde está el doctor Minchenko? Pensé que estaría aquí.

El doctor Curry se ruborizó levemente.

—El doctor Minchenko está en su dormitorio. No vendrá a trabajar.

—Pero yo quería hablar con él…

El doctor Curry carraspeó.

—¿Te dijeron, para qué era tu cita?

—No… Supuse que era para que me dieran más medicación para mis pechos.

—Ya veo.

Claire aguardó un instante, pero el doctor no le explicó nada más. Estaba muy ocupado disponiendo una bandeja de instrumentos, que comenzaba a colocar en un esterilizador. En ningún momento miró a Claire.

—Bien, no vas a sentir ningún dolor.

En otro momento, no habría hecho ninguna pregunta y se habría sometido dócilmente. Había pasado por miles de pruebas médicas, que habían comenzado mucho antes de salir como bebé del replicador uterino, el vientre artificial que la había gestado en una sección de la enfermería que ahora estaba cerrada. En otra ocasión, había sido otra persona, antes del desastre que le había sucedido a Tony. Durante el tiempo que sucedió a este incidente, estuvo a punto de no ser nadie. Ahora se sentía extraña, tenía miedo, como si temblara frente a un nuevo nacimiento. El primero había sido mecánico e indoloro, tal vez por eso no había podido afirmarse…

—¿Qué…? —comenzó a preguntar. Su voz era demasiado débil. Levantó la voz, que sonó fuerte, aun para sus propios oídos—. ¿Para qué es esta cita?

—Sólo un procedimiento abdominal local sin mucha importancia —dijo el doctor Curry, como de pasada—. No llevará mucho tiempo. Ni siquiera tienes que desvestirte. Sólo levántate la camisa y bájate un poco los shorts. Te prepararé. Tienes que quedarte inmóvil bajo la placa, por si caen una o dos gotas de sangre.

Usted no me va a inmovilizar

—¿Qué clase de procedimiento?

—No te dolerá y no te hará ningún daño. Ven aquí. —El doctor sonrió y cogió la placa, que estaba saliendo de la pared.

—¿Qué? —repitió Claire, sin moverse.

—No puedo explicártelo. Es una… prescripción. Lo siento. Tendrás que preguntarle al señor Van Atta o a la doctora Yei o a cualquier otro. Te diré algo, inmediatamente después te enviaré a ver a la doctora Yei y podrás hablar con ella. ¿Te parece bien? —El doctor apretó los labios. Su sonrisa se volvía cada vez más fija.

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