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Authors: Oscar Hernández

Tags: #Drama, #Romántico

El viaje de Marcos (17 page)

BOOK: El viaje de Marcos
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Mientras la abuela recogía la mesa, me duché y me vestí para salir.

—Ten cuidado, hijo —me dijo la abuela cuando bajé, vestido con un vaquero y la camisa verde que me regaló mi madre por mi cumpleaños. Me estaba acabando de peinar—. Y sobre todo, si ves a esos gamberros, aléjate de ellos. No les hables, ni los mires, ni nada. Cuanto más lejos, mejor.

—Claro, abuela. No te preocupes.

Me dio un beso en la mejilla.

—Estás muy guapo. Anda. —Abrió la puerta, me cogió la mano y me dio algo—, pásalo bien.

¡200 pesetas! ¡De entonces! Un pequeño tesoro que daba para una buena juerga con los amigos. Y eso era precisamente los que esperaba encontrar en la plaza. Y así fue.

El cielo se había despejado parcialmente y nos había revelado una luna creciente que adornaba una noche que nacía llena de ilusiones. Los chicos tomaban la primera cerveza de la noche rodeando la fuente, riendo y bromeando. Allá estaba Gus, con Carmen (muy acaramelados), Elena, Max y los demás. Pero de Álex, ni rastro.

Desde el primer momento noté a Elena distante, seria y algo desanimada. No quise darle importancia pero el hecho de que no me mirara y evitara hablarme me consumía por dentro.

Estuvimos un rato en la plaza y luego nos dirigimos hacia el
Don Quijote
. De nuevo el cielo se cubrió, y esta vez las nubes no eran densas y oscuras por ser de noche, sino por la amenaza que llevaban consigo, la amenaza de lluvia y truenos, la amenaza de una tormenta tan poderosa en la tierra, como en cielo.

Se levantó viento del nordeste que barrió de las calles las primeras hojas caídas aquel año. Gus me abrazó ofreciéndome un cigarro.

—¿Cómo está ese ánimo?

—Bien, hoy bien —respondí sorprendido—. ¿Cómo sabes…?

—La abuela me dijo que estabas pachucho. Como casi no nos hemos visto desde el otro día… —me recriminó—. Además, ya sabes que entre gemelos no hay secretos, ni dolor ni tristeza que no se comparta.

—Quisiera hablar contigo pero, bueno, mejor mañana.

—¿Pasa algo?

—No, creo que no. Bueno —vacilé—, Elena está rara conmigo y no sé qué es lo que le pasa.

—No te preocupes, ahora lo arreglo…

—¡No! Déjalo —protesté inútilmente.

—Calla y déjame hacer a mí. ¡Ah! Si ves a Álex dile que quiero hablar con él.

—¿Para qué?

—Sea lo que sea que pase entre vosotros dos, tú eres mi hermano y yo tengo que velar por ti y saber con quién andas.

Me reí. Esa era la típica frase de Gus. Él siempre quería protegerme y yo, por naturaleza más débil, o quizá más sensible, siempre protegido por el halo irresistible de mi gemelo de ojos verdes. Era fácil distinguirnos por la forma de comportarnos, aunque dice un refrán que de noche todos los gatos son pardos. Y yo extiendo ese dicho a los ojos.

Nino Bravo reinaba en las ondas cuando Elena se acercó a la barra.

—Hola Marcos —dijo tímidamente.

—Hola —rompí el hielo—, ¿quieres una cerveza?

—No, no. Yo, sólo quiero hablar contigo. Yo…

Le ayudé a pasar el mal trago.

—Vámonos fuera, estaremos más tranquilos.

Bebí un último trago de cerveza y, mientras Nino Bravo daba paso a los incombustibles Beatles, Elena y yo abandonamos el bar. Gus me guiñó un ojo y yo le sonreí dándole unas gracias que seguro captó.

Caminamos calle arriba, alejándonos de la zona de bares. Cogimos la calle Lope de Vega y nos sentamos en el umbral de una casa.

Durante un rato estuvimos callados. Se veía claramente que Elena luchaba consigo misma en su fuero interno. Quería decirme algo y no sabía cómo… Respeté su con fusión, su indecisión, pero ella sufría.

—Vamos… confía en mí…

—He hablado con Álex —me cortó mirándome a los ojos—. Esta tarde he estado en su casa y hemos hablado, largo y tendido —asentí—. Como antes, una de esas charlas íntimas que tanto me gustan.

—Y ¿qué te ha dicho? Sé que es eso lo que te está martirizando. Y hay algo que te hace estar hostil conmigo.

Retiró la mirada.

—Hemos hablado de ti —su voz se quebraba, rozaba la debilidad extrema—. Verás, Álex me ha confesado algo que no puedo callarme —su voz se desmoronaba, se ahogaba por momentos, la impotencia y la curiosidad me desbordaban—. Él me ha dicho, me ha dicho que… que él… bueno que él…

—¡¿Qué?!

—¡Que te quiere! —estalló en lágrimas—. ¡Que está enamorado de ti!

Se cubrió el rostro con ambas manos intentando ahogar el dolor de su llanto. Yo no supe reaccionar, ni la abracé, ni me moví… Sólo miré al infinito repitiendo aquellas palabras en mi mente.
Está enamorado de ti
… ¿De mí? No puede ser, no es posible que me quisiera. ¿A mí? Yo sólo soy un chico tímido de ciudad, un delgaducho pálido que no tiene mucho que decir, yo…

Volví al instante. Elena sollozaba. ¿Por qué? ¡Claro! ¡Qué tonto había sido! ¡Qué ciego!

—Elena —dije por fin haciendo ademán de abrazarla—, no llores. ¿No sabías que es homosexual?

—¿Tú sí? —reaccionó bruscamente.

—Bueno, sí. Me lo dijo el otro día. Pero no creas que no confía en ti, qué va. Eres su mejor amiga. Lo que pasa es que tuvo bronca con David y necesitaba hablar. Yo estaba a su lado…

—Claro, tú estabas a su lado… —repitió casi en un susurro.

—Y crees que por eso se ha enamorado de mí y no de ti como tú hubieras querido, ¿no?

Sus ojos se encendieron abriéndose como platos. Me miró de soslayo y guardó silencio. Había metido el dedo en la llaga.

—No…

—Tú lo amas, ¿verdad?

Elena me miró a los ojos. Al principio, seria, luego sonrió levemente mientras cerraba sus enormes ojos verdes. Por fin estalló en sollozos y me abrazó con fuerza.

—Con toda mi alma…

Aquellas palabras se me clavaron en el fondo del corazón. Oír a mi prima confesar su amor por la misma persona a la que yo amaba era algo turbador. Me sentí mal, muy mal, como una especie de usurpador. Juro que deseé, por un instante, que Álex la amase a ella en vez de a mí. Pero realmente me quería, a mí, sólo a mí. Aún no acababa de creerlo, de asimilarlo. Lo deseaba, había deseado oír eso más que nada en el mundo, incluso antes de ser consciente de mis propios sentimientos. Y ahora lo sabía: él me quería… Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

Al cabo de un rato regresamos al bar. Elena ya estaba más tranquila. Expresar los verdaderos sentimientos puede resultar complejo y emocionante. Ella había llorado mucho, y el fluir de sus lágrimas había ayudado al fluir de sus palabras, pero ninguna lágrima había sido capaz de apagar ni una chispa del amor tan inmenso que sentía. Además, el agua salada hace que las heridas escuezan.

Todos nos miraron al entrar, pero Elena supo disimular su dolor y unirse a las bromas que intercambiaban sus amigos.

Gus me miró y asintió con la mirada. Podía ver qué había pasado. Yo estaba algo confuso aún. Pedí un vaso de agua y me senté en el fondo del bar. Gus se acomodó a mi lado dejando a Carmen con los demás.

—He hablado con Carmen —dijo con tono de satisfacción—. Ha comprendido por fin que no me gustan los compromisos y ha prometido no exigirme nada, ni ahora, ni nunca.

—Qué bien, ¿no? —dije sin darle demasiada importancia.

—Bueno, las cosas, cuanto más claras, mejor. Es así de fácil. De otro modo ya lo estoy viendo —añadió acompañando su discurso de gestos y muecas—, lágrimas, gritos, escenitas de celos… Somos amigos; y nada más. Sólo que si nos apetece, nos lo montamos, y punto.

—Me alegro por ti. Si te diviertes y no haces daño a nadie… Todo claro, sí, mucho mejor…

Me miró con curiosidad. Gus había puesto mucho entusiasmo en decirme aquellas cosas, pretendía no sólo que lo apoyase, sino que compartiese su alegría, su satisfacción personal. Y yo en cambio había asentido a todo sin darle la más mínima importancia, igual que si me hubiera dicho que es mejor que haga sol a que llueva.

—Tú no estás bien. ¿Qué pasa? Me parece que voy a tener que hablar con Álex y decirle que con mi hermano no se juega.

—¡No! —reaccioné como si me hubieran pinchado con un cactus—. Gus, no se trata de él, no hables con él, no sabes qué pasa, déjame explicarte. —Respiré profundamente, le pedí con la mirada un poco de paciencia y atención—. En realidad sí se trata de él, pero no como crees —me miró confundido—. Verás —bajé un poco la voz—, he hablado con Elena y me ha dicho que Álex le confesó que… —dudé un instante— que me quiere.

Gus palideció. Apartó la mirada y se encendió un cigarro.

—¿No vas a decir nada?

—Bueno —sonrió fugazmente—, ¿qué puedo decir? No sé. ¿Y tú? ¿Qué dices tú?

—No sé, no estoy seguro de lo que estoy experimentando —sonreí ampliamente, la ilusión me desbordaba—. Me siento extraño, alegre, lleno de energía, lleno de vida; aunque a la vez siento una preocupación, un temor, un nudo en la boca del estómago que me inquieta mucho —sonreí y añadí entre dientes—: Estoy aterrado.

—Estás enamorado, hermanito —sentenció Gus mirando el pavimento.

No pude decir nada más. Álex atravesó el umbral. Estaba resplandeciente: vaqueros y camiseta roja. El pelo, todavía húmedo, peinado hacia atrás. Y como siempre, la mirada encendida y la sonrisa generosa para todos.

Durante un segundo todos se callaron y lo miraron, escrutándolo, observando a esa persona que de repente ya no era como los demás, ahora era «maricón»… Era la primera vez que aparecía en público desde la paliza, y todos conocían su secreto, los que no lo vieron, se enteraron enseguida, al fin y al cabo, Molinosviejos era un pueblo pequeño. Decidí ayudar a Alejandro una vez más. Y me acerqué a él, aunque antes de dar el primer paso, me detuvo la tensión del triángulo que se había formado involuntariamente: en una mesa, cerca de la puerta, Elena; en el fondo de bar, yo; y Álex, a mitad de camino, entre los dos, observado por los dos. Gus me miró, le correspondí y me levanté dirigiéndome hacia él.

—¡Hola! —saludó entusiasmado, alegrándose de verme.

—Vaya, no creía que fueras a venir. Estás estupendo, ya casi no se te notan los moretones. —Mi mente era un caos fraguado entre el qué decir y el qué no decir; qué era lo apropiado y qué me haría meter la pata—. ¡Tus heridas! —redundé estúpidamente—, han mejorado increíblemente (pero ¡¡¡qué estaba diciendo!!!).

—He tenido un gran enfermero. —Me guiñó un ojo y se volvió hacia los demás. Lo saludaron calurosamente y le invitaron a sentarse. Hubo quien tuvo sus reticencias pero Álex seguía siendo el mismo muchacho simpático de dos días atrás, sólo que, ahora, todos conocían un aspecto de él hasta entonces desconocido, así que, al final, el sentido común se impuso y todos lo acogieron. Elena sonrió tímidamente y sin querer, acabó sentada a su lado. Gus y yo nos unimos al grupo.

Manolo sacó una ronda de cervezas. Era su cumpleaños —dijo— y había que celebrarlo por cuenta de la casa. Subió el volumen de la radio y a ritmo de
Rock' r' Roll
, la sonrisa y la algarabía llenaron el local.

Un par de horas después, a primeras horas de la madrugada, Álex se levantó del sillón en el que había acabado tras ser la pareja de baile de Carmen durante una hora entera. Salsa, rock, sevillanas… daba igual. Carmen bailaba de todo y Alex cometió el error de ofrecerse como su pareja, ya que nadie, porque la conocían bien, se había ofrecido antes.

Álex se desembarazó de Carmen otra vez, ya que esta, insaciable en muchos aspectos, quería bailar otro tema. Gus se había negado y aunque la chica tiró de mi hermano con todas sus fuerzas, mi gemelo permaneció sentado y de brazos cruzados.

Unas risas más, bromas aquí y allá, y como no tuvimos noticias de los «Hijos del General» aquella noche (Manolo nos comentó que se habían ido al pueblo de al lado a martirizar a algún pobre diablo), la velada fue de lo más divertida.

—Bueno, chicos, yo me retiro. Ha sido una velada inolvidable —dijo Álex mientras se despedía haciendo una reverencia al estilo de la antigua nobleza—. Mañana hay mucho que hacer y el Sol nunca trasnocha.

—Adiós, Álex, buenas noches —dijeron los demás.

—No he acabado contigo todavía, recuérdalo —bromeó con mirada desafiante Carmen mientras Gus le mordía el cuello cual vampiro feroz.

No pude resistirme. Fue como si me hubiesen colocado un muelle que saltó en ese momento,'o como si una fuerza invencible tirase de mí; como si una voz me dijese
ahora o nunca

—Espera, Álex. Te acompaño a casa. Necesito un poco de aire fresco.

Álex sonrió y asintió. Elena me miró sin expresar nada, ni palabra, ni gesto, ni mirada, nada. Sus ojos ya no decían nada.

Los dejamos allá mientras Manolo servía otra ronda de cervezas y la música de Bob Dylan volvía a revolucionar la sala. Risas y jarana por doquier, ¿de qué otra forma podría pasar una noche de verano la juventud…?

Caminamos calle abajo observando los bares repletos de gente. Algunos bailaban, otros reían, otros se besaban, se abrazaban, bebían cervezas…

Enseguida llegamos a la plaza. El silencio dormía en la oscuridad. Instintivamente miré al cielo. Estaba totalmente cubierto por un manto negro que hacía que el cielo y la tierra estuvieran, aparentemente, más cerca. La lluvia que llevaba horas amenazando con caer, parecía que no iba a demorarse más.

—¿Adonde vamos? —le pregunté viendo que no dirigía sus pasos hacia su casa.

—¡Es verdad! Perdona. Es que voy a dormir en el molino. Necesito campo; he estado demasiado tiempo en casa y el cuerpo me pide campo, espacio, libertad.

—Bueno, te acompaño de todas formas.

—Pero no hay luz, y parece que va a haber tormenta. ¿Recuerdas la última vez?

—Me arriesgaré —dije sonriendo. Me miró y sin decir nada, continuó sus pasos.

Poco a poco salimos de Molinosviejos. Las pocas luces que alumbraban la noche manchega en aquel pueblo fueron quedando atrás; y nosotros, compartiendo los placeres del silencio, nos internamos en una extraña oscuridad.

El cielo bajo parecía hablar en susurros, en un idioma de truenos mudos que pronto querrían gritar. En la tierra, grillos y otros insectos interpretaban a la perfección la sintonía de la noche, la Nocturna de la Naturaleza. Los instrumentos de cuerda, ellos, diminutos insomnes; los de viento, los trigales, mecidos por un refrescante viento del norte; los de percusión, nuestros pasos, constantes, avanzando por el camino. Y nuestros corazones, latiendo más deprisa a cada paso.

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