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Authors: Oscar Hernández

Tags: #Drama, #Romántico

El viaje de Marcos

BOOK: El viaje de Marcos
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Marcos y Álex se conocieron veinticinco años atrás, en el transcurso de un verano de descubrimientos y revelaciones sobre su propia esencia. El primer amor es, a veces, el verdadero, el que no tiene límites ni muere con el tiempo. Aquel primer y único encuentro entre ellos en los campos de un pequeño pueblo de La Mancha cambiaría sus vidas para siempre. Irremediablemente. Pero de su encuentro no sólo nacerá el amor, también hará aflorar la muerte, el odio, la hipocresía, el rechazo: los fantasmas que caracterizaron a los últimos años del franquismo, unos tiempos difíciles, con sus tabúes, sus prohibiciones, pero con sus ardientes ansias de libertad también.

El viaje de Marcos
es un reencuentro con su pasado, con su hermano gemelo Gus, con su abuela Palmira y con todos los personajes que compartieron ese último verano importante de su vida. Marcos emprenderá un intenso viaje en tren hacia el sur, hacia Molinosviejos, en el transcurso del cual rememorará los hechos que provocaron su marcha de allí. Un viaje en busca del amor que no se extingue y de su propia identidad.

Pocas veces un libro puede hacer surgir tanto sentimiento y tanta emoción como este.

«Es conmovedora, se lee de un tirón y al final deja un gusto dulce y amargo. En estos tiempos desalmados se agradece un romanticismo tan ingenuo
.» Leopoldo Alas, El Mundo

«Un cautivador viaje al pasado en el que el amor, una vez más, se sitúa por encima de la vida. Absolutamente recomendable
.» Marcos Prau, Shangay

Oscar Hernández

El viaje de Marcos

ePUB v1.1

Polifemo7
22.09.12

Título original:
El viaje de Marcos

Oscar Hernández Campano, Diciembre de 2002.

Editor original: Polifemo7 (v1.0 a v1.1)

Corrección de erratas: psico_lobros (v1.1)

ePub base v2.0

Carta a los lectores, pasados, presentes, futuros…

Cuando en octubre de 1995 comencé a escribir la novela que se titularía
El viaje de Marcos
, no podía imaginar que nueve años después se publicaría su cuarta edición. Pero mucho menos podía imaginar que tras su primera publicación en diciembre de 2002, comenzaría a recibir cartas y correos electrónicos de multitud de lectores, chicos y chicas, que querían expresarme los sentimientos que habían tenido leyendo la novela.

Ahora que han pasado más de dos años desde su publicación, he querido aprovechar esta nueva edición para ser yo el que os escriba a todos vosotros unas líneas para daros las gracias.

Quisiera dar las gracias a todos aquellos que me han apoyado en este tiempo, desde que se concedió el IV Premio Odisea, pasando por la publicación de
Esclavos del destino
, hasta llegar a este libro que tenéis en las manos; gracias por toda la ayuda, las palabras de apoyo en los momentos de flaqueza y la sonrisa que siempre habéis tenido para mí.

Pero sobre todo os quiero dirigir estas líneas a vosotros, los lectores, los verdaderos protagonistas de la existencia de esta novela, de esta nueva edición. Gracias por las palabras que me habéis hecho llegar, por compartir conmigo los sentimientos que os despertó la novela, por los momentos de alegría, de rabia y de tristeza que os provocó su lectura, gracias por cada lágrima que resbaló o resbalará por vuestra mejilla, gracias por hacer de la lectura algo hermoso, humano; gracias en fin, por ser personas llenas de sentimientos.

Valencia, 15 de octubre de 2004

Oscar Hernández

[email protected]

Génesis

Mi Amiga Pili no cree en la casualidad, y todo, o casi todo, se lo achaca al destino y a los duendes. Debió de ser uno de estos el que se coló en mis sueños hace un tiempo. Yo dormía convaleciente de un accidente y escayolado a lo Tutankhamon, cuando desperté sobresaltado, colmado de un sentimiento intenso y maravilloso que me entrecortaba la respiración. Mientras recordaba imágenes, escenas, sonidos de aquel «sueño», me percaté de que lo que sentía era Amor. Aquel duende me regaló imágenes, rostros, paisajes y una canción: La Canción del Molino. Esta inspiró una historia hecha de retales de sueño, y la historia devino viaje
: El viaje de Marcos.
Quiero, por lo tanto, agradecer a aquel duende el regalo que me hizo en aquellos duros momentos
.

Deseo dar también las gracias a mis padres por llevarme a veranear al chalé de una amiga, en el siempre cálido y acogedor Mediterráneo. Las tardes tórridas de agosto me invitaban a protegerme del Sol en el jardín y allí, día tras día, acabé la novela. Gracias papá y mamá
.

También quiero agradecer su confianza y su apoyo
al mio fratello
del
Bel Paese.
Emi, Italia vio volar las palabras en tu compañía
, grazie…

Gracias también a ti, Iñigo Lamarca, pues este viaje, esta canción, esta novela dormía en un cajón hasta que la confianza que te tengo te la prestó y tú me animaste a dejarla despertar, a dejarla leer
… Eskerrik asko.

Gracias por fin, a la persona más maravillosa de todos los universos conocidos y por conocer, gracias a ti Josep, por quererme, por dejarte querer, por estar ahí siempre, por el futuro
. Grácies dones, per tot…

A ti Josep, te dedico esta novela
.

Oscar

Me gusta viajar en tren

sentado en sentido contrario

al de la marcha
.

Me gusta ver lo que dejo atrás
,

mirarlo quizás
,

por última vez
.

Me gusta viajar hacia lugares nuevos

y descubrir rincones encantados
,

pero me gusta viajar

viendo lo que abandono
;

para luego, al llegar a la estación
,

girarme y descubrir

dónde me encuentro

Me gusta viajar de noche
,

ver por la ventana dormir al mundo
,

mientras me escapo a otro lugar
.

No huyo, sino me escapo
;

no de otros, sino de mí
.

La noche invita a buscar en tu interior
,

porque cuando ni la Luna

te acompaña iluminando la negrura
,

es cuando la luz de tu propia vida

brilla más intensamente

que lo que hay alrededor
;

y entonces puedes verlo

con cierta claridad
.

Me gusta viajar en tren

porque el traqueteo me conmueve

y me envuelve
,

y me invita a deslizarme

a mi interior
;

y entonces

caigo en la cuenta

de que mi destino

soy yo
.

Peregrino de Sendas

I

Tras una larga lucha contra el sueño, el traqueteo constante y armónico del tren me venció. El Sol jugueteaba con las nubes apareciendo aquí y ocultándose allá, regando de luz y sombra la tierra castellana, amarilla, cálida y llana, hasta el horizonte. Debía de hacer viento fuera; el trigo se mecía rítmicamente y parecía saludar al convoy de metálicos vagones ronroneantes que atravesaban la vasta llanura castellana.

De vez en cuando un rayo de sol atravesaba la ventanilla, salpicada de restos de insectos y de polvo, y me alcanzaba, invitándome con insistencia a viajar al mundo de los sueños.

No hacía calor; pese a ser agosto en Castilla. El aire acondicionado mitigaba eficazmente el poder del astro rey.

Había pagado mucho dinero para poder viajar solo en un compartimento de seis personas. Quería soledad, necesitaba soledad, así me encontraba en paz y podía pensar con claridad.

La inercia de una curva me despertó. Fui al cuarto de baño y sumergí la cara en ambas manos llenas de agua fresca. La vigilia me dominó de repente. Un espejo redondo, no más grande que un rostro, me miró desde la pared. Durante esos instantes en que me vi reflejado, una sensación de vacío me inundó. Todo parecía tan cercano de repente…

Todos decían que llevaba mis cuarenta y cuatro años con mucha dignidad y apenas si me echaban treinta y cinco. Me conservaba joven, y no miento al decir que hasta atractivo. Al menos, mi familia me consideraba guapo. Y eso que de chaval no era más que un chico delgaducho y normal.

Viajaba a La Mancha; al cumpleaños de mi abuela Palmira. Cumplía nada menos que ochenta y cinco primaveras. Era un ídolo, un mito, una leyenda viva, la cabeza de la saga familiar, que se extendía por toda la península y por varios siglos de Historia.

La abuela era tataranieta de un general, o algo así. Siendo yo pequeño me había contado muchas historias y aunque todos sospechábamos que se las inventaba, tenía atractivo la leyenda del héroe nacional. Mi hermano Gus y yo habíamos devorado montones de libros de Historia en busca del honorable general Peñalver, condecorado por la Corona debido a su inestimable labor en la defensa de España frente a las tropas del emperador galo Napoleón Bonaparte. Nos emocionaba poder encontrar el nombre de nuestro antepasado en esos enormes y polvorientos libros de recuerdos. Lo imaginá-bamos triunfante, posando para un retrato mientras enarbolaba la bandera con sus brazos, y mantenía al enemigo derrotado, en el suelo, bajo sus pies. Nunca lo encontramos.

Es curioso, pero pese a lo mucho que quería a mi abuela, habían pasado veinticinco años desde la última vez que la visité. Fue un verano, como aquel en el que viajaba solo en un compartimento de seis personas, aunque mucho más caluroso. Recuerdo que viajé en un banco de madera durante horas interminables, y que, cuando al fin el tren llegó a Ciudad Real, apenas si me podía mover de lo entumecido y dolorido que estaba. Después, tuvimos que coger un autobús y al final, como el pueblo estaba de todo menos comunicado con el resto del mundo, hubo que hacer autostop. El paso del tiempo lo cambia todo: las personas, las ilusiones, la percepción de los recuerdos, y también la red de vías férreas: el tren en el que viajaba me iba a llevar directamente hasta el pueblo manchego. La odisea de antaño se reducía en un número considerable de horas y aumentaba en comodidad y precio. Siempre procuré viajar cómodo. Y solo.

Desde hacía veinticinco años viajaba solo. Solía escaparme de vez en cuando de la rutina, y siempre lo hacía solo. Mi familia no lo acababa de entender; pero decían que estaba en mi naturaleza fugarme de vez en cuando; que al igual que una olla exprés, tenía que dejar salir el vapor de cuando en cuando, para no acabar estallando. Aseguraban que me iba para reconciliarme conmigo mismo, para coger fuerzas y poder soportar así la tristeza inherente en mí. «Todo tiene su porqué» solía responder yo a quien me preguntaba por mi habitual estado de ánimo, zanjando así el tema para siempre.

Cerré el libro, me aburría la historia de un pintor francés obstinado en adivinar el futuro por medio de sus pinceles. Lo lancé al sofá de enfrente y me recosté en el que iba sentado. Aún quedaban muchas horas de viaje y quería dormir. Así evitaría pensar.

—Disculpe, señor —dijo el revisor rescatándome (o más bien, secuestrándome) del sueño—, ¿me muestra su billete, por favor?

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