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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (26 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Aunque no lo había demostrado, había sentido un alivio enorme cuando Keridil había accedido a su petición de entrar en el Salón de Mármol. Tarod creía que éste, como punto central de los poderes peculiares del Castillo, era el único lugar donde la mágica operación que proyectaba podía tener alguna esperanza de éxito. Yandros se le había aparecido allí una vez… Por consiguiente, era probable que lo hiciese, o se viese obligado a hacerlo, de nuevo. Y con tres mentes, en vez de solamente la suya, aumentaría en gran manera el poder generado por ellas. Sin embargo, Tarod se había mantenido firme en una cuestión, frente a las objeciones de Keridil.

—No —había dicho, en respuesta a la sugerencia del Sumo Iniciado sobre la naturaleza del ritual—. No quiero ninguna estructura ceremonial de rigor, Keridil. Ni Oración ni Exhortación, ni Círculo, ni Triángulo.

—¡Esto es imposible! Aunque pudiésemos conseguir el poder sin los preparativos adecuados, ¡sería un suicidio! ¡Estás haciendo caso omiso de todas nuestras tradiciones!

—Entonces, permíteme entrar en el Salón de Mármol, y haré solo mi trabajo. No quiero comprometeros, a ti y a Themila, contra vuestra voluntad —dijo tercamente Tarod.

—No seas ridículo. Ni Themila ni yo permitiríamos que te enfrentases con una situación como ésta sin nuestra ayuda. Además —reconoció Keridil—, estoy tan ansioso como tú de saber la verdad, Tarod. Si Yandros te amenaza está amenazando al Círculo y, dejando aparte las consideraciones de amistad, esto hace que el asunto sea también de mi incumbencia. Está bien; ya que te empeñas en ello, haremos la invocación tal como tú deseas. —Hizo una pausa—. Pero no sería muy bien visto, si llegase a saberse.

—No hay razón para que se sepa.

—No… De todos modos, me gustaría tomar la precaución de hacerlo por la noche. Puedo ser el Sumo Iniciado, Tarod, pero estoy obligado bajo juramento a no hacer nada contra la voluntad de la mayoría del Círculo. —Cruzó las manos y las miró fijamente—. Creo que esta noche, cuando se ponga la segunda luna, será un buen momento para empezar.

Tarod selló la carta; después apagó las velas y se dirigió al vestíbulo desierto. Por la mañana partiría un correo a caballo, que cruzaría Han en su camino hacia Wishet. Dejó la carta en el lugar en que el mensajero la recogería, antes de cruzar el zaguán en dirección a la enorme puerta del patio, que estaba entreabierta. Al salir a la noche, una figura menuda se desprendió de la profunda sombra.

—Tarod… —Themila le asió del brazo—. Keridil nos espera en la biblioteca.

El asintió con la cabeza y la miró.

—Todavía estás a tiempo de cambiar de idea. No te censuraré por ello.

Themila ni siquiera le respondió; sólo le apretó el brazo y le condujo en dirección a la columnata. El patio estaba desierto y en silencio; las dos lunas se habían puesto y, al levantar la cabeza, Tarod sólo pudo distinguir los altos muros del Castillo como zonas más densas de negrura contra el nublado cielo. Caminaron rápidamente pero sin hacer ruido. Themila se estremeció de frío, mientras Tarod pensaba en lo que se disponía a realizar. Creía que había hecho bien en contar a sus amigos la verdad sobre Yandros y la promesa que él había hecho a cambio de su vida…, aunque todavía no se había atrevido a hablar de la relación que tenía esto con la muerte de Jehrek. Creía que era mejor guardar silencio sobre esta cuestión, a pesar de cuanto pudiese decirle su conciencia.

Casi habían llegado a la columnata, que era como una sombra rayada delante de ellos, cuando un instinto atávico hizo que Tarod mirase de nuevo al cielo. De momento, no vio nada alarmante; después, tiró bruscamente de la hechicera.

—Themila…

Ella miró, frunció el ceño y dijo, en un murmullo:

—¿Qué es?

Tarod no respondió inmediatamente. Sus sentidos estaban en consonancia con algo que parecía surgir del suelo bajo sus pies: algo amenazador, lejano, pero que se iba acercando; una vibración que resonaba en todos sus nervios.

—Las nubes… —dijo al fin—. Se están rompiendo…, mira. Hay luz detrás de ellas…

Themila miró en la dirección que él le indicaba y contuvo bruscamente el aliento, al reconocer también la extraña amalgama de colores que empezaban a teñir el cielo, detrás del banco de nubes que se estaba desintegrando rápidamente. Las propias nubes se deshacían en jirones, y ahora sintió también Themila la lejana vibración subterránea y oyó el primer y remoto alarido de una voz letal en el norte.

—Un Warp… —dijo, apretando convulsivamente los dedos sobre el brazo de Tarod.

Este siguió mirando el cielo, sin querer reconocer la excitación irracional provocada por aquel terrible sonido.

—¿Crees en los presagios, Themila?

Ella le miró rápidamente, teñida ahora su piel por el pálido reflejo de aquellas luces del cielo.

—Vayamos a reunirnos con Keridil… —dijo solamente.

La biblioteca estaba a oscuras, pero Tarod y Themila pudieron ver la silueta de Keridil al débil y nacarado resplandor de la luz del pasillo que conducía al Salón de Mármol. El les saludó con la cabeza, y Themila dijo, anticipándose a Tarod:

—Keridil, se está acercando un Warp. Y siento… siento de algún modo en mis huesos que hay algo malo en esto…

Si Themila no vio la súbita expresión de alarma y de recelo en los ojos del Sumo Iniciado, su reacción no pasó inadvertida a Tarod. Keridil sonrió, pensó Tarod, con estudiada despreocupación.

—Había esperado que ocurriese algo, Themila. Puede no ser un mal presagio. ¿Vamos?

Les hizo un ademán para que le precediesen, y entraron en el estrecho pasillo.

Tarod experimentó un vivo y desagradable recuerdo de la última vez que había puesto físicamente los pies en el Salón de Mármol, cuando sin querer había quebrantado un rito del Círculo, y este sentimiento debilitó su confianza. Desde que se había recobrado del envenenamiento, sus poderes habían estado en el punto más bajo. Hoy, que los necesitaba más que nunca, ¿los echaría en falta…?

Pero no había tiempo para especulaciones; habían llegado al final del corredor y Keridil estaba ya abriendo la puerta de plata, mientras sus compañeros desviaban los ojos del brillo casi insoportable que irradiaba el metal.

Un chasquido, y la puerta se abrió silenciosamente. Pasaron despacio sobre el suelo de mosaico, y la peculiar y pulsátil ráfaga de luz les envolvió como una niebla marina. Tarod vio que los ojos de Themila se abrían, pasmados, y comprendió que la hechicera, como Iniciada de tercer grado que era, sólo habría estado en el Salón de Mármol una o dos veces en toda su vida, si es que había estado alguna. No dijo nada; sólo avanzó, guiado por un instinto que no quiso investigar.

Keridil se detuvo en el círculo negro y dirigió una mirada interrogadora a Tarod, pero éste sacudió la cabeza y siguió andando. Una empatía subconsciente se había establecido ahora entre ellos, imponiéndoles un pacto mutuo de silencio hasta que Tarod iniciase la invocación.

Siguiendo a la alta figura de negros cabellos a través de la engañosa niebla del Salón, Keridil sofocó los escrúpulos que amenazaban con romper su concentración. Era el primero en reconocer su fe total en los poderes de hechicería de su amigo; pero, al mismo tiempo, se preguntaba qué era lo que Tarod podía desencadenar esta noche. Y detrás de la calma impuesta por su voluntad, Keridil tenía miedo…

Tarod se detuvo de pronto y levantó la mirada. Keridil le imitó y a punto estuvo de lanzar una maldición, impresionado, al ver las siete formas colosales de las estatuas arruinadas irguiéndose a través de la neblina. Raras veces se había aproximado tanto a ellas; había olvidado su enormidad al ser vistas de cerca. ¿Por qué, en nombre de todos los dioses, había elegido Tarod este lugar para hacer su trabajo?

Su pregunta quedaría sin respuesta, pues ahora se había colocado Tarod delante de las estatuas, vuelto de espaldas a ellas. Keridil y Themila se situaron en silencio cada uno a un lado y, al extinguirse el eco de sus últimas pisadas, reinó un profundo silencio. Esperaron, tranquilizando sus mentes y tratando de adaptarse los unos a los otros y al ambiente. Entonces, después de lo que pareció un rato muy largo, dijo Tarod:


Yandros
.

Su tono era tan distinto de todo lo que hasta entonces había oído Keridil, que éste sintió que su corazón se encogía de inquietud.
Aquella voz no parecía humana


Yandros
.

Era una orden, una invocación que hizo que Keridil se estremeciese hasta la médula de los huesos. Recordando su promesa, se esforzó en aunar su conciencia con la de Tarod, pero había una barrera, un muro que no podía penetrar. El Salón parecía ahora sofocante y opresivo, como si algo estuviese acechando detrás de sus límites, y Keridil tuvo que hacer un esfuerzo para no mirar, inquieto, por encima del hombro.


Yandros
.

Era como escuchar una voz elemental, prehistórica, prehumana…


Yandros
.

Tenía que conservar su aplomo, pensó Keridil. Por Tarod, por todos ellos, tenía que intentarlo. Cerró los ojos, tratando de concentrar toda su fuerza de voluntad, para romper aquella barrera…

Tarod ya no advertía la presencia de sus dos acompañantes. Parecía estar suspendido entre dos niveles de conciencia, ni en un plano ni en el otro. La voz que repetía una y otra vez el nombre de Yandros no era la suya; venía de muy lejos, de muy lejos en el pasado; de otro mundo, de otra vida, y la facilidad con que su mente había pasado a este lugar vacío había sacudido el pequeño vestigio de conciencia de sí mismo que todavía conservaba. De alguna manera, había sabido lo que tenía que hacer. Sin ceremonias, sin invocaciones complicadas; pronunciando sólo un nombre, una y otra vez, traspasando los límites de las dimensiones temporal y espacial…

Y sin embargo, tenia miedo de cruzar la última barrera.

Podía sentirla, como un muro, delante de él. Una franja pulsátil de oscuridad indescriptible que despertaba algún profundo recuerdo dormido.
Tan antiguo… tan antiguo… en lo más remoto del Tiempo

No podía hacerlo. Era demasiado humano para no temer la sima que se abría entre él y su objetivo. Un resbalón, y él no sería nada… No podía hacerlo…

Había apretado inconscientemente las manos con tal fuerza que las uñas hicieron manar sangre de las palmas. El anillo de plata le hizo un corte en el dedo, casi sacándolo de su estado de trance. Movió involuntariamente la derecha, cerrándola sobre la piedra clara; y una descarga, como un rayo de energía, pasó por sus manos y sus brazos y le llenó el cuerpo, hasta que sintió que los huesos iban a romperse con su fuerza. Estaba ardiendo, en su cuerpo, en su mente y en su alma, y la presión crecía, crecía; no podía luchar contra ella…


¡YANDROS!

Tarod gritó el nombre como un poseso y, al hacerlo, una cortina de oscuridad cayó sobre el Salón. Un solo y enorme estampido, tan ensordecedor que casi fue inaudible, retumbó en alguna parte, y la onda hizo que los tres perdiesen el equilibrio y cayesen con fuerza sobre el suelo. Al extinguirse aquel ruido inverosímil, Tarod trató de ponerse en pie, y la cabeza le dio vueltas al salir de su trance. Se sentía mareado, los miembros no querían obedecerle… A pocos pasos de él, Keridil sacudía violentamente la cabeza, tratando también de levantarse, y Themila, frágil como una muñeca apenas se movía. Tarod trató de hablar, pero comprendió que su esfuerzo sería inútil. Ninguno de los dos podría oírle; estarían sordos a cualquier sonido hasta que hubiesen pasado los efectos de la enorme conmoción.

Keridil gritó algo, pero su boca pareció moverse silenciosamente, y Tarod le hizo un ademán negativo, para indicar que no podía oírle. El Sumo Iniciado empezó a moverse penosamente en su dirección pero se detuvo, abriendo mucho los ojos, con incredulidad, al pronunciar una voz, detrás de ellos, una palabra que oyeron con terrible claridad:


Tarod

El tono era como de plata fundida… Keridil se volvió, casi cayendo de nuevo, y Themila se incorporó y se quedó sentada.

El personaje parecía pequeño en comparación con las grandes estatuas negras inmóviles a su espalda, y sin embargo había algo en él que las hacía parecer insignificantes a su lado. Los cabellos de oro caían sobre sus hombros, y los ojos sesgados, que constantemente cambiaban de color en el rígido semblante, observaron con divertido desdén a los tres humanos antes de fijarse definitivamente en Tarod. Entonces cambió la expresión en una de afecto, y los maliciosos labios sonrieron.

—Saludos, hermano —dijo Yandros—. Me alegro de reunirme al fin contigo.

CAPÍTULO XII

T
arod comprendió.

En el momento en que Yandros había pronunciado su nombre, había sabido finalmente la verdad, y este conocimiento era como una enfermedad que le roía el alma. Había caído en la trampa montada para él; había abierto la puerta que hubiese debido permanecer cerrada para siempre y, al dar vuelta a la llave, se había condenado. Había empleado el poder que poseía sin preguntarse acerca de su origen. Y durante todo el tiempo, el anillo había sido el foco… Tarod se dio cuenta de que Keridil y Themila avanzaban lentamente para colocarse a su lado, y lamentó amargamente su decisión de comprometerles en lo que hubiese debido ser un enfrentamiento singular entre Yandros y él. Habría dado cualquier cosa para invertir el tiempo, para cambiar el ahora horrible e inevitable curso de los acontecimientos; pero era demasiado tarde.

Keridil fue el primero en hablar. Con una confianza que confirmó la creencia de Tarod de que el Sumo Iniciado no sabía con qué clase de ente tenía que habérselas, preguntó :

—¿Quién eres?

Yandros se echó a reír.

—Haces preguntas impertinentes, amigo mortal. Tal vez deberías mirar a Tarod para saber la respuesta.

Keridil miró rápidamente al hombre de cabellos negros que estaba a su lado. La cara de Tarod había palidecido; éste no dijo nada y Keridil se enfrentó una vez más con Yandros, adoptando una actitud casi ritual y contemplando al ente con ojos firmes y fríos. Esto era muy adecuado en las ceremonias del Círculo, pero Tarod sabía que no produciría el menor efecto en Yandros.

—No solemos llamar a seres como tú para contestar nuestras preguntas —dijo severamente Keridil.

A pesar de su aparente aplomo, sentía que pisaba un terreno poco seguro; la insistencia de Tarod en que prescindiese de los procedimientos normales de evocación significaba que no podía confiar enteramente en que aquel ente obedeciese sus órdenes. Y sus dudas crecían a cada momento…

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