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Authors: Louise Cooper

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil

EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I (11 page)

BOOK: EL SEÑOR DEL TIEMPO: El Iniciado - TOMO I
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Al llegar a una pesada puerta al final del pasadizo, se rompió el hilo de sus pensamientos. Pero esta vez pudo sentir la intensidad del Warp que se acercaba, con una sensación casi física; incluso las paredes parecían vibrar con una energía extraña, y Tarod estuvo seguro de que la tormenta sería anormalmente fuerte.
Si esta vez pudiesen romper la barrera

La puerta daba a una estancia subterránea, con columnas y débilmente iluminada, situada debajo del salón principal, y que era la biblioteca del Castillo. Esta tenía dos secciones: una de ellas estaba a disposición de los eruditos y contenía todos los conocimientos ocultos del Círculo, acumulados durante innumerables generaciones desde la destrucción de los dueños primitivos del Castillo. Tarod había pasado más horas de las que hubiese querido recogiendo datos de los libros y los pergaminos, buscando una solución a su dilema personal; pero ahora no se detuvo allí, sino que cruzó la vacía y sombría estancia hacia una pequeña puerta de aspecto insignificante que permanecía abierta al fondo. Daba a otro pasadizo que descendía en fuerte pendiente, y Tarod lo recorrió con rapidez. La luz débil y nacarina que se filtraba desde el extremo se hizo más intensa al acercarse Tarod a la puerta, de la que procedía. Estaba hecha de un metal del color de la plata que el Círculo no había podido identificar ni analizar, y brillaba con fosforescencia propia y peculiar. Era la entrada al Salón de Mármol, en el centro mismo de los cimientos del Castillo.

El Salón de Mármol era el enigma más grande del Castillo. Los eruditos creían que contenía entre sus paredes el secreto último del poder de los Ancianos, pero, como con tantos otros aspectos del Castillo, habían sido incapaces de descubrir el misterio. Enterrado en el sólido granito del acantilado, desafiaba todas las leyes espaciales conocidas, y parecía actuar como foco y amplificador de toda actividad oculta. Algunos datos fragmentarios indicaban que contenía también una clave vital para descubrir la naturaleza del propio tiempo. El Salón de Mármol solamente tenía una puerta, cuya llave era guardada por el Sumo Iniciado, que era el único que podía autorizar su uso. Tarod había entrado en el Salón cuatro veces en su vida, dos de ellas con sus compañeros Adeptos para misiones semejantes a ésa, y las otras dos con Jehrek y los altos miembros del Consejo para someterse a la prueba de iniciación para el sexto y séptimo grados, y cada vez había sentido una fascinación lindante con la obsesión. Ahora, al abrir la puerta plateada, la expectación por ver de nuevo aquella cámara imponente hizo que se estremeciesen todos los nervios de su cuerpo.

Los Adeptos de más alto rango estaban allí, esperándole; una veintena de hombres y mujeres que parecían enanos en aquel increíble escenario. El Salón de Mármol se extendía de una manera inverosímil en todas direcciones, difuminadas sus paredes, si realmente había paredes, por una pálida neblina que vibraba con una luz que era una mezcla inquietante de colores pastel. Esbeltas columnas se elevaban desde el suelo y se perdían en la bruma allá en lo alto, y las baldosas de mosaico sobre las que andaba Tarod parecían moverse y cambiar sutilmente debajo de sus pies.

Keridil, a un lado del grupo, saludó la llegada de Tarod con una sonrisa, y el Sumo Iniciado inclinó gravemente la cabeza en su dirección.

—Tarod, creo que ahora estamos todos. Si queréis seguirme…

Caminó hacia un lugar donde el dibujo del mosaico había sido roto bruscamente por un gran círculo negro. Se presumía que marcaba el centro exacto del Salón de Mármol y, por consiguiente, el corazón del poder del Círculo. Al ocupar los Iniciados los lugares prescritos a su alrededor, con Jehrek en el situado más al sur, la mirada de Tarod fue, como otras veces, atraída hacia otra parte del Salón que casi se confundía con la neblina débilmente cambiante. A duras penas podía distinguir los vagos perfiles de siete estatuas colosales que surgían de la penumbra como en una pesadilla. Aunque toscamente talladas, representaban claramente formas humanas; pero todas las caras habían sido completa y concienzudamente destruidas, dejando las cabezas estropeadas y mutiladas. Y, como las otras veces, sintió un estremecimiento irracional al contemplar aquellas figuras arruinadas. Según la leyenda, eran estatuas de Aeoris y sus seis hermanos, pues inicialmente los Ancianos habían sido fieles a los Señores del Orden y habían levantado aquellos colosos en su honor; pero después de pasarse al Caos habían destrozado sus caras como deferencia a sus nuevos señores.

Pero si las estatuas no eran más que esto, ¿por qué atraían su mente como jamás lo habían hecho otras representaciones de los dioses?, se preguntó Tarod.

Fue bruscamente sacado de su ensimismamiento por un compañero Adepto situado a cierta distancia de él y que habló en voz baja a su vecino:

… pensando sin duda en cuestiones más importantes que los meros asuntos del Círculo…

Tarod levantó la cabeza y se encontró con la mirada hostil de Rhiman Han, un Adepto del quinto grado unos diez años mayor que él. Al hacer cada vez más ostensibles sus facultades de hechicero, Tarod se había dado cuenta de que éstas provocaban reacciones diferentes en sus compañeros. Algunos admiraban su talento y lo apreciaban en lo que valía; otros lo envidiaban y mostraban su resentimiento por el hecho de que un hombre tan joven hubiese alcanzado el último grado con tanta facilidad. Rhiman había adquirido más fama con la espada en los torneos de esgrima que la que probablemente alcanzaría jamás como Adepto, y aunque ocupaba un sitio poco importante en el Consejo, no perdía ocasión de manifestar que consideraba a Tarod un advenedizo.

Tarod dirigió al pelirrojo una de sus miradas más despectivas.

—Te doy las gracias por recordarme mi deber, Riman —dijo fríamente, sin preocuparse de bajar la voz—. Pero tal vez si tú quisieras centrar tu atención en asuntos más importantes no tendríamos que hacer perder más tiempo al Sumo Iniciado.

Rhiman se sonrojó y Jehrek dirigió una severa mirada a los dos hombres. Tarod observó por el rabillo del ojo que Keridil disimulaba una sonrisa. Entonces el Sumo Iniciado dijo con ligera acritud:

—¿Podemos empezar…?

Los Adeptos inclinaron la cabeza al unísono y Jehrek empezó a entonar la Oración y Exhortación con que siempre se iniciaba el Rito Superior. Tarod se esforzó en prestar atención a las conocidas frases que se perdían en la inmensidad del Salón, pero le resultaba difícil. Algo tiraba de su mente, apartándola de lo que hubiese debido ser centro esencial de la ceremonia, y tuvo que confesarse que todo aquello le fastidiaba. El ritual era de una gravedad excesiva; demasiados preparativos innecesarios antes de que pudiese hacerse algo… Consciente de que debía armonizar sus sentidos con los de los otros se concentró en el círculo negro alrededor del cual se hallaban reunidos, tratando de emplearlo como punto focal. Pero todavía una distracción persistente e insidiosa le apartaba de lo que hubiese debido ser su objetivo. La voz de Jehrek se hizo ahora hipnótica, al pasar el Sumo Iniciado al estado próximo al trance que señalaba el momento en que comenzaba el ritual propiamente dicho. Alrededor de Tarod, todos sus compañeros murmuraban las respuestas a la Exhortación y él movía los labios al mismo tiempo, pero ningún sonido brotaba de su garganta. De pronto vio su anillo y pareció que la piedra había cobrado vida propia, reflejando colores imposibles y mirándole como un ojo deslumbrador e inhumano.

Pudo sentir que empezaba a emanar energía del círculo de Adeptos, al tiempo que sus mentes se unían y entrelazaban, pero la suya propia permanecía extrañamente apartada, como observando… y el círculo negro del suelo parecía crecer, extenderse, como una flor oscura…

Vuelve…

Esta palabra entró tan inesperadamente en su cabeza que tuvo que morderse la lengua para no lanzar un grito.

Vuelve… Recuerda… Tiempo…

Tiempo
… Decían que el Salón de Mármol tenía la llave del
Tiempo
… Tarod cerró los ojos, tratando de anular la inoportuna interferencia y de concentrarse en la tarea inmediata; pero era imposible.
Tiempo
. La clave, la llave…

Su vecino inmediato sintió su estremecimiento y le dirigió una mirada rápida y ansiosa. La cara de Tarod estaba petrificada como una máscara rígida, reflejando su lucha contra aquella influencia en su mente, que se hacía cada vez más fuerte y agobiante. Por un instante, tuvo la terrible impresión de que las miradas de las siete estatuas sin rostro convergían sobre él, de que las paredes y el techo del Salón se le venían encima, y entonces abrió los ojos, esforzándose en vencer su desorientación, y vio el círculo negro del suelo. Pero ya no era un simple mosaico; era un vórtice, un torbellino que había surgido del suelo, proyectándose hacia el infinito y tratando de arrastrarle con él. El zumbido del Warp, allá en lo alto, parecía estar en su cerebro y empujarle en su ruidosa carrera, y Tarod se tambaleó, perdiendo el equilibrio…

El sueño, aquel ser…, tenían algo que ver con el Warp, algo que ver con este Salón…

—¡Tarod! —oyó vagamente que le llamaba una voz. Pensó que era Keridil, pero el tono parecía diferente—.¡Espera, padre! ¡Debemos interrumpir la ceremonia! Tarod se está …

Tarod no oyó lo que siguió diciendo Keridil. En ese momento, un muro de oscuridad, surgido de ninguna parte, cayó de lleno sobre él. Al recibir el golpe, percibió la imagen fugaz de una estrella de siete puntas y luz cegadora, antes de caer inconsciente al suelo.

—Casi no has comido nada. —Themila Gan Lin le hablaba como a un niño rebelde—. Vamos, come. Ya oíste lo que dijo Grevard.

Tarod levantó la cabeza y le sonrió irónicamente.

—Falta de vitalidad en la sangre, causada por no tomar el alimento necesario para conservar la buena salud, tanto mental como física. Y demasiado consumo de vino. —Su imitación del tono severo del médico la hizo sonreír—. Sí, Themila, oí lo que decía Grevard.

Ella no se dejó intimidar.

—Entonces, come. O te obligaré a hacerlo a la fuerza, ¡y no creas que no soy capaz de ello!

El volvió su atención al plato bien surtido que le había puesto delante. No tenía apetito, pero comería para complacerla. Y, sin duda, Grevard tenía razón: había descuidado sus propias necesidades durante los últimos días, y el diagnóstico del médico podía, en buena lógica, explicar su desvanecimiento en el Salón de Mármol.

Pero Tarod no estaba seguro de que la lógica pudiese aplicarse a su caso. Y cuando miró a Keridil por encima de la mesa, supo que su amigo estaba pensando, más o menos, lo mismo que él.

—¡Keridil! —dijo suavemente Tarod, pero algo en su voz puso sobre aviso al otro. Decidió ser franco—. Por la cara que pones, diría que no estás más de acuerdo que yo con el diagnóstico de Grevard.

Keridil le miró fijamente.

—No, no lo estoy. Pero tú tienes una ventaja sobre mí, Tarod. Yo no puedo conocer tus pensamientos más íntimos… ni tus recientes experiencias.

Themila los miró a los dos.

—Si sugieres, Keridil, que Tarod está…

Keridil levantó una mano, imponiéndole silencio.

—Aprecio tus instintos maternales, Themila. Yo mismo he sido objeto de ellos con bastante frecuencia; pero sabes tan bien como yo que aquí hay algo más que la sencilla explicación de Grevard. Y te diré, con el debido respeto, que tú no estuviste hoy en el Salón de Mármol, no viste su cara…

Tarod lamentó que no estuviesen en lugar distinto del atestado comedor. Aquí había demasiado ruido, demasiadas charlas y risas, demasiadas interrupciones. El había pasado la última hora sometido al reconocimiento de Grevard y al consiguiente sermón, y sólo había aceptado las prescripciones del médico porque discutirlas le habría puesto en mayor aprieto con el Sumo Iniciado. Jehrek, tan preocupado por el bienestar de sus Adeptos como por el éxito de los ritos del Círculo, se había puesto furioso al enterarse de la negligencia de Tarod en el cuidado de su salud. Keridil le había dicho que, después de que se lo hubieran llevado apresuradamente del Salón, los restantes Adeptos habían intentado continuar el Rito Superior, pero habían perdido el ímpetu y nada habían conseguido. Pero ahora Tarod tenía la impresión de que había cumplido con su deber, y lo único que deseaba era escapar.

Pero Keridil y Themila no se lo permitirían. Themila sabía ya lo de los sueños, aunque no con detalle; Keridil sospechaba lo suficiente para querer ahondar más en el asunto. Y no pasaría mucho tiempo antes de que atasen cabos.

El no había querido confiar en nadie. Desde que Kael Amion había rechazado sorprendentemente su petición de ayuda, se había mordido la lengua, sintiéndose demasiado inseguro para arriesgarse a una segunda negativa. Pero Keridil y Themila eran sus más íntimos y queridos amigos. Si no podía confiar en ellos, no podía confiar en nadie. Y tal vez, a fin de cuentas, podrían tranquilizar su mente…

Ellos estaban esperando que hablase. Tarod dijo, pausadamente:

—Tienes razón, Keridil. Hay algo…, pero éste no es lugar para contarlo. Venid conmigo a mis habitaciones y os explicaré todo lo que pueda.

A Tarod le sorprendió el alivio que sintió cuando, al fin, hubo acabado de contar su historia. Sus dos compañeros habían escuchado, sin interrumpirle, su relato de cómo los sueños le atormentaban cada noche y su descripción del desastroso intento de observar el fenómeno desde el plano astral. Cuando terminó de hablar, Themila asintió lentamente con la cabeza.

—Ahora veo por qué estabas tan ansioso de conseguir la ayuda de Kael Amion —dijo gravemente.

—¿La Señora Kael? —Keridil miró sorprendido a Themila—. ¿Estuvo metida en esto?

—No. Ella… —Themila miró a Tarod como pidiéndole permiso y él se lo dio con un ligero ademán—. Ella… no quiso aconsejarle.

—¡Por los dioses! ¡Esto es inaudito!

—Sí, Keridil, lo es. —La expresión de Themila le dio a entender que se había mostrado impertinente—. Sin embargo, toda vidente tiene derecho a mantener la reserva, si lo considera oportuno… y es lo que hizo Kael. Lo que debe preocuparnos es la opinión que tiene del asunto el propio Tarod.

Este encogió los hombros, en ademán de impotencia.

—Yo no tengo opinión…, o al menos no lo bastante formada para que valga la pena expresarla. Pero apreciaría mucho la vuestra…, la de los dos.

Si Keridil no captó el matiz de desesperación en su voz, éste no pasó inadvertido a Themila, cuyos ojos adoptaron una expresión compasiva.

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