El Reino de los Muertos (18 page)

Read El Reino de los Muertos Online

Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

BOOK: El Reino de los Muertos
12.46Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Dónde está ahora? —le interrumpí.

—Se ha retirado a otra cámara —contestó Anjesenamón—. Sus médicos le atienden.

—¿Qué efecto ha obrado esto en él?

—Está… preocupado. —La joven me miró, suspiró y continuó—. Cuando encontramos la figurilla, se quedó sin respiración y el corazón se le agarrotó como el nudo de una cuerda. Temí que fuera a morir de terror. Y mañana es la dedicatoria de la Sala Hipóstila. Ha de aparecer. No podría haber sucedido en peor momento.

—La coincidencia es deliberada —dije.

Volví a mirar la figurilla.

—Quien ha hecho esto parece capaz de acceder al propio pelo del rey.

Se lo enseñé a Khay. Miró asqueado la figurilla.

—Pero en cualquier caso —dijo Simut, con su voz lenta y estentórea—, nadie parece haberse dado cuenta de que todos los presuntos sospechosos han estado reunidos juntos en una habitación, a la hora exacta en que esto fue encontrado. No es posible que ninguno de ellos lo dejara.

Tenía razón, por supuesto.

—Haz el favor de regresar a la cámara y, con mis disculpas, liberarlos a todos. Dales las gracias por su tiempo.

—Pero ¿qué voy a decirles, exactamente? —gimió Khay.

—Diles que contamos con una nueva pista. Una nueva pista prometedora.

—Ojalá fuera cierto —contestó con amargura—. Al parecer, somos impotentes ante este peligro. El tiempo se está acabando, Rahotep.

Meneó la cabeza y se marchó, acompañado de Simut para protegerlo.

Envolví la figurilla en un paño de lino y la guardé en mi bolsa, pues quería que Najt viera los signos, por si reconocía el idioma. Anjesenamón y yo nos quedamos en el pasillo. Yo no sabía qué decir. De pronto, me sentí como un animal atrapado, resignado a su suerte. Entonces, observé que las puertas del dormitorio del rey estaban entreabiertas.

—¿Puedo? —pregunté.

Ella asintió.

La cámara me recordó la habitación idealizada por un niño, en la que jugar y soñar. Había cientos de juguetes, en cajas de madera, sobre estanterías o guardados en cestas trenzadas. Algunos estaban viejos y estropeados, como si hubieran pasado por generaciones y generaciones de niños, pero casi todos eran bastante nuevos, encargados especialmente sin duda: peonzas de marquetería, colecciones de canicas, una caja de juegos con un elegante tablero de
senet
encima y un cajón para las piezas de marfil y ébano, todo el objeto descansando sobre elegantes patas y rieles de ébano. También había muchos animales de madera y cerámica, con mandíbulas y extremidades móviles, incluido un gato con un cordel que le atravesaba la mandíbula; una colección de langostas talladas con alas que funcionaban en exacta imitación del animal real, un caballo sobre ruedas y un pájaro carpintero pintado con una cola ancha, equilibrado a la perfección sobre su pecho redondo, los colores perfectos algo apagados. Había gordezuelos enanos de marfil dispuestos sobre una amplia base con hilos capaces de hacerlos bailar de un lado a otro. Y al lado del sofá de dormir, con su apoyacabezas de cristal azul, dorado y grabado con un conjuro protector, había un solo mono tallado de rostro redondo y sonriente, casi humano, con largos miembros móviles para balancearse de un árbol imaginario a otro. También paletas de pintar con huecos abarrotados de pigmentos. Entre los animales de juguete había bastones de caza, arcos y flechas, y una trompeta de plata con una boquilla dorada. En cajas doradas apiladas contra la pared del fondo, muchos pájaros diminutos de alegres colores aleteaban contra los delgados barrotes de sus trabajados palacios de madera, provistos de cámaras diminutas, torres y estanques.

—¿Dónde está el mono del rey? —pregunté.

—Con el rey. El animal le proporciona un gran consuelo —contestó Anjesenamón. Y después, como para explicar el infantilismo del rey, continuó—: Me ha costado años animar al rey a seguir nuestro plan, y mañana se materializará. Pese a esto, ha de hacer acopio de valor. He de ayudarlo a conseguirlo.

Ambos contemplamos la habitación y su extravagante contenido.

—Le preocupan más estos juguetes que todas las riquezas del mundo —dijo ella en voz baja, y sin demasiada esperanza en la voz.

—Tal vez exista algún buen motivo para ello —contesté.

—Existe un motivo, y lo comprendo. Son los tesoros de su infancia perdida. Pero ha llegado el momento de dejar a un lado estas cosas. Hay demasiado en juego.

—Tal vez nuestra infancia se halla enterrada en nuestro interior. Tal vez fija la pauta de nuestro futuro —comenté.

—En ese caso, yo estoy condenada por la mía —dijo la reina sin el menor asomo de autocompasión.

—Quizá no, porque eres consciente de ello —dije.

Me miró con cautela.

—Nunca hablas como un medjay.

—Hablo demasiado. Soy famoso por ello.

Ella estuvo a punto de sonreír.

—Y amas a tu mujer y tus hijos —replicó; una respuesta extraña.

—Sí. Lo sé con absoluta certeza —contesté con sinceridad.

—Pero ahí reside tu vulnerabilidad.

La observación me sorprendió.

—¿Por qué?

—Significa que puedes ser destruido a través de otros. Me han enseñado una cosa: a no querer a nadie, porque si quiero a alguien, quedará condenado por mi amor.

—Eso no es vivir, sino sobrevivir. Además, anula el amor del otro. Quizá no tengas derecho a hacer eso. Ni a tomar decisiones en su nombre —dije.

—Tal vez —dijo ella—, pero en mi mundo es necesario. El hecho de que yo lo desee no altera la realidad.

Estaba paseando de un lado a otro de la cámara, angustiada.

—Ahora soy yo quien dice tonterías. ¿Por qué hablo así cuando estoy contigo? —continuó.

—Tu sinceridad me honra —repliqué con cautela.

Me dirigió una larguísima mirada, como si estuviera analizando la educada ambigüedad de mi respuesta, pero no dijo nada más.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dije.

—Por supuesto. Espero no ser sospechosa —respondió, con una leve sonrisa.

—Quien deja esos objetos es capaz de deambular por los aposentos reales con relativa facilidad. ¿Cómo podrían aparecer, si no? Necesito saber quién pudo tener acceso a esta cámara. Sus criados y criadas; desde luego, su nodriza…

—¿Maia? Ella se encarga de todas las tareas más íntimas del rey. Me desprecia, claro. Culpa a mi madre de todo, y cree que, debido a que tal vez me haya beneficiado de los crímenes cometidos antes de que yo naciera, debería pagar por ellos.

—Solo es una criada —observé.

—Vierte sus palabras de odio en los oídos del rey. Está más cerca de él que una madre.

—Pero su amor por el rey es incontestable… —dije.

—Es famosa por su lealtad y su amor. Es lo único que posee —replicó ella como sin darle importancia, mientras paseaba por la habitación.

—¿Quién más podría entrar aquí?

La reina levantó la figura del mono y la contempló con frialdad.

—Bien, yo, por supuesto… Pero entro muy pocas veces en esta habitación. No tengo motivos para ello. No deseo jugar con juguetes. Lo he alentado en otras direcciones.

Dejó el mono en su sitio.

—Y en cualquier caso, es difícil que sea sospechosa, puesto que he sido yo quien te ha pedido que investigaras. ¿O sucede a veces que la misma persona que ha incitado la investigación resulta ser la culpable?

—A veces. Imagino que, en tu posición, otros deducirán de tu situación lo que les dé la gana. Al fin y al cabo, podrían decir, por ejemplo, que querías aterrorizar a tu marido para asumir el poder.

Sus ojos se quedaron sin luz de repente, como un estanque cuando el sol se pone.

—La gente especula, les encanta. No puedo hacer nada al respecto. Pero mi marido y yo estamos unidos por muchas más cosas que la necesidad mutua. Tenemos un vínculo profundo de historia. El es lo único que queda de dicha historia. Y yo nunca le haría daño porque, aparte de todo lo demás, no contribuiría a aumentar mi seguridad. Nos necesitamos el uno al otro. Por la supervivencia y el futuro mutuos. Pero también compartimos un profundo afecto y cariño…

Pasó sus uñas de manicura exquisita sobre el calado de una jaula y dio unos leves golpecitos, de modo que el pájaro la miró con un ojo, y después se alejó lo máximo posible aleteando.

La reina se volvió hacia mí. Sus ojos brillaban.

—Presiento peligro en todo: en las paredes, en las sombras. El miedo es como millones de hormigas en mi mente, en mi pelo. ¿Te has dado cuenta de que mis manos tiemblan siempre?

Las extendió y las contempló como si fueran desleales. Después, recuperó su confianza en sí misma.

—Mañana será un día que cambiará la vida de todos nosotros. Me gustaría que asistieras a la ceremonia.

—Solo los sacerdotes tienen permitida la entrada en el templo —le recordé.

—Los sacerdotes son tan solo hombres con la indumentaria adecuada. Si te afeitas la cabeza y te vistes de lino blanco, pasarás por un sacerdote. ¿Quién se iba a enterar? —dijo, y se regocijó en la idea—. A veces, pones cara de sacerdote. Pareces un hombre que ha visto misterios.

Estaba a punto de contestar, cuando Khay volvió a aparecer. Inclinó la cabeza de manera ostentosa.

—Los señores de los terrenos reales se han marchado. Farfullando amenazas y henchidos de indignación, debería añadir.

—Ellos son así, y ya se les pasará —replicó Anjesenamón.

Khay hizo otra reverencia.

—Rahotep nos acompañará a la inauguración mañana —continuó ella—. Tendrá que ir vestido como es debido, para que su presencia no cause una alteración del protocolo.

—Muy bien —dijo Khay, con el tono seco de alguien que solo está obedeciendo órdenes.

—Deseo conocer al médico del rey —pedí de repente.

—Pentu atiende al rey —respondió Khay.

—Estoy segura de que dedicará a Rahotep unos momentos de su tiempo. Dile que se lo pido por favor —dijo Anjesenamón.

Khay se inclinó una vez más.

—He de ir a ver al rey. Hay muchas cosas que hacer, y muy poco tiempo —contestó la reina—. ¿Puedes quedarte en los aposentos reales esta noche? —añadió en voz baja—. La idea de tu presencia sería un consuelo para mí.

Recordé la cita con Jety.

—Por desgracia, debo regresar a la ciudad. Sigo otra línea de investigación que he de continuar esta noche. Temo que es absolutamente necesario.

Ella me miró.

—Pobre Rahotep. Intentas vivir dos vidas a la vez. Nos veremos por la mañana.

Hice una reverencia, y cuando volví a levantar la vista, ella ya había desaparecido.

19

Pentu estaba paseando atrás y adelante, con las manos enlazadas a la espalda, su rostro anguloso y altanero demacrado por la tensión. En cuanto entré, y corrieron la cortina detrás de nosotros, me examinó con detenimiento, como si yo fuera un paciente irritante.

—¿Para qué necesitas verme?

—Sé que estás ocupado. ¿Cómo está el rey?

Miró a Khay, quien asintió, indicando que debía contestar.

—Ha sufrido un ataque de angustia. No es la primera vez. Su mente es sensible y le ocurre con facilidad. Se le pasará.

—¿Cómo le tratas?

—Ataqué el mal recitando la eficaz oración de protección de Horus contra los demonios nocturnos.

—¿Y fue eficaz?

Frunció el entrecejo y su tono dio a entender que no era asunto mío.

—Por supuesto. También persuadí al rey de que bebiera un agua curativa. Ahora está mucho más tranquilo.

—¿Qué clase de agua curativa? —pregunté.

El hombre resopló.

—Para poseer eficacia mágica, el agua ha de pasar sobre una estela sagrada y, una vez haya absorbido la efectividad de la talla, recogerla.

Me miró, retándome a proseguir con el interrogatorio. Hicimos una pausa.

—Gracias. El mundo de la medicina me resulta completamente desconocido.

—Ya se nota. Ahora, si eso es todo… —dijo, exasperado, haciendo ademán de marcharse, pero Khay le indicó mediante gestos que se calmara y se quedó.

Había llegado el momento de dejar mi impronta.

—Déjame ser sincero e ir al grano. Se han producido tres intentos resueltos con éxito de infiltrarse en el corazón de los aposentos reales. En cada ocasión, han dejado un objeto que ha amenazado al rey tanto física como, al menos en intención, metafísicamente. También tengo motivos para creer que quien está haciendo esto posee conocimientos de farmacopea…

—¿Qué estás insinuando? —gritó Pentu—. ¿Está insinuando este hombre que yo o mi equipo estamos bajo sospecha?

Fulminó con la mirada a Khay.

—Perdona si he hablado de manera despreocupada. Mis motivos se basan en otras consideraciones, acontecimientos ocurridos fuera de palacio. Pero debería decir que este estado de cosas, y las consecuencias para la salud mental del rey, deberían ser nuestra principal prioridad. Porque si el instigador de todo esto puede hacer lo que ha hecho con tanta facilidad, ¿qué más podría hacer?

Nos miramos en silencio.

—¿Por qué no nos sentamos todos? —propuso con diplomacia Khay, aprovechando el momento.

Nos sentamos en bancos bajos apoyados contra la pared de la cámara.

—En primer lugar, tengo motivos para creer que este hombre tal vez sea médico, de modo que sería de ayuda saber cómo están organizados los médicos de palacio, y quién tiene acceso directo al rey —empecé.

Pentu carraspeó tirante.

—Como jefe médico del Norte y del Sur, solo yo tengo acceso directo al rey. Ningún otro médico puede estar con él, salvo que yo me halle presente. Todos los tratamientos están autorizados y prescritos por mí. Por supuesto, también somos responsables del cuidado de la reina y los demás miembros de la familia real, y además de todos los miembros de los aposentos reales, incluidos los criados.

—Has dicho otros miembros de la familia real. ¿Quiénes son, aparte de la reina?

El hombre miró a Khay.

—Me refería a los miembros de las familias que sirven al rey y a la reina —replicó con curiosa indiferencia.

—¿Cuántos médicos están destinados a palacio?

—Todos los médicos de las Dos Tierras se hallan bajo mi autoridad suprema. Solo unos pocos de nosotros somos competentes en todos los aspectos de los misterios, pero hay especialistas del ojo, ya sea el derecho o el izquierdo; el estómago; los dientes; el ano y los órganos ocultos, que pueden ser convocados al instante si es preciso.

—Tengo entendido que existen distinciones entre las diferentes jerarquías profesionales.

Other books

The Finding by Jenna Elizabeth Johnson
A Little Night Music by Andrea Dale, Sarah Husch
String Bridge by Jessica Bell
The Good Soldier by L. T. Ryan
The Billionaire's Toy by Cox, Kendall
Daniel's Gift by Barbara Freethy
Flower Feud by Catherine R. Daly
Blood of Dawn by Dane, Tami
Theta by Lizzy Ford