Entré en el primer patio de la larga villa de Najt. Su criado Minmose acudió corriendo a recibirme y me condujo a toda prisa al interior, sosteniendo solícito una sombrilla sobre mi cabeza.
—Tu cerebro hervirá en tu cráneo como un huevo de pato, amo, con el calor que hace a esta hora del día. Habría enviado a un sirviente con una sombrilla para acompañarte, de haber sabido que ibas a honrarnos con tu visita.
—Ha sido algo improvisado —le tranquilicé.
Hizo una reverencia.
—Mi amo está trabajando con las colmenas al final del jardín —dijo.
Se ofreció a acompañarme, ansioso, yo lo sabía, por saber cualquier noticia de la ciudad, pues incluso a tan breve distancia el campo se antoja tan lejano como otro mundo. Pero conozco bien este lugar, pues he venido solo, o con las niñas, durante muchos años. Se alejó en silencio, como siempre, en dirección a la cocina para preparar un tentempié, y yo atravesé el segundo patio, y me detuve un momento para disfrutar de la gloriosa vista que se extendía ante mí. En la ciudad, estamos apretujados como animales. Aquí, con el lujo del espacio, y entre los altos muros que protegen la propiedad, todo es placentero. Es como encontrarse caminando a través de un rollo de papiro viviente que describe la buena vida del más allá.
Seguí el contorno protegido por la sombra de los árboles de un largo estanque revestido de piedra, lleno de flores de loto blancas y azules. Proporciona agua a los arriates y los cultivos de verduras, y también alberga la colección de peces ornamentales de Najt. Risueños jardineros, viejos y jóvenes, cuidaban con devoción y calma las plantas y árboles, regaban y arrancaban malas hierbas, cortaban y podaban, sin duda felices con su delicado trabajo. Las enredaderas proyectaban su sombra a lo largo de las pérgolas. Plantas raras y exóticas florecían de forma exuberante. Los pájaros se sentían en libertad para aprovecharse de todo, y cantaban complacidos. Aves acuáticas se remojaban y aleteaban a la sombra fresca de las plantas de papiro que crecían en el largo estanque. Era de una belleza casi ridícula, tan lejana parecía de la grandiosidad, mugre y pobreza de la ciudad.
Encontré a Najt entre sus colmenas, utilizando humo para lograr que las abejas salieran de sus cilindros de arcilla. Yo mantuve la distancia, pues no soy devoto ni de las abejas ni de sus aguijones, y me senté en un taburete a la sombra de un árbol para divertirme a sus expensas, pues parecía el sacerdote enloquecido de un culto del desierto mientras se movía de un lado a otro, bailando y lanzando el humo contra la nube de insectos enloquecidos. Trasvasó con cuidado los panales a tarros, y pronto tuvo una gran cantidad depositada sobre una bandeja.
Después, se alejó, levantó la capucha protectora y vio que le estaba observando. Saludó y se acercó con un tarro de miel.
—Para los niños.
Nos abrazamos.
Un criado le trajo un cuenco y un paño, y después Minmose llegó con vino y tentempiés, que dejó sobre una mesa baja. Najt se lavó su sudorosa pero siempre elegante cara. Después, nos sentamos en taburetes a la sombra y me sirvió más vino. Sabía que sería excelente.
—¿Qué te trae por aquí en un día laborable? —preguntó.
—Estoy trabajando.
Me miró con cautela, saludó a los dioses y tomó un largo sorbo de vino.
—¿En qué? ¿No será en ese incidente de la fiesta?
—En parte.
Me miró intrigado.
—Imagino que el palacio estará más enloquecido que mis abejas…
—Alguien está hurgando con un palo en la colmena real, desde luego…
Asintió.
—¿Qué has deducido de ello? ¿Una conspiración palaciega, quizá? —preguntó entusiasmado.
—Es probable que no. Creo que es una aberración. En el peor de los casos, alguien de las jerarquías ha espoleado a un puñado de jóvenes insensatos a cometer un acto de violencia irresponsable e ingenua.
Pareció casi decepcionado.
—Puede que sí, pero aun así tuvo un efecto sorprendentemente poderoso. Todo el mundo habla de ello. Da la impresión de haber catalizado la disensión que estaba burbujeando bajo la superficie de todo durante estos años. La gente habla entre susurros incluso de un golpe de Estado…
—¿Quién ordenaría semejante cosa? —pregunté.
—Solo hay un hombre. El general Horemheb —dijo Najt con cierta satisfacción.
Suspiré.
—Eso no significaría una mejora con relación al régimen actual —murmuré.
—Sería sin duda mucho peor, pues la visión de Horemheb del mundo está gobernada por su vida en el ejército. Carece de toda humanidad —replicó—. Pero en cualquier caso, tenemos problemas, pues esto ha conseguido que el rey parezca vulnerable. ¿Qué rey puede permitirse parecer vulnerable? Nunca ha sido un rey guerrero. Es corno si la dinastía se hubiera ido debilitando generación tras generación. Y ahora, carece de autoridad…
—Y es cada vez más vulnerable a otras influencias —añadí.
Najt asintió.
—Nunca ha sido capaz de afirmar su autoridad, en parte porque después de Ajnatón nadie quiso tolerarlo, y en parte porque ha crecido bajo la sombra siniestra de Ay. Menudo tirano ha resultado ser. No me extraña que el muchacho no pueda ejercer su poder.
Nos encantaba compartir nuestro odio secreto, pero profundo, hacia el regente.
—Fui a ver a Ay esta mañana —apunté, mientras escrutaba el rostro de Najt.
Se quedó estupefacto.
—¿Por qué demonios has hecho eso?
—No porque él me lo pidiera, sino porque debía hacerlo.
—Qué curioso —dijo mi amigo. Se inclinó hacia delante y me sirvió más de aquel excelente vino.
—Anoche me reuní con Anjesenamón —concluí, después de una pausa melodramática adecuada.
—Ah…
Asintió poco a poco, mientras empezaba a ordenar las pruebas que le estaba entregando con cautela.
—Envió a uno de los suyos en mi busca.
—¿Quién?
—Khay. El escriba jefe.
—Sí, le conozco. Camina como si llevara un bastón de oro en el culo. ¿Qué te dijo?
—Me enseñó algo. Una piedra. De Ajtatón. Una talla de Atón.
—Interesante. Pero no notable.
—No, hasta que te fijabas en que alguien había borrado el disco de Atón, las manos que sostenían los anj, tanto los nombres sagrados como los reales, y los ojos y la nariz de las figuras reales —expliqué.
Najt desvió la vista hacia la imagen idílica de su jardín, todo color y sombras.
—Un poco de iconoclastia es demasiado, imagino, sobre todo en ese palacio.
—Exacto. Todos están aterrorizados porque no saben qué significa.
—¿Y tú qué opinas? —preguntó.
—Bien, podría no significar nada más que alguien rencoroso ha desperdiciado su tiempo imaginando cómo enviar a la familia real un insulto desagradable.
—Pero la coincidencia… —me insistió.
—Lo sé. No creemos en las coincidencias, ¿verdad? Creemos en las relaciones. El muchacho muerto de los huesos rotos. El amuleto de la élite, y ahora también una muchacha muerta con una máscara de oro que oculta su rostro desaparecido.
Najt se quedó estupefacto.
—¡Qué espanto! Qué barbaridad. No cabe duda de que los tiempos están empeorando.
Asentí.
—Hay algo en la coherencia de todas estas cosas, y la perfección del estilo, que me lleva a pensar que el objeto entregado en palacio podría estar relacionado. Me estaba preguntando si la destrucción del disco solar podría significar algo concreto…
—¿Por ejemplo? —preguntó vacilante.
—Un eclipse —aventuré.
—Vaya, una idea muy interesante —dijo, fascinado por las ramificaciones—. El sol en guerra destruido por la fuerza de la oscuridad, y luego restaurado y renacido… El simbolismo es potente. Y muy adecuado en este momento…
—Algo por el estilo —contesté—. Por eso se me ocurrió consultar al hombre que sabe más de las estrellas que cualquiera que conozco.
—Bien, es una alegoría —sonrió, encantado con el tema.
No tenía ni idea de a qué se refería.
—Cuéntame más.
—Vamos a pasear.
Entramos en uno de los senderos, que corría entre los arriates, y empezó a explicarse. Como siempre con Najt, escuché sin entender nada, pues sé que interrumpirlo con preguntas solo conducirá a otra digresión, igualmente maravillosa, pero de lo más intrigante.
—Piensa en cómo interpretamos los misterios del mundo que nos rodea. Ra, el dios del Sol, surca el océano azul del día en el Barco Dorado del Día. Pero al llegar el ocaso, el dios se traslada al Barco de la Noche y desaparece en el Otro Mundo. El océano negro de la noche se revela, con sus estrellas brillantes: la Afilada, la más brillante, y las cinco estrellas de Horus y las estrellas de Osiris, el Sendero de las Estrellas Lejanas en lo alto del cielo, y la estrella viajera de la mañana, todas navegando en aguas oscuras, siguiendo al sol cuyo viaje nocturno, con sus peligros y pruebas, jamás podemos ver, sino tan solo imaginar. Lo comparamos en el Libro de los Muertos con el viaje del alma después de la muerte. ¿Me sigues hasta el momento?
Asentí.
—Es que…
—Ahora, la cosa se pone más sutil. Escucha y concéntrate. El más significativo y misterioso de todos esos peligros es la unión del sol con el cuerpo de Osiris en el punto más oscuro de la noche. «El sol descansa en Osiris, Osiris descansa en el sol», como dice el refrán popular. Es el momento más secreto, cuando el sol desciende a las aguas primigenias y sus poderes caóticos. Pero es precisamente en este oscuro momento cuando recibe los nuevos poderes de la vida y Osiris renace. Una vez más, nosotros los vivos no podemos presenciar este momento, pues está oculto a la vista humana en la parte más remota de lo Desconocido. Pero, de nuevo, podemos imaginarlo, aunque gracias a un gran esfuerzo mental. Después, al amanecer, el sol regresa, refulgente y renacido, porque Ra es el autocreador y el creador de todas las cosas que existen. Y llamamos a la forma que regresa del dios escarabajo,
khepri
, el que evoluciona, el que accede a la existencia desde la no existencia. ¡Y así empieza el nuevo día! Y así continúan las cosas día tras día, año tras año, vida tras vida, muerte tras muerte, renacimiento tras renacimiento, perpetua y eternamente.
Sabía que le encantaba hablar así. Mi problema es que se parecía demasiado a un buen cuento. Y como todos los cuentos que nos contamos, y contamos a nuestros hijos, sobre cómo ocurren las cosas, y sobre por qué las cosas son como son, jamás podría ser demostrado.
—Pero ¿qué tiene todo eso que ver con mi pregunta?
—Porque existe un momento en que los vivos podemos presenciar esta divina unión.
—¿Durante un eclipse?
—Precisamente. Hay diferentes explicaciones de tal fenómeno, por supuesto, dependiendo de a qué autoridad consultes o aceptes. Una es que la diosa Hathor del oeste cubre al dios con su cuerpo. Una unión divina de luz y oscuridad. Otra, opuesta, es que algún poder oscuro cuyo nombre desconocemos, y por lo tanto no podemos nombrar, lo conquista, pero la luz se recupera y triunfa en la divina batalla del cielo.
—Por suerte para nosotros.
—Ya lo creo. Pues sin luz, no puede existir la vida. El Reino de la Oscuridad es la tierra de las sombras y la muerte. Pero existen cosas, incluso ahora, que no comprendemos. Sin embargo, yo creo que, algún día, nuestros conocimientos serán capaces de explicar todas las cosas que existen.
Se detuvo ante un arbusto de granadas, y jugueteó con sus flores rosa (la última moda), y después arrancó algunos brotes marchitos como para demostrar sus poderes, similares a los de un dios, sobre su creación.
—Como un Libro de Todas las Cosas… —insinué.
—Exacto, pero las palabras son imperfectas, y nuestro sistema de escritura, pese a todas sus glorias, posee sus limitaciones en términos de su capacidad para describir la creación en todo su esplendor y glorias ocultas… Por lo tanto, deberíamos inventar otra forma de describir las cosas.
—¿Por ejemplo?
—Ah, bien, esa es la cuestión, pero quizá la respuesta estriba no en las palabras, sino en los signos. De hecho, en los números…
En este momento, mis pensamientos empezaron a desplomarse, como suele suceder cuando hablo con Najt. Posee un anhelo para la especulación que me impulsa a hacer algo muy práctico, como barrer el patio.
Sonrió cuando vio la expresión perpleja de mi rostro.
Desvié la conversación hacia mi tema.
—Por cierto, utilizando los calendarios estelares, sé que eres capaz de predecir la llegada de la inundación y el principio de las festividades. Pero ¿los eclipses no aparecen en las cartas?
Meditó sobre la pregunta antes de contestar.
—Creo que no. Me he dedicado a recopilar mis propios calendarios mediante la observación, pero aún no he gozado de la suerte de presenciar un eclipse de sol, pues se trata de acontecimientos muy raros. Sin embargo, desde la terraza de mi tejado, he observado un eclipse de luna. Me siento intrigado y desconcertado por el elemento sistemático de la circularidad, tanto en el retorno cíclico de los eventos cósmicos, como en la consecuencia de las curvas de las sombras cuando son arrojadas sobre la cara de la luna, pues implican un círculo completo, como vemos en el sol y la luna, y como podríamos presenciar en un eclipse total. Sugiere que el círculo es la forma perfecta de los cielos, tanto como idea, pues el círculo implica el regreso infinito, como en la realidad.
Agradecido por aquella pausa en el torrente de veloces especulaciones, me apresuré a intercalar una pregunta.
—Pero ¿cómo podríamos descubrir algo más? ¿Podrías acompañarme a los archivos astronómicos?
—¿Los del recinto del templo de Karnak? ¿A los que tengo acceso? —Sonrió.
—Qué suerte tengo de contar con un amigo de posición social tan elevada.
—Tu sarcasmo es tan de… clase media —replicó risueño.
Tot y yo seguimos a Najt cuando atravesó imperioso, con su habitual elegancia, los puestos de la guardia de seguridad situados ante la primera torre del templo de Karnak. Alcé la vista hacia los grandes muros de adobe que se elevaban sobre nosotros. Y después, nos zambullimos en las sombras del «Más Selecto de los Palacios», un lugar prohibido y secreto dentro del mundo, pues nadie que no sea de la clase sacerdotal de élite puede entrar en ese inmenso y antiguo laberinto de piedra, compuesto de columnatas y templos lóbregos, cubierto de una infinidad de tallas inescrutables, que rodean un laberinto de santuarios carentes de sol donde, en el mismísimo corazón del oscuro silencio, las estatuas de los dioses reciben cuidados, son despertadas, adoradas, vestidas, alimentadas, devueltas a dormir y vigiladas toda la noche.