El puerto de la traición (47 page)

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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

BOOK: El puerto de la traición
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—¡Timón a babor! —gritó.

La fragata volvió a virar en redondo con la misma gracia de siempre y empezó a navegar velozmente en dirección al norte de la costa occidental, en dirección a los islotes The Brothers y al cabo que se encontraba justo detrás de ellos. En ese momento se hizo patente la ventaja de estar por barlovento. A pesar de que la
Surprise
había virado muy rápido y navegaba a gran velocidad, las fragatas francesas tenían que recorrer una distancia menor (su posición era comparable a la de los caballos que iban en las calles interiores de la pista en una carrera, y la de la
Surprise
con la del que iba en la calle exterior), y parecía que si la fragata no se detenía en un punto de la costa, ellas podrían interceptarla antes que llegara a The Brothers o atraparla entre ellos y el cabo que estaba detrás.

Había silencio absoluto en la fragata mientras todos veían acercarse con rapidez los islotes The Brothers, con sus tres canales, y las fragatas francesas. Durante aquella larga carrera, los tripulantes de la fragata más potente habían tenido tiempo de desplegar una gran cantidad de velamen, y ahora la fragata navegaba tan rápido como la
Surprise
o más. Se dirigía al canal central, por donde podría llegar al cabo antes que la
Surprise
, y una vez allí se pondría en facha y prepararía los cañones para disparar contra la fragata cuando doblara el cabo. La fragata de veintiocho cañones había alcanzado la estela de la
Surprise
para cortarle el paso en caso de que intentara retroceder después de atravesar el primer canal.

La fragata más potente se encontraba ahora a un poco más de media milla por el través de estribor y seguía avanzando con rapidez. Jack, en vez de disminuir velamen, hizo disminuir la velocidad soltando discretamente algunas escotas y acercando más la proa hacia la parte de donde venía el viento. Los tripulantes conocían muy bien el modo de obrar de Jack, pero pusieron una expresión grave al ver que la fragata francesa estaba paralela a la suya e iba a adelantarla cuando el canal entre el primer islote y el segundo estaba muy cerca y al otro lado ya se divisaba la amenazadora mole del cabo bajo la lluvia. Cuando la fragata francesa pasó por el lado de la
Surprise
, a pesar de estar distante, disparó una andanada, y Jack, en vez de responder con otra, gritó:

—¡Preparados para disminuir velamen!

Entonces fue hasta donde estaba el timón.

La fragata francesa siguió avanzando rápidamente, formando grandes olas con la proa. Al fin entró en el canal central y chocó contra el arrecife con una fuerza increíble, y enseguida sus mástiles cayeron hacia delante o hacia sotavento. Su compañera viró de inmediato y empezó a navegar velozmente en dirección a la costa este.

—¡Silencio de proa a popa! —gritó Jack entre los vivas de los tripulantes—. ¡Cargar las velas! ¡Cargar las velas! ¡Mover la gavia mayor!

Cuando la velocidad de la fragata disminuyó lo suficiente, Jack viró el timón y la condujo muy despacio no por el primer canal, sino por un paso profundo que había entre el primer islote y el acantilado, un paso tan estrecho que los penoles de ambos lados rozaban las rocas.

—¡Tirar de las brazas! ¡Amarrar las escotas!

La
Surprise
volvió a alcanzar la velocidad que tenía y empezó a navegar en dirección a alta mar con el viento por el través.

Cuando la
Surprise
dobló el cabo que estaba al otro lado de los islotes The Brothers, la lluvia llegó del nornoroeste y, como un manto grueso y gris, cubrió toda la bahía, ocultando ambas costas y atemperando el entusiasmo que había en la cubierta, que los marineros expresaban dándose palmadas en las espaldas unos a otros diciendo: «¡Les dimos su merecido a esos cabrones!» o «¡Les engañamos!» o «¿Habías visto alguna vez una cosa igual?». A pesar de eso, cuando la lluvia cesó y el cielo al otro lado del cabo Akroma se tornó azul, los marineros, con la cara empapada pero todavía resplandeciente de alegría, seguían mirando con admiración a su capitán.

El capitán estaba de pie, con las piernas separadas, muy cerca del coronamiento, y movía el telescopio a un lado y a otro de la bahía. La euforia que había sentido en los primeros momentos posteriores al triunfo ya había pasado, pero todavía había en sus ojos un brillo pirático mientras pensaba en las posibles formas de actuar.

—Digan al doctor que venga —ordenó al cabo de un rato.

Y cuando el doctor llegó, Jack, señalando con la cabeza el barco de dos puentes francés que estaba inmóvil entre las aguas grises y agitadas, a una milla y media de distancia, dijo:

—Quiero que sepas cuál es la situación. El
Pollux
se hundió, mejor dicho, explotó y, naturalmente, se hundió, pero antes causó graves daños al barco francés.

Entonces le dio el telescopio a Stephen, que vio que el barco estaba medio hundido y el agua salía por los imbornales, y también que tenía las portas de la crujía destrozadas y le faltaba el palo trinquete.

—La explosión también le causó daños importantes —continuó Jack—. Me parece que muchos baos se desprendieron. Está bastante hundido, y la proa está mucho más baja. Los tripulantes han puesto cabos de refuerzo en la proa y la popa. Estoy convencido de que hoy no se moverá, hagamos lo que hagamos.

Stephen miró por el telescopio los ennegrecidos restos del navío, que abarcaban un área de media milla, y dijo:

—¡Madre de Dios! ¡Quinientos hombres muertos en una explosión que duró un segundo!

—Ahora mira hacia los islotes The Brothers —dijo Jack después de una breve pausa—. Esa embarcación desarbolada que está sobre el arrecife del canal central es la fragata más potente. Chocó con tanta fuerza y se ha adentrado tanto que nunca podrá salir. No merece la pena que vayamos a quemarla.

—Supongo que esos hombres que se acercan a la costa en las lanchas son sus tripulantes —dijo Stephen.

—Exactamente. Ahora mira al fondo de la bahía —dijo, señalando hacia allí—. Esa es su infeliz compañera. Navega a la velocidad del rayo para llegar a Zambra. Me parece que es un barco holandés. Probablemente sus hombres han sido obligados por los franceses a servir en su armada, pero ellos no están dispuestos a derramar su sangre por un grupo de extranjeros. ¿Te das cuenta de cuál es la situación?

—¿Y aquellos botes?

—Son botes de pescadores y de otras personas que vienen a apoderarse de lo que encuentren entre los restos del naufragio.

—¿Y aquel barco con dos mástiles?

—Es nuestra lancha. La dejamos atrás cuando nos fuimos de allí. Honey la traerá enseguida, y también el anclote y la guindaleza.

—Creo que todo está claro.

—Muy bien. Entonces quiero que tengas la amabilidad de darme tu opinión, desde el punto de vista político, sobre el siguiente plan: iremos a Zambra sin perder un minuto, entablaremos un combate con ese miserable arenquero holandés y atacaremos la fortaleza que nos disparó y, después de tomarla, mandaremos al Dey el mensaje de que a menos que su gobierno se disculpe inmediatamente por la ofensa hecha a nuestra armada, quemaremos todos los barcos que hay en el puerto, y después de resolver esto, hablaremos con el señor Eliot. ¿Crees que es un buen plan?

—No, no lo creo. Es evidente que el Dey tomó parte en tender esta trampa, y puesto que la fortaleza disparó a la
Surprise
, seguramente cree que ya estamos en guerra con él. Tengo entendido que es irascible y cruel, y creo que atacarlo en este momento, cuando está tan excitado, tendrá forzosamente como consecuencia la muerte del señor Eliot. Además, como hay un barco de dos puentes francés en la bahía, no podemos perder tiempo en
pourparlers
, aunque tenga que quedarse amarrado durante un tiempo. Creo que el plan, desde el punto de vista político, es descabellado, y no sólo por esos motivos, sino por muchos más, y te ruego que lo abandones. En estas circunstancias, lo que cualquier consejero político en su sano juicio te aconsejaría sería que salieras de aquí con celeridad y fueras a pedir nuevas instrucciones y un buen refuerzo.

—Temía que ibas a decirme eso —dijo Jack, mirando hacia Zambra con tristeza—. Sin embargo, a la ocasión la pintan calva, ¿sabes? Pero no quiero que muera el señor Eliot. Por otra parte, desobedecería las órdenes que me han dado si me apoderara de la ciudad.

Fue hasta el palo mayor y volvió dos veces, luego dio la orden de que aproximaran la fragata a la lancha y después, con su alegría habitual, dijo:

—Tienes razón: debo ir a Gibraltar con celeridad. Puesto que ha dejado de llover y no hay combate, podemos dejar salir de la bodega a la pobre señora Fielding.

Los dos se habían alejado de la zona cercana al coronamiento, donde se podía hablar confidencialmente, y Jack había hablado en voz muy alta, y puesto que en la fragata reinaba ahora una atmósfera distendida, como la que solía seguir a los momentos de gran tensión, y, además, agradable, a Williamson no le pareció incorrecto decir: «¡Yo iré a buscarla, señor!», ni a Calamy replicar: «¡Yo sé perfectamente dónde está! ¡Déjeme ir a mí, señor!».

La señora Fielding subió a la cubierta justamente cuando la
Surprise
se ponía en facha y la lancha se abordaba con ella. Le habían contado la desgracia que le había ocurrido al
Pollux
y tenía una expresión grave. Dijo al capitán Aubrey que esperaba que ningún amigo suyo hubiera perecido en la explosión y que ella no conocía a ninguno de los que iban a bordo del navío. Luego, con una mirada melancólica, dijo que su esposo había estado a las órdenes del pobre almirante Harte. Ambos hicieron los apropiados comentarios, y sentían realmente lo que decían, a pesar de que predominaba en ellos la alegría que les había producido la victoria; sin embargo, no pudieron extenderse porque en ese momento los tripulantes subían la lancha a bordo, una maniobra para cuya realización se daban muchos pitidos y se gritaban muchas órdenes.

Al capitán Aubrey le pareció que los tripulantes hablaban incluso más de lo habitual y lo conveniente, y observó que siguieron hablando mucho aun después que la lancha fue introducida en la fragata, apoyada en los calzos y amarrada fuertemente y que repetían a menudo la palabra «zunchos». Cuando logró hacer comprender a la señora Fielding en qué posición estaba la fragata cuando se encontraba cerca del arrecife ahora lejano, notó que Mowett dudaba si hablarle o no y vio que detrás de él estaba el contador, lleno de ira, y detrás del contador, Honey, con el entrecejo fruncido.

—¿Señor Mowett? —preguntó.

—Disculpe, señor —dijo Mowett—, pero el señor Adams quiere decirle, con todos sus respetos, que sus zunchos no fueron recogidos.

—Cuatro manojos de zunchos de diecinueve peniques y dos de media libra —dijo el contador, como si estuviera haciendo un juramento—. Se los había dado al tonelero para los toneles de reserva y no fueron recogidos por el señor… por alguien.

Mowett continuó:

—Dice que si contorneamos los islotes, se tardará un momento en ir a buscarlos en el chinchorro.

—El contador es responsable de todos los zunchos —dijo el señor Adams, todavía hablando de modo que parecía dirigirse a todo el mundo en vez de a una sola persona—. Y la Junta me ha reprendido duramente tres veces durante el último trimestre.

—Señor Mowett —dijo Jack—, aunque esos zunchos fueran de oro de veinticuatro quilates, se quedarían en tierra hasta que volviéramos a pasar por aquí. No hay ni un momento que perder. Señor Gill, trace una ruta para ir a Gibraltar, por favor. Vamos a desplegar todo el velamen que la fragata pueda llevar extendido.

—Mis zunchos… —dijo el contador.

—Sus zunchos valen mucho, señor Adams —dio Jack—, pero no se pueden comparar con la posibilidad que tenemos de capturar esos dos barcos franceses si el viento es favorable. ¿Qué pasa, Killick?

—La cabina de la señora ya está arreglada, señor, con su permiso. Y he hecho café.

Nunca nadie había arreglado la cabina de Jack ni le había preparado café en tan poco tiempo, pero él no protestaba cuando tenía buena suerte. Poco después, cuando la fragata salió de la bahía y escoró a causa de la gran intensidad del viento del nornoroeste, dijo:

—No quisiera desafiar al destino, pero a esta velocidad podríamos llegar a Gibraltar el martes por la mañana, que es un día de suerte, así que voy a empezar mi informe oficial esta misma tarde.

Entonces pensó que si el almirante le daba un navío de línea que ahora estuviera bajo el mando de un capitán de menos antigüedad que él (los nombres de media docena de ellos pasaron por su mente), la posible o casi probable captura de los dos barcos franceses volvería a ponerle en el camino adecuado, en el camino hacia la obtención de un buen puesto, como por ejemplo, estar al mando de una excelente fragata de cuarenta cañones en la base naval de Norteamérica.

—¡Voy a llegar lejos! —dijo con una alegre sonrisa.

—Y yo voy a escribir —dijo Laura Fielding—. Voy a escribir a Charles inmediatamente para pedirle que venga a buscarme. Cuando le diga lo amable que ha sido usted conmigo, querrá conocerle. Apenas pasemos juntos unos momentos, querrá conocerle.

Y Stephen dijo para sí: «Yo también voy a escribir una carta. Sólo ocho o nueve hombres conocían el contenido de las órdenes de Jack, y si eso no permite a Wray atrapar al principal responsable, a ese Judas, entonces no hay duda de que el mismo diablo está metido en este asunto».

FIN

Notas.-

1)
Curva
: Pieza de madera naturalmente curva que se emplea en los barcos para asegurar dos maderos unidos en ángulo. (N. de la T.)
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2)
Speronara
: Barco grande de remos con una vela latina usado en el sur de Italia y Malta. (
N. de la T.
)
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3)
Sociedad Naval (Marine Society)
: Organización caritativa fundada en 1756 para preparar a jóvenes y adultos para ingresar en la Armada. (
N. de la T.
)
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4)
Espía
: Cabo que se coloca firme en un sitio y se hala para que el barco se mueva en dirección a éste. (
N. de la T.
)
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5)
Clase
. En la Armada, los navíos eran agrupados en clases atendiendo al número de cañones que tenían. (
N. de la T.
)
[volver]

6)
Perro con manchas
: Pudín de sebo con pasas. (
N. de la T.
)
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