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Authors: Patrick O'Brian

Tags: #Aventuras, Historico

El puerto de la traición (42 page)

BOOK: El puerto de la traición
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Se interrumpió al ver a Williamson, el guardiamarina de guardia, entrar precipitadamente y acercarse al capitán.

—Con su permiso, señor —dijo Williamson—. La
Dryad
ha comunicado que un barco acaba de doblar el cabo Saint Mary y navega con rumbo este, y parece ser el
Edinburgh.

Era el
Edinburgh
, un potente navío de setenta y cuatro cañones al mando de Heneage Dundas. Las dos embarcaciones, que tenían rumbos convergentes, se acercaron despacio y se pusieron en facha cuando se juntaron, y entonces Jack fue al navío para preguntar a Heneage cómo estaba. Heneage contestó que estaba bien, pero que podría estar mejor si hubiera capturado un barco corsario francés, un barco de veinte cañones con el casco de color azul celeste, que había perseguido ese día, desde el alba hasta la tarde, pero que había dejado atrás al navío y se había puesto bajo la protección de los cañones de Tarento. Luego dijo que tenía otras muchas noticias que darle además de esa, y le contó que dos terribles tempestades que hubo en el golfo de León habían causado graves daños a la escuadra que hacía el bloqueo allí y la habían obligado a desplazarse al puerto de Mahón, donde todavía se hacían reparaciones a algunos navíos. Añadió que la escuadra francesa no había salido del puerto, pero que se creía que algunos de sus barcos se habían escabullido, aunque nadie sabía con certeza eso ni cuántos eran ni qué potencia tenían. Agregó que, en cambio, todos sabían con certeza que el comandante general y Harte se habían peleado y que, a pesar de que las causas eran inciertas, el efecto era evidente: Harte iba a regresar a Inglaterra. No sabía si había sido relevado de su cargo, si había arriado su insignia y la había pisoteado, como algunos decían, si le habían dado de baja por enfermedad o si había caído en desgracia, pero estaba seguro de que iba a regresar a Inglaterra.

—Y ojalá que se quede allí mucho tiempo —dijo—. Nunca he conocido a un capitán que tuviera tan poca habilidad para gobernar un barco y mandar a sus hombres. Aunque le den el mando de otro barco, lo que podría ocurrir debido a su relación con Andrew Wray, no creo que volviera a servir en la Armada, porque ahora es muy rico. Mi primo Jelks, que sabe de estas cosas, me ha dicho que es propietario de la mitad de Houndsdith, que produce anualmente una renta de nada menos que ocho mil libras.

Durante la tarde el viento aumentó de intensidad y por la noche roló al noroeste y empezó a soplar con tanta fuerza que Jack ordenó poner los mastelerillos sobre la cubierta después de pasar revista. Un poco antes de que saliera la luna pensó mandar a tomar otro rizo en las gavias, no sólo porque el viento era muy fuerte, sino porque soplaba perpendicularmente a las olas y agitaba el mar de tal manera que la jarcia de la
Surprise
crujía. Pero ese trabajo se habría perdido, porque antes de que la luna se separara del horizonte, el serviola del castillo gritó:

—¡Barco a la vista! ¡Barco por la amura de babor, a treinta grados por la amura de babor!

Allí estaba el barco corsario que el
Edinburgh
había perseguido. Inmediatamente Jack mandó quitar el rizo de las gavias y el barco corsario hizo rumbo a Tarento para ponerse bajo la protección de sus potentes cañones. Pero la
Dryad
, que estaba cerca del lado de barlovento del barco francés, en respuesta a las señales luminosas azules que hizo la
Surprise
, desplegó todas las velas
y se situó
de manera que le impedía acercarse a la costa. Siguió comportándose heroicamente durante largo tiempo, mientras la
Dryad
y su compañera perseguían el veloz barco corsario como los perros de una jauría y, a pesar de que su botalón y su mastelero mayor se desprendieron y cayeron por la borda aparatosamente, cuando eso ocurrió el barco ya no podía virar. En ese momento el barco francés se encontraba cerca del lado de sotavento de la
Surprise
, a unas dos millas de distancia, y empezó a navegar a toda velocidad en dirección sur, en dirección a la distante costa berberisca.

Entonces comenzó una larga persecución, en la que cada capitán empleaba todos sus conocimientos de náutica y hacía hasta los más pequeños cambios en la jarcia y en la posición del timón para navegar más rápido que su adversario. El barco corsario tenía la ventaja de que podía navegar en la forma en que alcanzaba mayor velocidad, con el viento a la cuadra, mientras que la
Surprise
no, pues navegaba más rápido con el viento por la aleta, aunque sus tripulantes podían desplegar y arriar velas más rápido. Las dos embarcaciones avanzaban rápidamente, a unos doce o trece nudos, haciendo saltar el agua y la espuma a gran distancia hacia los lados y hacia atrás, y sus tripulantes estaban muy animados. Los tripulantes del barco corsario arrojaron por la borda los toneles de agua, las lanchas, las anclas de leva y, por último, los cañones. Como el viento disminuyó ligeramente de intensidad, el barco se separaba más y más, de modo que la distancia aumentó media milla entre las dos y las tres de la madrugada. Para hacer disminuir esa distancia, un grupo de tripulantes de la
Surprise
arrojaron por la borda veinte toneladas de agua y todos los que estaban desocupados se alinearon en el costado de barlovento para que el barco se enderezara un poco, y cuando el viento volvió a aumentar de intensidad y la presa no pudo seguir llevando desplegadas las alas (que se desprendieron antes de que pudieran arriarlas), y la
Surprise
sí, la distancia entre ambas empezó a disminuir. Al rayar el alba el barco francés estaba a tiro de mosquete de la
Surprise
, pero todavía navegaba a gran velocidad, como si su capitán tuviera la vana esperanza de que algún palo de la fragata se cayera. Los tripulantes de la
Surprise
pensaban que el capitán del barco corsario estaba prolongando demasiado la persecución simplemente porque era obstinado y alardeaba de valiente, y que tendrían que detenerle con una andanada o, en caso contrario, no se podrían encender los fuegos de la cocina y el desayuno sería preparado muy tarde. Jack notó que muchos tripulantes le lanzaban miradas significativas y muchos de los artilleros que manejaban los cañones de proa, que habían sido preparados para disparar desde hacía tiempo y cuyo cebo cambiaba ahora el señor Borrell ostentosamente, le miraban con la cabeza ladeada y con una expresión inquisitiva o asombrada. En respuesta a un comentario, Mowett le dijo:

—Señor, estoy preocupado por los marineros. Todos, desde la proa hasta la popa, están muy excitados, y si ese tipo…

Se interrumpió al ver que un chorro de agua se aproximaba a su cabeza, y Jack, protegiéndose los ojos del agua con una mano y agarrándose fuertemente con la otra a una burda tensa como un cable de hierro mientras la fragata se elevaba con una ola, miró hacia el veloz barco corsario, que era digno de verse, pues tenía todas las velas desplegadas y tanta espuma a su alrededor que el casco parecía estar envuelto en la niebla.

—Muy bien —dijo—. Le dispararemos un cañonazo.

Entonces, alzando la voz, ordenó:

—Señor Borrell, por favor, dispare un cañonazo alto para demostrar que queremos capturarlo de verdad. Un poco alto, no demasiado.

—Sí, señor: un poco alto, no demasiado —repitió el condestable.

Y Tom Turk, el Largo, después de hacer una serie de cálculos, disparó dando un gruñido, como siempre hacía.

Se abrió un agujero en cada una de las gavias del barco corsario, y el velacho, que ya estaba a punto de romperse, se rajó. Entonces el barco orzó e inmediatamente arrió la bandera en señal de rendición. El cocinero de la
Surprise
y sus ayudantes corrieron a la cocina murmurando algo.

Lo único que Stephen oyó de la persecución fue el cañonazo, y como el tambor no había llamado a los tripulantes a sus puestos, pensó que probablemente era una de las extravagancias de los marinos o una salva y volvió a dormirse, de modo que cuando subió a la cubierta al fin, furioso a causa de que había dormido más de lo debido porque no le habían despertado el ruido de la piedra arenisca, ni los rítmicos chirridos de las bombas, ni los gritos de los tripulantes, se asombró al ver que la fragata estaba en facha, que había otra embarcación cerca de ella y que las lanchas iban y venían de la una a la otra. Se quedó allí mirándola con los ojos entrecerrados, sin responder a quienes le daban los buenos días, y después de un rato dijo:

—Esa no es la
Dryad
, porque tiene tres mástiles.

—No se puede ocultar nada al doctor —dijo Jack y, volviéndose hacia él, continuó—: Felicítanos por haber capturado esta presa. La capturamos anoche.

—El desayuno se ha retrasado mucho —dijo Stephen.

—Ven a beber una taza de café conmigo y te contaré cómo la apresamos —dijo Jack.

Se lo contó, quizá con demasiados detalles, pero Stephen recuperó la cortesía gracias al café y le escuchó con aparente atención. Pero cuando oyó que Jack dijo: «Nunca había visto un barco que navegara tan rápido con el viento a la cuadra.

Seguro que la Armada lo compra. Rowan lo va a llevar a Malta en cuanto los marineros enverguen un velacho nuevo», se interesó vivamente por el asunto y preguntó:

—¿Hay posibilidad de que llegue allí antes que nosotros?

—¡Oh, no! —exclamó Jack—. No hay ninguna, a no ser que nos encontremos con un barco enemigo o persigamos a otra presa.

Stephen vaciló un momento y luego, en voz muy baja, dijo:

—Es sumamente importante que la noticia de la fuga no llegue a Valletta antes que yo haya llegado.

—Comprendo —dijo Jack secamente—. Bueno, podré asegurarme de eso.

—¿Y la
Dryad
?

—Creo que no tenemos que preocuparnos por ella. Ha perdido el botalón y el mastelero mayor, y dudo que pueda avanzar rápido con el viento que está soplando. Además, la persecución de anoche no nos ha alejado mucho de nuestra ruta, pues navegamos con rumbo sureste en vez de sursureste. No es probable que la veamos hasta al menos dos días después de haber llegado al puerto.

Stephen pensaba que su amigo era infalible cuando juzgaba asuntos relacionados con el mar y los barcos, y, a pesar de que la
Surprise
hizo el viaje navegando con vientos desfavorables, tuvo tranquilidad hasta la oscura y tormentosa tarde del domingo en que llegó al puerto, un puerto donde, en contra de lo habitual, había muy pocos barcos de guerra. Se asombró al notar que no estaba el buque del comandante general y dos minutos después se asustó tanto que se quedó sin respiración al ver la
Dryad
amarrada allí. A su alrededor había numerosos vivanderos y típicas embarcaciones maltesas, y mientras él la contemplaba, uno de sus cúteres, que estaba lleno de marineros de permiso vestidos con la ropa de bajar a tierra, empezó a alejarse de un costado. Los tripulantes de la
Dryad
dieron vivas al ver entrar la presa (pues les correspondía una parte de su valor) y los tripulantes de la
Surprise
dieron vivas en respuesta, y cuando la fragata navegaba en dirección al muelle Thompson, donde iba a dejar a los prisioneros, los unos dijeron frases jocosas sobre la lentitud con que la fragata había regresado y los otros sobre la apariencia actual de la corbeta. Stephen buscó ansiosamente a Jack con la mirada, pero la señal que ordenaba al capitán de la
Surprise
bajar a tierra había sido izada pocos minutos después que la fragata se identificaba, y ahora estaba en su cabina cambiándose de ropa.

—Señor Mowett —dijo en medio del alboroto—, por favor, pregúnteles desde cuándo están aquí.

Estaban allí desde el viernes por la noche, así que al menos los oficiales habían dispuesto de todo el sábado y la mayor parte del domingo para bajar a tierra. Stephen corrió a la cabina de Jack y, sin pedir disculpas, entró cuando Jack se ponía sus mejores calzones y dijo:

—Escúchame. Tengo que ir a Valletta enseguida. ¿Me llevarás?

Jack le miró con el ceño fruncido y dijo:

—Ya sabes cuáles son las reglas de la Armada: no se conceden permisos hasta que el capitán informa del viaje a su superior. ¿Tienes una poderosa razón para pedirme que haga una excepción?

—Te doy mi palabra de honor de que sí.

—Muy bien. Pero debo advertirte que, por la rapidez de la señal, creo que es probable que nos ordenen zarpar en cuanto completemos la aguada.

—Claro —dijo Stephen distraídamente, y corrió a su cabina, donde cogió una pistola y sacó un bisturí del botiquín.

Stephen vio los escalones de Nix Mangiare en la penumbra y bajó de la falúa de un salto. Fue hasta el palacio, en una de cuyas alas vivía Wray, pasando lo más rápido que podía por entre una multitud que caminaba despacio. Allí se enteró de que Wray estaba en Sicilia, lo que frustró sus planes, y durante unos momentos no supo qué hacer. La situación era muy peligrosa y delicada y Stephen no sabía en quién podía confiar. Las palabras con que Wray había expresado sus sospechas volvían a su mente una y otra vez, y pensó que posiblemente al decir
navium duces
se refería a un alto cargo. Caminaba por la calle Real contra la marea humana que avanzaba hacia Floriana cuando Babbington, Pullings y Martin, que estaban muy alegres, le hicieron detenerse junto a una farola dorada y le dijeron que se avecinaba lluvia o quizá una tormenta y que debía ir con ellos al hotel Bonelli, donde iban a pasar una agradable velada y estarían cantando hasta el amanecer. Su mirada, inexpresiva como la de un reptil, les impresionó, perdieron la alegría y le dejaron ir.

Cuando llegó a la calle donde ella vivía, los relámpagos largamente esperados hirieron el firmamento, seguidos inmediatamente por truenos tan fuertes que parecía que el cielo se había partido en dos, y poco después se desató la tormenta y empezaron a caer grandes trozos de granizo que saltaban a la altura de la cintura. Se refugió, junto con muchas otras personas, bajo la marquesina que estaba sobre la verja de su casa. Estaba casi seguro de que el hombre que solía vigilarla no la vigilaba ahora, pero se alegró de que estuviera oscuro y de que la gente hubiera corrido y se hubiera metido allí a empujones, porque eso impedía que incluso el observador más atento le viera. Al granizo lo sucedió una fuerte lluvia, que enseguida empezó a derretir la blanca capa que cubría el suelo y a caer con estrépito por las bocas de las alcantarillas. La lluvia cesó de repente, y después de un rato, la gente se fue de allí, caminando con cuidado y levantando mucho los pies para pasar por encima de los charcos, pero todavía pasaban algunas nubes bajas por delante de la luna y se veían relámpagos sobre Senglea, así que seguramente iba a llover más.

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