Sin embargo, a Laura Fielding no la cohibía eso, y, con naturalidad, preguntó:
—¿Se cayó al agua?
—A sus pies, señora —dijo Stephen distraídamente, besando su mano—. ¡Jack, qué alegría, ha llegado el
Dromedary
!
—¿Y qué? —preguntó Jack, que había visto al transporte de costados rectos acercarse dando bordadas desde el amanecer.
—¡A bordo está mi campana de buzo!
—¿Qué campana de buzo?
—Mi ansiada campana de buzo diseñada por Halley. Casi había perdido las esperanzas de recibirla. ¡Tiene una ventana de cristal en la parte superior! Estoy ansioso por sumergirme en el mar. Tienes que venir a verla enseguida. Una embarcación me está esperando en el muelle.
—Adiós, caballeros —dijo la señora Fielding, que no estaba acostumbrada a que dejaran de prestarle atención por ocuparse de una campana.
Ambos le pidieron perdón y le dijeron que sentían mucho lo ocurrido y que su intención no había sido faltarle el respeto. Stephen la ayudó a bajar las escaleras, y detrás de ellos bajaron parsimoniosamente Jack y Ponto.
—Es el modelo de Halley, ¿sabes? —dijo Stephen cuando la típica embarcación maltesa, una embarcación larga y estrecha parecida a una góndola, zarpó y sus tripulantes empezaron a remar con gran rapidez para atravesar el puerto en dirección al
Dromedary
, ya que él había prometido pagarles doble cantidad de dinero por el viaje—. ¡Qué rápido reman estos hombres! ¿Y te has dado cuenta de que reman de pie y de cara al punto al que se dirigen, como los gondoleros de Venecia? Me parece una costumbre digna de elogio y deberían adoptarla en la Armada.
Con frecuencia Stephen hacía propuestas para mejorar la Armada. Había recomendado que se entregara gratuitamente a los marineros un uniforme de tela resistente, sobre todo a los nuevos y a los grumetes, que se redujera su monstruosa ración de grog y que se les diera una pequeña cantidad de jabón, y también que se abolieran varios castigos, como por ejemplo, azotar a un hombre delante de cada uno de los barcos de una escuadra, pero todas estas propuestas habían tenido poco éxito, tan poco como la actual sugerencia de que los miembros de la Armada, en contra de la tradición, miraran adonde iban. Jack, sin hacerle caso, preguntó:
—¿Halley? ¿El del cometa Halley? ¿El astrónomo real?
—Exactamente.
—Sabía que era capitán del pingue
Paramour
cuando estudiaba las estrellas del hemisferio austral y trazaba la carta marina del Atlántico, y le admiro mucho por su gran capacidad para observar y hacer cálculos; sin embargo, ignoraba que tuviera algo que ver con las campanas de buzo.
—Pero yo te hablé de su artículo
Art of Living under Water
, que apareció en
Philosophical Transactions
, y tú alabaste mi idea de caminar por el fondo del mar, dijiste que sería una forma de encontrar cadenas y anclas perdidas mejor que tratar de cogerlas con rezones.
—Lo recuerdo perfectamente, pero no mencionaste el nombre de Halley. Además, de lo que hablaste fue de una especie de casco con tubos.
—Estoy seguro de que mencioné el nombre de Halley y de que describí la campana con bastantes detalles, pero tú no me prestaste atención. Estabas jugando a críquet, y en un momento de descanso, me acerqué a ti y te lo dije.
—Eso fue en otra ocasión, cuando jugábamos con varios caballeros de Hampshire. Tuve que decirle a Babbington que te alejara de allí. Nunca he podido hacerte comprender que en Inglaterra nos tomamos muy en serio ese juego. Pero, por favor, cuéntamelo todo otra vez. ¿Cómo es la campana de buzo?
—Es bella por su simplicidad. Imagínate un cono truncado, abierto por la parte de abajo, con una ventana de cristal grueso en la parte superior y con pesos repartidos de manera que al descender en el mar se mueve perpendicularmente al fondo. Es amplia, y su ocupante puede sentarse cómodamente en un banco del tamaño de su diámetro, colocado a cierta distancia del borde, mientras disfruta contemplando las maravillas de las profundidades, aprovechando la luz que entra por el cristal de la parte superior. Podrás objetar que a medida que la campana se hunde el aire que hay en su interior se comprime y el agua sube proporcionalmente —dijo Stephen, subiendo la mano—, y, en circunstancias normales sería así, y la campana estaría medio llena cuando hubiera descendido treinta y tres pies. Pero también tienes que imaginarte un barril con pesos repartidos también y con un agujero en el fondo y otro en la parte superior. En el agujero de la parte superior está metida una manguera de cuero, untada con aceite y cera de abeja, en la que no entran ni el aire ni el agua, y el agujero del fondo está abierto para que el agua entre en el barril a medida que se hunda.
—¿Qué ventaja tiene eso?
—¿No te das cuenta? El barril mantiene la campana llena de aire.
—No. El aire se ha ido por la manguera de cuero.
Stephen se quedó perplejo al oír el comentario. Abrió la boca, luego la cerró y se quedó pensando en el problema durante unos minutos, mientras la ligera embarcación navegaba velozmente por entre los barcos y botes que llenaban el puerto, con el macizo Tres Ciudades por proa y Valletta por popa. Entonces sonrió y, sintiendo satisfacción de nuevo, dijo:
—Desde luego, desde luego. ¡Qué tonto soy! Olvidé decirte que a la manguera de cuero se le cuelga un peso para que permanezca por debajo del agujero más bajo. Se mantiene así mientras el barril desciende, lo que es fundamental, y el hombre que va dentro de la campana tiene que cogerla, introducirla en la campana y subirla. En cuanto la sube por encima del nivel del agua que hay dentro del barril, el aire sale con fuerza y se expande en la campana, permitiendo al hombre respirar mejor y empujando el agua a la parte inferior de la campana. Entonces el hombre hace una señal para que saquen el barril del agua y bajen otro. El doctor Halley dice, y usaré sus propias palabras, Jack, que «esa sucesión puede abastecer la campana con tanto aire y tan rápidamente que a veces otras cuatro personas y yo hemos estado durante una hora y media juntos en el fondo, en aguas de nueve o diez brazas, durante una hora y media y no hemos sentido ningún malestar».
—¡Cinco personas! —exclamó Jack—. ¡Dios mío! Seguro que es enorme. Dime, por favor, ¿cuáles son sus dimensiones?
—Mi campana es pequeña, muy pequeña —dijo Stephen—. Dudo que quepas en ella.
—¿Cuánto pesa?
—No me acuerdo del peso exacto, pero es muy pequeño, apenas el suficiente para hundirse, y no muy rápido. ¿Ves esa ave que está ahí delante a unos treinta y cinco grados de elevación? Creo que es un
hangi
, un ave típica de esta isla.
Era evidente que los tripulantes del
Dromedary
ya conocían al doctor, pues bajaron una escala en cuanto la embarcación se abordó con el transporte y, después que subió trabajosamente por el costado, le alzaron sujetándole por los brazos y le hicieron pasar por encima de la borda. También era evidente que le tenían simpatía, pues a pesar de que debían realizar urgentes tareas, habían sacado su campana y los instrumentos que iban en ella. Y fue el propio capitán, acompañado de un grupo de sonrientes tripulantes, quien llevó a los visitantes a verla.
—Aquí está —dijo el capitán, señalando con la cabeza la escotilla central—, preparada para ser izada. Como verá, señor, he seguido las instrucciones del doctor Halley al pie de la letra: ahí está la botavara, unida por estayes al tope, y ahí están las brazas, para poder sacar o meter la campana, según se quiera. Aquí, Joe, la ha pulido un poco para que no parezca una cosa insignificante.
En realidad, estaba muy lejos de parecer insignificante. El cerco de latón que rodeaba la parte de cristal tenía más de una yarda de diámetro y parecía el ojo de un dios gigantesco, ingenuo y alegre que les miraba atentamente. Jack, lleno de angustia, desvió la vista.
—Parece muy grande porque está en un espacio pequeño —dijo Stephen—, pero eso es una ilusión óptica. Cuando la levanten, verás que es muy pequeña.
—Tiene ocho pies de altura, la parte superior tiene un diámetro de tres pies y seis pulgadas y la inferior, de cinco pies —dijo el capitán con gran satisfacción—. Tiene una capacidad de casi sesenta pies cúbicos y pesa aproximadamente cuatro mil trescientas libras.
Jack tenía pensado llamar aparte a Stephen para decirle que esa máquina tendría que quedarse en tierra o ser enviada a Inglaterra y que, puesto que no había nacido el día anterior, sabía perfectamente que trataba de hacerle aceptar un
fait accompli
; sin embargo, las elevadas cifras le causaron tal sorpresa que gritó:
—¡Dios mío! ¡Cinco pies de ancho y ocho de profundidad y casi dos toneladas de peso! ¿Cómo pudiste pensar que en la cubierta de una fragata cabía una cosa monstruosa como ésta?
Los sonrientes tripulantes del
Dromedary
que estaban a su alrededor se pusieron serios, y por su expresión Jack comprendió que desaprobaban su conducta y estaban de parte de Stephen.
—A decir verdad —dijo Stephen—, la encargué cuando estábamos en el
Worcester.
—Pero ¿en qué parte de un navío de setenta y cuatro cañones podría caber?
Stephen dijo que había pensado colocarla en la toldilla, porque desde allí sería fácil pasarla por encima de la borda si quería bajarla al mar cuando el barco no estaba navegando, y que le parecía que incluso serviría de adorno.
—La toldilla, la toldilla… —empezó a decir Jack, pero ese no era momento para hablar de los desastrosos efectos que produciría un objeto de dos toneladas que estuviera colocado en la popa y muy por encima del centro de gravedad del barco, y ofreciera resistencia al viento, así que dijo—: Pero no estamos hablando ahora de un navío de línea sino de una fragata, y muy pequeña. Además, permíteme que te diga que ninguna de las fragatas que se han construido hasta ahora tiene toldilla.
—Siendo así —dijo Stephen—, ¿qué te parece colocarla en el pequeño espacio que hay entre el palo trinquete y el cabillero?
—¿Colocar un objeto de dos toneladas sobre la roda, justo sobre el pie de la roda? ¡Eso sería horrible! ¡Haría disminuir la velocidad de la fragata dos nudos cuando navegara de bolina! Además, ahí están el estay del mayor y las trapas. ¿Y cómo voy a subir el ancla? No, no, doctor, no es posible. Lo siento mucho. Si hubieras hablado de esto antes, te habría desaconsejado que la trajeras, te habría dicho que no cabía en ningún barco de guerra a no ser que fuera un navío de primera clase
[5]
, en el que se podía colocar sobre los calzos.
—Es el modelo diseñado por el doctor Halley —dijo Stephen en voz baja.
—Sin embargo, piensa en lo bien que estaría en cualquier lugar de la costa —dijo Jack en un tono alegre poco convincente—. Servirá para buscar guindalezas, cadenas y anclas perdidas, y estoy seguro de que el comandante del puerto te prestará de vez en cuando una chalana para que puedas ver el fondo del mar.
—Siempre que mido la altitud de un astro, pienso que tengo una gran deuda de gratitud con el doctor Halley —dijo el capitán del
Dromedary.
—Todos los marinos debemos estar agradecidos al doctor Halley —dijo el primer oficial, y esa parecía ser la opinión general en el transporte.
—Entonces, señor —dijo el capitán, mirando compasivamente a Stephen—, ¿qué tengo que hacer con esta campana, con la campana del doctor Halley? ¿La llevo a la costa tal como está o la desmonto y la guardo en la bodega hasta que decida usted qué hacer con ella? Tengo que hacer una de esas dos cosas para dejar libre la escotilla, y muy rápido, ¿sabe?, porque de un momento a otro vendrá el inspector del astillero a pasar revista a la tripulación. ¡Ahí está, ahí junto al
Edinburgh
, conversando con su capitán!
—Por favor, desmóntela, capitán, si no es mucha molestia —dijo Stephen—. Tengo
algunos
amigos en Malta en cuya ayuda confío.
—No es ninguna molestia, señor. Quito una docena de pernos y asunto terminado.
—Si se desmonta —dijo Jack—, la cosa cambia. Si se desmonta se puede llevar en la fragata. Se puede guardar en la bodega y montar en el momento oportuno, cuando haya calma chicha o cuando la fragata esté al pairo o en un puerto. Enviaré mi falúa enseguida.
Mientras la ligera embarcación les llevaba al astillero, Jack pensó: «Aunque parezca extraño, si hubiéramos estado en el alcázar de mi propio barco, ellos no se habrían atrevido a hablar así del doctor Halley. Me sentí como Juliano
el Apóstata
frente a un montón de obispos… Les habría cortado si hubiera estado en mi propio barco… La autoridad depende en buena medida del lugar… Yo soy dócil en casa de mi padre, como la mayoría de la gente…». Entonces recordó que sus hijas no eran muy dóciles y que una vez le habían gritado: «¡Vamos, papá! ¡A este paso no llegaremos a la cumbre de la montaña! ¡Pareces una babosa!». Antes de entonces probablemente habrían dicho «maldita babosa», pues se habían acostumbrado a decir expresiones soeces con los marineros que trabajaban de sirvientes en su casa, pero cuando Jack había regresado allí después de su último viaje, ya Sophie se había encargado del asunto, y ahora sólo se oían voces femeninas gritar «¡Condenado imbécil!» y «¡Maldito cabrón!» en remotos rincones del bosque que rodeaba Ashgrove.
—Me pregunto qué nos dará Graham —dijo Stephen, rompiendo el silencio.
—Estoy seguro de que nos dará algo bueno —dijo Jack, sonriendo.
El profesor Graham tenía fama de tacaño, y muchos le llamaban tacaño, avaro, mezquino, miserable o ruin, pero estaban equivocados. El profesor era generoso cuando daba un banquete, sobre todo uno como éste, un banquete con que iba a despedirse de sus antiguos compañeros de tripulación del
Worcester
y de la
Surprise
, de algunos amigos y de varios oficiales de los regimientos de la región montañosa de Escocia.
—Sería extraño que en el banquete no hubiera un
perro con manchas
[6]
porque él me preguntó cuáles eran tus platos favoritos.
—Me encantaría… —dijo—. ¡Si te atraviesas en mi camino te pasaré por encima, condenado hijo bastardo de un maldito egipcio! —añadió, alzando sin esfuerzo la voz de tal modo que podía oírse en la orilla y volviendo la cabeza hacia un chinchorro cuya tripulación parecía distraída—. Pero ahora que me acuerdo, tenía pensado subir a bordo del
Edinburgh
y pedirle prestada a Dundas su falúa, pues es más adecuada que la mía porque es más ancha. Además, puesto que su barco está anclado en aguas de diez brazas de profundidad, un lugar mucho más apropiado para la campana que el fétido lodazal donde se encuentra la
Surprise
, estoy seguro de que la amarrará con el cabo de una polea y te bajará en ella hasta el fondo del mar, aunque sería conveniente que bajara primero algún grumete o algún guardiamarina para asegurarnos de que funciona.