Era algo demasiado horrible de imaginar. Asrial volvió la cara contra el muro para desterrar aquellas terribles visiones y sonidos. Había visto guerras en la tierra, pero éstas tenían lugar entre humanos. Nunca había llegado a imaginar que la paz y tranquilidad de su eterno hogar podrían verse violadas por algo así.
—
¡Bilhana! Bilshifa
. Me llamo Pukah.
Solo, en el borde de un sendero, el djinn saludaba y gritaba y era completa y absolutamente dejado de lado.
—¡Fedj! ¡Raja! ¡Por aquí!
Pukah agitaba las manos y daba saltos arriba y abajo para hacerse ver por encima de las cabezas y hombros de los otros djinn más grandes que él.
Fedj y Raja estaban mirando con recelo a Sond, quien a su vez les devolvía la mirada con los brazos cruzados por delante de su inmenso pecho. Viejos rivales como eran, ¿habrían de encontrarse como amigos o como enemigos? Entonces, la cara de Raja se abrió en una sonrisa. Con una mano saludó a Sond con un golpe en la espalda que envió al djinn de cabeza contra un arbusto de hibisco mientras, con la otra, le ofrecía una daga incrustada de piedras preciosas.
—Acepta este obsequio, amigo mío —ofreció Raja.
—¡Mi querido amigo, con mucho gusto! —contestó Sond abriéndose camino a través del follaje.
—Querido amigo —imitó Pukah con repulsión—. Hace ni siquiera dos semanas se habrían arrancado los ojos el uno al otro.
—¡Hermano! —exclamó Fedj arrojando sus brazos en torno a Sond y estrechándolo con fuerza contra sí—. ¡No encuentro palabras para expresarte cómo te he echado de menos!
Sin duda fue cariñoso aprecio lo que hizo que Fedj apretase hasta casi dejar sin aliento a su «hermano».
Deslizando sus musculosos brazos en torno a la cintura de Fedj, Sond cerró fuertemente una mano sobre su muñeca.
—¡También a mí me faltan palabras, hermano! —gruñó Sond devolviendo el abrazo con tanta efusión que pudo oírse con toda claridad un crujido de huesos.
—Creo que voy a vomitar —murmuró Pukah—. Y nadie me presta la menor atención a mí, ¡el héroe de Serinda! Bien, déjalos. Yo… —se detuvo un momento y rápidamente volvió la mirada— tengo algo que hará que sus hinchados bíceps se desinflen. ¡Asrial, encanto mío! ¿Dónde estás, ángel mío? —preguntó, atisbando a través de una maraña de orquídeas colgantes—. ¿Asrial? —repitió con una nota de pánico tiñendo su voz—. ¡Asrial! Yo… ¡Oh, estás ahí! —suspiró aliviado—. ¡No te encontraba, timidita mía! —dijo Pukah mirándola con adoración—. ¡Escondiéndote por ahí! Ven —y la cogió de la mano—. Quiero que conozcas a mis amigos…
—¡No! ¡Pukah, por favor! —se debatió Asrial retrocediendo y con los ojos desorbitados de miedo—. ¡Deja que me vaya! ¡Debo regresar con mi gente!
—Tonterías —contestó Pukah con resolución, tirando de su mano—. Tu gente es mi gente. Somos todos inmortales y, en eso, estamos todos unidos. Vamos, sé una niña buena, ven conmigo.
Reacia, esperando pasar inadvertida y resuelta todavía a marcharse, Asrial se dejó arrastrar fuera de su escondrijo.
—¡Vosotros! —gritó con orgullo Pukah—. ¡Mirad! ¡Ésta es mi ángel!
Las pálidas mejillas de Asrial se tiñeron de un delicado rubor rosado.
—¡Pukah, no digas esas cosas! —le rogó—. Yo no soy tu án…
Sus palabras se desvanecieron, absorbidas y tragadas por el silencio aterrador que se hizo entre los djinn congregados en el jardín, los eunucos que montaban guardia en el balcón y las djinniyeh que se afanaban por mirar hacia ella por encima de sus velos.
Respirando con dificultad, y con una mano palpándose las costillas para ver si estaban intactas, Fedj utilizó la otra mano para señalar a Asrial.
—¿Qué es esto? —preguntó con severidad.
—Un ángel —explicó Pukah con altivez levantando su nariz de zorro.
—Eso ya lo veo —contestó Fedj—. ¿Se puede saber qué está haciendo esto aquí?
—¡No es «esto», es
ella
, como cualquiera, excepto un mendigo ciego, puede ver con toda claridad! Y está aquí conmigo. Ha venido a ayudar…
—¡Ha venido a espiar, querrás decir! —rugió Raja.
—¡Un espía de Promenthas! —gritaron furiosos los djinn agitando sus espadas y avanzando hacia los dos.
Asrial se acurrucó contra Pukah, quien la cubrió con su cuerpo y se enfrentó a la turba con su barbilla sobresaliendo de tal modo que cualquier tajo de espada se habría llevado aquella porción de su cuerpo antes que ninguna otra cosa.
—¿Espía? Si vosotros, simios cargados de músculos, tuvieseis cerebro en vuestras cabezas en lugar de vuestros pectorales, sabríais que Promenthas es un aliado de
hazrat
Akhran…
—¡Mentira! ¡Hemos oído que Promenthas lucha junto a Quar! —replicaron muchas voces furiosas.
—¡Eso es verdad! —protestó Asrial armándose de valor y saltando hacia adelante antes que Pukah pudiera impedírselo—. Justo acabo de estar presente en una reunión entre los dos. ¡Vuestro dios y el mío prometieron ayudarse el uno al otro!
Hubo murmullos y miradas poco convencidas.
—¡Es un truco! ¡El ángel miente! ¡Todos los ángeles son unos embusteros, como ya sabéis!
—No; esperad, amigos míos. Yo puedo dar fe del ángel… —intervino Sond.
—¡Ajá! ¡Así que tú también estás en esto. Debí haberlo adivinado de ti, ¡ladrón devorador de carne de caballo! —lo interrumpió Fedj cortándole el camino.
—¡Mira quién fue a hablar! ¡Uno que se acuesta con las ovejas! —devolvió Sond con profundo desdén—. ¡Aparta de mi camino, cobarde!
—¿Cobarde? ¡Todo el mundo sabe que fue el hijo de tu amo el que huyó del campo de batalla disfrazado de mujer!
El acero brilló en las manos de los djinn.
—Sigue mi consejo, Pukah, y llévatela de aquí —vino una voz entre bostezos desde alguna parte a sus pies.
Usti yacía tendido boca arriba en el suelo, con las manos plegadas sobre su gorda barriga y mirándolos desde allá abajo.
—Tal vez tengas razón —dijo Pukah, algo alarmado y consternado ante todos aquellos ojos centelleantes y espadas resplandecientes que se cerraban en torno a él.
—¡Yo no me voy! —replicó Asrial.
Sus blancas alas batían hacia adelante y hacia atrás en su agitación y su cabello dorado, movido por el viento que creaba, flotaba como una nube en torno a su cara.
—¡Ya basta! —ordenó y, precipitándose hacia adelante, se colocó en medio de Sond y Fedj y detuvo sus espadas con sus manecitas blancas—. ¿No os dais cuenta? ¡Esto es obra de Kaug! Él quiere dividirnos, fragmentarnos. ¡Así podrá devorarnos pedazo a pedazo!
Empujando con rudeza al ángel a un lado, Fedj se abalanzó contra Sond. Asrial cayó al suelo, con inminente peligro de ser pisoteada por los combatientes, y Pukah, lanzando un grito frenético, saltó hacia ella para arrastrarla fuera del camino. Pero, antes de que pudiera alcanzarla, otra figura brotó de entre las flores que estaban siendo pisoteadas por los contendientes.
La grácil y flexible figura de una djinniyeh vestida con pantalones de seda y diáfanos velos se irguió delante de la postrada Asrial, guardando el cuerpo del ángel con el suyo.
—¡Nedjma! —exclamó boquiabierto Sond, retrocediendo un paso y temblando de pies a cabeza.
Soltando su espada, el arrebatado djinn extendió los brazos y dio un paso adelante, sólo para encontrarse de pronto interceptado por la inmensa barriga de un gigantesco eunuco que, cimitarra en mano, se elevaba desde la tierra como una montaña y permanecía allí plantado, inamovible como una roca, entre Sond y la djinniyeh.
Nedjma no llegaba al hombro de Sond, y apenas llegaba a la cintura de Raja. Pero la rabiosa mirada que lanzó a los djinn cortó cabezas, cercenó fornidos torsos en dos y redujo las altas torres de fuerza muscular a temblorosos pedazos de carne inmortal. Con amabilidad y ternura y sin decir una palabra, Nedjma se inclinó y ayudó a Asrial a ponerse en pie. Colocando protectoramente su brazo alrededor de sus hombros, estrechó aquel cuerpo cubierto de hábitos blancos contra el suyo. Con una última y fulminante mirada a Sond, Nedjma desapareció llevándose consigo a Asrial y al eunuco.
Con el rostro ardiendo de vergüenza y el cuerpo temblando de frustrada pasión, Sond se agachó y recuperó su espada. Enderezándose, evitó la mirada de Fedj. Este, por su parte, envainó de nuevo su espada y salió con aire gacho del círculo, musitando algo acerca de mujeres que debían ocuparse de sus propios asuntos y dejar a los hombres ocuparse de los suyos, pero sin atreverse a decirlo tan alto como para que pudiese llegar a los oídos de aquellas veladas y perfumadas figuras que susurraban entre sí con indignación, arriba en el balcón.
Pukah vigiló con ansiedad hasta que vio unas alas blancas y un pelo dorado recibiendo consuelo y sosiego de las demás mujeres.
—Bien, ahora que esto está zanjado —comenzó el joven djinn sin perder un momento, adelantándose hasta el centro del jardín—, permitidme que me presente. Yo soy Pukah, el héroe de Serinda. Vosotros no os acordáis de mí, pero yo salvé vuestras vidas con gran riesgo de la mía. Así fue como…
En aquel momento, atacó Kaug.
Una ráfaga de viento huracanado brotó de la cavernosa boca del
'efreet
y sacudió todo el jardín de recreo. Las altas palmeras se combaron casi hasta doblarse mientras el aire se llenaba de una lluvia de hojas y pétalos y el agua se desbordaba con violencia por las embaldosadas orillas de los estanques ornamentales. Bruscamente despertado, Usti se lanzó a ponerse a cubierto bajo un arriate de flores. Arriba en el balcón, las djinniyeh gritaban y se agarraban sus revoloteantes velos, esforzándose por ver lo que estaba ocurriendo mientras los eunucos las empujaban hacia la seguridad del palacio. Abajo, los djinn sacaban sus espadas y se hacían fuertes contra el apabullante azote del viento.
Alimentado por su dios, el poder del
'efreet
se había vuelto absolutamente inmenso, y parejamente a él había aumentado su tamaño. Muchas veces más alto que el más alto de los minaretes que, embellecían el palacio, y muchas veces más ancho que las murallas que lo rodeaban, Kaug avanzaba pesadamente a través del plano inmortal. El suelo, que sólo existía en las mentes de aquellos que se erguían sobre él, se conmocionaba bajo las ciclópeas pisadas del
'efreet
. Su respiración era una tormenta de viento y sus manos podrían haber cogido al enorme Raja y haberlo arrojado como si de una pluma se tratase desde los cielos. Todos los djinn que había en el jardín, subidos el uno sobre los hombros del otro, no habrían podido alcanzar la altura de Kaug.
Y, sin embargo, le hicieron frente. No estaban dispuestos a rendirse mansamente, como habían oído rumores de que habían hecho otros inmortales. El propio Akhran, con su carne herida y sangrante, absorbiendo las heridas infligidas a su gente al mismo tiempo que sufría por su fe menguante, continuaba luchando. Lo mismo harían sus inmortales, hasta que no les quedase ni una gota de fuerza, hasta que el poder de la mente que creaba sus cuerpos se agotara y los propios cuerpos, vencidos, yacieran rotos y ensangrentados en el campo de batalla.
Kaug se detuvo justo fuera de los muros del jardín y lanzó una mirada burlona de triunfo a los djinn que había dentro de él.
Sond dio un paso adelante y levantó su espada en un gesto de desafío. El perfume de Nedjma estaba en las ventanillas de su nariz; el recuerdo de aquella dura mirada que ella le había dirigido quemaba su mente.
—Márchate, Kaug, mientras todavía tienes oportunidad de salvar tu indigno pellejo. Si te retiras ahora, no te haremos daño.
La fea cara del
'efreet
se retorció en una grotesca sonrisa. Dando un paso adelante, aplanó tranquilamente toda una sección de muro de un pisotón.
—¡Sond! —dijo Kaug con afabilidad moviendo su otro pie y aplastando otra sección de la muralla—. ¿De modo que estás aquí? Estoy contento de verte, sorprendido pero contento. Creí que habrías regresado al Tel, pues he oído que ese antiguo amo tuyo, el pobre y viejo Majiid, ha desistido y está cortejando a la Muerte. ¡Ahora hay al menos una mujer que llevará paz a su harén!
El rostro de Sond palideció visiblemente. Lanzó una rápida mirada a Fedj, quien apartó la cara ante la expresión alarmada e interrogante de su hermano djinn.
—Y el pequeño Pukah, también —continuó el
'efreet
con su atronadora voz haciendo agrietarse los pétreos cimientos del palacio—. ¿Qué haces aquí mientras tu amo se derrite como un pedazo de plomo caliente en el Yunque del Sol? También él corteja a la Muerte, ¡y presumo que le gusta más que esa esposa que tiene!
Kaug soltó una carcajada y, de un manotazo, segó una torre de las murallas del castillo. Los djinn corrieron confusamente para evitar los escombros que se estrellaron en el jardín alrededor de ellos, pero siguieron haciendo frente entre las ruinas, con encarnizamiento y determinación.
—¡Debes sentir haber abandonado mi servicio, pequeño Pukah! —continuó provocándolos el
'efreet
.
Pero Pukah tan sólo escuchaba a medias; la mayor parte de su atención estaba concentrada en una conversación que tenía lugar dentro de su cerebro.
—No podemos ganar, ¿sabes, Pukah? —se dijo.
—Tú, Pukah, eres tan sabio como siempre —asintió su alter ego con un suspiro.
—Y yo soy más listo que ese montón de carne de pescado —aseguró Pukah.
—¡Desde luego! —respondió enfáticamente Pukah, sabiendo lo que se esperaba.
—Éste es mi plan —expuso Pukah, con cierto orgullo—. ¿Qué piensas de él? —preguntó después de que su otro yo hubiese permanecido en silencio durante un tiempo bastante prolongado.
—Hay… cierto número de fallos —sugirió tímidamente Pukah.
—Por supuesto, todavía no he tenido tiempo de ultimar los detalles —dijo Pukah, lanzándose una severa mirada a sí mismo, quien consideró que ya era momento de quedarse callado pero no pudo evitar traer a colación otro problema.
—¿Y qué hay de Asrial?
—¡Ah! —suspiró Pukah—. Tienes razón. Lo había olvidado —y, con un tono más bajo y más triste, añadió—: No creo que importe, amigo. En realidad, no creo que haya ninguna esperanza.
—¡Pero deberías hablar con ella! —insistió Pukah.
—Lo haré —concedió Pukah—, pero debo poner esto en marcha de inmediato, de modo que cállate.
El Pukah interior guardó silencio al instante y el Pukah exterior (todo esto habiéndose maquinado tan sólo en fugaces momentos en su inagotable cerebro) se inclinó con elegancia ante el
'efreet
.