—Eso también me lo he preguntado yo. Y he obtenido la respuesta. Su mujer, que es de Ribera, heredó de un tío. Como no tienen hijos, se construyeron esa casa. Hágame caso a mí,
Dottore
, Zirretta está fuera de toda sospecha.
No tenía ningún motivo para poner en duda lo que Fazio le estaba diciendo.
—¿Y el otro?
—Aquí la cuestión ya es más interesante. Giacomo Arena tiene cincuenta años. Casado y divorciado. Él tampoco tiene hijos. Se califica de transportista, pero en realidad sólo posee una camioneta con la que se dedica a pequeños transportes ocasionales.
—¿Eso te parece interesante?
—Déjeme terminar.
—Te gusta hacer como los pirotécnicos cuando disparan petardos, ¿verdad, Fazio?
—¿Qué quiere decir?
—Pues que la traca más fuerte siempre la reservan para el final.
Fazio sonrió complacido.
—¡Y menuda traca,
dottore
! En primer lugar, Giacomo Arena no es trigo limpio. Fue condenado porque, sin tener licencia de armas, le encontraron una pistola en el bolsillo. Otra condena se debió a que, conduciendo en estado de embriaguez, fue a estrellarse contra un quiosco de periódicos y lo dejó destrozado.
—¿Eso es todo? Todavía no oigo las tracas más gordas.
—Es hijo de Romualdo Arena, llamado Rorò.
—¿Y quién es Rorò?
—No quién es sino quién era,
dottore
. Lo mataron hace más de veinte años. Pertenecía a la familia de los Sinagra.
¡Un mafioso muerto de un disparo en el transcurso de la guerra entre los Sinagra y los Cuffaro! Montalbano plantó enseguida las orejas.
—¿Ya ha oído finalmente la traca,
dottore
? —dijo Fazio, sonriendo a modo de desquite.
—¿Y cómo es posible que el hijo no se vengara?
—Por aquel entonces estaba trabajando en Alemania como obrero de una fábrica de automóviles. Regresó un año después y fue detenido por la historia de la pistola. Por lo visto, la intención de vengarse la tenía. Pero cuando salió de la cárcel, las cosas estaban cambiando rápidamente en perjuicio de los Sinagra. Y entonces él no se movió.
—¿Por qué no siguió las huellas de su padre?
—Fue Rorò quien no quiso que entrara en el circuito. Quería mucho a su hijo.
—Si, tal como me has dicho, Giacomo Arena vive un poco a salto de mata, razón de más para preguntarse quién le dio el dinero para comprarse la casa de vacaciones en el campo.
—
Dottore
, se ve que usía no ha mirado bien la lista que le hizo el señor Carmona. Es muy precisa. La casa sigue perteneciendo al señor Di Gregorio, Arena la tiene alquilada. Y se ha ido a vivir allí.
—¿Desde cuándo?
—Desde hace tres meses. Tiene un contrato de un año.
—¿Vive solo allí?
—Sí, señor. De vez en cuando le hace compañía alguna puta.
—¿Sabes si Arena, aparte de la camioneta, tiene también algún otro vehículo?
—Claro. Un Polo.
Montalbano se quedó un poco pensativo y después preguntó:
—La hipótesis de que Giacomo Arena se haya puesto a la disposición del americano ¿te parece poco probable?
—Para nada,
dottore
. Sólo que, a mi juicio, las cosas ocurrieron justo al revés.
—¿Qué quieres decir?
—Que fue Balduccio júnior quien se puso en contacto con los supervivientes o los parientes de la familia. En la elaboración de la lista puede que le echara una mano el honorable abogado Guttadauro, que los conoce a todos, los vivos y los muertos.
—Sea como fuere, de este contacto entre el americano y Giacomo Arena no tenemos pruebas.
—No ha habido tiempo de buscarlas —lo corrigió Fazio.
—¿Sabes qué vas a hacer, Fazio, a partir de este momento?
—Pues claro que lo sé. Pisarle los talones a Giacomo Arena.
—¿Sabes fotografiar?
—Me las apaño.
—Sácame unas cuantas fotos de Arena sin que él se dé cuenta. Busca a alguien que te ayude, si quieres. Me interesa especialmente que se le vea bien la cara. En cuanto las hayas hecho, manda revelarlas y me las traes.
—Pero,
Dottore
, no es necesario hacer como en el cine, vigilancia, fotografías. Seguro que en algún sitio encuentro una imagen de Giacomo Arena.
—¡Pero, hombre, por Dios! ¿Quieres darme una foto de carnet o de archivo? ¡Esas parecen hechas a propósito para que no se pueda identificar a la gente!
Acababa de llegar a Marinella cuando sonó el teléfono. Era Linda.
—Salvo, como tenía un compromiso que se ha anulado, he pensado que podríamos ir a cenar.
«¿Para que después puedas troncharte de risa a costa mía con Beba?», pensó inmediatamente Montalbano, enfurecido.
—Lo siento, pero estoy esperando a unas personas. Ya hablamos. Hasta pronto.
Colgó. Sonó el teléfono.
—Linda, ya te he dicho que...
—¿Quién es Linda? —preguntó la voz de Livia.
Y adiós muy buenas.
Noche infame, un total de ocho larguísimas llamadas hechas y recibidas desde Boccadasse, provincia de Génova, hasta que el cansancio y el sueño se impusieron a los dos contendientes. Se presentó en el despacho con una pinta espantosa. Al verlo con aquella cara, ni siquiera Catarella tuvo el valor de ir más allá de un normal:
—Buenos días,
dottori
. —Dicho, por si fuera poco, a media voz.
—Buenos días una mierda —fue la fúnebre y amenazadora respuesta.
Nadie se atrevió a molestarlo durante unas dos horas. En efecto, eran poco más de las once cuando llamaron discretamente a la puerta. Era Fazio, a quien ya debían de haber advertido del negro humor del comisario, pues dijo mientras se sentaba:
—
Dottore
, ¿quiere apostar a que, en cuanto yo empiece a hablar, se le pasa de golpe el ataque de mal humor?
—Apostemos. ¿Cómo es que estás aquí en lugar de estar vigilando a Giacomo Arena?
—Ya lo he vigilado,
dottore
. De la sorpresa que me he llevado me he caído de culo, dicho sea con todo el respeto.
—Cuéntame.
—Esta mañana a las seis me he apostado con mi coche en la carretera de Piano Torretta. Me he llevado a Alfano porque está con nosotros desde hace una semana y nadie lo conoce. Llevaba también la cámara. Bueno, pues a las siete de la mañana nos ha adelantado la camioneta de Arena que luce escrito en los costados «G. ARENA - MUDANZAS - TRANSPORTES». Él delante y nosotros detrás. A medio camino se ha detenido en una gasolinera y, como había un poco de cola, ha bajado. Entonces se me ha ocurrido una idea. Le he dicho a Alfano que le preguntara si podría hacerle una mudanza urgente. Mientras Alfano hablaba con él, he sacado un montón de fotografías que ya están revelando. Al volver, Alfano me ha dicho que Arena le había contestado que ya no se dedica a hacer mudanzas ni transportes porque ahora trabaja como colaborador fijo al servicio de una empresa. Cuando ha terminado, lo hemos seguido y hemos visto dónde se detenía, justo a la entrada de un gran almacén, en el que ha entrado. Al poco rato han salido dos hombres, que han cargado varios frigoríficos y calentadores de baño en la camioneta. Al finalizar la operación, Arena se ha sentado al volante y se ha ido a entregar los electrodomésticos.
—¿Por qué no lo has seguido?
—Porque ya no era necesario. Las fotografías ya las tenía y hasta me había enterado de para quién trabaja Arena; consta en el rótulo del almacén.
—¿Qué dice?
—Electrodomésticos Infantino.
—¿Y qué?
—¿Lo ha olvidado,
dottore
? La otra vez se lo comenté. Calogero Infantino es aquel señor sin antecedentes penales, comerciante de electrodomésticos, casado con Angelina Cuffaro, que figura en los nuevos consejos de administración de las empresas adquiridas por Balduccio júnior.
Montalbano lo miró asombrado.
—Pero ¿cómo? ¿Ahora Arena se pone a trabajar para la familia Cuffaro, la que mató a su padre?
—
Dottore
, pero ¿no dice usted mismo que los tiempos han cambiado? Ahora sólo se piensa en términos de bisnis.
Inesperadamente Montalbano esbozó una sonrisa. Y Fazio también.
—
Dottore
, ¿he ganado la apuesta?
—Sí.
—Pues entonces invíteme a un café, que falta me hace.
—A mí también —dijo el comisario bostezando.
A última hora de la mañana, Montalbano decidió reunir al estado mayor de la comisaría, integrado por él mismo, Fazio y Augello.
—Las cosas, tal como yo lo veo, se desarrollaron de la siguiente manera. Balduccio júnior regresa de América para blanquear un dinero mafioso. Puesto que pertenece a la tercera generación, en lugar de declararles la guerra a los Cuffaro, se alía con ellos, estableciendo cierto reparto de los beneficios. Los negocios le van bien porque trabaja bajo mano, adquiriendo empresas al borde de la quiebra. Sin embargo, cuando pretende extender su radio de acción al mercado al por mayor del pescado, tropieza con dos dificultades. La primera es que la compañía de Belli, la Vigamare, va viento en popa y, por consiguiente, los métodos tienen que ser distintos de los utilizados hasta el momento; la segunda es que Fernando Belli es un hombre honrado, difícil de doblegar. Pero Balduccio no tarda en descubrir la trama oculta de la Vigamare, es decir, lo del otro socio, el cuñado de Belli, Gerlando Mongiardino. Lo aborda, o manda que otros lo aborden, y le plantea las ventajas que podría obtener si él, Balduccio, consiguiera introducirse de alguna manera en la sociedad. Gerlando Mongiardino habla evidentemente de ello con su cuñado, pero éste lo manda al carajo. De ahí las peleas que todos conocemos. ¡Y un cuerno disparidad de criterios acerca del rumbo de la empresa!
—Perdona que te interrumpa —dijo Mimì—. Pero ¿qué interés puede tener Gerlando Mongiardino en cambiar de socio y aliarse con alguien como Balduccio júnior?
—No sabemos lo que Balduccio júnior le ha prometido. O a lo mejor piensa que disfrutará de mayor libertad de movimiento para meterse en el bolsillo el dinero de la empresa.
—¿Apostamos a que, al menor fallo, Balduccio júnior lo arroja a los peces para que se lo coman vivo? —dijo Fazio.
—Sigamos. La partida se encontraba estancada cuando a Balduccio se le ocurre una manera de obligar a Belli a ceder. El secuestro de la hija. Entonces...
—Un momento —lo interrumpió Mimì—. No me convence.
—¿Qué?
—Esta historia del secuestro. Es un método viejo, un método mafioso a la antigua. Tú mismo, Salvo, has afirmado que estos nuevos mafiosos son burócratas que utilizan otros medios de presión, y sólo cuando no pueden evitarlo... El secuestro no encaja con el modus operandi de Balduccio júnior.
—Mimì, ya que te has puesto en plan de doctas citas, yo también voy a empezar a ponerme culto. Una vez leí una novela, creo que se llamaba «Olvidar Palermo», aunque puede que el título fuera otro, a veces me confundo. En cualquier caso, esa novela narra la historia del descendiente de una familia de mafiosos, como nuestro Balduccio júnior, nacido y crecido en América, que estudia, se convierte en una persona culta y de finos modales, entra a formar parte de la alta sociedad y se casa con una rica americana. Ambos se van de vacaciones a Palermo, donde un gesto de admiración de alguien con respecto a la esposa es mal interpretado por el marido. Rápidamente la relación entre el marido y el otro se convierte en un desafío. Y a medida que el desafío se va volviendo cada vez más peligroso, e incluso mortal, el marido pierde progresivamente la cultura, la delicadeza y la elegancia para adquirir en su lugar astucia, violencia y voluntad homicida. En resumen, retrocede. Palermo lo hace regresar a sus orígenes, a sus raíces. Pues bien, Balduccio júnior ha tropezado con alguien que lo estaba desafiando y ha regresado rápidamente, aunque por muy poco tiempo, a sus orígenes. Pero ese breve viaje hacia atrás lo joderá. Se trata del rapto de una persona y no importa que se haya hecho para conseguir un rescate o para ejercer una fuerte presión sobre alguien. La duración también es irrelevante. Tanto si ha durado una hora como si ha durado un año, sigue siendo un secuestro. Y el secuestro de una persona, por lo que a mí me consta, aún no se ha despenalizado.
—¡En fin! —dijo en tono dubitativo Mimì.
—Sigamos adelante. Balduccio júnior convence a Gerlando de que le revele los movimientos de Belli y su familia cuando vengan a Vigàta por Pascua. Y le explica que se tratará de un falso secuestro, a la niña no se le hará ningún daño. Un daño que sí se hará en el futuro a algún familiar en caso de que Belli no acepte sus exigencias. Balduccio júnior, para llevar a cabo materialmente la acción, recurre a su cómplice Calogero Infantino y éste le transmite el encargo a Giacomo Arena, a quien Balduccio ha puesto a trabajar en su almacén. Desde hace algún tiempo los Mongiardino y los Belli ya tienen decidido ir a celebrar el lunes de Pascua a Marina Sicula. Cosa de la cual Gerlando ha informado debidamente a Balduccio. Sólo que a Belli ya no le apetece hacer esa comida en el campo, consiguen convencerlo a última hora del domingo, pero él quiere cambiar de destino, irán a Piano Torretta. Esta decisión de última hora se la comunica su hermana a Gerlando, el cual se ve obligado a advertir el cambio de destino a Balduccio, que ya había mandado preparar el secuestro en Marina Sicula. Por consiguiente, tienen que improvisar de alguna manera. Gerlando, que es el primero en llegar a Piano Torretta, coloca las mesas en un punto estratégico, junto a los setos y cerca del paso. Le facilita a través del móvil a Balduccio la posición exacta en que se encontrarán a la hora de comer. Balduccio le pasa la información a Giacomo Arena. Éste se traslada al lugar, por otra parte vive muy cerca de allí, y se dispone a esperar la ocasión propicia. La cual se presenta finalmente cuando la niña pierde la pelota. La obliga a subir al coche y la mantiene prisionera en el garaje de su casa, a pocas decenas de metros de distancia. Al cabo de dos horas encuentran a Laura, pero Belli es una persona demasiado inteligente y comprende lo que hay debajo. Creo que incluso recibió una llamada explícita de Balduccio júnior. Trastornado, indignado más que atemorizado, le cede la mitad del negocio al cuñado, del cual ya le consta que es no sólo un ladrón sino también un delincuente que no se detiene ni siquiera ante el secuestro de una chiquilla que, por si fuera poco, es su sobrina, y regresa a Roma. Dispuesto a no volver a poner los pies en Vigàta.