El palacio de los sueños (22 page)

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Authors: Ismail Kadare

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El palacio de los sueños
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—No, no puedo más —dijo su vecino—. Voy a ver si me entero de lo que pasa. Si me buscan, diles que he bajado al Archivo.

Sin más tardanza, con paso sigiloso para no llamar la atención, se escurrió como una sombra hasta la salida. Mientras lo seguía con la mirada, Mark-Alem sintió una oleada reconfortante. Al menos, pronto se enteraría de algo.

Pasó cierto tiempo con los ojos clavados en el expediente sin leer, naturalmente, nada. La impaciencia por escuchar cuanto antes las novedades se mezclaba con una suerte de satisfacción porque su compañero se retrasara, muestra segura de que las noticias serían más detalladas. No obstante, creía necesario hacer un esfuerzo sobrehumano para reprimir el nacimiento de una esperanza que podía estar injustificada. Sentía que un nuevo desengaño acabaría por derrumbarlo.

Ahora, no sólo quienes estaban instalados junto a las ventanas volvían la cabeza con creciente frecuencia para mirar al exterior sino que, cosa sin precedente alguno en aquella sala, otros funcionarios de las mesas vecinas se aproximaban a las ventanas con idéntico objetivo. Sin lugar a dudas estaba sucediendo algo extraordinario. Los ojos de Mark-Alem iban alternativamente de las ventanas a la puerta, por donde esperaba la aparición de su compañero de mesa. ¿Acaso el Soberano había devuelto el Sueño Maestro, igual que una recién desposada, luego de demostrarse que no es virgen, es devuelta a su casa pasada la noche de bodas?

Bajo ningún concepto quería acariciar esperanzas prematuras, pero lo que estaba sucediendo era en verdad inconcebible. No eran los funcionarios de las mesas situadas en mitad de la sala los únicos que abandonaban sus sitios sino también los que se sentaban al fondo. Veía acercarse a las ventanas a gente que jamás osaba moverse de sus asientos, personajes que se diría formaban parte de sus mesas y que no sólo no debían haber pensado nunca en la posibilidad de aproximarse a los cristales para echar un vistazo por curiosidad sino que a buen seguro ni siquiera habían advertido que la sala donde trabajaban tuviera ventanas.

Sintió que la impaciencia lo devoraba. Aguantó cuanto pudo y al fin emprendió una acción que una hora antes le habría parecido descabellada: caminó a través de la sala para acercarse a uno de los grandes ventanales.

El corazón no le habría latido con mayor intensidad si se hubiera asomado al borde de un precipicio. Además, la luminosidad que penetraba a través de los cristales era tan especial… Aquí y allá los funcionarios, con el pecho apoyado en el alféizar, miraban hacia abajo.

—¿Qué pasa? ¿Qué es? —susurró Mark-Alem.

Uno de los que miraba volvió la cabeza, lo observó un instante con asombro y después murmuró.

—Allí abajo, en el patio, ¿es que no lo ves?

Miró abajo en la dirección que le indicaban los ojos del compañero. Por vez primera descubría que aquellos ventanales daban a uno de los patios interiores del Palacio de los Sueños. En el patio había soldados. Desde arriba parecían aplastados, pero sus cascos refulgían de manera extraña.

—Soldados —dijo Mark-Alem.

El otro no respondió.

—¿Por qué será? —dijo Mark-Alem al cabo de un instante. Volvió la cabeza y comprobó que su interlocutor se había marchado.

Observaba abajo a los hombres armados, que le parecieron soldaditos de plomo. Con el cerebro embotado recordó confusamente los carruajes con la
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esculpida en los costados, que siempre le hacían pensar, ignoraba por qué, en los pájaros nocturnos. A causa de la confusión de sus ideas encontraba casi normal que acudieran a su memoria tanto bajo su forma real de carruajes como bajo la de lechuzas revoloteando en las tinieblas.

—¿Qué es? —escuchó la voz de alguien a su lado, jalonada de toses asmáticas.

—Allí abajo, en el patio, ¿es que no lo ves?

La respiración del recién llegado parecía capaz de velar los cristales helados. Mark-Alem no supo cuánto tiempo permaneció allí inmóvil. El frío procedente de la ventana lo hizo volver en sí. Regresó con paso lento a su lugar. Su vecino había regresado.

—¿Dónde estabas? —le preguntó—. Hace rato que te espero.

Mark-Alem señaló las ventanas con la cabeza.

—Bobadas —respondió el otro—. ¿Qué puedes ver desde tan alto? Escucha bien, traigo noticias sensacionales. Dicen que casi la mitad de los encargados del Sueño Maestro han sido arrestados.

—¿Qué?

—Espera, hay más. Se habla también de detenciones inminentes entre el personal de Interpretación. Empezando por el jefe.

Mark-Alem apenas pudo tragar saliva.

—El patio está lleno de soldados —murmuró.

—Sí, pero ésos están para otra cosa. Parece que una parte de los directivos del Tabir van a ser detenidos.

—¡Oh, Dios! y eso ¿qué significa?

—Los Qyprilli han dado el contragolpe. Era de esperar.

—¿Qué contragolpe? —balbuceó Mark-Alem—. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Contra quién?

—Espera… ¡qué impaciente eres! Ahora te lo cuento todo. Pero acerca un poco más la cabeza, de lo contrario terminaremos nosotros lo mismo que ellos. El Tabir Saray está en ebullición. Anoche, o mejor dicho hacia el amanecer de hoy, ha sucedido algo verdaderamente enigmático.

Los carruajes en forma de lechuza, pensó Mark-Alem. Creía haber oído incluso que había una clase de carruaje con nombre de pájaro.

—De modo que, según parece, los Qyprilli no se quedaron de brazos cruzados después de encajar el golpe. Se han movido durante la noche, han dado un contragolpe rápido de un modo que ni yo, ni tú ni nadie podemos adivinar, al menos por el momento. Hacia el amanecer, por lo que se ve, han conseguido asestar su mazazo. Pero tal como te digo, todo está envuelto en el misterio. Un enfrentamiento, un intercambio de golpes terribles pero sordos ha tenido lugar en las profundidades, en los cimientos mismos del Estado. Nosotros no hemos sentido más que el temblor superficial, como sucede con el terremoto cuyo epicentro se halla a gran profundidad. Así pues, en el transcurso de la noche se ha producido ese choque aterrador entre dos grupos rivales, o entre fuerzas, tómalo como quieras, que actúan de contrapeso en el interior del Estado. El resultado es que la capital entera está presa de la fiebre y nadie sabe nada cierto, incluso nosotros que estamos aquí, donde tiene su origen el misterio.

Mark-Alem estuvo tentado de decir que él había tenido dos veces en sus manos aquel sueño maldito, pero no tuvo que pensarlo más que un instante para llegar a la conclusión de que sería una idiotez.

—Antes del amanecer se han visto carruajes yendo y viniendo entre las embajadas y el Ministerio de Exteriores —continuó su vecino con voz monocorde—. Pero eso no es todo. Los principales bancos del Imperio están implicados, según se dice, en el asunto, y también las grandes empresas mineras del cobre. Se habla incluso de una devaluación de la moneda.

—Fíjate, fíjate…

—Así están las cosas, verdaderamente embrolladas y bien distintas de lo que parecen en la superficie. Como hundidas en el fondo de un pozo muy profundo… Y entretanto nosotros, como ya te he dicho alguna vez, no vernos más que sueños, jirones de niebla.

El día transcurrió en medio de la ansiedad en el Palacio de los Sueños. Poco después del mediodía, el jefe de Interpretación fue efectivamente detenido, así corno una parte de los directivos del Tabir. Durante toda la tarde se estuvieron esperando más detenciones. Pero llegada la noche no había sucedido nada nuevo.

Mark-Alem regresó a casa impaciente por contárselo a su madre. Le relató por orden cuanto sabía, un tanto sorprendido al no encontrar en los ojos de ella la alegría que esperaba provocar.

Enviaron recado a casa del Visir, con la esperanza de que les trajera de vuelta alguna buena noticia sobre Kurt, pero el hombre regresó sin informaciones al respecto.

Aunque apenas había dormido la noche anterior, Mark-Alem no llegó a conciliar el sueño. Para una vez que le pareció adormecerse, volvió bruscamente en sí a causa de un ruido lejano. Se levantó, se acercó a la ventana, pero no logró averiguar qué sucedía. Después distinguió un enrojecimiento pálido en el horizonte y por un instante pensó: ¿no se estará quemando el Palacio de los Sueños? Pero enseguida comprendió que el fuego era en otra dirección. Se echó nuevamente en el lecho, donde estuvo largo tiempo dando vueltas. No había amanecido aún cuando se levantó, se afeitó cuidadosamente y mucho más temprano que de costumbre se dispuso a encaminarse al Tabir Saray.

La aproximación de la primavera

Lo que sucedió realmente aquella noche no se supo nunca. A medida que pasaban los días, la bruma que había envuelto, no sólo los detalles sino la naturaleza misma del acontecimiento, se fue tornando más espesa.

En el Palacio de los Sueños las detenciones continuaron toda la semana. El golpe se descargó con particular dureza sobre los encargados del Sueño Maestro. Quienes se libraron de la cárcel fueron apartados del departamento y trasladados a Selección, a Recepción y algunos a Copistería. Como contrapartida, empleados de Selección e Interpretación comenzaron a ser transferidos para llenar las salas desiertas del departamento sacrificado. Mark-Alem estuvo entre los primeros elegidos con ese destino. Dos días más tarde, antes de que pudiera recobrarse de la conmoción causada por el cambio, lo convocaron a Dirección (una parte de cuyas oficinas había sido asimismo desalojada por las detenciones), para notificarle su nombramiento como jefe del departamento del Sueño Maestro.

Mark-Alem estaba anonadado. Un salto así en su carrera era casi inconcebible. Era evidente que los Qyprilli se apresuraban a recuperar el tiempo perdido.

Entretanto continuaban sin noticias de Kurt. El Visir estaba permanentemente ocupado. Mark-Alem no conseguía comprender cómo él, que había demostrado ser lo suficientemente poderoso como para remover los fundamentos del Estado Imperial, no conseguía sin embargo liberar de la cárcel a su propio hermano. Pero quizá tuviera razones para no apresurarse, pensaba Mark-Alem. Puede que considere que es mejor así.

El propio Mark-Alem estaba sumergido en su trabajo y no le quedaba mucho tiempo para dedicarse a hondas reflexiones. El departamento debía ser reorganizado de la cabeza a los pies. Los cartapacios sin analizar se amontonaban unos sobre otros. Y el viernes, el día de la presentación del Sueño Maestro al Soberano, llegaba tan aprisa…

Se había tornado aun más sombrío e inabordable. A pesar de sus esfuerzos por continuar siendo el que había sido, sentía en sus gestos, en su habla, incluso en su modo de andar, que algo estaba cambiando poco a poco. Iba identificándose progresivamente con el género de personas que no había podido soportar a lo largo de toda su vida: los altos funcionarios.

En realidad, a medida que transcurrían los días se hacía más consciente del importante puesto que ocupaba en el Palacio de los Sueños. Disponía de un carruaje, pintado de azul claro, que lo esperaba permanentemente a la salida, y sentía que no sólo el carruaje sino su misma presencia irradiaba en torno respeto, silencio y temor. Aquello le hacía sonreír porque en verdad le parecía inconcebible que precisamente él, que había sido torturado más que ningún otro por el misterio y la sombra ominosa que proyectaban los órganos estatales, esparciera ahora a su alrededor ese mismo misterio, esa misma amenaza. Mas, pensaba a veces, quizá se tratara de la propia naturaleza de las cosas. Quizá precisamente por haber sido hipersensible ante su acción, había acumulado en sí mismo tanto misterio y tanta amenaza como para irradiarlos ahora en grandes cantidades sobre cuanto lo rodeaba.

Absorto en su trabajo no había notado que el invierno había comenzado a suavizarse. El mecanismo del Palacio de los Sueños trabajaba a pleno rendimiento. Como uno de sus principales directivos, leía todas las mañanas el informe especial del día, de carácter ultrasecreto. El gráfico del sueño de los pueblos variaba de acuerdo con los acontecimientos que se producían en sus territorios, y se había reclamado un informe especial sobre el insomnio que aquejaba a Albania. El vendedor de verduras que había enviado el sueño fatal llevaba muchos días en una de las cámaras de aislamiento, con el fin de que proporcionara las debidas explicaciones. Sus testimonios ocupaban ya más de cuatrocientas páginas. De manera general se esperaba un período de sueño inquieto, con un elevado porcentaje de delirios.

En los momentos de decaimiento, Mark-Alem había adquirido el hábito de restregarse largamente los ojos, como si tratara de arrancar el velo depositado en ellos por la lectura.

Una tarde, de regreso a casa como de costumbre, encontró a Loke con el rostro blanco como la cal. El antiguo y conocido vacío de la angustia, en cierto modo olvidado hacía semanas, volvió a recrearse en su estómago y sus pulmones.

—¿Qué sucede? —preguntó en voz muy baja—. ¿Kurt? —Loke asintió con un gesto.

—Así que no lo liberan —murmuró—. ¿Cuántos años?

Los ojos de ella, que parecían a punto de disolverse en la humedad que los inundaba, persistían en su expresión desolada.

—Cuántos años de cárcel, te estoy preguntando —repitió él, pero ella continuaba sin responder. Sus ojos lo miraban con la misma ausencia de esperanza. La cogió por los hombros, la zarandeó con brutalidad y, mientras comprendía poco a poco lo sucedido, su cuerpo comenzó a estremecerse. Kurt había sido condenado a muerte. La noticia de la decapitación acababa de llegar.

Subió a su habitación y se encerró en ella, mientras su madre lloraba en la suya en soledad. ¿Cómo es posible?, se repetía una y otra vez. ¿Cómo era posible que justo cuando su liberación parecía cuestión de días hubiera sido condenado a muerte, ejecutado incluso de forma sumaria? Se estrujaba las sienes con las manos. ¿De modo que el contragolpe de los Qyprilli, la reconquista de su poder, su vertiginoso ascenso, no eran más que pura ilusión, una prueba astuta, quizá premeditada, el preludio de un nuevo golpe? Pero ahora tanto le daba. Que golpearan cuanto antes, con la mayor crueldad, y que acabara ya de una vez para siempre aquella historia.

A la mañana siguiente, pálido como la cera, fue al Tabir Saray con plena conciencia de que le notificarían su destitución para trasladarlo de nuevo a su puesto anterior, a Interpretación, quizás a Selección. Sin embargo sus subordinados lo recibieron con el mismo respeto de siempre, se diría incluso que su rostro empalidecido lo hacía aun más amenazante. Mientras le entregaban diversos escritos e informes, intentaba escudriñar en los ojos o en las palabras de ellos si estaban desarrollando una suerte de juego. Convencido de que no era así se tranquilizó un tanto. Pero su sosiego fue breve. La idea de que, aun cuando se hubiera adoptado ya la decisión de destituirlo, sus subordinados no podían haberse enterado con tanta rapidez hizo renacer su angustia. Encontró un pretexto para ir a la Dirección General y, cuando le dijeron que su titular, por motivos de salud, no había acudido aquel día a trabajar, tuvo la sospecha de que aquello formaba parte de la comedia que se escenificaba a su costa.

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